Se suele decir que cada actor tiene su género de referencia, el predilecto, aquel que lo marca para siempre. Si bien un alto porcentaje no tiene problemas en navegar en las distintas aguas de la interpretación, siempre hay un lugar en el que se siente a gusto. En este sentido, hablar de Clint Eastwood es sinónimo de western.
A lo largo de los años ha cosechado un sinfín de éxitos que lo transformaron en uno de los referentes de Hollywood, del mundo del cine al que llegó casi por casualidad. No lo buscaba, pero el destino le tenía preparado un lugar y, cuando se le dio la chance, no la desaprovechó. Supo cautivar en los filmes vinculados al Lejano Oeste; luego, incursionaría en otros géneros, con igual suceso.
Eastwood nació el 31 de mayo de 1930, en San Francisco, California, Estados Unidos. No tuvo una infancia fácil ni mucho menos. Hijo de Clinton Eastwood, un hombre que se dedicaba a la metalúrgica, y de Margaret Ruth, por entonces una joven atleta, pasó la primera etapa de su vida de manera nómade, hasta que cumplió los 10 años. Por motivos laborales de su padre, la familia iban de un punto al otro de los Estados Unidos.
En ese momento, en el inicio de los 40, la vida de la familia cambió cuando lograron asentarse en la distinguida Piedmont, ubicada en el estado de California. La buena posición económica y el esfuerzo de sus padres para darle todo, tanto a Clint como a su hermana menor, Jeanne, no generó que el joven sentara cabeza. Ingresó al Piedmont Junior High School, pero no alcanzó a completar ni una semana allí. El primer día llegó con su bicicleta, fue a los campos deportivos, se puso a andar ahí y destrozó el césped. Eso provocó que lo echaran.
Enseguida lo cambiaron de colegio, pero en la nueva institución tampoco le fue bien. No era un buen estudiante y repitió varias veces: no le gustaba estudiar. Incluso, no se graduó de la secundaria, se fue antes de finalizar por falta de entusiasmo.
La única aspiración de Eastwood era la de ganar su propio dinero. Se lo propuso a sus padres y empezó su camino laboral. Fue saltando de trabajo en trabajo, llevando adelante distintas labores. Fue socorrista, bombero, empleado en un local comercial, repartidor de diarios y hasta caddie en un campo de golf. En alguna oportunidad comentó que seguramente tuvo otros trabajos, pero que como fueron tantos, ya no los recuerda a todos.
Cuando cumplió los 21 intentó finalizar sus estudios. Adeudaba un año y fue en busca de su diploma, pero no pudo empezar: semanas antes del inicio del ciclo lectivo fue reclutado para sumarse al ejército. Corría el año 1951 cuando lo mandaron a Fort Ord, California, en plena guerra de Corea.
Como tenía conocimiento, fue socorrista e instructor de natación. No estaba en combate, hacía solo esa tarea, por lo que le permitían irse los fines de semana a su casa para ver a sus padres. En uno de esos vuelos, el avión que lo estaba trasladando se quedó sin combustible y cayó al mar, muy cerca de las costas de California, a unos cuatro kilómetros.
Gracias a la pericia del piloto, los pasajeros sobrevivieron al impacto contra el agua. Y pudieron alcanzar tierra firme. En este punto, hay dos versiones: que lo hicieron nadando, y que en el avión tenían una gomón inflable y que llegaron en esa embarcación. Más allá del detalle, lo que vale es que sobrevivieron, pero sobre todo, que ese episodio le abrió las puertas de la carrera que desarrolla hasta el día de hoy, con sus 91 años.
Cambio de vida
En ese lugar, en las playas a las que llegaron las víctimas del siniestro, se estaba rodando Rawhide, una serie de Universal Studios. Un asistente vio a Clint, empezaron a conversar, entablaron una buena relación y le consiguió una entrevista con el director del proyecto televisivo, un tal Irving Glassberg.
En primera instancia no le fue bien. Le vieron condiciones físicas pero no interpretativas, por lo que lo mandaron a estudiar arte dramático para así pulir ciertas carencias. El bueno de Clint hizo caso y se anotó. Regresó en 1954 y lo tomaron. Según su biografía oficial, le pagaban 100 dólares por semana.
Su primer trabajo fue Revenge of the Creature, en la que tuvo un papel menor. Casi que ni apareció en pantalla, pero sí las críticas por su desenvolvimiento acartonado. Hasta decían que no se le entendía el texto. Pero no bajó los brazos, y desde la compañía siguieron confiando en él.
Continuó trabajando en proyectos menores, apareciendo poco y nada en cámara. En el 58 logró un papel preponderante en Rowdy, en cuanto a la consideración, pero Eastwood nunca estuvo a gusto más allá de lo logrado: creía que lo hacían ver como a un tonto. Para colmo, trabajaba más de 12 horas al día, de lunes a lunes, y eso le desagradaba. Tuvo varios encontronazos con el director, quien lo acusaba de no poner todo su entusiasmo en el proyecto.
En los años 60 cambió rotundamente. “Me cansé de interpretar a un buen tipo, al héroe que besa ancianitas y perros, y era amable con todo el mundo. Decidí que era el momento de ser un antihéroe”, comentó antes de meterse de lleno en el mundo western. Por un puñado de dólares y Hombre sin nombre fueron apenas algunas de las producciones que lo catapultaron a la consideración general.
Así, con las críticas de los especialistas a cuestas, pero con la aprobación de su público fiel, Clint siguió adelante. Con el policía Harry el sucio alcanzaría la fama indiscutida. En los 90 dejarían por un momento los rifles y las armas para ir para el lado del romanticismo con la bella Los puentes de Madison, junto a Meryl Streep, que también dirigió.
Este año, casi a modo de homenaje de aquel camino, estrenó Cry Macho, película que protagonizó y dirigió. Se trata de una adaptación de la película original que se estrenó en el 75, y que fue una de las bisagras en su carrera. Y todo por aquel accidente de avión que pudo costarle la vida. Y que, en cambio, le cambió la vida por completo.
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