Escenarios, camarines, estudios, zapadas, tertulias, noches interminables que se transformaron en días. Andrés Calamaro y Charly García trabaron una perdurable amistad que atravesó su mayor intensidad en los 80 y los 90, que se vio sacudida por celos de un lado y del otro en torno a una misma mujer, y que finalmente se reconstruyó por admiración mutua.
“Entiendo la mayoría de los procesos (precipicios) interiores de los últimos bastantes años de García porque yo también me fui a naufragar en una balsa sin madera, y porque conozco algunas de las sensaciones de tirarse de un tren en movimiento y reincorporarse lerdamente, sentirse aburrido, ancho y ajeno y creer que nunca mas vas a recuperar la chispa adecuada. Yo no tengo conflictos con Charly, además ya somos grandes como para molestarnos por otros conflictos que no seamos nosotros mismos, la vida y la muerte”, escribió Andrés en su blog en octubre de 2009, pocos días antes de que Charly regresara a los escenarios tras una temporada en rehabilitación. Con ese texto, zanjó públicamente cualquier tipo de diferencias o rispideces que podría llegar a tener con el “Ciudadano García”.
“Nuestros primeros encuentros fueron casuales y nos dijimos ‘Hola’ en la fila para un recital de Polifemo y Avalancha en el Gran Rex -reseña y escribe ahora Calamaro, a pedido de Teleshow-.Y en los estudios Fonema: estábamos grabando con Raíces, Charlie y David (Lebón) llegaron para escuchar el festival de 1977 en el Luna Park (Nota: se refiere a las grabaciones que luego se convertirían en el disco en vivo Música del Alma, considerado el inicial de la etapa solista de Charly). Les abrí la puerta del estudio en la calle Perú. Creo que nos frecuentamos como compadres, a pesar de la diferencias de edad, en casa de Andy (Cherniavsky) y Clota (Ponieman) o en esa época. Éramos grupo de amigos y también estaba Daniel García (hermano de Charly). No recuerdo el primer diálogo, es posible que Charlie lo recuerde”.
“Escuché los primeros discos hasta borrar los surcos, soy de esa generación. A Sui Generis los vi en el último recital (Adiós Sui Generis) pero conozco bien los discos. A La Maquina de Hacer Pájaros los vi en un local de Pueyrredón y Santa Fe (al principio llevaban coros). A Serú Girán los vi muchas veces y me gustaban mucho (siempre fui gran admirador de David Lebón, gasté el primer disco solista y Polifemo era mi banda preferida en 1975). No hice análisis adulto de aquellos discos, era un aficionado revisionista y contemporáneo, las dos cosas”, cuenta Andrés sobre su relación con la música de Charly.
“En los 80 ya somos amigos y tocamos juntos, confió en mi para tocar teclados en Ferro (1982), me trajo un (teclado) Roland de USA y produjo el disco de Los Abuelos de la Nada: éramos una banda de amigos, teníamos 20 y 30 años”, continúa en su relato conforme avanza el tiempo. “Soy prosaico y me gustan las cosas que me gustaron en su momento, aprecio los discos existenciales de los que me quedan cosas para descubrir”.
“No se debe separar la persona del artista (del músico) o no se puede... Me consta el don que tiene, habilidades muy especiales y concepto para componer que escapa al blues o al folk por mucho. Charlie tiene cosas de Miles Davis (no obstante lo cual no se les puede comparar), esa forma de destruir estilos inventados por él, pero sin desligarse de su propio pasado anterior, y una personalidad propia que tampoco es la de Miles Davis. Es más prosaico compararlo con John Lennon y cualquier comparación es baldía pero posible. Lógicamente estoy comparando detalles pero los detalles importan. No sé si es un elogio o un análisis que hago hoy”, analiza el fundador de Los Rodríguez.
“Me revienta la nostalgia porque consiste en desprecio por omisión, pero me pesan los discos que escuché mas. Vi en video un Luna Park bastante reciente, un concierto muy bueno concentrado en media hora, tenía el efecto narcótico de la lírica de las canciones armónicas. Nos conocemos bastante y somos amigos, pero fui parte del publico, de la religión, si nos atenemos al título del disco (que tampoco es mi preferido de Charlie). Soy un señor-sin-nostalgia apegado a los discos que escuché de oyente puro”, declara Calamaro.
“Los músicos también somos personas, no se si el legado nos importe realmente. Fuera de la música, tuvimos una amistad peculiar y consistente durante muchos años. Es muy inteligente, sabe decir las cosas y ya tenía un repertorio celestial a los 30 años. Sin dudas, ha impreso su propia persona en todo”, define sobre García. “La posteridad solo le interesa a la posteridad. Creo que va a permanecer en la memoria natural mucho tiempo y próximas generaciones van a interesarse por los discos, espero que sí”, arriesga el compositor.
Por último, Calamaro considera que el arte de García contiene “más de una sola singularidad”. “Como músico es una medusa con varias cabezas o una bola de espejos que refleja en varias direcciones distintas, casi en 360 grados. Luego tiene un don musical que trasciende los discos que grabó, consta de verle tocando horas en un piano o con una guitarra enchufada en un equipo a pilas. La música es singular, no circular, rompe sus propios moldes sin dejar de cantar canciones más antiguas”.
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