Solemos verlo en papeles de hombres híper viriles, robustos e invulnerables, pero fuera de pantalla le encanta leer poesía y tocar la guitarra. Jason Momoa encarna este nuevo y bienvenido estilo de masculinidad donde la sensibilidad no se confunde con debilidad, ni la hombría con ferocidad. El actor que siempre se sintió “un producto de dos mundos opuestos” hoy parece tener la clave para convertirse no en modelo de vida, pero sí de vida interesante.
Joseph Jason Namakaeha Momoa -tal su nombre real- nació el 1 de agosto de 1979 en ese lugar que casi todos soñamos visitar: Honolulu, Hawái. En su casa el arte lo rondaba: su mamá, Coni Lemke, era una apasionada de la fotografía, y su papá, Joseph era pintor, pero no de brocha gorda. La pareja tenía intereses en común, vivía en un lugar maravilloso, pero no funcionó. Jason era un bebé de seis meses cuando se separaron y su madre se instaló en Iowa. Fue el comienzo de una vida entre dos mundos.
El pequeño pasaba gran parte del año con su madre pero en vacaciones se trasladaba a Honolulu. En ambos lugares experimentaba eso que tan bien expresó Facundo Cabral: “No soy de aquí, ni soy de allá”. En Iowa, sus compañeros solían burlarse de sus rasgos mestizos y lo maltrataban por que su piel no era tan blanca como la de la mayoría. En Hawái, la situación tampoco era mejor. Solían llamarlo no por su nombre sino como haole, término despreciativo en lengua hawaiana para referirse a la gente sin ascendencia en la isla o demasiado blanca. Jason no sabía si reírse o llorar ante esta dicotomía de su vida.
En sus veranos en Hawái sintió la atracción del mar y, ya adolescente, se postuló para un puesto de guardavidas. Lo logró, y se convirtió en la persona más joven en tener ese trabajo. Alternaba salvatajes en la playa con vender prendas en una tienda de surf cuando se enteró que había un casting para participar en la película Baywatch Hawái. Con sus primos pensaron que era una excelente oportunidad para responder a esa gran pregunta de Charly García: “¿Cómo conseguir chicas?”. De valientes o de caraduras se presentaron a la prueba.
Otros 1300 jóvenes habían tenido la misma idea pero Momoa estaba tranquilo. Un productor le preguntó por su experiencia previa, y sin que se le moviera un músculo largó: “Fui modelo Hawái del año”, lo que era una gran verdad, pero agregó que había desfilado para Louis Vuitton y Gucci, lo que era una gran mentira. No sabemos si los productores le creyeron pero evidentemente algo le vieron porque le encargaron el personaje de Jason Ioanne. Momoa no lo podía creer. “Pasé de doblar camisetas en Hawái a caminar medio desnudo con mujeres realmente hermosas, lo cual no estaba mal a los 19″. Y acá hacemos un paréntesis. Estimado lector estas cosas no ocurren solo en Hollywood. En estas pampas, Pablo Echarri suele contar que a la misma edad pasó de vender pantalones a grabar con Natalia Oreiro. O sea…
Volviendo a Momoa, la posibilidad de ser actor sepultó o mejor dicho ahogó sus planes de recibirse de biólogo marino. Decidido a hacerse un nombre en Hollywood dejó Hawái, Iowa, y se instaló en Los Ángeles, pero antes anduvo viajando por el mundo durante dos años. Al volver no le fue muy bien. “Nadie me tomaba en serio. Baywatch no es conocida por su… calidad actoral. Durante tres o cuatro años no logré conseguir un agente que me salvara la vida”.
El año bisagra fue el 2004, cuando hizo un pequeño papel en la serie North Shore. Luego lo llamaron para Stargate Atlantis, un programa que duró hasta 2009 y que no tuvo récords de audiencia pero sí una comunidad de seguidores fieles que organizaban eventos donde Momoa era invitado y estrella. Además del contacto con los fans, el actor conoció los vericuetos de la producción. “Aprendí a filmar, a escribir, a hacerlo todo. Hicimos 22 episodios en nueve meses”.
Comenzaba a extrañar los sets de filmación cuando en 2011 la oportunidad volvió a tocar a su puerta. Lo convocaron para interpretar a Khal Drogo en Game of Thrones, uno de los más grandes dramas de la historia televisiva. Su papel le dejó un gusto agridulce. Por un lado le dio masividad y popularidad, pero por otro tuvo que interpretar escenas de suma violencia -como la de la agresión sexual a Targaryen (Emilia Clarke)- que le resultaron muy complejas. Si bien aseguró que no se arrepintió de haberlas hecho, sí aclaró que no las volvería a repetir. “A los actores no se nos permite hacer nada. Hay productores, hay guionistas, hay directores, y no se puede entrar y decir: ‘No pienso hacer eso, porque eso no está bien visto ahora mismo y no encaja con el clima político’. Eso nunca sucede”.
Momoa sabía que Drogo en un momento moría, lo que no intuía es que casi mata también su carrera. En una entrevista para Entertainment Weekly, explicó: “Durante un tiempo después de la serie, mucha gente me encasilló. Y me dolió mucho. Se pensaban que no hablaba inglés”. Y siguió: “No entendían que estaba interpretando a un personaje”.
Para empeorarla, su primer protagónico en el cine como Conan, el Bárbaro resultó un estrepitoso fracaso. La crítica la defenestró y el público pensó que gastar en una entrada para verla no valía la pena. Costó 90 millones y recaudó apenas 48, así que la idea de una secuela fue descartada.
Sin su papel en la serie ni otra película en puerta, el intérprete hawaiano se las vio complicadas para pagar las cuentas de su casa de Topanga Canyon, en Los Ángeles. “Estábamos muriéndonos de hambre después de Game of Thrones”, afirmó. “No pude conseguir trabajo. Es muy desafiante cuando tienes bebés y estás completamente endeudado”.
Afortunadamente en 2016 las cosas mejoraron y se convirtió en Aquaman para la película de Zack Snyder, Justice League. Fue un rotundo éxito que recaudó más de mil millones de dólares lo que implicó mil millones de razones para hacer una secuela. Para Momoa no fue difícil el personaje: aseguraba que se identificaba con él por su amor por el mar y su condición de forastero.
Con la fama comenzaron a trascender distintos aspectos de este actor de 1,93 m de altura. Se sabe que tiene un particular estilo de vestir donde suele elegir prendas de colores pastel. Algunas vez criticaron su estilismo y respondió, letal y certero: ”El rosa es simplemente un color hermoso. Y estoy bastante seguro de mi masculinidad. Realmente no me importa una mierda lo que piensen los demás”.
Orgulloso de sus raíces hawaianas lleva tatuada una media manga en el antebrazo izquierdo como tributo al dios de su familia, o Aumakua, un espíritu guardián, además de nueve filas de triángulos que representan dientes de tiburón. Otros tatuajes son menos hawaianos pero sí igual de significativos. En el pecho luce las iniciales de sus hijos, Lola y Wolf, y en su antebrazo, la frase “Mantenerse siempre borracho” en francés. También tiene otra frase: “Pride of Gypsies”, el nombre de la productora que inauguró en 2010. Para su colección también tiene unas líneas en su dedo medio que dicen “Diablo” y hacen honor a un amigo que falleció hace algunos años.
Además de amar los tatuajes, el musculoso actor ama las guitarras y, como Kiefer Sutherland y Richard Gere, las colecciona. Su gran tesoro es una Gibson Les Paul de 1959, anteriormente propiedad de Jimmy Page de Led Zeppelin; según Momoa, solo quedan 100 de ese estilo en el mundo y él posee la número nueve. Mientras grababa Aquaman era común verlo caracterizado mientras tocaba alguna canción con su guitarra. Durante la filmación aprendió a tocar el bajo y armaba dúos con Patrick Wilson, que es un gran batero. Además de la música suele pintar acuarelas -herencia de su padre- y escribir poemas.
Una característica física de Momoa es una cicatriz en la ceja izquierda. No fue por un accidente en el set, por alguna caída cuando era chico ni por un tablazo de surf. “Fue una locura”, explicó en una entrevista. “Un tipo me rompió un vaso de cerveza en la cara. Me dieron un poco más de 140 puntos en mi cara”. El actor se peleó con un hombre llamado Dominic Bando en el Bird Café en Hollywood, que, de acuerdo con su historia, estaba formando parte de la iniciación de una pandilla. Al agresor tuvieron que darle 15 puntos en la mano luego de la piña, lo que nos lleva a escribir sin temor a equivocarnos que Momoa es un auténtico “cara de piedra”.
No es la única herida que detenta. Antes de grabar Conan le comentó a un amigo que su cara se vería más creíble si tuviera la nariz quebrada. Su amigo confundió comentario al pasar con pedido explícito, le pegó en la cara y le quebró la nariz. Menos mal que Momoa no le dijo que quería saber que significaba el “me cortaron las piernas” de Maradona porque vaya a saber en qué terminaba.
Aunque Momoa da perfecto para interpretar intrépidos guerreros tiene un problemita que en su caso es problemón. Padece hipofobia, es decir miedo a los caballos. Así que cada vez que debe aparecer montando un brioso corcel hay que recurrir a un doble. Más de un viejo productor debe pensar: “Esto con Guy Williams no pasaba”.
En cuanto al amor, Jason se enamoró de Lisa Bonet cuando la vio en un episodio de The Cosby Show. El tenía 8 años y ella, 20; enganchadísimo hasta se dejó crecer las rastas en el pelo porque ella tenía ese look. En 2005 la conoció en un club de jazz en Nueva York. “Giré hacia mi amigo e hice como que gritaba. Había malditos fuegos artificiales en mi interior”. Empezaron a noviar y dos años después, los enamorados tuvieron a su primer hija en común, de nombre Lola Lolani. En diciembre del 2008 recibieron a Nakoa-Wolf Momoa. Este año y luego de 16 juntos anunciaron su separación. Pese a este final, su historia de amor vale la pena de ser contada, así que prometo al lector una próxima entrega. Pero por ahora, como decía el inolvidable Tato Bores: “Vermouth con papas fritas y good show”.
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