Dejó su huella en el espectáculo nacional. Santiago Bal participó en más de 40 obras de teatro, ya sea como director, autor o actor. Sus creaciones eran garantía de éxito en la avenida Corrientes pero también en las temporadas de Mar del Plata o Villa Carlos Paz. El champagne las pone mimosas, La revista está que arde, Tocata y fuga de Bal, Colitas pintadas, Noches de champagne, fueron algunas de las más recordadas, los críticos solían desaprobarlas pero llenaban teatros en tiempos donde los escenarios atrapaban más que las series. José Marrone, Don Pelele, Javier Portales, Jorge Porcel y Alberto Olmedo fueron algunos de sus compañeros.
No solo la revista formó parte de su carrera. De 1968 a 1986 filmó 36 películas, solo una no fue cómica. En televisión integró más de treinta programas como Los Campanelli, Gorosito y señora, Mesa de Noticias y La Comedia del domingo; ya en el nuevo siglo realizó participaciones en Los simuladores y Resistiré. Aunque fue un artista múltiple, en la memoria de la gente perduró por la gran historia de amor, traición y reconciliación que vivió con Carmen Barbieri.
Verano de 1986, Carmen Barbieri es una vedete con un padre famoso aunque ella recién comienza a tener nombre propio en la revista. Santiago Bal ya es un consagrado actor y un exitoso humorista. Ella es imponente, bella, con un cuerpo escultural y un corazón curtido por el desamor: durante años fue pareja de Jorge Porcel quien nunca formalizó el vínculo. Santiago, ese hombre pulcro, inteligente y seductor nato, pronto acapara su atención. Bal la mira pero trata de no involucrarse; necesita estar tranquilo y siente que esa joven podía ser un terremoto en su vida. Pero Carmen, que todas las noches en la obra debía entregarle un sobre en blanco, comienza a escribirle mensajes fuera de libreto. “Me estás empezando a gustar”, “Te quiero”, “Te adoro” y el gran seductor se encontró seducido. Comenzaron a salir. Muchos consideraban que sería una aventura que finalizaría con el verano. La diferencia de edad –ella tenía 30, él 50–, el ambiente en el que se movían y las tentaciones que se ofrecían parecían determinar un amor con fecha de vencimiento. No fue así. Al final de esa temporada Bal se mudó con Carmen. A él no le importó el qué dirán, ella desoyó los gritos de su madre diciéndole que cometía una locura. Pasó el verano, pasaron los años y las temporadas. Carmen y Santiago siguieron juntos y en 1990 nació Federico, su único hijo.
La pareja parecía que lo tenía todo, pero la vida da y otras veces quita. Cuando decidieron convivir Santiago fue muy claro. “Mirá que conmigo, más que pensar en viajes y paseos, vas a tener que aprender a dar inyecciones”, le advirtió. “Yo ya sé darlas”, le replicó ella. Y lo que parecía una humorada se transformó en profecía. Porque en los veinticinco años que estuvieron juntos Santiago Bal tuvo que afrontar dieciocho operaciones. Tres veces le diagnosticaron cáncer. Cuando le preguntaban cómo hizo para superarlo, respondía con una sonrisa: “Así, de bonito que soy”, para inmediatamente aclarar que no podría haberlo logrado sin sus grandes aliados: Dios, los médicos y… Carmen. En esas circunstancias que describió como las más atroces de su vida, ya sea en la cama del sanatorio con un diagnóstico oscuro o tendido en una camilla de un quirófano pensando en el peor final, siempre contó con Carmen como su compañera incondicional.
En el año 2011 el matrimonio estalló por los aires y por las pantallas de televisión. Una hasta entonces desconocida bailarina, Ayelén Paleo, aseguró que mantenía un romance con Bal. La pareja que parecía irrompible se rompió. Carmen se quedó en el departamento de Belgrano y él se mudó a la casa de Ingeniero Maschwitz. Bal no reconoció la infidelidad hasta que en la última entrevista que dio junto a su ex mujer, admitió el hecho. .
Con el tiempo el escándalo se fue apagando. Bal repetía en cada entrevista que Carmen era el amor de su vida: “Tuve parejas y algunos éxitos personales, pero con nadie viví 25 años. Con ella sí y tuvimos un hijo maravilloso: Federico”. Carmen por su parte dejó de amarlo pero jamás de cuidarlo. En un programa contó entre risas: “Lo sigo atendiendo porque siempre está muriéndose pero nunca lo logra… se está muriendo y al rato ¡tostadas con dulce de leche!
Con heridas cerradas y sin rencores, a dos años de su partida, Carmen lo recuerda para Teleshow: “El tiempo sanó los dolores pero mucho antes que él muriera. Cuando se enferma me lo traje a vivir a casa, y murió en mis brazos. Mi dolor sanó al año y medio de separada, y después volvimos a ser familia sin ser pareja”.
Carmen elige recordarlo desde el amor de lo vivido y no desde el rencor de lo sufrido por eso dice “lo tengo presente como un gran hombre, como un gran artista, un gran comediante, gran actor, gran escritor”. Reconoce que era un hombre de “mal carácter, un carácter podrido, no era agresivo, pero un carácter”, también era “muy inteligente” y sobre todo “Un gran papá, por suerte elegí bien que mi único hijo fuese de este hombre, de Santiago Bal”.
A dos años de su partida, la artista admite que “se lo extraña, chinchudo así como era se lo extraña. Podría haber vivido un poquito más, pero su cuerpo ya no daba más, un hombre de una salud mala” y madraza como pocas enseguida se centra en su hijo. “Fede lo extraña muchísimo, fue un gran padre para Fede. Los otros hijos, tienen quejas. Pero creo que también esas están sanadas porque tuvo la oportunidad de pedir disculpas, de perdonar y perdonarse, tuvo la oportunidad de hablar con sus amigos, con su gente, conmigo, y después, se fue en paz”.
Lejos de idealizarlo o demonizarlo, Carmen dice que recordarlo “Es hacerle un homenaje a un hombre que, sacando que amé, sacando que lo admiré, sacando que lo quise matar cuando me engañó, sacando todo lo que pasé con él; lo reconozco y reconozco que fue un artista muy importante para nuestro país y sobre todo el mejor padre que pude elegir para tener a mi hijo”.
Su relación con Federico
Santiago Bal tuvo tres hijos: Mariano (de su matrimonio con María Isabel Andina), Julieta (de una relación con Silvia Pérez) y Federico. Con su hijo menor construyó una relación sólida y distinta. Como la energía física ya no lo acompañaba tanto, Santiago suplía los picaditos de fútbol por juegos aritméticos que a su hijo le encantaban o lo invitaba a comer con sus amigos Rolo Puente o Pinky. Cuando cumplió 12 años lo llevó a Broadway a ver Cabaret, un guardia intentó impedirles la entrada “porque no es una obra adecuada para un niño”, pero finalmente lograron entrar.
Federico lo evoca para Teleshow. “Como artista me dejó el legado de, sobre todo, cuidar el apellido. Vengo de una familia de artistas conocidos y a veces puede ser una mochila, pero mi viejo me enseñó que teniendo una buena palabra, siendo puntual, profesional y respetuoso es posible llegar lejos. Es una enseñanza que sigo aplicando siempre”. El hijo menor de Bal asegura que intenta honrar la enseñanza de su papá siendo no solo respetuoso “a la hora de trabajar trato de ser impecable. Porque puedo ser bueno, malo, talentoso, no talentoso eso está en el criterio de la gente, pero uno tiene que mantener esa forma de trabajar profesional, esa puntualidad. Soy muy duro conmigo mismo, siempre quiero que las cosas salgan perfectas y eso lo saqué de mi viejo”.
Sin la mirada del profesional pero sí la de hijo, Federico asegura que “en lo humano mi viejo era un tipo que no decía mucho que me quería. Con el tiempo empezamos a ablandarlo con mamá, empezó a soltarse, era muy frío, pero también eran otras épocas”
En el 2018, Santiago Bal filmó con Federico, Rumbo al mar una película que cuenta cómo un padre al que le queda muy poco tiempo de vida decide emprender un viaje con su hijo para conocer el mar. Aseguraba que aceptó el desafío porque le daba tiempo para “tener a Fede cinco semanas para mí”. El mismo año, en la entrega de los premios Estrella de Mar recibió una estatuilla por su trayectoria: “Tengo 33 temporadas en Mar del Plata de los 60 de profesión y es la primera vez que estoy nominado para un premio, quizás ahora sí me recibí de actor”.
Federico recuerda que filmar Rumbo al mar y dirigirlo en la obra de teatro Nuevamente juntos “fue algo hermoso, de las experiencias de laburo más lindas de mi vida” y sigue “Todos esperaban que la película fuera una comedia más y era una comedia dramática con momentos muy duros. Él ya estaba bastante grande y le costó mucho hacer esta película, pero se prendía la cámara y salía con todo su talento. Jamás olvidaré sus enseñanzas como actor de la vieja escuela”.
Para terminar y como su padre podía ser un gran actor dramático pero prefirió provocar risas -y ya se sabe que es más difícil hacer reír que llorar- Fede comparte con los lectores una maravillosa anécdota. “Cuando cumplí 18 años me invitó a festejarlo con una cena en Las Vegas. Para la ocasión preparó un esmoquin. Lo mandó a la tintorería y perfeccionista y elegante para que no se estropeara no lo guardó en la valija. Lo llevó en el avión, todo el tiempo en la mano y eso que era un vuelo largo con dos escalas”.
La historia sigue y Fede la evoca con alegría de hijo e histrionismo de artista. “Llegamos, teníamos reservado para mi cumpleaños el 4 de octubre una cena en el Olives del Bellagio, un hotel fantástico con aguas danzantes, una fuente increíble”. En ese marco espectacular todo estaba preparado para una noche inolvidable. Santiago Bal parecía una estrella de Hollywood con su porte elegante y su esmoquin impecable. Escenografía, ambiente y padre e hijo preparados para un momento único. “Pero apenas nos sentamos un mozo pasa y se le cae una pizza entera sobre mi viejo. Le llenó el esmoquin de grasa. Fue muy gracioso porque lo llevó todo planchadito en el avión, todo cuidadoso, y apenas se sentó le tiraron una pizza y lo mancharon entero de aceite”. Lejos de enfurecerse, Bal comenzó a reírse. “Se puso una remera y siguió. La verdad que fue el cumpleaños más lindo de mi vida”. No hay ninguna duda Fede, no hay ninguna duda.
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