Una discusión en el auto, unas palabras de amor y un disparo silencioso a la madrugada: la absurda muerte de Claudio Levrino

A comienzos de los 80 era el actor del momento. Y hacía temporada teatral en Mar del Plata, repitiendo el éxito televisivo de la novela Un mundo de veinte asientos. Hasta que una madrugada estaba con su esposa, Cristina del Valle, cuando la tragedia inesperada sacudió a todo un país

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Claudio Levrino
Claudio Levrino

Esa discusión no tendría que haber ocurrido esa noche.

Y él no debería haber tomado la pistola Beretta calibre 22 de la guantera porque ese auto no tendría que haber estado allí, detenido en una esquina más de Mar del Plata. Ni ella, su esposa, ubicada en el asiento del acompañante.

El mecanismo del arma no tendría que haberse accionado: no había motivo para hacerlo. Y entonces la bala no hubiera salido de la recamara en la que se ubicaba; aprisionada, inerte, permanecería inofensiva en su quietud.

La bala, además, podría haber recorrido otra trayectoria: tenía una infinidad de opciones azarosas para terminar perdiéndose sin rumbo, ni ocasionar daño alguno, en la penumbra de esa madrugada del 18 de enero de 1980. Sin embargo, no lo hizo: siguió el único camino que podría desembocar en una tragedia.

Podrían haber sucedido millones de cosas. Pero sucedió una sola. Y de ese modo -obra del desatino, del absurdo, de la incongruencia- culminaría una vida en todo su esplendor. Porque lo que no tendría que haber estado esa madrugada es esa pistola, en esa guantera, en ese auto, en esa calle... Y en esa mano. Ante Claudio Levrino. Frente al espanto de Cristina del Valle.

La antesala del dolor

El éxito de la novela Un mundo de veinte asientos -con su colectivero Juan Arregui- en 1978 le había permitido a Levrino desembarcar esa temporada en Mar del Plata como una de las grandes estrellas del momento, a sus 35 años. En rigor, en La Feliz se subía al escenario del Teatro Provincial para protagonizar la obra No pises la raya, querida, junto a Rodolfo Bebán, Alberto Martín, Gabriela Gili -coprotagonista en Un mundo de...- y Beatriz Bonnet, entre otros, pero en Miramar disfrutaba de la vida familiar con su esposa y su hijo, Federico. Y todos los días recorría los casi 50 kilómetros que separan las ciudades en su Ford Taunus.

Gabriela Gili y Claudio Levrino, figuras de Un mundo de veinte asientos
Gabriela Gili y Claudio Levrino, figuras de Un mundo de veinte asientos

En el viaje de ida, el actor manejaba a plena luz del sol; en el regreso lo hacía en la oscuridad más profunda. Por esa razón -o al menos, la que esgrimía- había decido portar un arma, temiendo ser víctima de un hecho delictivo. Pero dos situaciones encendieron las alarmas de la actriz. Cierta vez Levrino la habría exhibido, amenazante, ante el chofer de un colectivo, furioso por una maniobra desafortunada en el tránsito. Y en otra ocasión los hijos de ella -Federico y Patricio, de una relación anterior- habían jugado con la pistola, al encontrarla en una bolsa de plástico. Ella sabía que a su marido le habían dado un arma ese verano. “(Pero) él la metió en un cajón y la cerró con llave. No la volví a ver hasta que un día mi papá me toca la puerta y me dice: ‘¡Cristina, los chicos!’. Estaban con la pistola”.

Ese 17 de enero Levrino cumplió con la doble función a sala llena, pese a una jornada que había resultado accidentada. Llegó al teatro casi sobre la hora en la que estaba previsto que se levantara el telón por primera vez, a las 20. En camarines los productores le informaron sobre la presencia en las primeras filas del presidente de facto Jorge Rafael Videla, acompañado por su esposa. Rato antes el Taunus le había jugado una mala pasada al actor: se descompuso justo cuando llevaba a Del Valle al aeropuerto. “Te vas a perder el avión...”, le dijo, resignado. El coche quedó varado en las inmediaciones de Playa Grande, a la espera del auxilio mecánico. Y Del Valle no pudo alcanzar el vuelo.

En un almuerzo histórico, Mirtha Legrand recibe en su mesa a los grandes protagonistas del momento. Sentado a su izquierda, Levrino. Enfrente, Ástor Piazzola junto a Graciela Alfano. Del otro lado, Thelma Biral y Jairo. ¿El muchacho de rulos? Diego Maradona
En un almuerzo histórico, Mirtha Legrand recibe en su mesa a los grandes protagonistas del momento. Sentado a su izquierda, Levrino. Enfrente, Ástor Piazzola junto a Graciela Alfano. Del otro lado, Thelma Biral y Jairo. ¿El muchacho de rulos? Diego Maradona

Al culminar las funciones los dos cenarían en el club Mitre junto a Bebán y Gabriela Gili, íntima amiga Cristina. Ya era la una de la madrugada del viernes 18 de enero cuando en medio de la animada conversación, Gili se habría hecho eco de la preocupación de la actriz, quien ese mismo día había mantenido un entredicho con Levrino por la peligrosidad de contar con una pistola. “A las armas las carga el Diablo...”, dijo su compañera de la obra. “Y las descargan los boludos...”, respondió el actor. Los cuatro coincidieron, no obstante, en la inquietud por la inseguridad: se habían registrado varios robos en distintas obras que se presentaban esa temporada en Mar del Plata.

El reloj marcaba las 2:30 cuando Claudio y Cristina -quienes habían protagonizado aquel suceso llamado Amar al ladrón- subieron al Taunus reparado velozmente, de regreso a su casa de Miramar. Se enredaron en una nueva discusión por el arma hasta que llegaron a la esquina de España y Falucho, unas pocas cuadras más adelante. El actor detuvo el coche. Le pidió a su esposa que abriera la guantera y tomara la pistola. Al parecer, buscaba convencerla de que, utilizada de la manera correcta, no existía ningún peligro.

La tapa de la revista Gente, con la palabra de Cristina del Valle
La tapa de la revista Gente, con la palabra de Cristina del Valle

“La agarré con la funda y se la di -relataría mucho tiempo después la actriz, en el programa Incorrectas-. Él me dijo: ‘Ante todo quiero decirte que no comí postre, pero ya tengo mi postre’. Me dio un beso. ‘Vos sos mi postre, te amo y voy a darte el gusto’, me dijo”. Levrino le quitó el cargador y, antes de llevar la punta del cañón a su propia sien, quiso persuadirla: “¿Ves? Ya no sirve para nada”. Serían sus últimas palabras. Los truenos que azotaban la ciudad aquella noche parecieron confundir el propio ruido del disparo, provocado por una bala que había quedado alojada en la recámara. “No hubo fogonazo ni nada de eso. No me di cuenta hasta que vi una gota de sangre en su pantalón. Abrí la puerta del auto y empecé a correr”, relató Cristina.

El estremecedor relato de Cristina del Valle sobre la muerte de Claudio Levrino (Video: Incorrectas, América)

Un policía la ayudó a cargarlo en un taxi. A los 15 minutos llegaron a la Clínica Pueyrredón. La sangre emanaba por un orificio de 3 milímetros de diámetro, ubicado a centímetros de la oreja derecha del actor. Pocas horas después un médico se acercó a Del Valle y le entregó una hoja en blanco. “¿Qué es esto?”, preguntó, agregando otro desconcierto. “Así está el cerebro de su marido”, graficó el doctor. La agonía se extendió por dos días. Nada pudieron hacer especialistas como Alfredo Cahe, cercano a la familia, o el prestigioso neurocirujano Raúl Matera, que interrumpió sus vacaciones en Uruguay para atenderlo. Claudio Levrino murió el domingo 20 de enero de 1980.

A la semana siguiente una multitud acompañó el cortejo hasta el Cementerio de la Chacarita. Al ver pasar el coche fúnebre, los colectiveros hacían sonar las bocinas en homenaje al galán de los ojos azules -como lo llamaban- que los había personificado en la televisión. Pronto la Justicia archivó la causa. Ningún indicio alejó la hipótesis trazada desde un principio: muerte accidental. Las pericias realizadas comprobaron que solo Levrino había manipulado la pistola.

La trágica muerte de Claudio Levrino llegó a la tapa de los principales medios de la época, como Radiolandia 2000
La trágica muerte de Claudio Levrino llegó a la tapa de los principales medios de la época, como Radiolandia 2000

Del Valle se sumergió en la depresión: “Me quería morir. Por Claudio y también por lo que vi, por lo que pasé...”. Sus hijos le rogaron: “Mamá, por favor... no te mueras vos también”, y le aconsejaron que volviera a trabajar. No del todo convencida, escuchó una propuesta de Hugo Moser: había un papel, un personaje. “Pero no te lo puedo dar a vos”, le avisó el director. “¿Por qué no?”, se sorprendió. “Porque tenés que correr a tu marido con un arma...”.

Puede que Cristina haya dudado. O que repara entonces en que podrían sucedido un millón de cosas en aquella madrugada, cuando terminó pasando una sola. Sucedió que estaba viva. Entonces suspiró: “Soy actriz”, dijo. Y mirándolo a Moser, exigió: “¡Venga, deme el papel!”.

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