Los que en estas últimas semanas vimos El poder del perro no pudimos menos que abstraernos unos segundos de la trama cuando apareció Kirsten Dunst. A los 39 años, la rubia presenta esa belleza madura de los que han vivido y vivido mucho. Casi sin palabras se apodera de la pantalla con algo sutil y poco marketinero: talento.
Cada vez que Inés Ruppercht miraba a Kirsten, su pequeña hija, pensaba: “¡Qué bonita es!”. Luego sonreía y se decía: “Bueno, todas las madres creemos que nuestros hijos son los más hermosos”. La diferencia es que a ella se lo confirmaban: “Esta nena es una belleza, deberías llevarla a un casting”, le sugerían los conocidos que visitaban su galería de arte, pero también desconocidos que la cruzaban en el supermercado, en la plaza y hasta la paraban por la calle. Cuando Kirsten cumplió tres años, Inés la llevó a una prueba. Entraron con expectativas y salieron con una realidad inimaginable: un contrato con las agencias de modelos Ford y Elite. La nena comenzó a modelar para casas de ropa infantil y apareció en más de 70 comerciales. ”Me gustaría mantener ocultos unos cuantos”, reconocería muchos años después.
A los siete años, Dunst participó en Historias de Nueva York, de Woody Allen. De ese trabajo recuerda una anécdota entre graciosa y patética: “Estábamos en el set y Allen le trajo un helado a su hija Dylan, pero no trajo ni para mí ni para otro chico... Era un tipo simpático, dulce. Es talentoso; lo admiro como realizador. Pero me cuesta respetar a alguien que puede criar a una hija y tener una relación con ella”.
Kirsten crecía pero no era fácil crecer. En 1993 sus padres se separaron porque no se ponían de acuerdo en cómo repartirse el dinero que ganaba la nena. Su mamá decidió abandonar Nueva Jersey para instalarse en Los Ángeles, donde su hija tendría más oportunidades laborales y ella, menos dinero que repartir.
A los 12 años Kirsten pensaba que a lo sumo conseguiría un trabajo en una serie pero entonces le llegó el gran éxito con el filme Entrevista con el vampiro, donde -siendo la vampiresa Claudia- compartió cartel con Brad Pitt, Tom Cruise, Antonio Banderas y Christian Slater.
En esa película le tocó besar a Pitt. ”Fue solo un pico. Todo el mundo me decía ‘qué afortunada sos por besar a Brad Pitt’. Pero me pareció asqueroso”. Por entonces, nadie que le haya hecho ese comentario se detuvo en las edades: el actor tenía 31 años y Kirsten, tan solo 11. “Brad y Tom eran como mis hermanos mayores en el set, así que fue como besar a un hermano, espantoso”. Como Pitt tenía el pelo largo, ella pensó que “era un tipo muy hippie y que tenía piojos”. Años después ella razonó sobre su razonable respuesta: “Si hubiera dicho que sí, que me gustó, me habrían acusado de ser una pequeña psicótica”. Si bien el beso no es su mejor recuerdo -de hecho no volvió a besar a nadie hasta los 16-, conserva otro mucho más dulce. Todos los años, Tom Cruise le envía una torta de coco para Navidad.
Como muchos chicos que empiezan su carrera de pequeños, Kirsten vivía cierta dualidad. Por un lado su mamá la acompañaba y le llevaba fideos caseros -sus favoritos- a todas las filmaciones, pero por otro la agobiaba. “Cuando salí de hacer la prueba para Entrevista con el vampiro, mi profesor de interpretación había estado escuchando en la puerta. Así que mi madre me obligó a volver a entrar, se disculpó con la gente del casting y me hizo repetir la prueba”. Su papá tampoco era más liviano. “Era un hombre muy estricto; si sacaba un siete en un examen de matemáticas, me preguntaba: ‘¿Por qué no sacaste un 10?’. Heredé esa férrea ética, el sentimiento de que aunque tengas un gran éxito nunca será suficiente”.
Con Hollywood a sus pies, Dunst no dejó de filmar. En 1994 fue parte de Mujercitas y al año siguiente de Jumanji. En 1998 protagonizó Pequeños guerreros. Sus siguientes papeles demostraron que era mucho más que una joven promesa. Protagonizó Vírgenes suicidas y la comedia Triunfos robados. La película fue defenestrada por la crítica pero con los años se valoró que fuera una de las primeras donde las porristas eran algo más que bonitas. Filmó The cat’s meow y por su trabajo ganó el premio de mejor actriz en el Festival de Mar del Plata, algo de lo que, parece, nunca se enteró.
A comienzos de siglo le llegó el papel que la haría megafamosa. La eligieron para ser Mary Jane Watson, la novia de Peter Parker (el alter ego de Spider-Man), imponiéndose a la carismática Kate Hudson y a la convenientemente pelirroja Alicia Witt. Lo más difícil no fue superar el casting sino lo que vino después. Uno de los productores le pidió que visitara a un odontólogo para que le enderezara los dientes y luciera “una de esas perfectas sonrisas de muñeca”. Ella se plantó y con su mejor sonrisa -aunque para los estándares de belleza, imperfecta- dijo que jamás lo haría y explicó por qué. “Sofía cree que son geniales. Los dejaré así'”. Sofía no era otra que Sofía Coppola, quien la dirigió en Vírgenes suicidas y le advirtió: “Me encantan tus dientes, nunca te los arregles”.
Otra situación que aceptó pero con el tiempo la sublevó fue la disparidad salarial. “La diferencia entre lo que ganó Tobey Maguire y yo era muy extrema. Ni siquiera lo pensé. Yo estaba como: ‘Oh, sí, Tobey está interpretando a Spider-Man’. ¿Pero sabés quién estaba en el segundo póster de Spider-Man? Spider-Man y yo”, comentaba con una sonrisa y señalándose el pecho. A ella le pagaron siete millones de dólares, pocos si se los compara con los 17 que recibió su compañero que a su vez, se llevó un porcentaje de la recaudación. La diferencia no era solo salarial, también estaba el trato. Mientras todos se referían a su compañero como Tobey, ella, que ya había protagonizado varios éxitos, solo era “la chica”.
Pese a las broncas, Tobey y Dunst inmortalizaron un beso que se transformó en uno de los mejores de la historia del cine. Mary Jane se encuentra con su salvador, que cuelga cabeza abajo, le sube la máscara a la altura de la nariz y le da un apasionado beso. La escena transcurre bajo una lluvia torrencial y en pantalla se ve genial, pero Toby tuvo que recurrir a sus mejores dotes de actor para fingir que fue algo agradable y dulce. En realidad estaba casi ahogado por culpa del agua que le entraba por la nariz y porque su compañera no lograba correrle la máscara.
Después de Mary Jane, Dunst fue una de las alumnas de Julia Roberts en La sonrisa de Mona Lisa. En el set coincidió con Maggie Gyllenhaal que le dijo “tengo un muchacho para presentarte”. El candidato resulto ser Jake Gyllenhaal. Estuvieron juntos desde 2002 a 2004. Nunca se supo muy bien por qué rompieron. Se dijo que a Jake le gustaba más Hollywood que el compromiso y que Kirsten prefería más la vida real. Vaya a saber.
En 2006 se volvió a poner bajo la dirección de Sofía Coppola y filmó María Antonieta. Hasta ese momento parecía que lograba esquivar sin problemas el destino estrellado de otras estrellas precoces como Drew Barrymore o Juliette Lewis. No se le conocían escándalos sexuales ni descontroles con drogas o alcohol, pero a los 27 años comenzó a sentirse agobiada por todo. Los días dejaron de ser luminosos para ser oscuros. Vivió seis meses así hasta que comprendió que estaba atrapada por esa enfermedad que no sangra pero te desangra el alma: depresión.
Se internó voluntariamente en el Centro de Tratamiento Cirque Lodge de Utah. Buscó sanar y sanó. “Abracé mi historia, como nunca había hecho antes, porque estaba marcada por el dolor. Me encantaba actuar y era feliz trabajando de niña, pero mirando hacia atrás, mi felicidad siempre venía de complacer a otras personas. Venía de satisfacer al director, a mi mamá o a mi entrenador de actuación, no a complacerme a mí misma”. Cuando logró sanar, lejos de esconderse contó su lucha contra la depresión para poner de manifiesto los problemas que afrontan tantas mujeres triunfadoras y para acabar con los rumores que aseguraban que tenía problemas con las drogas o el alcohol.
Kirsten es de esas actrices que, como la describió un periodista, “puede participar en películas vergonzantes sin dar vergüenza jamás”. Así la podemos ver en una comedia liviana como Wimbledon o en el drama Sweet Reliefe, como una pacifista asesinada por una bomba suicida en Bagdad. Ella reconoce: “Me ofrecen mucha mierda, no soy el tipo de actriz a la que ofrecen los mejores papeles”. Por eso, a veces “simplemente me toca esperar” hasta que llega un papel como su Rose, en El poder del perro.
Para ese personaje, que ya se vislumbra con destino de Oscar, aprendió a tocar el piano, suavizó su voz, sus modales y pasó largas jornadas en silencio. “Benedict (Cumberbatch) y yo no nos hablábamos durante el rodaje. A veces, no hablaba con nadie para que se me hiciera un nudo en la garganta. Te sientes muy pequeñita. Entiendes por lo que está pasando el personaje”. Además, Jane Campion, la directora, la obligó a limpiarle el departamento. No fue por maltrato disfrazado de exigencia. “Quería que Rose fuera una mujer dura que maneja una posada. Jane quería asegurarse de que yo hiciese las cosas de verdad y supiera utilizar todas las herramientas”, contó en la revista Vogue.
En la película. Dunst se casa con George, interpretado por Jesse Plemons. En la vida real también están casados. Se conocieron rodando la segunda temporada de la serie Fargo, pero no empezaron a salir hasta tiempo después. “Mi primera impresión fue que era como yo, dos personas con formas similares de trabajar, como almas gemelas. Teníamos una de esas conexiones en las que simplemente lo sabes”, recordó la actriz y remató con una frase que todos merecemos que alguna vez alguien nos la diga: “Supe que iba a estar en mi vida para siempre”.
Al terminar de rodar se siguieron comunicando por redes. La actriz se dio cuenta que extrañaba no al compañero de rodaje sino al de vida. “No nos reencontramos hasta marzo siguiente, cuando nos dio tiempo a darnos cuenta de lo mucho que nos echábamos de menos y lo mucho que queríamos al otro en nuestra vida”, dice y profundiza. “Siempre hay que tener cuidado con los romances de set de rodaje, pueden ser muy fugaces. Nos respetábamos tanto y teníamos un vínculo tan especial que nos costó más tiempo, porque había mucho amor ahí.” Eso sí, todavía no se casaron porque según la actriz no tuvieron tiempo para hacerlo.
Con 39 años y más de 30 de trayectoria, Kirsten es capaz de pagar de su propio bolsillo la promoción de sus películas cuando el presupuesto solo da para cubrir un peluquero para las sesiones de fotos. Sabe que el foco mediático no está sobre ella, pero también que sobrevivió a la maldición de los niños prodigio. Alguna vez dijo: “Creo que esta industria nunca me ha tenido en cuenta”. Pero hoy se siente tan establecida como para no tener prisa en “recuperar de nuevo los abdominales”.
En agosto de 2019 Kirsten Dunst fue reconocida con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. En la ceremonia su marido la alabó/describió: “Eres verdaderamente única y la mejor mujer que conozco. Tengo mucha suerte de tenerte en mi vida, y Hollywood Boulevard es muy afortunado de tenerte en las aceras”. Es que la Dunst es de ese tipo de personas que en las otras despiertan fortalezas, reducen los ámbitos de miedos y sobre todo, expanden los de la alegría. Y eso no es mérito de Hollywood sino solo solito de ella.
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