“Esta es una película muy pequeña, que yo imaginé desde el principio solo para mi familia y mi gente. Es una película simple, hecha de recuerdos, de experiencias de adolescencia”, dijo Paolo Sorrentino en la antesala al estreno de estreno de È stata la mano di Dio (Fue la mano de Dios), su novena película como director, la cual acaba de ser nominada a los premios Oscar como mejor película extranjera.
Así, el italiano nacido en Nápoles va en busca de su segunda estatuilla en Hollywood. La primera había sido en 2013 por La grande bellezza (La gran belleza), en la que ponía en pantalla los hábitos rutinarios y solitarios de un escritor insatisfecho y en edad de jubilarse. Ahora, Sorrentino buceó en lo más profundo de su vida y viajó hasta su propia adolescencia, la cual estuvo signada por la llegada de Diego Armando Maradona al FC Napoli, el club de fútbol de su ciudad.
Si Asif Kapadia había documentado magistralmente las luces y las sombras del 10 en su excursión napolitana mientras se prefiguraba como ídolo e ícono (Diego Maradona, 2019), ahora el punto de vista está situado en la tribuna, en los tifosi, en aquellos que se volvieron creyentes de Diecó, como le decían a su capitán, como de San Gennaro. El joven Sorrentino era uno de ellos, y en este filme cuenta cómo la llegada del dios con los pies de barro en 1984 les cambió la vida. Incluso, a él se la salvó.
La historia, que puede verse en Netflix, está centrada en el coming-of-age de Fabietto Schisa (interpretado por Filippo Scotti), algo así como el alter ego del propio director, quien al igual que él, perdió a sus padres a los 16 años. La historia real y la ficción se cruzan: los padres de Sorrentino murieron por una fuga de gas de la estufa que calefaccionaba la casa en la que estaban descansando, vacaciones a las que el joven decidió no ir porque prefirió quedarse en la ciudad para ver jugar a Maradona y al Napoli.
Fabietto vive con sus padres y con sus hermanos, Daniela y Marchino. Su hermana siempre está, pero de manera ausente, siempre fuera de campo: en casi toda la película permanece encerrada en el baño, hasta que sobre el final aparecerá por única vez para develarle un secreto familiar al atribulado protagonista.
La historia Fabietto se vale de estereotipos napolitanos, enfocados en una familia numerosa y extrovertida, donde siempre hay una mesa enorme y bien servida. María y Saverio, los padres del joven, cuentan con un enorme sentido del humor que los mantiene cómplices en su manera de llevar adelante su relación. Aunque muchos de sus chistes pueden ser condenables si se los analiza con una perspectiva políticamente correcta, desde ese ángulo es que la historia termina de conectar con quien la esté viendo.
Entre familia y vecinos, Sorrentino trae personajes que arman un típico cuadro fellinesco, sin duda una de las mayores influencias en su cine: la baronesa que se imagina parte de una nobleza que ya no existe, una suegra omnipresente, la tía exuberante que genera involuntariamente los primeros despertares eróticos a su sobrino a la vez en que es celada por su violento marido, y hasta un viejo abogado comunista que cree que Maradona es un milagro venido de la pobreza.
“¿Tienes una historia para contar? ¡Pues cuéntala!”, le gritan a Fabietto, y fue el propio Paolo Sorrentino quien se hizo cargo de eso al ponerse al hombro esta película. “Me siento muy feliz por esta nominación, que para mí ya es una gran victoria”, manifestó el director a través de un comunicado que fue difundido a los medios ni bien se conoció la nominación a los Oscar. “Se trata de un reconocimiento a los temas de la película, como la ironía, la libertad, la tolerancia, el dolor, la despreocupación, la voluntad, el futuro, Nápoles y mi madre”, aseguró. El próximo domingo 27 de marzo se sabrá si su historia resultará ganadora de la categoría.
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