La música trae consigo recuerdos, sensaciones, incluso sentimientos. Esa energía que se genera a su alrededor puede ser excitante y mover diferentes emociones en cada ser humano. Un show en vivo se convierte en comunión instantánea entre desconocidos, una dulce canción puede desatar el más apasionado de los romances, el sonido de una guitarra distorsionada puede destrabar el estrés de toda una semana de trabajo en la oficina. Pero cuando se hace la luz, también aparece la oscuridad, y la música no está exenta de esta fatal convención.
Algunas canciones o artistas quedaron presas de la amenaza del satanismo o los malos espíritus, y en la mayoría de los casos de manera injustificada. Le pasó a Xuxa cuando sus alegres composiciones fueron puestas en tela de juicio por escandalosos comunicadores que aseguraban que, si la cinta de aquellos viejos casetes se pasaban al revés, se escucharían mensajes diabólicos. Incomprobable y malintencionado. A Madonna la señalaron como un personaje del mal cuando lanzó “Like a Prayer”, a Lady Gaga por algún pasaje de “Alejandro” y los Rolling Stones de haber pactado con el mismo diablo. La partida de Charlie Watts echó por la borda cualquier intriga: lamentablemente los Stones también son mortales.
Más allá de lo improbable y lo fantasioso, las especulaciones están ahí, a la orden del día. Tampoco es cuestión de rock pesado y de artistas oscuros como Marilyn Manson u Ozzy Osbourne masticando murciélagos. Lo que da miedo no es precisamente el uso de delineador negro en los ojos o la blanca palidez de la piel de estos noctámbulos. En el caso de Manson, el tipo da miedo por otras acusaciones relacionadas con violencia machista y abusos que nada tienen que ver con lo esotérico. Y está siendo juzgado en la Tierra.
Las historias de terror que envuelven a la música son lo suficientemente realistas para hacer dudar hasta al más escéptico. Y aquí seleccionamos algunas de las más escalofriantes. Para creer o reventar.
“My Way”, el clásico que mata en Filipinas
No hay cumpleaños de más de 50 en el que el protagonista no se quiera lucir entonando el temazo que popularizó Frank Sinatra y que tantos versionaron una y otra vez. “My Way”, la composición de Paul Anka, o su versión en castellano, “A mi manera”, es de esas canciones que hacen sentir único al quien la canta, aunque esté en un karaoke. En Filipinas el tema pegó tanto como en el resto del mundo y los cantobares lo ofrecían desde siempre entre sus opciones para entonar en frente de amigos y borrachines de ocasión. Todo terminó cuando en los últimos años varios asesinatos tuvieron como blanco a personas que, justamente, habían interpretado “My Way” en distintos karaokes. Entonces, los locales dejaron de ofrecerla. Y los aficionados, de pedirla.
Nadie sabe qué provoca las ganas de matar después de escuchar una canción tan linda y tan sentida. Según la delirante teoría de un cantante filipino que fue entrevistado por la revista del New York Times hace unos años, el problema es que todo el mundo tiene una opinión sobre el tema y el público ocasional enloquece si el cantante desafina. La letra es una reflexión de un hombre que ha vivido su vida como ha querido, “a su manera”, y esto también puede ser visto por la sociedad filipina como una cuestión de soberbia. Como fuera, estos asesinatos solo encontrarían su móvil en los efectos que el alcohol provoca en los homicidas, y en que la posesión y el uso de armas ilegales en Filipinas es altísimo. Igual, por las dudas, si alguien anda con muchas ganas de cantar una de Paul Anka en un boliche filipino, sería mejor despacharse con “Diana”.
Los guitarristas de Fleetwood Mac
La banda de Stevie Nicks tuvo muchos vaivenes. Dentro de Fleetwood Mac hubo amores, divorcios, pero sobre todo ha habido muy buena música. Convertidos en un grupo de culto, sus miembros gozaron del prestigio de pertenecer, pero no precisamente de la mejor de las suertes. Peter Green, uno de los fundadores, murió el año pasado después de haber cumplido los 73 años. Y aunque fue una pieza fundamental en los cimientos de Fleetwood Mac, se fue antes de que llegara el éxito.
Green había abusado del LSD y le diagnosticaron esquizofrenia cuando era muy joven, así no llegó a vivir las mieles del éxito que logró la banda con los años. Siempre ha sido considerado un gran guitarrista, pero se mantuvo casi retirado del negocio durante años, salvo por algunas colaboraciones esporádicas. En 1995 armó el Peter Green Splinter Group, sacó algunos discos y tocó bastante, hasta que en 2004 canceló una gira de repente, suspendió el lanzamiento del nuevo material que tenía previsto y se guardó de nuevo. Nunca pudo combinar sus trastornos de salud mental con la vida de un rockstar.
Peter no fue el único que vio alejarse el tren de Fleetwood Mac desde adentro, dejándolo pasar. Jeremy Spencer también había estado desde el comienzo. Era un talentoso y junto a Green, formaban un dream team de las cuerdas. Un año después de que su colega le pusiera pausa a su carrera por las enfermedades mentales que lo aquejaban, Spencer también tomó otro rumbo. En febrero de 1971, mientras giraba con la banda por California, desapareció. No estaba en su habitación de hotel, no estaba en la ciudad, tenían shows pendientes y Jeremy no aparecía. Después de buscarlo de manera incansable y de suponer lo peor, se enteraron que se había ido para no volver: ya era parte de la secta Childrens of God.
Los Niños de Dios (en castellano) era un grupo religioso evangelista, y la fascinación de Spencer por la vida de Jesús y sus ansias de alabarlo lo llamaron inmediatamente. Fanatizado por esta secta, el músico no solo dejó a Fleetwood Mac, sino también a su esposa e hijos, que lo esperaban en Londres. Se dedicó a componer himnos religiosos y a recorrer buena parte de América con este grupo, al que le dedicó años de su vida y su fortuna: les donó todo el dinero que había ganado.
El resto de los guitarristas también tuvieron un destino espantoso. Danny Kirwan se mostró raro en algunas presentaciones del grupo y terminó internado en un centro de salud mental. Bob Weston, otro de los guitarristas que pasó por la formación, falleció después de sufrir un aneurisma en 2012, y Bob Welch se suicidó después de pasar años enganchado a la heroína y otros tantos en tratamiento para dejarla. Ninguno había logrado sobresalir después de pasar por Fleetwood Mac.
El pianista de jazz perseguido por la magia vudú
Ferdinand Joseph LaMenthe nació hace tanto que ni siquiera se sabe bien cuándo. Es probable que haya sido el 20 de septiembre de 1885 en Gulfport, Luisiana, pero nadie está seguro. Sí se sabe a ciencia cierta que se hizo famoso como Jelly Roll Mortons, que murió el 10 de julio de 1941 y dejó un legado fundamental para el jazz.
“Cuando Jelly Roll era un niño, su amada madrina vendió su alma al diablo a cambio de un regalo de ilimitado talento musical”: así comienza el prefacio de Alan Lomax a la edición de 1993 de Mister Jelly Roll, el libro publicado por primera vez en 1950. Este personaje mítico, que brilló en aquella bohemia de Nueva Orleans, se abrió ante Lomax en una charla por partes que tuvo como escenario el auditorio de la Biblioteca del Congreso. Lomax editó su libro compuesto a partir de fragmentos textuales y describió a la música de Jelly Roll como “la fórmula maestra del saber jazz-mulato madurado por el dolor negro”.
Se supone que su talento se lo debe a ese negocio sucio entre su madrina y el diablo, al que le vendió su alma a cambio del talento del niño. Durante la década de 1920 la carrera de Jelly despegó, se hizo famoso en el circuito del jazz, fue aclamado y logró cierta fortuna que le permitió darse una vida de lujos. Más adelante, descubrió en su oficina un extraño polvo y a partir de allí todo se puso patas para arriba. La afición a la bebida y este extraño descubrimiento lo llevaron a la ruina.
Desesperado, se acercó a una mujer que entendía de magia vudú, quien le recomendó que quemara toda su ropa. El pianista le hizo caso y después de eso su suerte cambió, al menos un poco. Si el pacto se terminó en ese momento o recién con su muerte en 1941, eso también continúa siendo un misterio.
Robert Johnson y la inauguración del Club de la Muerte
Ni Janis Joplin, ni Jimi Hendrix, ni Jim Morrison: al fatídicamente célebre Club de los 27 lo inauguró Robert Johnson. Influencia para los Rolling Stones y Bob Dylan, y más atrás en el tiempo para el mismísimo Muddy Waters, Johnson fue un pionero del blues. Guitarrista excelso y compositor dedicado, se supone que su virtud con las cuerdas no llegó hasta que hizo un pacto con el diablo. Esta historia trascendió gracias a la memoria -o a la inventiva- de su compañero de banda, el armonicista Willy Blind Dog Brown. Tan atractivo como inverosímil, el cuento se transformó en una de las grandes leyendas del blues y llegó a ser parte del guion de la película Crossroads, de 1986.
Según Brown, en un momento de su vida Robert Johnson se encontraba en una pésima situación económica, sin rumbo y sin poder encontrar una salida laboral tocando la guitarra. Por lo visto no tocaba tan bien y de cantar, ni hablar; le faltaba talento. Su vida personal estaba sumergida en el pesar, ya que su esposa había muerto embarazada de su primer y único hijo natural.
Una noche, Johnson se acercó al cruce de la Highway 61 con la 49, en Clarksdale, muy cerca de la Plantación Dockery. Allí mismo decidió que tenía que pactar con el diablo: le pidió rapidez en los dedos para tocar la guitarra como nadie y una voz increíble. El maligno respondió dándole esos dones y llevándose su alma. También logró tener otra esposa, Esther Lockwood, madre de Robert Lockwood Jr., el hijastro que seguiría sus pasos.
Robert Johnson murió en dudosas circunstancias el 16 de agosto de 1938, sin determinarse si había sido envenenado o fue producto de una neumonía. Y así, terminó inaugurando el fatídico Club de 27.
Radiohead contra los fantasmas
En Bath, Inglaterra, una enorme mansión del siglo XV sirvió como escenario para grabar Ok Computer, uno de los discos más populares de Radiohead. El resultado fue divino, pero la cocina del álbum fue tenebrosa. La banda contó después que durante la grabación en ese espacio de cuentos las consolas se apagaban sin motivo, que probablemente había fantasmas que recorrían las habitaciones por las noches cuando intentaban dormir, y que sin todo eso alrededor nunca se hubiera logrado un disco igual.
Este castillo había sido alquilado al grupo de Thom Yorke por la actriz Jane Seymour, que hasta ese momento lo usaba como locación para rodajes. Seymour hizo una excepción con los músicos. Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead, comentó en una entrevista que durante la estadía en la mansión no dejaba de oír voces cuando bajaba el sol. Entre risas y estupefacción, confesó que una de esas voces lo obligó a cortarse el pelo.
En 2019, mucho después de esta experiencia, y cuando Ok Computer ya se había convertido en un clásico, desapareció un minidisc con material adicional de esas sesiones. Se trataba de 18 horas de grabación por las que un pirata informático terminó pidiendo rescate: 150 mil dólares para no hacerlo público.
Los miembros de Radiohead fueron por más y liberaron en Internet todo el contenido sin restricciones. Además, destinaron las ganancias a Extinction Rebellion, un grupo de activistas contra el cambio climático. Quizás así, con esta buena acción, lograron exorcizar aquella extraña influencia.
SEGUIR LEYENDO: