“Yo quedo a cargo de Marta y Felipe, los hijos de Ricardo Fort”, decía Gustavo Martínez el 25 de noviembre de 2013, apenas unas horas después de la muerte del empresario y aseguraba que sería el tutor legal de los mellizos que el próximo 25 de febrero cumplen 18 años. Personal trainer de profesión, el hombre era quien acompañaba a todos lados, vivía con ellos, viajaba con ellos, los llevaba al colegio y a cada una de sus actividades. Esta madrugada murió al caer del piso 21 del departamento ubicado sobre la calle Sucre al 1900, en el barrio porteño de Belgrano.
Gustavo fue pareja de Ricardo Fort y una vez separados se convirtió en su mano derecha y la persona de su mayor confianza. De allí es que se decidió que él sea el encargado de la tutela de Marta y Felipe. Incluso, la familia estuvo de acuerdo en todo momento. Por ese entonces, los niños tenían nueve años y fue el propio Martínez quien se encargó de darle la triste noticia del fallecimiento de su padre.
“El poder se hizo en 2010, donde dice que soy el tutor legal de los chicos hasta que cumplan 18 años”, agregó por ese entonces y se mostró conmovido al hablar de su ex pareja. “Quiero que lo recuerden como un buen tipo, con sus defectos y errores. Entiendan que fue una persona generosa, siempre quiso ser artista, estaba orgulloso de lo que hacía. A mí me llenó de felicidad, me hizo tener una familia hermosa y con él compartí los mejores años de mi vida”.
Su historia de amor con Ricardo y la tutoría de los mellizos. Rondando sus 30 años, Ricardo Fort se puso de novio con Gustavo. Juntos comenzaron a elaborar la idea de formar una familia, pero su relación amorosa se rompió luego de seis años. A pesar de eso, Fort siguió firme con su sueño.
Fue así como el ex Bailando comenzó a hacer las averiguaciones para suborgar un vientre en Los Ángeles, ya que en Argentina no está reglamentada la práctica. Completó las solicitudes correspondientes pero le faltaba un pequeño detalle: el dinero para el tratamiento. En ese entonces a pesar de que era uno de los herederos de una de las empresas más importantes del país, no disponía libremente del dinero.
Martita y Felipe nacieron en Los Ángeles gracias a una subrogación. Ricardo tenía desde hace años el deseo de ser tener hijos y se lo contó a su padre cuando estaban viajando a una exposición de chocolates en Europa. La primera reacción de Carlos fue desestimar la idea de su hijo pero luego le dio el dinero que éste necesitaba para emprender la búsqueda. Luego de varios trámites en Estados Unidos y de visitar clínicas, el deseo comenzó materializarse. El 25 de febrero del 2004 nacieron sus hijos a quienes bautizó en honor a su madre y a su abuelo, el fundador de la fábrica de chocolates. Aunque en sus últimos años se lo veía constantemente rodeado de gente, viajó solo a recibir a sus bebés y hasta fue el encargado de cortar el cordón umbilical. Por cuestiones laborales, Gustavo que en ese entonces ya no era pareja, no pudo acompañarlo al nacimiento, tampoco fueron los flamantes abuelos que conocieron a los chicos recién a los dos meses cuando llegaron a la Argentina.
“Mi papá es Ricardo Fort y después tengo a Gustavo y a Marisa que nos cuidan. Otra persona no me interesa. No hace falta la genética para ser familia”, dijo alguna vez Marta Fort al referirse a quienes son “su familia adoptiva” como varias veces definió a su tutor y su niñera.
Quienes frecuentaron la casa de Fort dijeron a Teleshow que Marisa, la niñera de los chicos, era “una imagen materna para los mellizos” a quienes “quiere como si fueran sus hijos” y que estaba junto con Gustavo “pendiente de todo”, no solo de Martita y Felipe, sino también de los detalles del hogar y del propio Ricardo. “Vivía cuidando a todos y él tenía agradecimiento por su labor”, aseguraron, sobre todo en los últimos tiempos en los que él estaba mal de salud.
Gustavo Martínez había sido pareja de Ricardo y estaban separados cuando el artista decidió cumplir su sueño de ser padre. Cuando el personal trainer fue operado, el mediático le abrió las puertas de su casa para que realizara el post operatorio. Se incorporó de manera tan natural al hogar integrado por Ricky, Marisa (la niñera) y los mellizos, que entre todos decidieron que lo mejor era que se quedara a vivir con ellos.
Meses antes de morir, cuando el dolor físico era insostenible y no había morfina que alcanzara a calmarlo, Ricardo realizó un poder a través del cual dejaba establecido que si algo le sucedía, su amigo quedaba a cargo de la tutela de los chicos, que en ese entonces tenían solo nueve años.
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