“Más vivo que nunca”. Contundente, enérgico, el nuevo espectáculo de Miguel Martín, conocido como el Oficial Gordillo, suena como un agradecimiento y un grito de guerra. En profundidad, retrata con las licencias propias del humorista tucumano cómo cambió el mundo a partir del coronavirus, ese “bicho infeliz” que lo tuvo a maltraer, que reseteó la forma de vivir y diseñó los códigos propios de este tiempo: el home office, los zooms escolares y la vida en cuarentena.
Junto a estas postales de la nueva modernidad, en el guion de su obra conviven aquellas escenas costumbristas suspendidas en el tiempo, que se pasan como un legado de generación en generación: por ejemplo, las fiestas en familia, donde los excesos gastronómicos dialogan con las internas familiares, ese panorama que empieza a palpitarse ya entrado entrado el mes de diciembre. Es que antes que el Oficial Gordillo, Miguel Martín es un agudo observador de la realidad, siempre con la antena despierta y el anotador a mano para captar allí donde haya un gag, y con la condición irrenunciable de reírse de sí mismo.
El sábado 11 de diciembre, presenta “Más vivo que nunca” en el Teatro Gran Rex, un nuevo desembarco en la meca teatral de la Ciudad de Buenos Aires. En diálogo con Teleshow, el humorista se entusiasma con el ritmo con el que se venden las entradas, en busca de encontrarse de a poco con la vieja normalidad. Mientras tanto, cuenta en qué momento percibió que lo cotidiano se imponía con fuerza en su libreto.
“Me di cuenta de que la gente se reía más de las cosas reales que le contaba reales que de chistes que había heredado de Landriscina o el Negro Álvarez. El cuento tradicional la gente o ya los conoce o los intuye, pero se sintió identificada con las historias que yo contaba de mi vieja, de mi familia en la pandemia, porque a todos nos pasó algo parecido”, destaca el humorista, y concluye: “Entonces, mi vida es bien patética, ustedes se ríen, yo hago catarsis y todos contestos”, plantea el Oficial, en modo win win con tonada tucumana.
Martín vivió el virus desde adentro, y se las vio feas. El 2021 había arrancado de la mejor manera, y las dos primeras semanas en Carlos Paz su espectáculo iba al frente en las boleterías. “A Flavio Mendoza le decía ‘mirame la patente’, a Carabajal los pasé como alambre caído, a Fátima Florez le decía ‘chau, chau adiós’, hasta que el 11 de enero me agarró el covid”, resume. Lo que en un principio era una parada de quince días en boxes, siguiendo la analogía fierrera, lo peor estaba por venir: “Me pusieron tres niveles de oxigeno y yo estaba con la cánula, en el primer nivel de cagado, con una neumonía y el 50 por ciento del pulmón tomado por el bicho infeliz este”, explica, sin perder la alegría.
Es que en la charla con Martín, el humor no para, y siempre hay un nombre propio a mano para graficar la situación. “Me afectó la voz, hablaba como Mostaza Merlo. Tuve que hacer una rehabilitación pulmonar con gimnasia y ejercicios, parecía Iván Drago como me entrenaba para volver”. Eso ocurrió recién para Semana Santa, el 1° de abril, donde pudo sacarse las ganas.
—¿La internación también es parte del espectáculo?
—Sí, bromeo con esto, cuento que todo los días me visitaba una señora huesuda con manto negro, una guadaña y que me acariciaba la cabeza. Y me decía “tucumano, vos sos el próximo”. Y yo le decía “rajá de acá”. Hoy siento que la asusté con mis chistes.
—Otro de los núcleos del show es el tema de las fiestas, ideal para estos días de diciembre.
—Ahí hablo de cómo se vive en el interior del país, donde se trata de comer mucho y sacar el cuero. Hay pasajes donde hago diferente tipo de borrachos, que los tucumanos les decimos los machaos, uno es el machao chamuyero que tira piropos, y la actriz es mi señora, que está de punta en blanco y que es re linda; porque es al ley del embudo, la más linda con el más boludo y hay que hacerla reír hasta que se olvide que sos feo. Esas son las dos reglas que tenemos los humoristas. Después aparece mi mama y dice: “Ella es mi nuera, y no era para mi hijo”; y así le entra a dar y la gente se identifica un poco con el personaje, porque en realidad mi vieja no es tan así; juega con eso de criticar. En el pueblo todavía sacamos la reposera a la vereda a sacar el cuero, si no no tiene sentido juntarse. Y en ese ida y vuelta la ligamos nosotros también.
Como ocurrió con diferentes del ámbito artístico, Miguel pasó por la experiencia del streaming, cuando los teatros permanecían cerrados y el aforo era una utopía. “Agradezco de corazón a la gente que se conectó, pero fue una experiencia fea”, resume, y de inmediato justifica. “Era un teatro vacío, solo el cameraman y yo; y encima no me daba bola. Se la pasaba con el teléfono y a mí no me hacía ni una cara. No sabés si el chiste funciona o no, horrible”, lamenta. Y, otra vez, el humor como argumento. “Ojalá que no nos vuelvan nunca a encerrar, no por la libertad de la gente, sino para que el camarógrafo no vuelva a tener que escuchar mis chistes”.
—¿Dependés mucho del ida y vuelta con el público?
—Ciento diez por ciento, me di cuenta este tiempo de hacer los streaming, que me faltaba el feedback de la gente. Y me pasó un hecho puntual. Arrancamos la temporada con los mismos chistes que había hecho en el streaming, y se lo aclaraba a la gente. Y tuve que sacar un sketch completo de la madre del Oficial porque no funcionaba, no se reía nadie y lo cambié de un día para el otro.
—¿Qué fue lo que había fallado?
—Me habían contado unas historias de las lloradoras, las mujeres que van a llorar a los velorios, y que se usa mucho en Tucumán. El nieto me habló de su abuela, que tenia catalepsia y la velaron tres veces, un sketch muy bueno, pero no para un contexto de pandemia. Mamá tenía el vestuario negro, todo giraba en torno al luto. Y cuando lo estrené con público había tanta muerte alrededor, porque a todos se nos murió alguien cercano en la pandemia, y no funcionó para nada.
—¿Hay un freno para el humor o temas sobre los que elegís no hacer chistes?
—Sí, absolutamente y es parte de la evolución, de observar al público y buscar que el feedback sea real, y en ese camino hay chistes que se hacían hace cinco o diez años y ya no se pueden hacer. A veces pueden funcionar en primera persona. Por ejemplo, yo cuento mi historia de niño, real, que era un gordito con acné y me decían “Belgrano”, “portero eléctrico”, “maquillaje de locro”; si lo cuento en tercera persona puede causar rechazo, pero en primera persona hace gracia, la gente se identifica porque me estoy riendo de mí mismo. Ahí está el verdadero stand up.
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