Feminista. Actriz y humorista uruguaya. Creadora de personajes inolvidables como Chochi la Dicharachera, Lorena del Valle y la Doctora Diú. Ganadora de un Martín Fierro por su labor en televisión. Compañera de grandes cómicos: Tato Bores, Berugo Carámbula, Antonio Gasalla, Pepe Biondi, Alberto Olmedo y Jorge Porcel. Conductora de Hagamos el humor. Escritora de cinco libros y creadora de diversos unipersonales. Gabriela Acher es una artista popular que sigue más vigente que nunca.
En diálogo con Teleshow, la actriz recordó sus primeros pasos en la televisión y cómo fue construyendo su propio humor inteligente y feminista. También explicó que cuando escribió sus propios guiones y personajes, sus colegas quisieron frenarla con una actitud machista, pero siguió adelante. En el momento más exitoso de su carrera, dejó la televisión para abocarse a la escritura, al teatro y al cuidado de su hijo. “Los libros me volvieron a conectar con el mundo. La escritura me salvó. Aparte la gente se encontró con mi verdadero”, señaló muy orgullosa.
—¿Para vos qué significa ser feminista?
—Ser feminista es pensar que las mujeres somos seres humanos. Ese es el feminismo para mí. A mí me gusta llamar al feminismo la única revolución sin sangre de los otros (risas). Ahora es una revolución difícil como todas las revoluciones que conocemos en la vida. El enemigo es el patrón, el que aprieta y que no te deja vivir. En este caso la revolución es contra tu novio, tu marido, tu amante, tu padre, tu hijo. Son vínculos muy queridos, muy importantes para las mujeres. Es con ellos con quienes tenemos que luchar para que entiendan la necesidad que tenemos nosotras de una vida con derecho a todo como la tienen ellos. Entonces es una revolución difícil que va a llevar mucho tiempo.
—¿Cómo ves a las nuevas generaciones de actrices militantes?
—Pensé que me iba a morir sin ver al feminismo aparecer en esta zona del mundo. Yo decía: el feminismo no llegó a Latinoamérica y me voy a morir sin verlo. El hecho de que las mujeres se hayan despertado, sobre todo las jóvenes, para mí es una gratificación muy grande. Por otra parte, me doy cuenta de que la historia no se mueve en línea recta, sino en péndulo. Entonces inevitablemente el feminismo también va a estar en la punta del péndulo hasta que encuentre su equilibrio. En el medio va a pasar una generación, va a pasar un tiempo, no es que de movida ya se encuentra en el punto de equilibrio perfecto. Pero el hecho de que las mujeres empezaron a tener conciencia de sus derechos y a defenderlos es una gratificación grande.
—¿Cuál fue tu primer trabajo como humorista?
—Tuve la fortuna de entrar en Telecataplúm (un programa cómico uruguayo) siendo muy jovencita e inexperta. Los libretistas y productores Jorge y Daniel Scheck estaban buscando a una chica joven que cante y baile. Cuando me conocieron se dieron cuenta de que no tenía experiencia, pero vieron este vínculo que tenía con el humor, vieron mi futuro de alguna manera. En Telecataplúm hacían un humor culto, inteligente, de buen gusto, elegante. Fue una escuela de humor que nunca abandoné. Muchos años después empecé a transitar mi propio humor y traté de honrar ese humor que había aprendido adaptado por supuesto a mi época y a mi feminismo.
—En tu carrera trabajaste con los cómicos más grandes: Tato Bores, Antonio Gasalla, Alberto Olmedo y Jorge Porcel, entre otros.
—Trabajé con Olmedo y Porcel en dos de las películas de (Gerardo) Sofovich. Años después estuve con Gasalla y aprendí muchísimo porque es el mejor actor cómico del universo. Después trabajé con Tato, que estuvo 30 años en la televisión porque su programa era deslumbrante, una superproducción con unos libretistas extraordinarios. Ahí despuntó mi feminismo porque yo hacía una encuestadora, pero era época de elección y Tato siempre me echaba y yo le decía: “Usted es un machista leninista”. Les gustó tanto esa frase que los libretistas que eran sus hijos empezaron a virar al personaje hacía una feminista loquísima. Tuve un lucimiento tal que gané un Martín Fierro.
—¿Por qué crees que no hay programas humorísticos en la tele actual?
—Porque a la tele no le interesa. Ahora el humor está en otro lado: en las redes sociales, en el teatro, en las revistas. Pero siempre sostengo que la Argentina es el pueblo con más humor del mundo. Ahora cualquier evento que suceda a los dos minutos hay ocho millones de memes, uno más gracioso que el otro. No está firmado por alguien son de la sabiduría popular. La gente tiene humor extraordinario, o sea que ese humor no está en la televisión es porque en la televisión ya no quiere gastar en un programa como el de Tato, porque hay que poner unos mangos, muy buenos libretitas, actores, escenografía. A la televisión últimamente le interesan más los realities que los hacen con cuatro desconocidos y les dan unos sándwiches de mortadela. Para mí los realities mataron a la televisión sinceramente o por lo menos mataron a la ficción y a los programas de humor.
—Ahora también hay mucho prejuicio con el tipo de chistes. Es difícil hacer humor sin que alguien se ofenda por algo.
—A mí no me pasa por suerte porque yo soy feminista de la primera hora y no tuve que corregir nada de mi humor. Yo siempre los cuidé a todos, a los varones también. Hay chistes que no hago porque sé que son temas muy sensibles para ellos, por ejemplo nunca me metería con las personas con discapacidad; el humor no pasa por ahí. Pero me doy cuenta de que ya no se puede hacer el humor de teatro de revista, en el que se ponía el culo de la vedette y se decía que le faltaba hablar…Ya no se puede hacer y ahora hay que ingeniárselas para hacer un humor diferente.
—¿Tuviste algún problema por ser mujer en tu carrera? Teniendo en cuenta que el humor siempre fue un mundo muy masculino.
—No tuve inconvenientes salvo cuando empecé a escribir. En el 82 en ATC (ahora la TV Pública) cuando empezó la televisión color, estábamos haciendo Comicolor, un programa que tenía mucho éxito con mis compañeros uruguayos con los cuales ya venía trabajando en Telecataplúm y Hupumorpo. Ya no me divertía lo que me escribían, entonces empecé a desarrollar mis propios personajes y nació Chochi la Dicharachera, que hablaba todo con la ch. Tuvo mucho éxito al punto tal que salí en la tapa de la revista Gente como los Personajes del Año. Gente me compró el personaje, empecé a escribir en la revista, pero a mis compañeros no les gustó nada. También trabajé para la televisión española con ese mismo personaje, pero que se llamaba Charito Muchamarcha. Además escribí muchas cosas para ellos, para colaborar con los sketchs y nunca las quisieron hacer. Al año siguiente me llamaron del canal para hacerme el nuevo contrato y me dijeron que me querían contratar de nuevo como actriz, pero que no querían que escribiera. Por supuesto me fui, defendiendo lo que yo escribía. Lo bien que hice porque a partir de ahí ya no paré de escribir, hice cinco libros. Ahí noté un machismo tremendo, no quisieron que escribiera a pesar de que hacía años que me conocían desde chiquita, porque empecé con ellos.
—¿Cuándo escribiste tu primer libro?
—Yo escribo desde siempre, antes de ser actriz. Cuando era adolescente tenía un diario en el cual contaba todas mis angustias. En ese momento no escribía humor, todo era angustia, esencia pura, mucho poema dolorido. Estaba acostumbrada a expresarme escribiendo, aunque pasé mucho tiempo escribiendo para mí, sin pensar en la posibilidad de escribir para otros. Cuando gané el Martín Fierro, El Trece me dio un programa que se llamaba Hagamos el humor. Lo escribíamos con Maitena, juntas éramos dinamita. Pero me agoté porque hacía demasiadas cosas: escribía, actuaba, dirigía, compaginaba, producía. Se me empezó a caer el pelo, tenía un hijo chico en casa que no veía nunca. La cuestión es que sufrí esos seis meses, estaba muy estresada y decidí dejarlo. Tenía la necesidad de una vida más al aire libre. Estaba todos los días de mi vida, 14 horas por día en el canal, era demasiado. La gente me lo reclamó muchísimo y como quería seguir en contacto con el público, empecé a escribir. La editorial Planeta me había ofrecido escribir un libro, pero en aquel momento con la televisión no tenía tiempo ni para ir al baño. Cuando terminé con el programa les dije sí y escribí mi primer libro que se llamó La guerra de los sexos está por acabar.
—¿Qué repercusión tuvo ese libro?
—Fue un éxito no solamente acá sino en toda habla hispana. Al segundo año, Sudamericana me compró ese libro y firmé contrato por otro más que todavía no había escrito. A partir de El amor en los tiempos del colesterol, me di cuenta de que con cada libro podía hacer un unipersonal. Entonces con La guerra de los sexos hice mi primer unipersonal que se llamaba Las memorias de una princesa judía. Así pude volver a conectarme con el público después de que me había ido de la televisión de esa forma tan intempestiva, justo cuando tenía mi programa. Los libros me volvieron a conectar con el mundo. Se vendieron en España, en toda Europa, fue alucinante. Además hacer los unipersonales me permite tener todo el día para mí, para andar en bicicleta, para estar con mi hijo, con mi nieta… para vivir, y a la noche ir al teatro y hacer una función. Eso es un estilo de vida que corresponde más con lo que a mí me interesa en este momento que estar 24 horas dentro de un canal de televisión como estaba antes. Lo hice durante casi 50 años.
—Pudiste encontrarle la vuelta a la profesión…
—La escritura me salvó. Aparte la gente se encontró con mi verdadero yo, con lo que pienso, con mi propio humor. Entonces es un trabajo mucho más completo. En el unipersonal el otro actor es el público entonces los tengo enfrente, estoy relacionada con ellos de una manera carnal, de una manera que no tuve nunca antes en la televisión. Acá estamos todos riéndonos de lo mismo, se ríen de mí, pero se están riendo de ellos mismos, entonces es una manera de reconocer nuestra humanidad a través de la risa.
—Este año estuviste presentando tu espectáculo ¿Qué hace una chica como yo en una edad cómo está? ¿De qué se trata?
—Sí, yo lo presento como una especie de charla TED en la cual despliego una teoría científica sobre estas nuevas generaciones: las de 40, 50, 60 y 70. Las llamo nuevas porque hasta hace sólo 50 años no existían, pero ahora estamos en una era en la que hemos dejado la infame época AC (Antes del Clítoris). Estamos recogiendo los frutos porque hemos conseguido ser jóvenes por muchísimos más tiempo que antes. Entonces la teoría dice que la Universidad de Taho Lindo, en la Baja California, ha hecho un estudio genético a más de 150.000 mujeres entre esa franja de edades y descubrió que gracias al hecho de que estas nuevas generaciones se han divertido muchísimo más que las de sus madres y abuelas, con esto consiguieron aislar el gen del envejecimiento y correrlo 20 años para atrás. O sea que ahora los 60 son los nuevos 40, los 50 son los nuevos 30, los 40 los nuevo 20. Es la teoría que yo despliego y la razón que doy es que la diversión y las risas las ha hecho rejuvenecer 20 años hasta ahora. Aparte hay un consultorio sentimental infaltable en todos mis espectáculos. Las mujeres me preguntan y yo le contesto los disparates habituales, está buenísimo.
—¿Pensás o te imaginás retirada de la profesión?
—Imaginarme no, en algún momento sucederá, pero no para nada. Mientras la memoria me responda seguiré haciendo los unipersonales. Sinceramente no me veo. Estoy en mi mejor momento.
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