Comenzó a actuar cuando tenía 13 años. Hace tres décadas que se destaca en cine, teatro y televisión. Con la llegada de la pandemia paró de trabajar, como la mayoría de sus colegas. Para un apasionado de su profesión como Joaquín Furriel, no fue fácil frenar. Pero aprovechó el tiempo libre para dedicarse a su hija Eloísa, fruto de su relación con Paola Krum.
Ahora, el artista de 47 años se prepara para debutar el viernes 28 de enero en Ella en mi cabeza, una comedia escrita por Oscar Martínez y dirigida por Javier Daulte que protagoniza con Florencia Raggi y Juan Leyrado en el teatro Metropolitan Sura. Este estreno no solo es una revancha en su carrera, sino que representa todo un desafío ya que no tiene mucha experiencia actoral en este tipo de género.
En una entrevista con Teleshow, Furriel habla de su alegría por regresar a las tablas y abre su corazón para contar la relación que tiene con su hija adolescente. También explica qué metas le gustaría cumplir este año y qué lugar le da en su vida al psicoanálisis, uno de los temas que toca la obra.
—¿Cómo te preparás para el estreno de Ella en mi cabeza en este contexto de pandemia?
—Tengo muchísimas ganas de hacer teatro porque la pandemia se cargó con Hamlet: nunca fui consciente de que estaba haciendo la última función. Por la pandemia de repente se frenó todo y no volví al teatro. Tenía muchas ganas de hacer una comedia y cuando apareció esta obra de Oscar Martínez me encantó. Recuerdo que la había visto y me había gustado mucho. También me pareció que era una muy buena obra para hacer en este contexto: la pandemia nos quitó la posibilidad de estar juntos, de tener experiencias juntos. Y lo que ocurre en el teatro está más allá de la tecnología porque es un ritual, es una expresión artística.
—El público que irá a verte al teatro, ¿con qué encontrará?
—Seguro la va a pasar muy bien, se va a divertir mucho, a conmover. Es una hermosa puesta de Javier Daulte y con mis compañeros estamos haciendo un trabajo de mucha entrega. También es una revancha para mí: volver con una comedia es llenarme de alegría y felicidad porque en la pandemia no la pasé bien. A mí me gusta mucho lo que hago, me sostiene mi vida también, me da un sentido a la vida. Me gusta levantarme a la mañana y saber que tengo función de teatro porque lo hago desde los 13 años. Pero no es una actividad como quien puede jugar al fútbol, al ajedrez, correr o nadar: es una actividad en la que necesitás contexto, público. Entonces, estoy ilusionado. Además, hoy el teatro es un lugar muy seguro donde se respetan los protocolos, la gente usa barbijo, y los actores y actrices nos hacemos semanalmente los test de antígenos y PCR.
—Tu personaje tiene que hacer terapia con un psiquiatra por los problemas con su pareja. ¿Cómo preparaste el personaje? ¿En qué te sentiste identificado?
—Me di cuenta con esta obra, aunque yo me psicoanalizo pero no hablo de estos temas, que como actor no suelo elegir historias de matrimonios, de amor; por lo general hago personajes solitarios o que están padeciendo alguna situación extraordinaria. Muchas veces elijo el género, me gusta mucho el policial, el suspenso, el thriller psicológico. No tengo mucha experiencia actoral en problemas matrimoniales. Cuando volvía de ensayar, me ponía a ver una serie basada en Escenas de la vida conyugal, la película de Ingrid Bregman. También recordé mis relaciones: yo tuve una sola relación de muchos años con la madre de mi hija. En la obra, Adrián y Laura tienen una relación de diez años. Era interesante lo que pasaba en los ensayos con todos porque cada uno aportaba lo que comentábamos. Florencia Raggi tiene un matrimonio de hace muchos años, Juan Leyrado también, y Javier Daulte se casó hace seis, siete años y es psicólogo. Adrián siente que no puede vivir sin su pareja y tampoco puede vivir con ella. Algo tiene que modificarse, pero no sabe cómo. En ese laberinto de cierta neurosis, él tiene insomnio durante esta noche en que va a suceder la obra. Es muy gracioso lo que le pasa por lo que sufre. Esencialmente sufre porque no entiende. No hay nada más gracioso que cuando alguien cree que está explicando algo y no lo entiende. A mí me resulta fascinante, me río mucho.
—Recién dijiste que pensaste en tu relación más larga al ensayar. ¿Usaste tus propias experiencias del pasado para poder desarrollar el personaje?
—No. Es que no tengo una especie de vademécum, pero sí tengo varios de mis amigos históricos que tienen matrimonios de hace muchísimos años. Los escucho mucho: me gusta ver cómo viven, qué les pasa, cómo sostienen sus relaciones en el tiempo. Y a veces lo interpelo también con mi propia historia. Pero no hay nada muy directo. Aparece lo subjetivo, desde ya, porque mi trabajo es subjetivo. Creo que los actores arman un mapeo de un personaje y de repente el personaje se va revelando con toda la información que traés y también con la que incorporás. Sería más jugoso si te dijera cosas bien específicas de alguna relación amorosa que tuve. Lamentablemente no soy muy generoso en este contexto: me llevo mejor hablando con amigos.
—Siempre cuidaste mucho tu intimidad.
—Vivimos en un tiempo donde la intimidad no tiene mucho valor. Pero soy de una generación en la que para mí sí lo tiene, y en mi trabajo me ha hecho muy bien: creo que fue lo más saludable que encontré. A mí me funcionó tener una vida laboral y una vida fuera de lo laboral, que dialogan en parte, pero no. No sé cómo sería si todo fuese tan personal, tan autobiográfico, como estar generando una autobiografía de manera permanente. ¡Uff! No, no, no... Me agarra entre un agotamiento y una incapacidad porque no lo podría hacer.
—¿Qué lugar en tu vida le das al psicoanálisis?
—Es un espacio donde me interpelo con mucha libertad y donde no hay estructura. En la vida vamos armando al ser social, vas pasando diferentes momentos, es un poco como una ficción, una construcción ficcionada. La terapia me genera la posibilidad de volver al relato más incómodo, el que no tenés que quedar bien con nadie. Mismo en esta entrevista yo no sé si estoy también armando algo para tratar de caerte bien, porque en general lo que hacemos es para que nos quieran, es básico. Estos tiempos son especialmente obvios en ese sentido, lo han puesto todo, el sistema en el que vivimos necesita que todo sea mucho más estúpido. Mientras más estúpido, más fácil es todo, para comprar cosas, para generar que los problemas que tengamos sean materiales, todo está muy estimulado para que nos corramos… Cuando te metés en terapia y tenés ganas de ver qué pasa es como aprender a bucear. Vas bajando y la luz cambia, y al volver arriba podés reconocer otras luminarias. A mí me ha hecho bien. Por momento me ha llenado de frustraciones, pero lo necesito.
—¿Cómo fue tu experiencia en la pandemia?
—Aproveché para tener un tiempo que hasta ese momento no había tenido con mi hija Eloísa, que es adolescente, casi 14 años. Ella estuvo una semana conmigo y una semana con la madre, por todo el tema también de la logística del home school, porque era un lío mover todas las cosas y tal. Lo más positivo fue haber tenido tanto tiempo con mi hija. Y al no estar trabajando, con la energía colocada ahí, también estaba más tranquilo. Después no me resultó fácil no trabajar porque a mí me hace bien; me da sentido como te decía antes. Hoy empiezo a darme cuenta cómo fueron estos meses y tengo cosas positivas y negativas, siento que me hice cargo de muchas cosas. Este es un año muy atractivo en ese sentido, porque estoy haciendo una comedia en teatro comercial que tenía ganas de hacer desde hace muchos años. Y voy a grabar la segunda temporada de El Reino a partir de abril, otro proyecto muy interesante. En noviembre terminé de hacer la tercera temporada del Jardín de Bronce. Estoy pasando un momento lindo. Con el tiempo disfruto más de las cosas. En mi caso siempre tuve un vector de la exigencia, por eso estoy tratando de bajar ese umbral para aceptar las cosas cómo son y disfrutarlas más, tratar de asumir la dinámica que tiene estos tiempos también. Yo tenía un proyecto y de repente se modificó. Bueno, en vez de sentir angustia, entiendo que este es el mundo en el que estoy viviendo, no es otro, es un mundo donde todo cambia muy rápido y a veces, proyectar mucho no tiene tanto sentido.
—El Reino muestra el lado oscuro de la política y de la religión. ¿En tu vida, qué lugar ocupa la fe?
—En mi vida cultural ocupó un lugar muy importante porque tengo una familia católica. Yo fui monaguillo, íbamos a misa todos los domingos. Después leí El Anticristo, de Nietzsche, y ya la cosa cambió. Tuve una adolescencia bastante punk, y la religión con los punks no van de la mano. La política me parece fascinante. Me interesa muchísimo leer sobre política, pero más me interesa la sociología y la antropología. Pero las religiones son los grandes temas de nuestra especie. En la pandemia aproveché para leer e hice un curso medio improvisado de religiones comparadas porque me compré los grandes textos de todas las religiones y empecé a leerlos para cruzar información a ver cómo era. A mí la religión y la política me parecen fascinantes, y creo que El Reino lo que propone es una ucronía muy interesante. Espero que sea imposible en Argentina pero bueno hay que estar atento. Interpretar a Osorio para mí fue un hermoso desafío de un personaje aparentemente muy silencioso que está todo el tiempo trabajando.
—¿Pero en cuanto a la religión, sos practicante?
—No, no. Me corrí un poco del orden de lo institucional. Hoy creo que soy una persona agnóstica. No le digo con ninguna felicidad: me gustaría tener fe en algo porque te ordena. Pero al menos tengo fe en la actuación, en lo que hago, tengo otras creencias. Me quedó en el amor también: el amor con mi hija, con mis afectos. La religión es un tema muy delicado y tengo amigos que son practicantes de diferentes religiones. Me interesa mucho la diversidad, eso enriquece mucho a las personas, no la segmentación.
—Recién hablaste de tu hija, ¿cómo es el rol de ser papá de una adolescente en el 2022, en un mundo tan complejo?
—El mundo cambió y es muy diferente al mundo que teníamos nosotros cuando era adolescente, así que es muy difícil setear la información para ver de qué manera acompaño al crecimiento de mi hija. No, no tengo una postura muy clara. Por ahora te diría que la estoy pasando muy bien. Hasta ahora viene todo bárbaro, la veo muy bien, está con cosas que le gusta mucho hacer. Creo que encontrar actividades que le den identidad a los adolescentes es una de las mejores respuestas a este mundo que está tan desangelado.
—¿Ella te va a ver al teatro, mira tus películas y te critica?
—Sí, en mi trabajo no estoy exento de que me critique mi hija, en definitiva lo que hago es para que me critiquen para bien o para mal. Pero yo soy actor, si tuviese otro oficio compartiríamos un poco más, un poco menos. Hay veces que vemos cosas juntos y ella me dice: “¡Papá, me embolé!”. Entonces, yo la sigo viendo (risas).
—Sé que no te gusta hablar de tu vida privada, pero igualmente te pregunto si hay una Laura en tu vida, algún amor.
—Es muy difícil que te pueda contestar. La obra invita mucho a poder hablar en términos bien personales, pero bueno... no me sale: no sabría ni cómo decirlo. Además que ya no tengo ese ejercicio de hablar de eso, entonces no sé ni cómo se habla. Voy a llamar a algunos colegas a ver cómo lo hacen (risas).
—¿Por qué decidiste no exponerte?
—Creo que ustedes saben a quienes nos gusta hablar de nuestro trabajo y a quienes no. Cuando hice el conservatorio me ayudó mucho para estudiar y todo. Entonces cuando empecé a trabajar en televisión, no sé si tenía claro lo que quería hacer, pero sí tenía muy claro lo que no quería. De hecho nunca fui tapa de revista, solo por alguna de las novelas que hice como galán. No entendía, no lo sentía, no por una postura: de verdad me pongo nervioso, no sé qué carajo decir y no me reconozco ahí. Bueno, hoy ya es diferente porque soy más grande y hago prensa solamente cuando estoy promocionando algo laboral, fuera de eso no hago prensa. Entonces son cosas que también me organizan a mí y también van organizando a todos, porque ustedes saben también perfectamente qué es lo que al público le interesa más de una persona o de otra persona.
—¿Este año te pusiste alguna meta en lo laboral o en lo personal?
—Me encantaría poder ir a Qatar, al Mundial, y ver a Messi: probablemente sea uno de sus últimos mundiales. Me gusta mucho el fútbol como deporte y como fenómeno cultural. Además me encantaría subir al volcán Ojos del Salado, que está en Catamarca. Es una muy linda exigencia física. El montañismo siempre me hace bien.
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