Norman Briski: “Ser padre a los 77 años fue una decisión amorosa”

En pandemia dirigió 9.81, una película que realizó de manera independiente y con una cooperativa. Con 83 años y varios exilios vividos sigue siendo un militante del teatro con compromiso social

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"Los miedos son peligrosos. Te despersonalizan", asegura Norman Briski, en diálogo con Teleshow (Fotos: Gustavo Gavotti)
"Los miedos son peligrosos. Te despersonalizan", asegura Norman Briski, en diálogo con Teleshow (Fotos: Gustavo Gavotti)

Acordar una entrevista con Norman Briski depara varias sorpresas. La primera es que no vive en un barrio de moda o cool. Él es un vecino más de Barracas, apenas a 200 metros de la cada vez más indescifrable Estación Constitución. Habita en un edificio cómodo, pero no obscenamente lujoso. Al llegar a su departamento, la segunda sorpresa. Su puerta está abierta de par en par. No hay que golpear ni anunciarse, simplemente entrar. Y quizá ese pequeño acto muestra lo que es Briski. Hay que animarse a ingresar al mundo de este artista que se presta sin problemas para la charla, que tiene vida vivida y no solo recorrida, y que a los 83 detenta una cualidad casi inalcanzable y de la que no alardea: la coherencia. Se puede no coincidir con lo que piensa, pero es de esas rara avis que dicen lo que piensan y viven como piensan. Briski no es de esos que ponen el giro a la izquierda pero doblan a la derecha y por eso representó sus obras no en una sala palermitana sino en la toma de Guernica. Por eso, elige para la educación de sus hijas una escuela pública. Por eso, no esconde pero tampoco alardea de su pasado como miembro de la organización Montoneros ni se victimiza cuando recuerda que, condenado a muerte por la Triple A, fue empujado al exilio. Briski no se arrepiente de sus decisiones ni de sus elecciones, porque para él no se trata de “pagar el precio” sino de “estar dispuesto a comprar felicidad”.

El actor, director y dramaturgo presenta 9.81, la película que dirigió en plena pandemia y que puede verse los sábados a las 21 en México 1428 y está disponible en Vimeo. 9.81 fue pensado como obra de teatro y se transformó en filme. “A veces no te queda más remedio que montarlo en teatro porque no tenés la plata para el cine -admite, con argumentos más sinceros que artísticos-. Pero para hacer cine también tenés que sentarte y doblegarte ante las necesidades de la industria. Perdés la naturaleza creativa para convertirte en un adaptador de tu propia obra. Ese es mi miedo no tanto la distorsión ideológica sino a tener que pactar”. Listo, cinco minutos de charla y ya tenemos una respuesta auténticamente “briskeana”.

9.81, la película que dirigió Norman Briski en plena pandemia, puede verse los sábados a las 21 en México 1428
9.81, la película que dirigió Norman Briski en plena pandemia, puede verse los sábados a las 21 en México 1428

Briski reconoce que “al no pactar se pierde difusión”. Y se explaya: No existís pero lo digital te vuelve accesible y si además tenés un grupo que se atreve a trabajar en forma cooperativa o socialista o como quieras llamarlo, podés ser tu constructor de ficción”. La película se filmó en plena pandemia y cuenta la historia de “un tipo que trabaja para una fábrica. Lo apartan en un subsuelo porque lo ven muy talentoso para producir frenos eficaces para terminar con la inercia. Es la historia de un trabajador muy capaz y entusiasta que descubre que la inercia no solamente está en los hechos mecánicos, sino también en los amorosos y sociales”. La filmación ocupó cerca de cinco meses e intervinieron 30 personas. Trabajaron “con medidas de seguridad y cuidando que no nos vea la policía”, cuenta Norman, pícaro, sobre el rodaje en semanas de restricciones sanitarias. Ningún miembro del equipo contrajo coronavirus ni durante ni después quizá porque, explica, “el entusiasmo fue nuestra vacuna”. El contrato con cada uno fue como los de antes: de palabra, sin necesidad de firmas ni abogados.

La vida de Briski es digna de ser contada. Nació en Santa Fe. Felipe, su papá, era un comerciante socialista que vendía frutas secas y era presidente de todos los clubes judíos de izquierda habidos y por haber. Un judío polaco que se exilió en la Argentina cuando los nazis se apoderaron de Polonia y vio cómo sus padres y cinco hermanos eran asesinados en los campos de concentración. Su madre, Clara, era una rusa judía que huyó de Ucrania. A los 11 años los negocios empezaron a ir mal y los Briski se mudaron a Córdoba. Dejaron una casa confortable para mudarse a una pensión miserable; Norman lo vivió como su primer exilio. Fue en esa época cuando su padre le enseñó una lección: solo se mantienen de pie los que tienen un ideal; aquellos que no pueden darle un sentido a su dolor, se caen. Y vaya si el hijo lo aprendió.

Briski estudió y se recibió de Técnico Electromecánico, fue campeón escolar de natación, un buen bailarín y un humorista espontáneo. A los 22 recorrió plazas y teatros de pueblos y pueblitos actuando como mimo. Daba una vuelta por el lugar, miraba las necesidades de la gente y luego las dramatizaba. Un día se aburrió, dejó la mímica y decidió ser actor.

Desde 1987, en Calibán se presentan distintas obras, muchas escritas por Norman Briski (Foto: Lihue Althabe)
Desde 1987, en Calibán se presentan distintas obras, muchas escritas por Norman Briski (Foto: Lihue Althabe)

Se vino a Buenos Aires y filmó algunos cortometrajes y publicidades. En una de las campañas publicitarias encontró un ajedrez de marfil que nadie reclamó y que el convirtió en un pasaje a Nueva York. Un día consiguió la dirección del Actor’s Studio, llegó y se coló como oyente. Entre los estudiantes estaban Paul Newman y Richard Burton. Se hizo amigo de Lee Strassberg. De Nueva York se fue a Mineápolis y de ahí a Chicago, donde alternó el trabajo en una mueblería con participaciones en televisión. A dedo llegó a Miami, añoró la patria y, en un vuelo que le costó 60 dólares y casi la misma cantidad de horas, volvió a la Argentina.

“Si yo hubiera decidido vivir de un sueldo, sería bancario. Pero elegí ser actor”. Estudió con Osvaldo Bonet y Juan Carlos Gené: con ellos descubrió el camino del teatro popular y la creación colectiva. En los 60 era el actor mimado del cine y en el 71 le llegó la gran fama con La fiaca, junto a Norma Aleandro. Pero lejos de las luces, las portadas y las veladas paquetas, entre 1969 y 1973 hizo teatro en villas y sin actores con el grupo Octubre. La gente representaba sus propios dramas intentando comprender un poco más el país donde vivían. Las obras no eran panfletarias sino que tomaban las tragedias en forma creativa y con mucho de ironía. En la Villa del Bajo Flores la gente le contó que no había semáforos y que ya habían muerto ocho personas. Así que montaron una obra que se llamaba Los semáforos, que mostraba que los muertos no eran muertos porque no figuraban en los registros municipales. Cortaron la calle con un cajón enorme para explicarle el tema a los otros vecinos y lograron que pusieran el semáforo.

Hizo cerca de 200 obras por todo el país subido en una casa rodante. Fue entonces que la Triple A lo obligó al exilio. De amenazas falsas pasaron a verdaderas pronunciadas por señores de lentes oscuros y armados que lo esperaban a la salida del teatro, tanto que un director de Canal 9 le preguntaba cada vez que lo veía “¿Todavía está vivo, Briski?”. La bomba doble que le pusieron en su casa, en la entrada y en el patio interno, decidió su partida. Recaló en Perú y se fue a vivir a una cooperativa agraria, estuvo siete meses y se mudó a Venezuela, donde se quedó cinco meses hasta que se instaló en París con su compañera de entonces, una francesa “muy buena” con la que se había casado en África. Después pasó a España, filmó siete películas, una con Carlos Saura. “Pero no me pareció que iba a poder seguir aprendiendo y me fui”.

Las actrices Paulina y Berta Sigerman son parientes de Norman Briski por vía materna
Las actrices Paulina y Berta Sigerman son parientes de Norman Briski por vía materna

En 1980 cruzó el Atlántico y volvió a un lugar conocido: Nueva York. Formó el grupo Argenta donde participaban portorriqueños, afroamericanos y descendientes de aborígenes. Las funciones se hacían en las calles y junto a las escaleras de incendio. Con otras familias de exiliados tomaban las casas desocupadas y las reciclaban; llegaron a remodelar un edificio. “La experiencia peruana y lo de ese edificio son las dos cosas más notables de mi exilio, más que haber trabajado con Saura”, dice sin alardes. Reconoce que exiliarse es duro: “Te sentís media persona, pero cuando lográs dejar de pensar en lo que tenés que tener para tener cosas nuevas, cuando dejás atrás el pasado y te despojás, es cuando ya no sobrevivís sino que volvés a vivir”.

Regresó del exilio en 1984 y se encontró con un panorama impensado. No le ofrecían trabajo y al verlo, sus conocidos se cruzaban de vereda. Su pasado en el peronismo de izquierda asustaba. Estuvo tres días preso acusado de formar parte de la cúpula montonera por un documento que había firmado en Europa. La causa cayó por disparatada. Ante tanto desmemoriado o héroe inventado, Briski hoy no niega y mucho menos oculta su pasado como montonero. No reniega, pero reconoce que aprendió la cautela de “no estar desparramando mi afiliación”. “Si me preguntás te lo voy a decir”, explcica, y en su mirada vuelve asomar el hombre que no negocia al afirmar: “Podría decir que fueron hechos que ya pasaron. Podrían decir cosas para que me perdonen, pero no quiero perdón ni perdonar”.

Con el retorno de la democracia, el artista obligado a exilarse por peronista estaba desocupado por lo mismo. Comenzó un nuevo exilio pero está vez dentro de su patria. La pasó muy mal pero rendirse no está en sus genes. Montó Calibán, una sala de teatro en el barrio de Monserrat. Allí presentaba y presenta obras que él escribía; en todas los protagonistas son nadies que se convierten en alguien, hay indignidades de amos pero también de esclavos, pero sobre todo hay grandes utopías de esas que no se pueden cumplir pero ayudan a seguir andando.

"Mi característica más sobresaliente es que me aburro con facilidad", afirma Norman Briski
"Mi característica más sobresaliente es que me aburro con facilidad", afirma Norman Briski

Junto al teatro, Briski abrió una escuela y se convirtió en maestro de actores. Desde entonces cada año cerca de 120 alumnos se forman con él porque decir ”estudié con Briski” fue y es sinónimo de prestigio y formación, que no es lo mismo que fama y moda.

Ese hombre que soñó con las utopías, ¿cómo se para en un país con un 40% de pobres? “Lo peor que te puede pasar es que te entristezcas. Tenés que buscar un camino activo para cambiar esto. Acompañar a ese 40% que tiene hambre”. Por eso llevó su teatro a la toma de Guernica, al hospital Borda y las fábricas recuperadas, aunque enfatiza: “Nunca entraría a la gestión porque no me gusta el poder. Mi capacidad está vinculada con la creación”.

A los 77 años, Briski fue noticia por un hecho singular. Con su pareja, Eliana Wassermann, fue papá de las gemelas Sibelina y Galatea. “Fue una decisión amorosa. Estoy muy enamorado de mi compañera, amar es hacer lo que quiere el otro y ella quería ser mamá”.

Norman Briski cumplió 83 años en enero y pasó la cuarentena con sus hijas más pequeñas, las mellizas Sibelina y Galatea, que nacieron en agosto de 2015
Norman Briski cumplió 83 años en enero y pasó la cuarentena con sus hijas más pequeñas, las mellizas Sibelina y Galatea, que nacieron en agosto de 2015

Briski comparte la crianza de sus hijas con compromiso y libertad. El momento favorito de las nenas es el de “los cuentos participativos”. Ellas piden que les cuente historias pero “que te hayan pasado” y que tengan “un poquito de miedo”, y el papá se las cuenta pero además se las actúa.

Asegura que no recibe comentarios por ser un padre octogenario ni sus hijas sufrieron algún tipo de marginación. ¿Recomienda la paternidad a los 84 años? “No recomiendo porque nunca hago recomendaciones, si me preguntan digo: ‘Dale, pero si tenés ganas’”. Varias veces lo consultaron sobre si no le preocupaba que pudiera dejarlas huérfanas. “Tendrán otro padre. Yo soy del teatro y en el teatro tuve muchos mejores padres y hermanos que los míos. Aprendés a tener otras familias sin la intoxicación de la familia. No soy hincha de la familia única”.

Con una pareja 40 años menor, el tema de los celos podría ser un problema. “No están mal los celos. Solo hay que liberarse y manejarlos”. Pero, ¿y si no se los puede manejar? “Si no podés manejar no te compres un auto”, remata con una frase para enmarcar.

Con una capacidad de respuesta única, una ironía maravillosa y siendo un artista tan reconocido, es llamativo que Briski aparezca tan poco en la televisión, “No estoy en los medios porque tengo una enorme vocación por estar en los bordes”, responde con humor. Lejos de victimizarse y muchos menos preocuparse, asegura que no lo convocan no por sus convicciones políticas sino porque “me faltan ciertas líneas apolíneas que tienen que ver con el consumo del objeto” y agrega que además es muy exigente “para trabajar en buenas condiciones”. Con esto no se refiere al catering, a las locaciones o la tecnología sino a la improvisación o la falta de criterio: “Si hace 12 horas que estamos trabajando y 12 veces me pedís la misma escena, por más que te quiera te termino odiando”.

Con tanta vida vivida, Briski asegura; “No vivo momentos felices ni desdichados. Yo vivo, nomás”. Y agrega: “Este es mi momento de oro, sino sería ingrato con mi suerte. Lo que estoy viviendo es todos los oros que pude conquistar y también todas las cruces que cargo en la mochila. Volvería a vivir todo pero también los momentos del presente que sigo buscando. Todo lo que deseé antes y no pude lograrlo lo quiero seguir deseando. Si sé que hay cosas que ya no puedo desear, como jugar al fútbol dos tiempo-, renuncio, llorando y busco qué tengo sí para jugar. Mi profesión me permite ser joven, ser viejo, ser boludo y hasta ser peronista”. Escuchándolo es cierto que su profesión le permite todo, pero es su convicción lo que le permite lo más difícil de todo: ser un coherente.

En pandemia Norman Briski dirigió la puesta de Potestad en la Sala Caras y Caretas, y actuó en la película Argentina 1985, de Santiago Mitre, sobre el juicio a las Juntas, con Ricardo Darín y Peter Lanzani (Foto: Gustavo Gavotti)
En pandemia Norman Briski dirigió la puesta de Potestad en la Sala Caras y Caretas, y actuó en la película Argentina 1985, de Santiago Mitre, sobre el juicio a las Juntas, con Ricardo Darín y Peter Lanzani (Foto: Gustavo Gavotti)

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