Son las 3 de la tarde de un sábado primaveral en Vicente López. Este cronista toca el portero eléctrico del departamento de Raúl Porchetto y, del otro lado, se escucha su inconfundible voz, dueña de varios de los hits del rock argentino.
“Es la primera vez que un periodista entra a casa”, me dicen él y su esposa, María. Qué honor y responsabilidad, pienso. Y más aún cuando me entrega su flamante libro con una dedicatoria en la que me agradece su amistad.
En una hermosa charla de casi tres horas -que dimos por finalizada cuando Raúl tuvo que salir hacia un programa de televisión-, contó de qué se trata “Bebiendo el universo. Antología poética e historia”, su primer libro, publicado por la editorial de la Universidad Nacional de Córdoba.
También se refirió a la vuelta a los escenarios tras la ausencia obligada por la pandemia, y a la nueva canción que estrenó hace apenas días y está marcando récords de reproducciones en las plataformas digitales del músico.
— ¿Con qué se va encontrar el lector de “Bebiendo el universo”?
— Es un libro en el que estuvimos trabajando un par de años y quiero agradecerle especialmente a José Emilio Ortega y a toda la gente de la Universidad Nacional de Córdoba. De lo que estoy seguro es que el lector se va a encontrar, más allá de que le guste o no, con la antología poética por un lado; y, por el otro, todo lo demás que cuento, que es la historia como la viví. No hay claros oscuros.
Preferí mostrarme transparente, como colgando la ropa en el tender. El lector se va a encontrar con las cosas como fueron y como lo viví, como lo decodifiqué emocionalmente. Los hechos fueron tal cual, pero después yo lo decodifico. Es decir, está el como lo pude haber interpretado después...
— Con la subjetividad también…
— Eso es lo que quería decir, tal cual. Con la propia subjetividad que tiene cada uno. Y estoy expectante porque sé lo que es sacar un disco, lo que puede suceder, lo que no puede suceder y todos los acontecimientos que hay alrededor de cuando sale un disco, pero un libro nunca presenté.
Es algo totalmente nuevo y fue muy lindo presentarlo en la feria del libro de Córdoba por la cantidad de gente, la respuesta y la sinergia que tuvimos con la gente. Para mí fue muy movilizante. Fue un movimiento de energía muy linda. Y de afecto. A la presentación del libro en Córdoba no esperábamos ni una tercera parte de la gente que fue, de la respuesta que ha habido… Para mí fue muy importante porque era todo nuevo.
— Estabas sumergiéndote en un mundo nuevo...
— Totalmente. Fue así, un mundo totalmente nuevo.
— Te pregunto por quienes escriben. Estela de Carlotto, Gustavo Béliz, León Gieco y Susú Pecoraro dejaron unas lindas palabras hacia tu persona. ¿Qué significan ellos en tu vida y qué significa que estén presentes en el libro?
— Fue muy importante que estén ellos. Comienzo por Estela. Lo que escribió ella no fue un prólogo, dice obertura. Fue una forma de abrir el libro y para mí fue fundamental. Desde que la conocí, su apoyo fue incondicional hacia mí. Las Abuelas con “Arte por la paz” y después la relación que hicimos. Y está ahí un poco creo que la síntesis en sus palabras. Te podría hablar horas de lo que significa Estela y su apoyo, que trasciende todas las barreras. Es increíble y valorable lo que hace desde la construcción pacífica. Hay que tener mucho equilibrio porque para la violencia todos tenemos la capacidad, pero para la paz es más difícil. Es salirse de la provocación y decirse a uno mismo: “Yo qué tengo que ver, es su diarrea mental”. La violencia es sinónimo de miedo y desesperación, por eso se necesita mucho equilibrio para mantenerse en paz en distintas circunstancias.
Gustavo Béliz es importante que esté en el libro porque, aparte de ser un amigo, siempre me decía: “Raúl vos tenés que escribir un libro”. El primero que me lo decía era Juan Carlos Mareco. Yo en ese momento estaba rockeando por todo el país y ni ahí me lo imaginaba. Y hará cuatro años cuando me lo empezó a decir Gustavo. Él fue el disparador y siempre le gustó mucho mi obra. El prólogo en realidad es de él.
Respecto a León (Gieco), decirte que es un amigo y tiene la subjetividad de un amigo. Es una hermandad lo que tenemos con León. Yo me alegro como un chico cuando lo veo a él y a Alicia, su compañera de tantos años. Verlos es estar en familia.
Y Susú Pecoraro también es una gran amiga. Nos conocimos hace décadas y a ella siempre le gustó mi obra. Siempre admiré su capacidad de artista. Es quizás de esas personas que no nos vemos mucho pero sabemos que estamos siempre. Para mi era importante que ella comparta sus palabras.
Hay un montón de amigos que me hubiera gustado que estén pero creo que ellos son los cuatro que representan a todos los demás.
— En el libro contás que, aunque la música estaba muy presente en tu vida, en la niñez no te pensabas como artista. Y te cito: “El universo de la clase media en los años ‘50 y ‘60 era bastante más rígido que en la actualidad y las escalas mentales no permitían una proyección semejante”. ¿Cómo fue crecer en esos años y cuándo empezaste a pensarte como artista?
— Creo que uno lo tenía incorporado pero que no había herramientas para que el intelecto lo identificara. En ese universo de clase media, era como que el artista estaba algo alejado, confuso, anárquico... Esto es como uno lo puede contextualizar de aquella época. Todo muy lindo pero no... (Risas). No era porque mis padres no me apoyaran, sino que todo el contexto sociocultural daba eso.
— A lo sumo un hobby, a lo sumo vivir de otra cosa y quizás los fines de semana cantar, pero vivir de otra cosa…
— Totalmente. Nadie se imaginaba que se pudiera vivir de la música. Tíos me decían con mucho amor: “¿De qué vas a vivir?”. Por suerte mis padres siempre me apoyaron. Desde muy chico escuchaba todo tipo de música, lo que tenían mis padres ahí. Desde Gardel hasta muchos discos de jazz, folclore, hasta que aparecen…
— ¿Los Beatles?
— Claro, aparecen ellos. Fueron extraterrestres que cambiaron el mundo. Pero volviendo, ese universo de la clase media era así. Hoy es al contrario. De cada 10 chicos, hoy 8 no sé si se van a dedicar profesionalmente pero les interesa la música. Antes, la proporción era uno de cada 1.000 y era raro.
— Los artistas que nos habremos perdido…
— Totalmente porque era así. Seguro. Yo tenía grandes compañeros que hacíamos los temas de los Beatles. Uno fue contador, otro peleó en Malvinas, era comodoro… Yo me los imaginaba rockeando conmigo y tomaron otros rumbos.
— En distintos pasajes del libro hablás de Jesús, San Francisco de Asís y la Virgen María. Citás incluso una frase de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. ¿Esa frase significa mucho para vos?
— Sí, yo a los amigos los tomo como ofrendas que me dio la vida. Así como la familia. A los amigos los pongo en ese lugar. Una cosa es el amiguismo, trato de ser afectuoso con todo el mundo. Pero los amigos de verdad son fundamentales. Es como brindar por la vida y con la vida. Me hace muy feliz cuando me encuentro con mis amigos. Soy de agradecer mucho. Agradezco. No es una religión. Doy gracias, nada más. Ahí está contenido todo. Lo trascendente no hay que explicarlo. La ignorancia sí que es atrevida y yo soy muy atrevido como ignorante que soy, pero a tanto no llego. (Risas).
— Contás que estudiabas derecho y el clic que te hizo abandonar la carrera cuando te faltaba muy poco para recibirte. ¿Qué fue ese clic?
— Me lo acuerdo puntualmente. Fui a ver una película de San Francisco de Asís que se llamaba “Hermano sol, hermana luna”. Él pateó el tablero, no es el prototipo del santo. Sino al revés. Se lo trató de acomodar, por decirlo de alguna manera. Se le pasó barniz. Él daba vueltas antes de elegir un camino, hablaba con los pájaros... Y en esa dimensión diferente en la que se expresaba fui a ver una película que me bastó. Fue como una explosión nuclear dentro mi cerebro.
Entonces recuerdo que, tras ver la película, fui a una clase de deontología jurídica. Se hablaba de la ética del abogado y lo que estaba diciendo el profesor era contrario a lo que era la ética del abogado. Entonces, le pregunté: “¿Usted haría esto, esto y esto en función del derecho pero no de la justicia?”. Es como que hay un protocolo que hay que seguir a toda costa porque el derecho romano lo desarrolló así, pero no fue el único el romano. Discutí con el profesor, me dijo que estaba totalmente loco y que no diga pavadas. Miré por una ventana, había un patio y recuerdo que me fui. Rompí las cadenas. (Risas).
Nunca más volví a la facultad. Le dije a mi padre, me dijo que lo piense porque era una decisión difícil pero que la decisión que tome ellos la iban a apoyar y así fue. “Lo único que quiero es que seas feliz”, me dijo. A partir de ahí comenzó mi camino en la música.
— Es muy interesante cuando narrás cómo Charly García llegó a debutar en Cristo Rock y cómo fueron tus planteos para que él estuviese en tu disco. ¿Cómo fue eso?
— Con Charly nos conocimos cuando me habían ofrecido hacer un disco, que iba a terminar siendo Cristo Rock. Cuando salgo a buscar a un tecladista, él me volvió loco. El día que nos conocimos, lo primero que nos preguntamos fue qué música escuchábamos. Y coincidimos en los gustos. Viste esas parejas que dicen: “¿De qué signo sos?”. Bueno, fue algo así.
A partir de ahí hubo una conexión y empezamos a trabajar en lo que iba a ser mi segundo disco. Él me mostraba canciones de Sui Generis, y recuerdo que un día lo llamé y le dije: “Este fin de semana hice una obra: se va a llamar Cristo Rock”. Ahí hablamos y me dijo: “Mañana voy”. Él venía a casa, a mamá le encantaba. Era como un hijo que venía. Y lo mismo pasaba con León (Gieco). Mamá nos preparaba la merienda. Ahí le conté, le encantó Cristo Rock, su concepto e idea, y ahí fue a grabar.
Habíamos llevado músicos que eran de la banda de Sui Generis porque yo no conocía muchos músicos. Billy Bond, que fue el productor, dijo: “No, este músico no. Este tampoco. Y así”. Traía unos músicos impresionantes pero me dolía por los chicos. No tenía margen, era mi primer disco. Muy respetuosos fueron ellos conmigo. Y, de repente, me dice: “Charly no, pone muchas notas...”. Y yo le digo: “No, mi límite es Charly”. Ante eso me dijo: “Pensalo”.
Cuando salimos, le cuento a Charly; y él, con una generosidad impresionante, me dice: “Bueno Raúl, es tu primer disco”. Me apoyó y me dijo que siga. Y yo le dije que lo quería a él. Era un amigo. No era el Charly García de hoy, sino que era un amigo que venía a casa y teníamos ese vínculo tan especial, con todo lo que significaba. Salíamos como a ganar el Mundial...
Al otro día volvimos y le dije: “Carlitos, yo te quiero a vos; y si ellos no lo aceptan volvemos y listo”. Y él me decía: “Estás loco”. Y ahí me quedó el “loquito”. Al final aceptaron que estuviese Charly y me siento muy orgulloso de esa decisión y de todas las que vinieron después.
— Me gustó mucho cuando recordás tu primer viaje a EEUU y las entrevistas que tuviste con directivos de compañías importantes. ¿Qué te quedó de esa experiencia?
— No tenía ni idea de lo que hacía ahí. (Risas). Fui a Los Ángeles y paraba en lugares que ni imaginaba. Llegué con una carta de Odeón. Era todo un desafío. Me acuerdo el día que entré a Capitol, el tipo me hace pasar y veo una foto en la que él estaba abrazado con John Lennon y Paul McCartney. No lo podía creer. Conocí a gente impresionante en un momento en que no me imaginaba. Fue una experiencia bárbara pero yo no tenía idea de nada. Para mi fue llegar a una estación espacial y volverse. Estaba muy contento de ir.
— En los ‘80 se dan dos cosas. Por un lado, contás que sentiste temor por las desapariciones de las que estabas al tanto y las amenazas que recibías; y por el otro, es la salida de Metegol. ¿Cómo fue combinar el miedo con el rotundo éxito? Me imagino que a una persona tan sensible como vos le afectaría bastante lo que ocurría...
— Tenía un primo que había desaparecido. Fue tan difícil crecer, fue tan difícil vivir que la vida te daba miedo. Uno era sospechoso por el simple hecho de ser joven. Ser joven no tenía perdón. Uno era la pelotita de ese juego. Y las pelotitas eran reemplazables totalmente de ese metegol. Cerraba muchas veces los recitales con la frase: “El poder está en vos, pueden destruirte, hacerte añicos, despedirte con un soplo de la vida, pero el poder aún seguirá en vos”. Hagan lo que nos hagan, el poder está en nosotros.
Una vez, en Río Cuarto, me estaban esperando y cuando terminé de tocar en un boliche lleno de gente me subieron cuatro personas de civil a un Falcon verde y estuve 24 horas desaparecido. Se movió mucha gente al enterarse y me largaron. Estábamos de gira con la banda de Metegol, los que después iban a ser los GIT. Fue en el ‘81 eso.
— ¿Pensaste en irte del país?
— No, pero me dio miedo porque después de tocar estaba en un calabozo de uno por uno que nunca había estado. Me encontraba aislado en ese calabozo lleno de suciedad, transpirado porque había terminado de tocar y nadie sabía donde estaba. Ahí pensé en la familia. No pensé en irme, solo pensé en la familia.
— En el libro también contás una anécdota muy linda de una caminata con Luca Prodan y decís que, en algún sentido, Luca era como Charly. ¿Creaban un personaje para defenderse del medio que los rodeaba?
— Sí, no era ex profeso, sino que era como una actitud. Y una vez hablamos de eso con Charly. Me dijo: “Si no cambiás, te van a destrozar y yo no voy a permitir que me destrocen”. Son dos personas con una hipersensibilidad y Carlitos hizo un personaje pero también con un precio muy alto.
Y Luca me sorprendió. Salió como un chiquito. “¿Qué te pasa?”, me dijo. Y ahí me cayó la ficha. No lo había interpretado. Cada uno estaba en la suya en realidad. Era la sopa de la sopa lo que recibía de Luca. Y fue una charla única, que queríamos repetir y fue irrepetible. Nunca me voy a olvidar, fue muy emotiva. Íbamos agarrados del brazo muy temprano caminando desde Panda hasta Devoto ida y vuelta.
— Hacia el final del libro decís cómo te gustaría que te recordara tu nieto. Te pregunto: ¿Cómo te gustaría ser recordado por él y por el público?
— Cada uno cree en lo que quiere creer e imagina lo que quiere imaginar. Es como pasa con las canciones. A veces uno no tiene que explicar, que cada uno lo tome y lo reciba. Ya el afecto que recibí en estos 50 años de carrera es parte de ese gracias que hago en silencio todos los días. Las cosas que me escribe la gente son increíbles. Y yo digo: “Pucha, ¡cuánta carga de vida a través de esas cosas!”. Trato de valorar cada cosa que recibo, cada mensaje de afecto, cada palabra... Yo soy rico en ese sentido.
A mi nieto le deseo que sea feliz. Dije que no cuando tenía que decir que no y dije que si cuando tenía que decir que si. Con todos mis errores.
— Te llevo a los shows en vivo. Volviste a tocar tras la pandemia y ya tenés otra fecha confirmada.
— La verdad es que estoy muy contento. El pasado 22 (un día antes de su participación en el festejo de cumpleaños de Charly García) nos presentamos con la banda en el café La Humedad. Y ya nos ofrecieron volver a tocar el próximo 4 de diciembre en el mismo lugar.
— La última es sobre tu nuevo tema. ¿Cómo fue grabar “Alguien, bebiendo el universo” y que sentís al ver la buena repercusión que tiene?
— Me sorprendió la cantidad de reproducciones que tuvo hasta el momento. Hacía mucho que no tenía una respuesta así. Lo grabé en una computadora de 2010 con las aplicaciones de 2010. Es añeja pero era lo que había... Fue toda la base del piano y el ritmo primero. Y, a partir de ahí, fui construyendo. Armamos los coros, los arreglos, a Dani (el hijo) le encantó y luego le sumamos el bajo. Pablo Motyczak, bajista de Rata Blanca, se encargó del bajo y nos encantó. Es un gran bajista que viene tocando conmigo y pensé que para esta canción iba a quedar excelente, como terminó sucediendo. El concepto que le quería dar a nivel de producción se logró. Fue muy sentida la canción y la gente también percibió eso.
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