Su nombre artístico era Gabriela Gili, su nombre real era María del Valle, aunque desde pequeña todos la conocían como Cuca. Nació el 23 de enero de 1945 en la ciudad santafesina de Wheelwright. Pero a los seis años se instalaron con sus padres en la localidad bonaerense de San Martín. Pedro, su papá era jefe de Correos. En sus ratos libres le gustaba criar gusanos de seda. María no podía evitar la risa cuando veía que su papá se iba a trabajar con algún gusano de seda agarrado a su saco. De su infancia en Santa Fe conservaba la costumbre de hacer casitas de ramas para los sapos.
La nena de ojos color cielo no iba mucho al cine, pero pasaba horas escuchando radioteatros. Admiraba a Lolita Torres y la imitaba frente al espejo. También idolatraba al actor Tony Curtis, el destino la cruzaría con un hombre cuyos ojos serían igual de impactantes.
Cuca entró a la adolescencia. En la escuela primaria y el secundario solía actuar en todos los actos escolares. Le gustaba la psicología y también estudiaba para ser maestra, pero la actuación estaba ahí y en paralelo se formó en el Conservatorio de Arte Dramático.
Su ingreso a la televisión fue por casualidad o quizá por destino. En broma le hicieron una prueba de cámara. Pero el que la realizó era Edgardo Borda, el director con mayor trayectoria de la Argentina que inmediatamente se percató del potencial de esa rubia de mirada angelada.
Debutó en la telenovela Estrellita, esa pobre campesina donde era la malvada Angelina que maltrataba a la humilde Estrellita (Marta González).
Aunque no era la protagonista, se hizo notar. En el reino de la telenovela comenzó a reinar. Llegaron roles principales en Yo compro a esta mujer, Una vida para amarte, Así en la villa como en el cielo, Así amaban los héroes, Esta mujer es mía, Una luz en la ciudad. En todas se lucía no solo por su cara objetivamente hermosa, también por sus dotes interpretativas.
En su carrera solo conocía los aplausos, pero en su vida privada comenzaba a anidar cierta melancolía compleja. Sus padres se habían radicado en Montevideo y se sentía sola. Trataba de amenguar su tristeza tomando clases de yoga y leyendo poesías de Neruda y García Lorca. Fue en esa época que también habrían comenzado ciertos trastornos alimenticios. Así llegó al consultorio de Carlos Murúa, un médico especialista en nutrición que le recetó vitaminas y “un gran amor” para su corazón. Paciente y médico se enamoraron y se casaron. En 1971 nació Leonardo, su primer hijo.
La fama no dejaba de acompañarla. Aunque se definía como “un producto de la televisión”, su rostro llegó al cine. Protagonizó El profesor patagónico, junto a Luis Sandrini; y dos superproducciones históricas: Güemes, la tierra en armas dirigida por Leopoldo Torre Nilsson y Argentino hasta la muerte con Roberto Rimoldi Fraga. Tres películas, tres éxitos.
En 1972 conoció a Rodolfo Bebán. El galán arrancaba suspiros a los televidentes. Los convocaron para protagonizar Malevo. Al comienzo solo eran buenos amigos. El matrimonio de Gili con Murúa estaba en crisis por la incompatibilidad de horarios y compromisos laborales. En 1973, llegó el divorcio. En los pasillos se rumoreaba de un romance entre Gili y Bebán, amor que el tiempo confirmó. El hombre que se consideraba “bastante difícil, soy un poco duro o frío”, el galanazo que admitía haber tenido tantas parejas que “me alcanzan para esta vida, para la que viene, y en l próxima no me vuelvas a preguntar porque te voy a contestar ‘todavía tengo’” estaba enamorado. En 1974, los actores confirmaron su amor. Las revistas de la época se peleaban por tenerlos en portada. No era para menos tan bellos como talentosos eran garantía de ventas y buenas historias. Si le preguntaban a Bebán si se había enamorado mientras grababa contestaba “No grabando, uno se enamora viviendo”. Para confirmar ese amor llegó Facundo, el segundo hijo de la actriz y primero del matrimonio. En 1976 nació Daniela y al año siguiente, Pedro Emiliano.
La actriz cumplía su sueño de formar una familia. La vida parecía solo sonreírle. En 1978 con 33 años le llegó la propuesta de protagonizar Un mundo de veinte asientos. Una historia de amor centrada en Juan, un colectivero de la línea 60 interpretado por Claudio Levrino y su amor por Victoria. Esta nueva propuesta volvió a generar un furor similar al de Malevo. Como Rolando Rivas exploraba el amor entre gente común, algo que hasta ese momento no era frecuente.
El 18 de enero de 1980 mientras se encontraba en Mar del Plata haciendo temporada, Gabriela Gili y Bebán fueron a cenar con Levrino y su esposa, Cristina del Valle. Charlaron un poco de todo, pero en un momento del Valle les contó que había discutido por un arma que él había comprado ante una ola de robos en la zona. Al escuchar el relato, Gabriela interrumpió con un dicho/advertencia. “Ay, Claudio, por favor, las armas las carga el Diablo”.
Ambos matrimonios se despidieron. Gili no sabía que sería la última vez que vería a Levrino. Horas después el actor se pegaría un tiro accidental manipulando el arma en su auto. Moría dos días después.
La muerte del actor dejó truncos varios proyectos. Una nueva novela y una película basada en Un mundo de veinte asientos. La tristeza volvió a rondar a Gili que intentaba superarla. Fue parte de otros programas como Crecer con papá y Amar al salvaje. En 1984, junto a Claudio García Satur y con dirección de Hugo Moser protagoniza Historia de un trepador. En 1988 realiza actuaciones especiales en Pasiones, la novela con Grecia Colmenares y Raúl Taibo.
Para sobreponerse a esa tristeza que la rondaba consultaba distintos profesionales, estudiaba canto y componía algunas canciones con su guitarra. La familia pasaba los veranos en Mar del Plata, muchas veces haciendo temporada teatral. La carrera de él siguió en ascenso, mientras que a la actriz se la empezó a ver menos. En la década del 80, la televisión buscaba historias más realistas sumado al destape sexual y heroínas inocentes como las que encarnaba Gili no tenían lugar.
El 29 de diciembre de 1991, en ese tiempo suspendido que son los días entre Navidad y Año Nuevo, mientras descansaba en su cama Gili falleció sorpresivamente por una insuficiencia cardíaca. Las crónicas de la época mencionaban una supuesta depresión crónica de la artista. Solo muchos años después Rodolfo Bebán mostró el dolor que le generó la partida de su compañera por 17 años admitía que “el amor de mi vida fue Gabi” para reconocer que “Fue un deterioro lento y extendido en el tiempo, verla desaparecer de a poco fue algo terrible. La peor parte la llevaron los chicos, porque era una mujer muy joven, hermosa como ser humano, una madre impresionante. Ellos eran chiquitos, tenían una devoción por la madre, ella era una especie de ángel, en todo sentido”. Un ángel que anduvo por la tierra hizo su magia y voló demasiado pronto.
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