A contramano de la quietud impuesta por el coronavirus y el confinamiento, Pedro Aznar decidió prender su cámara frontal y los equipos de su estudio hogareño en el barrio porteño de Belgrano. Y soltó música, mucha. “Mi casa fue mi escenario. El mío y el de mis gatos”, se ríe en diálogo con Teleshow y recuerda: “Hice 11 conciertos en total. Los primeros seis fueron gratuitos; los otros los hice por una entrada simbólica para que la gente se diera cuenta de que nuestra industria era una de las más golpeadas, junto con la del turismo”.
La pandemia transcurrió mientras los shows por streaming de Aznar fueron evolucionando, a punto tal de que el último de esa serie, ocurrido el 5 de noviembre de 2020, lo hizo en la Usina del Arte. Allí registró lo que hoy se escucha en Flor y raíz, su nuevo disco: un homenaje a la música folclórica de América Latina que presentará el próximo sábado 18 de diciembre en el Teatro Gran Rex.
En formato trío, junto a Federico Arreseygor (piano y teclados) y Alejandro Oliva (percusión), registró “un disco en vivo, hecho y derecho, porque del otro lado había miles de personas viéndolo. Nuestra interpretación está atravesada por la sensación de estar tocando para gente. A la vez, no hay aplausos al final de las canciones. Mientras vos estás escuchando la música, suena como si se hubiese grabando en estudio. Pero te das cuenta de que hay una cierta reverberación natural, hay un algo que te dice: ‘Esto es en un teatro’. Y al final no hay aplausos. Es muy particular. Quedó como una especie de postal y representación sonora de los tiempos pandémicos”, explica Aznar.
En cuanto al contenido el músico forjó un repertorio que “recorre siete países del continente, lo cual era una vieja deuda: mucha gente me pedía que hiciera un disco dedicado íntegramente al folclor”, dice Aznar sobre este trabajo en el que reúne a nombres dorados como Violeta Parra, Chico Buarque, Cuchi Leguizamón, Ramón Ayala, María Elena Walsh e Isolina Carrillo. Entre las versiones, hay una canción propia y nueva que cierra el álbum: “Reverdece”, junto a Soledad Pastorutti. “Todas las veces que cantamos juntos, quedamos encantados con lo que había pasado. Y decíamos: ‘Che, tendríamos que grabar algo’. Y le doblé la apuesta: ‘¿Qué tal si compongo algo nuevo para que lo grabemos?’. Le encantó la idea, así que cuando empecé a pensar en esto, se me ocurrió escribir una zamba para cantarla con ella”, cuenta sobre este cruce.
—¿Qué significa “flor y raíz”? ¿Cómo llegaste a esa síntesis?
—Son dos palabras hermosas y, si lo pienso como metáfora, la raíz es el idioma común que tenemos en toda Latinoamérica, que no es solamente el hecho de que todos hablemos castellano, sino en cuanto a que nuestras músicas sean mestizas, en las cuáles conviven tres continentes: Europa, América y África. Y la flor es el resultado, es el momento en que la belleza explota, por así decirlo. La raíz es lo oculto, lo que le está dando sustento y alimento a todo, a este sustrato de idioma común, de culturas hermanadas. No salimos todos de la misma tierra, pero somos un hermoso puñado de flores diversas, de distintos colores, de distintas texturas, de distintos perfumes. Y estas canciones son eso: hermosas flores de diversos aspectos.
—Hablando de eso, ¿cómo ves a las nuevas generaciones en cuanto a la aceptación de las diversidades?
—La diversidad es algo para celebrar de acá a la luna, obviamente. Crecer en un ámbito en el cual la diversidad esté garantizada, es invalorable. Así es como debe ser. Y así tendría que haber sido siempre, pero lamentablemente no lo fue. Creo que se podrían discutir algunos modos de relacionarse, porque hay gente que habla de una cierta superficialidad de vínculos o de una especie de actitud de que la vida, la gente y las relaciones interpersonales son como un gran mercado persa, donde está todo disponible y nada se toma con el peso que debiera... Más allá de eso, creo que el ámbito de la libertad puede incluir esos riesgos, ¿no? Pero sí es una condición sine qua non. Eso tiene que estar dado. Y es maravilloso. Después, lo que hagamos con eso... por suerte somos libres para decidir qué es lo que hacemos con eso, ¿no? Con cuánta profundidad o cuánta ligereza vos te relacionás con el entorno.
—Tener acceso a cada vez más información, ¿clarifica o confunde?
—Está todo muchísimo más abierto para que cada persona exprese su mundo interno y se manifieste en el mundo como elija manifestarse. Cada persona tiene que ser su propio mundo y expresar lo que siente. Eso es maravilloso. Es cierto que estamos expuestos a una catarata de información. Pero yo prefiero que esté eso y una falta de información. Prefiero que haya libertad absoluta de ver lo que se te ocurra, a que haya una censura que solo te deje ver una parte de la realidad. Ahora, ¿esa libertad conlleva ciertos riesgos? Sí. Te podés perder en una catarata de información que no sabés manejar, te podés llenar de información falsa y tener una idea equivocada del mundo. Lo estamos viendo todos los días. Porque es muy fácilmente manipulable la información y hay todo tipo de voces que suenan.
—De hecho, la palabra “libertad” está en crisis, si lo pensamos en cuanto a los resultados de las últimas elecciones legislativas. Es llamativo quiénes se arrogan la libertad, ¿no? ¿De qué libertad hablamos?
—Esa es una apropiación muy mezquina, tendenciosa, muy poco libre y muy poco libertaria. Que vos te robes los idearios del anarquismo, que eran un grupo ultra libertario que no quería que nadie les dijera cómo vivir o qué hacer, y te lo apropies para una cosa que de libertad no tiene ni medio, es una grave falacia. A este tipo de cosas nos exponemos cuando tenemos la libertad de estar expuestos a esta diversidad de voces. Pero no pienso ni un milisegundo en la posibilidad de otra cosa. Esta libertad tiene que estar dada y asegurada, de aquí al infinito. Después, lo que hagamos con la libertad, es un excelente problema para tener, ¿no? Lo otro es impensable.
Este año, Aznar también fue parte de otro disco importante Tengo una historia así, póstumo de Sandro. Allí aparece junto a Charly García acompañando a Roberto en la pícara “Eso que se hace de a dos”, que produjo Pedro y que, de alguna forma, se reeditó el trío que había quedado registrado en “Rompan todo”, incluida en Tango 4 (1991). “Esto fue reencontrarse con el espíritu de Sandro. Roberto era un tipo muy generoso, muy talentoso, chispeante, de un humor a flor de piel. Cuando recibí el demo de esta canción inconclusa para que Charly y yo agregáramos nuestros instrumentos ahí, fue como repetir aquella experiencia. Lamentablemente sin Roberto presente, pero no se sintió como un diálogo con alguien que no está. Hubo un intercambio fluido con un colega, con un amigo, con un músico con el que uno disfruta de compartir. Sentí que estaba trabajando con Sandro como si él estuviera”, dice.
Otra de las tareas que lo tuvo ocupado durante los últimos meses fue la remasterización de Serú Girán, el álbum debut (1978) del histórico grupo que formó junto a Charly García, David Lebón y Oscar Moro. Pedro ya se había encargado de la restauración sonora de La Grasa de las Capitales, el disco siguiente en la cronología, reeditado a fines de 2019. “Ya está terminada esta remasterización y el disco está a punto de aparecer. Fue muy conmovedor reencontrarme con esa música, tan llena de recuerdos. La tarea fue meterme en la piel de un chico de 18 o 19 años y me encontré con una ambición artística monumental (se ríe). Me quería comer el mundo, salí a la cancha con toda la garra del universo. Y me sorprendió porque algunas canciones hacía décadas, literalmente, que no las escuchaba”, dice Pedro al verse en ese espejo.
“Hay mucha intensidad ahí”, insiste. “Pero está muy bien. Sigo sintiendo que eso es lo que había que hacer. Adentro de esa música, el bajista ese está muy bien (se ríe). ¿Hoy lo encararía igual? Seguramente no. Tal vez tendría otra mesura y otro recato, dos palabras que en ese momento no cabían en mi vocabulario”, dice Pedro y se ríe nuevamente.
—Tenías el ímpetu de los 18 años y además estabas rodeado de monstruos. No te podías apichonar.
—Tal cual. Es más, hasta te diría que yo les doblé la apuesta. Dije: “Ok, ¿qué hay que hacer?” (se frota las manos). Y los otros dijeron: “Upa, ¿y el pibe este? Mirá que loquito”. Y eso como que sentó el tono de Serú Girán. “Ah, ¿vamos a jugar así de pesado? Dale”. Los cuatro estábamos prendidos fuego y en esos dos discos está clarísimo. Hay una apuesta por la búsqueda, por el ir más allá y por encontrar. Tienen una ambición artística enorme, enorme. Y con un logro enorme. Porque se puede ser ambicioso y no lograrlo.
—Ese primer disco fue denostado por la prensa e incomprendido por cierta parte del público. ¿Por qué?
—No se entendió lo que queríamos hacer y, volviendo a escucharlo, me di cuenta por qué. Creo que el sonido no le hacía mucha justicia a lo que se había querido hacer ahí. Como instrumentistas los cuatro éramos muy aptos y tocábamos muy bien juntos, los arreglos eran muy sofisticados y había que hacer que eso sonara con justicia, bien grabado, bien representado y que después cuando lo escucharas, te mostrara bien qué era lo que hacíamos. Pero no fue fácil grabarlo ni mezclarlo: lo que salió estaba, con suerte, a un 70% de lo que podría haber estado. Hoy está más cerca del 100%. Más allá del sonido, creo que la crítica se quedó cortísima, cortísima. Se les apareció un tsunami musical y poético. Y no supieron qué hacer con eso. Recién un año, un año y medio después, dijeron: “Ahhhh, ok”. Y al público también le pasó. Con esta remasterización va a haber una nueva percepción de esa música, está puesta con una lupa más benéfica, con una nueva luz que te permite disfrutar de ciertas cosas que estaban ocultas, veladas o que cuando las escuchabas, te saltaban a la cara de una manera abrupta. Ahora suena más acorde a la ambición que tenía esa música.
—¿Sentís que la época, signada por la dictadura cívico militar, también contribuyó a esa falta de interpretación?
—Seguro. En el primer disco hay un tiro por elevación: lo que está pasando en el país, es esta cosa terrible (representa un muro con su mano derecha). Y nosotros dijimos: “Ok, que la belleza vuele por arriba (simula un avión con la mano izquierda) y que llegue a destino”. Eso no terminó de ocurrir, la gente sintió que estábamos esquivando lo que pasaba. Y en La Grasa.. lo enfrentamos así, ¡bum! (choca con un puño al muro imaginario). Fuimos de cara. “Ok, ¿por arriba no? Vamos al centro”. Y lo tackleamos. Ahí la gente dijo: “Ah, no se están desentendiendo, ahora sí podemos charlar”. La Grasa fue un disco definitorio porque reseteó el entendimiento con la gente: “Ojo que estamos hablando de lo que hay que hablar, pero con un lenguaje en código, no es que lo estamos esquivando”. Y llegó el mensaje.
—¿Cómo te llevás con la música hecha hoy en Argentina?
—Escucho un poco de refilón, porque hacer música es una profesión tan exigente y demanda tanto tiempo de estar sumergido en lo que hacés, que a mis tiempos libres no los uso para escuchar música, sino que los aprovecho para despegarme un poco de eso. Así que no siento que yo pueda medir qué es lo que está pasando, no tengo un conocimiento tan cabal. Escucho cosas al pasar, pero no me pondría a analizar la situación. Me falta información.
—Te lo pregunto porque, salvando las distancias y los estilos con Serú, muchos artistas actuales son atacados y resistidos cuando ocupan lugares en festivales o en la agenda.
—Mirá, hace unos años con mi profesor de composición estábamos enojados con la crítica los dos. No sé qué nos habría pasado, se ve que nos habían dado palos en el mismo momento (se ríe). Y él me regaló un libro sobre la historia de la crítica musical, desde el siglo XVII en adelante: le metieron palos a (Frédéric) Chopin, a (Claude) Debussy, a (Ígor) Stravinsky… Cuando Stravinsky estrenó La consagración de la primavera -que hoy es una de las obras más grandes y más significativas del siglo XX, reconocida por todo el mundo e indiscutible porque es una bisagra en el arte musical-, los críticos la defenestraron, el público la odió, la gente se fue protestando del teatro. Cosas como esas han pasado toda la vida y la crítica musical ha sido injusta, brutal y burra. Personalmente, no leo críticas en general, ni buenas ni malas. Yo hago lo que hago y lo dejo ahí a disposición de quien quiera. Y el tiempo dirá. El tiempo es mucho mejor juez que un crítico musical.
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