Hace cinco años se apagó la voz de Pocho La Pantera. Una de las figuras más representativas de la movida tropical de los primeros ‘90, murió víctima de un cáncer de riñón fulminante. Tenía 65 años y encaraba la enésima reinvención de su carrera, con “El paso de la fiesta” como punta de lanza y se mostraba activo en los escenarios, en los medios y en las redes. Su muerte impactó en el mundo del espectáculo, que lo despidió con tristeza y estupor.
Ernesto Aníbal Gauna nació el 29 de noviembre de 1950 en la ciudad de Buenos Aires, pero pudo haber nacido en Corrientes, donde su familia se radicó al poco tiempo; en Comodoro Rivadavia donde pasó algunos años de su infancia o en Córdoba, donde vivió gran parte de su vida antes de convertirse en Pocho La Pantera. Hijo de un director de escuela, a quien le debía la vida nómada, y de una locutora y bailarina, en su casa se respiraba bohemia y guitarreadas, y recordaba las visitas de Atahualpa Yupanqui o Eduardo Falú. Sus padres se separaron cuando él era chico, y más que sufrirlo, sintió que lo hizo madurar de golpe y le dio fuerzas para enfrentar la vida.
En ese ámbito empezó a tocar la guitarra y a delinear su perfil artístico en el que le gustaba definirse como intérprete. No quería que se lo encasille como referente de la cumbia, aunque el estallido popular de los ‘90 lo ubicó para siempre en esa batea. Se encargaba de repetir que era apenas una de sus tantas personificaciones. Es que antes de ser Pocho La Pantera, Ernesto contaba cuentos, como cordobés no nacido pero sí criado, e interpretaba canciones populares sin distinción de género. Tangos, boleros, folklore y algún que otro incipiente rock formaban parte de su repertorio de buscavidas artístico.
Sus primeras armas semiprofesionales las hizo en un cabaret, cuando tenía 15 años. “Siempre fui grandote”, admitía para justificar una práctica muy común en el ambiente de los ‘50 y los ‘60. Por entonces, las orquestas y las bandas tocaban en vivo y los pubs, boliches o cabarets tenían estrategias ante las eventuales requisitorias policiales. También se enamoró de la mujer que lo había contratado, que le llevaba diez años. Fue el primer contacto con un submundo marginal, en el que surgieron diferentes versiones sobre su figura.
En 2009, durante una entrevista con Rolando Graña, afirmó que durante los años ‘80 “regenteaba” un grupo de mujeres que le hacían ganar mucho dinero, y también reconoció que “había que darles una paliza de vez en cuando para que laburen”. Sin embargo, en declaraciones posteriores negó haber ejercido tales prácticas. “Yo era Pocho La Pantera, me fundí dos veces, me quedé en la lona. Las mujeres me ayudaban, iba a cantar a un cabaret, y venían amigas. Yo trabaje mucho con los cabarets pero siempre respeté mucho a la mujer y nunca fui cafiolo”, retrucó.
A los 19, debutó en el Festival de la Doma y el Folklore de Villa María, que marcaba como su bautismo artístico. Se hizo habitué de los café concerts, a veces como cantante, en otros como animador. Hasta que a principios de los ‘80 se decidió a pisar fuerte en la frontera entre el cuarteto y lo tropical, y empezó a moldear el personaje Pocho La Pantera. Con una filosofía punk intuitiva, fue diseñando su propio look, tomando un poco de acá y otro poco de allá para crear un estilo único. La estética pop no estaba aún presente en la movida tropical y él se encargó de moldear una figura avasallante y única de un rockabilly, a veces heavy metal, en otras tirando a dark, pero siempre con acento cordobés.
Su look clásico, el que referencia al último Elvis Presley, hoy parece producto de una brillante estrategia de marketing. Sin embargo, el músico se encargó de aclarar que había sido obra de la casualidad. “Yo había visto a Elvis en las películas con el pelito corto, cuando hacía de soldado”, alegó en defensa propia. En cambio, sí asumió inspirarse en Michael Jackson para diseñar su vestuario estrambótico, de pantalones rojos y chaqueta de cuello levantado, que sumado a unas patillas, que las atribuía a su pasado como folklorista, lo entronizaron como el Elvis de la Movida Tropical. En 1984 publicó su disco debut Pocho La Pantera, trajinó los boliches y los estudios de grabación durante un lustro, hasta que su nombre llegó a cada rincón del país.
Tenía casi cuarenta años y la fama lo precipitó hasta límites insospechados, con los riesgos del caso. La culpa de todo la tuvo “El hijo de Cuca”, uno de los hits del compilado de la música tropical que fue banda de sonido de los primeros años del menemismo. Se recitan de memoria entre los de más de treinta, cuando Spotify no existía y las playlist se grababan en cassettes en disquerías o se conseguían en ferias de usados. Su tema se mezclaba con “Qué tendrá el petiso” de Ricky Maravilla; “La pollera amarilla” de Gladys, la bomba tucumana; “Movidito, movidito”, de su compadre Sebastián; “La Güera Salomé”, de Lía Crucet; “Violeta”, de Alcides y algunos otros más.
Inspirado libremente en su cuñado, “El hijo de Cuca” representaba una pintura costumbrista al vago de la época. Despreocupado, poco afecto al trabajo y habitante nocturno por excelencia, su único objetivo es ir a bailar y hacer regañar a su madre. Junto a “Lloró la niña”, “Cómprale un choripán” y “Me dicen la Pantera” conformaba el esqueleto de su repertorio, y fue su gran éxito crossover que lo ubicó para siempre entre los infaltables de los disc jockeys y el que lo llevó a las grandes ligas del estrellato. Almorzó con Mirtha Legrand, fue habitué de Ritmo de la noche y se dio el gusto de cantarlo con Charly García y Pedro Aznar como playback band en Hola Susana. También, fue el pasaporte directo a los excesos y a su etapa más oscura.
En su época de esplendor, aseguró ganar 150 mil dólares por mes y gastarse diez mil en un rato. Las luces del éxito potenciaron los problemas que traía desde su juventud en Córdoba. Una todavía incipiente adicción a las drogas, una conducta demasiada parecida al del hijo de Cuca, una facilidad para relacionarse por el lado equivocado de las cosas. La cocaína fue su peor enemiga. La probó como una travesura en sus épocas de colimba y con la fama el consumo no tuvo límites. “La pasé bárbaro hasta que la empecé a pasar mal”, sintetizó.
Una noche, se propuso aspirar hasta morir, con el recaudo de dejar la puerta del departamento abierto, “por si me moría, para que no rompan la puerta que sale carísimo”, relató. Otra vez, no pudo enfrentar a su hijo Mariano, entonces de 13 años. Estaba en un estado tan lamentable que no se permitió que su hijo lo viera así. Se escondió abajo de una mesa para protegerse de sus delirios paranoicos, y quizás allí supo que había que hacer algo. La religión fue el salvavidas que abrazó. Se volvió estudioso de la Biblia, habitué de los templos y predicador todoterreno. “Tomé en serio el temor de Dios”, resumió. Dejar el alcohol y el tabaco no le costó tanto como la cocaína, que le tenía preparada alguna recaída hasta que logró controlar la adicción.
El cambio definitivo llegó cuando se enamoró de Viviana Basilio, la Griega, quien lo acompañó para siempre y lo hizo alejarse de los viejos malos hábitos. Compartieron viajes y ella oficiaba de mánager, además de ser su gran compañera. Claro está, nunca se alejó de la noche. Pero se sentía mucho mejor junto a la última mujer que lo amó y que estuvo a su lado hasta el final.
En el ámbito profesional, el cantante llevó sus inquietudes artísticas por fuera de los límites de música tropical, sin renegar de Pocho La Pantera pero conectando con aquel Ernesto Gauna que se formó en el oficio de interpretar. Grabó discos de música cristiana e hizo honor a la etiqueta de “el más rockero de los cumbieros”, cuando registró un ecléctico álbum de versiones, -Rock and Pocho- que van desde Queen a Pappo, algunas inéditas, otras escondidas entre sus registros anteriores. También se volcó a la pintura y llevó su carisma al teatro y la televisión.
Estaba en plenitud y con proyectos artísticos cuando en noviembre de 2015 y luego de permanecer una semana internado, hizo una amarga declaración que caló hondo en el mundo del espectáculo. Le habían detectado cáncer de riñón y debía empezar el tratamiento con quimioterapia. Desde entonces, paseó por los programas de televisión su historia, siempre con buena onda y animando a no bajar los brazos ante la enfermedad.
Poco tiempo después, se dio uno de los últimos grandes gustos de su vida, cuando participó junto a su hijo Mariano del especial famosos de Laten corazones, el ciclo de Telefe que conducía Mariano Iúdica “Nunca pensé que iba a cantar con mi hijo, es muy emocionante. Me llenaron de amor”, señaló, luego de interpretar una versión conmovedora del tango “Los mareados”,
Ya con el diagnóstico pesando sobre sus espaldas, publicó un tema nuevo que a la distancia se interpreta como su último baile. “El ritmo de la fiesta” es una oda a las coreografías improvisadas, esas que unen a amigos y desconocidos en cualquier festejo, esas que pueden surgir perfectamente al ritmo de “El hijo de cuca”. El videoclip contó con cameos bien diversos, de Moria Casán a Jorge Rial; de los Illya Kuryaki a Pamela David y Fabián Doman, entre un interminable elenco de celebrities que replican a su manera lo que pide la canción. El mejor epitafio posible.
Un día como hoy, hace cinco años, Pocho murió en el Instituto Médico de Alta Complejidad tras luchar contra un cáncer de riñón. Se acercaron al despedirlo al velatorio algunos compañeros de su aventura en la movida tropical, como Daniel Agostini, Alcides, Roberto Edgar, Marcela Baños, Pablo Serantoni. Su entierro, en el cementerio de la Chacarita, lo profesó el Pastor Giménez, el mismo con el que había apuntalado su conversión y que había oficiado en su matrimonio con la Griega.
“Todos los que amamos a Pocho tenemos que recordarlo así como el quería, alegre, contento. No le gustaba la mala onda, no le gustaba llorar. Hoy nos cuesta no llorar. Es una persona que se metió en nuestros corazones”, señaló el Pastor en la emotiva despedida. Días antes, en las redes sociales, donde interactuaba a menudo con sus seguidores, el cantante había dejado flotando un mensaje en el que resumía su vida y que permanece inalterable hasta hoy: “Recuerden esto: ustedes me dieron todo. Gracias por el aguante”.
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