Es una tarde de enero y hace un calor sofocante. Hay apagones de luz por todos lados. Cuando me desperté, lo primero que hice fue llamar a Alejandro Dolina para preguntarle si tenía luz. Por suerte, era uno de los pocos privilegiados.
La entrevista estaba pactada para las 16 en su casa de Núñez. En la esquina, en un bar, me esperaban mis compañeros, Gastón y Matías. Ni bien los vi, los noté preocupados. Me recordaron, como si no lo supiera, que la persona a la que íbamos a entrevistar es muy especial, muy inteligente, y no le gusta que le pregunten tonterías.
Dolina es una persona normal, pero parecía que íbamos a una batalla a luchar contra uno de los más grandes. Y sí, íbamos a una guerra de emociones. Solo y de muy buen humor, el escritor de Notas al pie nos recibió en el comedor de su inmensa casa. Lo primero que me preguntó fue de qué íbamos a hablar. “De todo...”, le contesté. Y así fue.
—¿Alejandro Dolina o Negro Dolina?
—Es lo mismo.
—¿Dónde estamos y en qué momento de su vida se encuentra?
—En el presente. Es el único momento posible. “El ápice sigiloso del tiempo”, diría Borges. Después, el pasado y el futuro son creaciones nuestras. Lo único que hay es esto que vivimos ahora. Y estamos en el barrio de Núñez en un momento de mi vida que, como acabo de decir, es igual a todos. El presente es único. En cambio, el futuro es otra cosa, es más un pensamiento. El presente es inevitable; el futuro, en cambio, lo podemos dibujar, lo podemos soñar, lo podemos modificar, y estamos estirados hacia el futuro, como Héctor Grisetti, el arquero de Racing, cuando yo era chico: salía en todas las fotos y el tipo, estirado. De esa manera, decía Ortega y Gasset, que sin embargo no citaba al arquero Grisetti, a mi juicio injustamente, que estamos estirados hacia el futuro, porque nuestro presente está lleno de futuro: todo lo que hacemos está hecho pensando en el futuro. Nuestro cuerpo, por ejemplo, se prepara para el futuro, para el amor. El cuerpo nos dice que estamos listos para las actividades amorosas.
—Habló de dibujar. ¿Cómo dibujaría su futuro?
—No sé. Uno puede cometer errores gravísimos decidiendo el futuro. Así que a esa pregunta que vos me hacés, una voz atrás me dice: “Cuidado con lo que deseás porque por ahí te estás condenando”. A veces le preguntan a uno qué cosas cambiaría de lo que ha hecho, y por temor no cambiaría nada. Quién sabe si por gusto de cambiar, de mejorar o de estar mejor, o de aprovechar algún dato, cambiamos cosas y después nos perdemos lo mejor de nuestra vida. Me gusta decir esto: mis chicos no fueron planeados, nacieron. Ahora, yo no había planificado hijos y, sin embargo, si hubiera cumplido con mi planificación, me hubiera quedado sin lo mejor de mi vida.
—¿Qué fue lo primero que se le vino a la cabeza cuando se enteró de su paternidad no planificada?
—”Huy, que lío! ¡En qué lío me estoy metiendo!”. (Risas). Fue una sorpresa: sentí temor, pero también entusiasmo.
—¿Temor a qué?
—Temor a lo que es traer un hijo al mundo. Supongo que debería estar preparado, debería estar bien instalado, con todas las circunstancias favorables. La verdad es que nunca es así.
—¿Cómo eran sus circunstancias en ese momento?
—Difíciles. Como ahora. Pero lo que aprendí inmediatamente es que se trata de cosas que suceden y hay que aceptarlas, y disfrutarlas si uno puede. Y vaya si las he disfrutado.
—¿Cómo es su relación con sus hijos? ¿Cómo es como papá?
—Yo creo que bastante bueno. Mejor que como jefe, como compañero de trabajo. Yo soy un poco perezoso, indiferente ante las cosas; pero con los hijos no.
—¿Es indiferente o se hace el indiferente?
—En algunas cosas soy bastante indiferente y, en otras, desde luego, me hago el indiferente. ¿Quién no se ha hecho el indiferente alguna vez? Soy indiferente en cuestiones de oficina, digamos. Cuestiones que tienen que ver con los trámites, con los horarios, con la rutina, con los contratos. Eso me aburre mucho. Me importa poco, esa es la verdad. En cambio, no soy indiferente con lo artístico. Sí, sí... Si una cosa no me gusta me siento muy mal. Un error artístico que cometo, y cometo muchos, me pone mal.
—¿Y qué pasa si sale mal?
—Uno siente que estas cosas, que tienen mucho de teatrales, son siempre como una prueba, tienen algo de circo. ¿Y si me caigo desde la cuerda floja? ¿Y si ante una prueba X fallo? Si trato de causar gracia mediante unos ciertos procedimientos y estos no funcionan, ¿qué pasa? ¿Qué pasa con ese silencio? ¿Qué pasa con la torpeza? ¿Qué pasa si me olvido de algo que estaba planeado? El famoso temor artístico: ese temor a que ocurra algo, algún accidente, algún hecho fortuito, que venga a demostrar que uno es un imbécil.
—¿Recuerda el peor error, en el que se sintió un imbécil?
—No, no me acuerdo.
—Entonces no hubo tantos errores…
—Hubo tantos que no tuve tiempo para elegir uno. Voy de error en error, de manera que no es posible saberlo.
—Contó que no es de planificar, pero en un típico día suyo, ¿qué cosas no deben faltar?
—No hay una cosa que no deba faltar y que con esa ya estoy hecho. No. La vida es más compleja y por ahí uno elige la cosa que no debe faltar y una vez que la tenés, resulta que falta otra, y resulta que para que funcionara la cosa A era necesaria la presencia de B. La respuesta es que no lo sé. En realidad, no hago tantas elecciones por lo dicho hasta ahora: porque uno se equivoca mucho y la paradoja está a la vuelta de la esquina, y es mejor dejar que ocurran las cosas inexorablemente.
—Tiene 77 años. ¿Podría contarme cuáles cree que fueron los momentos bisagra de su vida?
—No, no podría, tendría que inventarlos (risas).
—¿El nacimiento de sus hijos no fue uno, por ejemplo?
—Sí, claro. Me estaba negando a una respuesta que yo creo que es posible. Así que, desde luego, el nacimiento de mis hijos. Dos sucesos diferentes. Después, la radio. Era un estudiante mediocre de Derecho y ahí estaba. En determinado momento salí de dar un examen, creo que era Derecho Constitucional II, que creo que aprobé incluso con cierta facilidad, y dije: “No vengo más”. No me interesa para nada.
—¿Por qué se anotó en Derecho?
—Qué sé yo. Ahí está: esas son las decisiones que uno toma creyendo que se está salvando la vida. Posiblemente la presencia de mis antiguos compañeros de secundario en la Facultad de Derecho me haya impulsado a buscar su presencia, su complicidad, sin darme cuenta, incluso, que ya no eran los mismos tipos. Y un día no fui más y empezó un momento de mi vida bastante difícil. No tenía trabajo. Mis amigos en general eran jugadores de póquer, tipos así. Pero un día me invitaron a una fiesta y junto con otros compañeros, que eran muy aficionados a los pasos teatrales, al humor, a las invenciones, la improvisación, en esa fiesta, con tres o cuatro más, recuerdo que estaba Antonio Ávila, Pablo Gerchunoff posiblemente, muchachos muy ingeniosos, muy rápidos, empezamos a improvisar. Eso causaba algún tipo de gracia. Y en esta fiesta, había un hombre que estaba trabajando en publicidad y me preguntó: “¿Vos qué estás haciendo? ¿De qué trabajás?”. ”De nada”, le dije yo, con toda veracidad. Me propuso que lo vaya a ver y empecé a trabajar en publicidad. Ese tipo era Manuel Evequoz. Gracias a la publicidad empecé a conocer muchos artistas y ellos me impulsaron realmente a que yo dejara esa pereza cósmica que tenía en aquellos años. Reanudé mis actividades de escritor aficionado, de poeta aficionado, que había abandonado por completo. Gracias a eso, gracias a Manuel, a la publicidad, a los muchachos que conocí y a las oportunidades que luego me dieron, pude hacer lo que pomposamente podríamos llamar una carrera. Y una carrera de felicidad, porque a mí me hace muy feliz hacer esto que hago, tanto lo de la radio como lo de la música o lo de la literatura. La literatura no sé si tan feliz, porque uno no está disfrutando mientras escribe, más bien está resolviendo problemas, entonces, no es gozoso. Tocar el piano sí lo es. En cambio, escribir no es feliz. ¿Y qué pasa si no se te ocurre nada? ¿Qué pasa si lo que se te ocurre no sirve? O peor, ¿qué pasa si te pensás que sirve, pero luego no sirve? Después descubrís algo que antes había permanecido oculto y que al descubrirlo te hace percibir la inutilidad de todo lo que estás haciendo. Y bueno, no sos feliz ahí.
—Hablando de escribir, ¿cómo parió su último libro, Notas al pie?
—Y... tardé como siete años.
—¿Siete años?
—Sí, sí. Borrando, cambiando, arrepintiéndome. Abandonando el libro. Recomenzándolo. Hablando con muchos amigos.
—¿Cómo es abandonar y retomar un libro en siete años?
—Es a cada rato, es todos los días. Por eso tardé tantos años en escribirlo, porque no es que me siento con responsabilidad.
—¿Qué opina de los escritores que escriben, por ejemplo, un libro en tres meses?
—Y... que vivan 100 años contentos. Son mucho más felices que yo. Y más prósperos, desde luego. Seguramente más talentosos. Yo no puedo, no puedo escribir en tres meses un libro simplemente porque no me sale, no porque haya tomado la decisión moral de no hacerlo: “Ah, yo no me vendo”. Sí que me vendo, claro que me vendo. Pasa que me vendo mucho más barato (risas) y me cuesta muchísimo más. Todos vivimos en un sistema capitalista; yo trato de ser un artista honrado, nada más.
—¿Por qué suspendió la gira que tenía prevista hacer en Mar del Plata?
—Hemos suspendido porque nos pareció mucho. Somos unos cuantos que estamos allí. Nos pareció que era imprudente hacerlo, que debíamos cuidarnos. Que yo debía cuidarme y debía cuidar también a mis compañeros no imponiéndoles una gira en la que podían salir bastante mal parados. Pero yo no tengo ganas de emitir ninguna opinión acerca de lo que debería hacerse. Sin embargo, acerca de lo que debo hacer, yo me parece que tengo todo el derecho, con 120 mil casos diarios, a tomar la decisión de no hacerlo. “Preferiría no hacerlo”, decía Bartleby, el escribiente, de Melville. Yo también le dije eso a esta gente de Mar del Plata: “Preferiría no hacerlo”. Y se enojaron mucho. Se enojaron, como si fuera una falta de seriedad suspender unas funciones porque hay 120 000 casos diarios de COVID. Bueno, ¿explíquenme en qué otro caso la suspenderían?
—Se tiende a afirmar que la pandemia vino para enseñarnos algo. ¿Qué cree que se aprendió de la pandemia?
—Aprender... Nadie aprende nada con esto. ¿Qué va a aprender? Igual que la gente que dice que en la calle se aprende. Yo estuve en la calle, pero mucho: no se aprende nada en la calle, en los colegios se aprende. Por eso los países tratan de fundar colegios y universidades, no boliches. El boliche está bien para ir a emborracharse, para levantar minas o lo que sea, pero no para ir a aprender ciencia. No se aprende nada. Y con la pandemia tampoco. ¿De esta vamos a salir mejores? Usted salga a la calle: ¿ve mejor al ñato de enfrente? Sigue siendo el mismo miserable. Pero uno mismo también se mira en el espejo y no está mejor; es posible que esté peor.
—¿Cómo ve a la sociedad hoy?
—Así (risas). Asolada. Si nos faltaban males aquí está la pandemia, que no sirve para mejorar, sino que incluso sirve para perfilar más claramente nuestros males: se nota más que somos canallas. Cuando hay pandemia nuestras mezquindades se notan más. No es que se haga uno más mezquino: es que tu mezquindad se nota. En un foro donde deberíamos ser consecuentes, generosos, cuidadosos, bueno, somos egoístas: si hay un lugar lo queremos para nosotros. Queremos ganar cada vez más, aun siendo ricos. No hace falta que yo detalle las miserias humanas. Pero cuando hay una pandemia se hace más patente.
—¿En dónde lo nota más?
—En todas partes. En la calle, en el mundo de los negocios, por ejemplo. ¿El mundo de los laboratorios tuvo algún gesto solidario con las vacunas con las que se han enriquecido? Por el contrario: cuando pudo apretar, apretó. El mundo de los negocios no tiene nunca un gesto solidario, contrariamente a lo que ocurría en el capitalismo de principios del siglo XX, por ejemplo, en donde lo manejaban personas; ahora lo manejan bandadas de accionistas cuya conducta ni siquiera es personal, porque es casual. A principios del siglo XX había algunos tipos dentro del capitalismo que incluso, por su propia conveniencia, advertían que era preferible ganar un poco menos para que el sistema no corriera riesgos. Estoy hablando de Henry Ford, de Andrew Carnegie, que además era filántropo. Henry Ford era una persona detestable, posiblemente, pero comprendía o comprendió en su momento que le convenía que sus obreros ganaran más para que el sistema funcionara mejor y sus obreros pudieran, por ejemplo, comprar los autos que él fabricaba. Y Carnegie un día dijo: “Al final, yo no estoy tan interesado en ganar dinero sino en hacer el bien que pueda”. Y resolvió hacer eso. Claro, quizás Carnegie tenía una idea muy filosófica de lo que significaba hacer el bien y por ahí se limitaba a regalar. Pero no está mal, por algo se empieza. Entonces regalaba órganos para que en las escuelas no tuvieran que cantar a capela. Fundaba teatros. Hacía obras de bien. Por ahí las hacía desordenadamente y por ahí, como hemos dicho al principio de esta charla, uno quiere hacer un bien y sale haciendo un mal, pero por lo menos el tipo quería hacer el bien, cosa que no se advierte en los Lehman Brothers, por ejemplo: que yo sepa, no han regalado órganos a ninguna escuela.
—Hablamos de soledad. ¿Está solo?
—No, no estoy solo. A menudo uno sí está solo. Tengo mis momentos de soledad y tengo muchos momentos de comunión con mis hijos, con parientes, con personas muy queridas, con mi pareja.
—¿Está en pareja ahora?
—No me lo dicen, pero podría decirse que sí.
—Ah, ¿no lo quieren blanquear?
—Espero que sí.
—¿Cómo es como novio?
—Qué sé yo. Para algunas soy fenómeno, para otras te juro que no. Ha habido distintas opiniones.
—¿Tiene algún requisito como prioridad?
—No, yo no soy de esos que andan pidiendo que el otro haga lo que no quiere. Qué me importa. Cuando uno está enamorado está enamorado de una persona, no de una clase de persona. A mí me gusta Fulana de Tal: eso me gusta, tiene nombre y apellido. Es personal: yo me enamoro personalmente, no de una categoría. Así que después, si tenemos suerte, esa mujer va a hacer cosas que van a colaborar en el funcionamiento de la pareja. Pero eso de andar sacándole la ficha... Qué sé yo. A lo mejor hay un aire de familia en todas las novias que he tenido. Ya soy una persona grande: no por mujeriego sino simplemente por viejo he tenido muchas novias. Lo que uno podría hacer es buscar si hay un aire de familia. Y a lo mejor, sí... (risas).
—¿Se sufre por amor?
—¿Y por qué otra cosa vamos a sufrir, siendo el amor una cosa tan importante y decisiva en la vida de las personas? Uno tiene que sufrir cuando viene la carta equivocada. Creo que es un estado de sufrimiento, el más intenso posible, muy parecido al sufrimiento ante la muerte de un ser querido. Es una soledad parecida. Hay quienes sufren menos; decía Macedonio Fernández que había placeres de juguetería y de ferretería, y había dolores de juguetería y de ferretería. Y dice que el que tiene deberes de ferretería puede ser que también tenga placeres de ferretería. Pero el que tiene solo dolores de juguetería, el que no es sensible, el que no tiene la piel suficientemente fina como para sentirse dolorido por las cosas que pasan en el mundo, tampoco ese puede aspirar a los grandes placeres. ¿Cómo es? ¿No te anotás para los dolores y ahora querés placeres de ferretería? No. En ese caso, creo que corresponde a su pregunta: se sufre por amor siempre y cuando seas sensible a los sufrimientos. Sufrir por amor es muy parecido al sufrimiento ante la muerte de un ser querido.
—¿Se puede reconstruir el dolor?
—No se reconstruye: uno se olvida. Como pasa con los muertos queridos. ¿Cómo sale uno de la muerte de su padre? No se repone nunca. No sale. Sigue viviendo y comprende que la vida es eso: una serie de dolores, tratar de disimularlos, de fingir que uno está pensando en otra cosa, cuando en realidad está pensando en que su padre se ha muerto.
—¿Extraña a sus padres?
—No.
—¿Le tiene miedo a la muerte?
—Claro que sí. A la muerte mía y a la muerte de mis seres queridos. La muerte es una institución detestable, ¿qué quiere que le diga? No me vengan acá con: “Eh, si viviéramos por siempre, nos aburriríamos”. Déjemelo a mí. Déjeme que yo me encargo de mi aburrimiento. Déjeme vivo que yo ya me voy a divertir. No se preocupe por mí. El dolor no se reconstruye; solo simulamos estar pensando en otra cosa.
—¿Cómo se lleva con la comida, se cuida?
—No, no cito muchos cuidados. La comida no forma parte de mi paleta de placeres: es un placer de juguetería.
—¿Y qué sí forma parte de su paleta de placeres?
—Te nombro uno solo: el amor. El amor es un placer y al mismo tiempo una actividad espiritual noble. Del mismo modo podría decirse del conocimiento y del pensamiento, y sus hijos son la actividad artística. Es decir, por un lado el amor, por el otro el arte, por el otro el pensamiento. Si me venís con un asado, no me importa en absoluto.
—Hablemos un poco de sexo: ¿cómo lo vive?
—¿El sexo? Con la mayor dignidad (risas). ¿Cómo no va a ser necesario? ¿Por qué no? ¿Qué decís, que no tiene nada que ver con el amor?
—A veces el amor va con el sexo y también puede haber sexo sin amor. ¿Coincide?
—Tratemos de hacer todo junto ya que estamos, con una persona que nos gusta y a la que amamos. Pero estoy de acuerdo: no siempre es lo mismo. Pueden haber aventuras que uno tiene con personas que no son amadas, pero tienen una gran importancia, una gran nobleza, aun con poca duración. Yo recuerdo en mi vida algunas historias de amoríos breves que, sin embargo, las recuerdo como algo luminoso y con agradecimiento. Pero estamos de acuerdo en que no es lo mismo.
—No es lo mismo tampoco tener sexo a los 20 que a los 70. ¿O sí?
—No lo sé. Como te expliqué antes, vivo en el presente. ¿Qué sé yo cómo era yo a los 20? No me puedo acordar. Posiblemente fuera más enérgico, más zonzo. ¿Cómo se casan esas virtudes con el amor? No lo sé. Y depende con quién, también. Qué sé yo a qué edad me voy a encontrar con la persona más indicada. A lo mejor a los 20 años estoy en la mejor edad, pero no tuve la suerte de encontrarme con la persona adecuada. Y luego a los 70, tal vez, uno está un poco pachucho, pero por ahí se enamora más. A mí me ha ocurrido eso muchas veces. Pero bueno, yo nunca hablo de esas cosas.
—Bueno, siempre hay una primera vez (risas). ¿No quiere hablar?
—No, no me gusta, porque involucra a las personas que están o han estado conmigo.
—Okey, cambiemos de tema. Hablemos de la palabra. ¿Cómo ve la palabra hoy en la sociedad?
—La veo demasiado periodística.
—¿Y al periodismo cómo lo ve?
—Cada uno hace lo que puede. No todos son iguales, pero evidentemente cuando digo “hoy es muy periodístico”, hoy quiere decir ahora, quiere decir ya, quiere decir, “nos ocuparemos únicamente de lo que se habla en el mercado”. Eso es hoy. En cambio, por ahí el pensamiento menos periodístico se preocupa de otras cosas menos urgentes. Para el pensador profesional, para el que sabe pensar, no todo es hoy.
—¿Cómo se hace para saber pensar?
—Construyéndose una personalidad compleja. Sosteniendo una mente compleja. Una mente compleja trabaja con un mazo de barajas muy grande, muy grueso. El que trabaja con tres barajas solamente tiene muy poco juego para jugar. En cambio, el que trabaja con las 52 cartas o con más, tiene complejidad. Y se pueden hacer muchos juegos con miles de barajas, infinitas combinaciones. Cuanto más contacto sea capaz de hacer una mente, cuantas más chispas pueda generar, cuanto más cruces, más compleja es esa mente y más interesantes son los pensamientos que de ella devinieren.
—¿Cómo ve a la Argentina hoy?
—Estamos como el tipo de las tres cartas. Yo se lo diría en una sola palabra si tuviera una sola palabra. Afortunadamente tengo muchas. Y me gustaría tener más para combinarlas mejor y acertar un diseño digno de este programa. Pero evidentemente estamos llenos de dificultades, dificultades históricas, dificultades que son quizás solo del presente, como la pandemia, por ejemplo. Y dificultades que son nuevas diría yo. O que están ahora más fuertes que nunca, por ejemplo, el odio y la grieta. Esta intensidad es nueva, no quiere decir que nunca haya existido. La grieta es histórica, es paralela a la historia de la Argentina. Hace algunos días encontré por casualidad, mejor dicho, alguien lo encontró y lo publicó en las redes, una especie de entrevista que hice con Juan Manuel Serrat, que un día vino a visitarme al programa. Yo no soy entrevistador, no hago nunca reportajes, soy muy malo, entonces quedó como una charla. Pero traté de hacerle preguntas y me di cuenta de que era pésimo haciendo eso. Y mirá lo que le pregunté; esto ocurrió hace unos 10 años, posiblemente. Le dije que había en el ambiente la sensación, tanto en España como en Argentina y en muchos otros países, de una tendencia hacia la izquierda del pensamiento general. Acá en Argentina ocurrió a partir del regreso de la democracia. Le dije que estaba de acuerdo en que efectivamente hay como un prevalecer de los pensamientos de izquierda, mayor cantidad de derechos, democracia, rechazo del fascismo en todas sus formas, etcétera, etcétera, pero le pregunté es si a él no le parecía que esa tendencia de aceptación de progresismo, vamos a decirlo así, no era demasiado conformista. No sucedía siempre, y cuando no se tocaran demasiados intereses. Que éramos todos progresistas hasta que hablábamos en serio: cuando se trataba de sueldos, de remuneraciones, distribución de la riqueza, etcétera, etcétera, ahí ya no éramos tan de izquierda. Esto revela varias cosas. Revela que en el aire prevalecían las ideas de izquierda: era un mundo de Serrat, era un mundo de carpas de maestros, era un mundo en que la Argentina había abandonado la dictadura, etcétera, etcétera. Y hoy pasa exactamente lo contrario. Lo glamoroso, lo que parece estar de moda, lo que parece ser aceptado por casi todos, como lo era entonces la democracia, como lo era entonces el progresismo, es el individualismo, cierto odio de derecha, cierto fascismo. Cómo han cambiado las cosas. Es decir, no solamente se ha contestado afirmativamente la pregunta que yo le hice a Serrat: si no será que cacareamos que somos de izquierda, pero cuando nos tocan los intereses somos de derecha. El mundo de los negocios, que antes parecía estar a favor de sentimientos muy progresistas, ahora ha encontrado simpatía del otro lado. El mismo glamour que antes le veían a la izquierda se lo ven a la derecha. Y los artistas glamorosos son personas de derecha. Piensan así. Y entonces, aquí vamos a la pregunta o al tema del odio: evidentemente la derecha tiene una forma más intensa de oponerse. La derecha procede siempre con instrumentos muy agresivos. No es lo mismo el discurso de un muchacho progresista, que tiene una biblioteca, que el de unos tipos de España. Yo no estoy haciendo ningún juicio de valor, pero evidentemente hay una intensidad más grande en la oposición que puede hacer la derecha. Y esto produce elecciones y una calle que se mira con desconfianza. Ese es, posiblemente, el peor de los síntomas en Argentina: un conflicto político donde no hay reglas, donde no hay respeto, desde luego no hay cariño, hay odio y mucho. Eso es peligrosísimo. Peligrosísimo, más para un país que si bien ha tenido esta grieta no es una grieta imposible de zurcir, como las que otros países han tenido, donde hay conflictos que van desde distintas nacionalidades, idiomas, intereses. Eso aquí no ha pasado. No ha habido conflictos raciales. Pero si no había, estamos tratando con mucho entusiasmo de construirlo.
—¿Cómo ve los dos próximos años del Gobierno?
—Bueno, iguales a estos. Van a ser muy difíciles.
—¿Cómo ve a la sociedad en relación a este Gobierno?
—Hasta ahora parece estar más cerca de no acompañarlo que de acompañarlo. No digo que no sea posible dar vuelta esta situación, pero yo no soy de opinar.
—¿Le da miedo algo?
—Sí, lo que va a ocurrir me da miedo.
—¿Qué cree que va a ocurrir?
—Va a prevalecer la derecha y el mundo de los negocios.
—¿Si tuviera que agradecer a alguien su presente, a quién se lo agradecería?
—Al grupo de personas que suele llamarse “el público”. Porque si no fuera por ellos yo no estaría trabajando. Nunca pero nunca, cuando digo nunca es nunca, tuve apoyo empresario, tanto en lo que se refiere a auspicios, como lo que se refiere a radios, emisoras, que hayan hecho una mínima apuesta por lo que yo traía. Mi primer trabajo fue a la una de la mañana: me dieron ese horario porque no tenían otro peor. Y así fue siempre. Porque yo estoy trabajando en la radio desde hace casi 35 años o más, porque estoy publicando libros, porque la gente me acompaña en eso. La gente es el público. El público que escucha ese programa, que lee esos libros y consume esa humilde muestra de arte o de pensamiento. Pero yo nunca tuve a nadie a quien agradecer. Ninguna radio, ningún empresario al que diga “le tengo que agradecer”. Yo trabajo ahora en una radio privada, la misma en la que trabajaba durante el gobierno de Macri. Trabajé también en otras. Que siempre, salvo en una ocasión, han sido radios privadas. Quiere decir que tampoco he tenido apoyo de los gobiernos. Algunos intendentes, algunos ministros me han invitado muy gentilmente a hacer charlas, conferencias, programas, del modo más estrictamente profesional. Seguramente muchos habrán tenido una simpatía personal conmigo y a esos les agradezco, pero más que nada le agradezco al público que ha puesto atención a eso que yo hacía. Si no, estaría trabajando de otra cosa.
—Para finalizar, ¿es feliz?
—No. Soy mortal, me voy a morir. La vida es una tragedia. No soy feliz. Pero muchas veces estoy contento y creo que la vida es maravillosa. Lo malo es que termine.
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