Juanse en cuero y en calzones bailando “Beso a beso” con La Mona Jiménez. Literalmente así fue el final del Cosquín Rock 2022: inesperado, desvergonzado y con el descontrol necesario como guiño rockero a la identidad del festival. El out of context total. El cantante de los Ratones Paranoicos lucía extasiado, se adueñó de la escena y le arrebató el micrófono al rey cuartetero gritando “uuhhh yeahhh” como si recién se hubiera despachado con “Enlace”.
En la madrugada del lunes y ante más de 40 mil personas (entre los dos días, asistieron unas 85 mil) el festival agregó a su historial una perla con este show de Jiménez. Con las primeras descargas de tunga tunga en la melodía de la optimista “Seguí en camino”, se apuraron vasos para empezar el baile en pareja. Escenas poco vistas anteriormente en este predio, pero para nada fuera de lugar. El escenario de la Mona escupía chispas mientras Carlos sacaba a relucir su oficio, su porte y su actitud contagiosa. Algo estático en su andar pero con la voz justa para refrescar clásicos como “Ramito de violetas” y “El federal”, con una pequeña orquesta cuartetera que le cuida bien las espaldas.
Tras un intervalo en el que le sirvió para descansar y hacer un cambio de vestuario que viró hacia el dorado, La Mona desplegó su lenguaje de señas para saludar a los barrios y las ciudades que vinieron a verlo. La multitud se relamía cantando eso de “beso a beso, me enamoré de ti” o el “me mata, me mata, me mata, me mata tu mirada” que Kapanga supo acercar al paladar rockero. El baile popular ya estaba plenamente instalado y para la última de la lista, llegó la irrupción de Juanse -que había tocado el sábado junto a su banda, los Mustang Cowboys- como parte de los “amigos rockeros” que en la previa se prometió que tocarían con la Mona (los otros dos fueron Micky Rodríguez de Los Piojos y José Palazzo, creador del Cosquín Rock; ambos en bajo).
Como buen cazador de melodías que es, el ratón jugueteó con el riff vocal italianísimo (”ohh, ohh, ohhh, ohhh”) de “Quién se ha tomado todo el vino”, poniendo en evidencia las raíces del cuarteto (tarantela, pasodoble y esas músicas extraídas del corazón de los inmigrantes del siglo pasado). También participó con su guitarra, agregándole algunos dobleces bluseros sin demasiado criterio. Y cuando el tema terminó, Juanse pidió otra.
“Quiero bailar”, le pidió a la Mona mientras se deshacía de su guitarra y requería “Beso a beso”, sin tener en cuenta que ya había sonado. Generoso como es con su escenario de puertas abiertas, le cumplió el deseo a su amigo, quien no dudó en sacarse la chomba y dejar su torso al desnudo, mientras los pantalones se le caían y se le revelaba la mitad del boxer. “Juanse se está cagando de frío”, se rió el cuartetero con el contraste de la imagen surreal a la que asistía con el clima fresco de la noche serrana.
“Viva la Argentina, viva el Cosquín Rock, viva la Mona”, cerró Juanse y de alguna manera delató el carácter diverso de esta edición y de que las divisiones son cada vez más difusas. A un kilómetro de allí, María Becerra también ponía a bailar a su público, mayormente conformado por familias, ofreciéndoles perreíto.
La Nena de Argentina, tal es el alias de una de las artistas argentinas más escuchadas de la actualidad, cantó ante la multitud más federal posible y la hizo parte de sus juegos de seducción. Para “High” pidió que la acompañen a hacerla a capella. En “Tu lady” volvió a prestarles el micrófono justo ahí donde dice: “Y ahora te quedaste solo / y no sé ni cuando ni como fuimos acabando lo que empezamos aquella vez”, verso que hoy encuentra otro significado ante su desencuentro amoroso con Rusherking.
Además de estar acompañada por dos coristas, una banda clásica (teclados, batería, bajo, guitarra) y un cuerpo de seis bailarines, también están las pistas con las que recrea sus diversas colaboraciones. Así, se oyeron las voces de J Balvin (”Qué más pues”), Becky G (”Wow wow”) y el beboteo con Tini en “Miénteme”, la más celebrada de la noche.
“La fonoaudióloga nos tiene así, cortitos”, grafican desde el entorno de María a Teleshow para dar cuenta del despliegue que hay alrededor de una de las cantantes más famosas de la actualidad. Becerra viene acusando problemas de garganta, que se notaron en su performance, pero ya está trabajando en eso: no se despega ni un segundo de su coach vocal, quien la hace practicar distintas técnicas y ejercicios. Media hora antes de su show, no habla con casi nada para hacer un calentamiento y, al finalizar su presentación, se quedará por cuarenta minutos más para enfriar sus cuerdas vocales.
Antes de María, había sido el momento de Miranda!, que entró en modo aplanadora del pop y arrasó con la enorme masa que quiso bailar temas como “Mentía”, “Fantasmas” (aquella perla inicial de Safari, disco que tiene como musa fatal a Andrea Rincón, luego de su tormentoso romance con Ale Sergi) y “Perfecta”.
Como prolongación de su set de micrófonos, Ale y Juliana Gattas van cambiando sus vestuarios durante el show gracias a los percheros on stage de donde van sacando y descartando prendas, sin frenar por un segundo el continuado de grandes éxitos a los que tienen acostumbrado a sus seguidores más radicales. Esos que utilizan los versos veloces de “Traición” como password que divide a quienes son fans reales de Miranda! de los que no tanto. El final fue con papelitos plateados en el aire para festejar “Don”.
Si el público del festival abrazó como nunca a la diversidad musical, es porque de arriba del escenario la data que se bajaba era equivalente y, en ocasiones, se materializaba en forma de versiones singulares. Por ejemplo, el cover de “Si no supiste amar” (Luis Miguel) a cargo de Odd Mami. “La balada del diablo y la muerte” de La Renga en manos de Airbag, quienes en su rutina habitual también tienen una versión hendrixiana del “Himno Nacional Argentino”. La Kermesse Ricotera, el músculo de Patricio Rey (es decir, Sergio Dawi, Semilla Bucciarelli, Tito Fargo y Walter Sidotti), que trajo a este presente páginas ochentosas como “La bestia pop”, “Roto y mal parado” y “Música para pastillas”, todas hits épicos que fueron coreadísimos.
Y especialmente Divididos, en estado de jam permanente, que le rindió tributo a la música popular argentina: “Tengo” (Sandro), “Sucio y desprolijo” (Pappo’s Blues), “La rubia tarada” (Sumo) y la propia “Sobrio a las piñas” que copia y pega el estribillo de “Quién se ha tomado todo el vino”, un shout-out a La Mona. “Energía alta para pasar este momento”, bendijo Ricardo Mollo a su público electrificado.
Otro que le tiró buena energía a la gente cosquinera (”La van a necesitar”) y que saludó al jefe cuartetero (”Vamos que hoy toca el gran Carlitos”) fue Fito Páez. Apareció en el momento exacto del día que es considerado como la “golden hour”, antes del crepúsculo y cuando el sol comienza a dejarle su lugar a la oscuridad tiñendo todo de dorado. En este caso, las sierras, las caras del público y las canciones del rosarino se vieron a través de este filtro.
Una mezcla entre actualidad (”Vamos a lograrlo” y “Lo mejor de nuestras vidas”, de su último álbum Los Años Salvajes) e infaltables como “11 y 6″, “Al lado del camino” y “El amor después del amor” que llegaron a su pico en “Brillante sobre el mic”. Allí, Páez pidió apagar todas las luces del escenario y también las pantallas para que el público encendiera sus linternas y encandile este enorme lugar. Hasta una luna casi llena de testigo hizo lo propio con su pálida luz. Ahí se acabó lo que se daba y Fito aprovechó la llegada de la noche para mostrar su cara más filosa y menos concesiva con “Ciudad de pobres corazones”.
La carpa Nuevas Tintas presentó un menú con algo de lo más fresco de la escena rapera, urbana, r&b, trap y aledaños. Lara91K presentó su flamante disco Como Antes, Taichu prendió fuego el micrófono con una versión furiosa de “Water”, que un rato después volvió a ser interpretada por Saramalacara (la otra mitad del tema) en su show. Pero sin dudas el más esperado y festejado fue el de Dillom.
La expectativa era tal que horas antes del comienzo ya había mucha gente circundando el espacio y se veía venir que iba a quedar chico. Su flow irregular, hooligan y petardo, entre Eminem y The Streets, y las canciones de su reciente debut discográfico titulado Post Mortem ya calaron hondo en esta generación. Ahí están los coros a grito pelado para “Pelotuda”, “Piso 13″ o “La primera”, considerada por el propio Dillom como su mejor canción hasta el momento.
Para darle más electricidad a las cosas, subió la intensidad performática para la homónima “Post Mortem” y le convidó el escenario en “Rocketpowers” a Saramalacara, como Dillom, integrante de la Rip Gang: un colectivo creativo de músicos, compositores, filmmakers y diseñadores que por ahora están dando un golpe revulsivo y una actualización necesaria a una escena incipiente que, vía Miami, ya está perdiendo su frescura y su sabor se vuelve cada vez más previsible.
¿Cómo darse cuenta si un artista tiene un tema que atraviese y contenga multitudes? Muy fácil: si frente a sí mismo está siendo agitada una bandera de Los Piojos o de otras bandas del palo, de algún país limítrofe o de las Islas Malvinas, es indudablemente un hit. Eso acá se vio especialmente en “OPA” y “Dudade”, con las que Dillom eligió cerrar y dejar a todos con ganas de más.
“Al Cosquín Rock vine como público en el 2011, tenía 11 años. Fue terrible aventura: vinimos mano a mano con mi vieja, estuvimos en un camping medio hippie, paramos con los gedes del festival. Fue toda la experiencia completa. Es muy agotador también: me acuerdo que para Babasónicos me acosté en el pasto porque ya no daba más y me quedé dormido. Y ahora, once años después, es re loco estar del otro lado del escenario”, le dijo Dillom a Teleshow.
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