Dos mujeres -una madre y una hija- van sentadas en un colectivo de larga distancia camino de Río Negro a Buenos Aires. Se llaman Iris y Vanina. Tienen una mochila cada una, no mucho más. Cuando lleguen a la ciudad dejarán sus cosas en el hotel y saldrán para el estadio. La primera en verlo fue la hija, hace casi 20 años, y ahora viajan cada vez que pueden: 16 horas de ida, 16 horas de vuelta. En el medio, el show.
Mientras ellas ven pasar el paisaje de la Argentina a través de la ventanilla, un hombre está envolviendo un libro en papel de regalo. Dentro colocó, como si fueran señaladores, dos entradas para el espectáculo de Abel Pintos en el Movistar Arena. El recital es al día siguiente -el jueves 14 a las 21 horas- y el hombre está a punto de sorprender a su novia con el regalo. Al mismo tiempo en algún departamento de Mataderos una mujer borda el nombre Abel sobre un barbijo.
Todo sucede a la vez. Y en el estadio, mientras tanto, Abel mira las luces. Está vestido con camisa blanca con rayas de colores. Usa la ropa suelta, como si caminara dentro de ella y no debajo. El estadio está vacío, con excepción de las personas que trabajan con él en el último ensayo general. En el escenario, Mery Granados junto a Antonella Giunta -coristas en el show- toman mate. Ariel Pintos -hermano de Abel y uno de los dos guitarristas de la banda- pide algunos ajustes. “Veo una guitarra yo que nunca había escuchado. ¿Qué hacemos?”, dice. No entiendo a lo que se refiere pero el resto sí parece entender. Abel, desde fondo, pide ir una vez más con el final de una canción.
Minutos antes estaban pasando el tema “Camina”, el número 13 de su último disco, y el acordeonista se pasó de largo al final del tema. “El tipo siguió nomás”, dijo alguien sobre el escenario, todos se rieron, hubo un pequeño silencio, y Abel de pronto dijo: “Me gusta eso tal vez, ¿no?”. Conversan un poco sobre la idea, dice que debería ser muy abrupto y tener una luz sobre él, como si estuviera ensimismado en su mundo. Entonces Abel baja del escenario y va al fondo del salón para analizar la escena. De pronto todo cambia, como en La Rosa Purpura del Cairo, y el artista sale de su propia obra para verla desde afuera, desde atrás. Y ahí, y ahí vamos con él, silenciosos. Mientras, Iris y su Vanina siguen en la ruta camino a Buenos Aires, el muchacho busca el mejor momento para dar su regalo, la mujer se mira al espejo con su barbijo recién bordado. El mundo -este mundo- comienza a funcionar de nuevo.
Pasarán las horas y será el momento del primer espectáculo de una tira de 12 shows que Abel Pintos dará de corrido en el Movistar Arena. Será la ocasión para presentar en vivo por primera vez su nuevo álbum, El Amor en mi Vida. Pero será ante todo un regreso a lo que el mundo abelero conoce como “la familia”, ese conjunto de historias paralelas que se encuentran desde hace años en cada espectáculo. Ha habido cambios en la propia familia íntima del artista: tuvo un hijo y se casó, con todo el valor simbólico que eso tiene, y varias horas después, cuando una chica desde el público le grite “te amo”, el tomará el micrófono y dirá “me comprometen”, y todos reirán, con la complicidad de los que se conocen hace tiempo.
Ahora sin embargo falta para que empiece el recital y Teleshow tiene acceso exclusivo a la intimidad del artista. Está vestido otra vez con remera y camisa abierta pero esta vez es azul plena y la acompaña con un gorra girada hacia atrás. En el camarín hay una tele apagada, una mesa, espejos por todas las paredes, dos sillones con una mesa ratona al centro, un tocador largo con espejo, un perchero, y un estuche de guitarra abierto en el piso. Dentro, su guitarra, una Gibson edición limitada que el artista buscó a través del mundo y consiguió en Alemania. Hay también una botellita de agua recargable con la que Abel va a todos lados. En el otro ambiente del camarín, otro sillón, más espejos y una cómoda en la que descansan cuatro sombreros de ala ancha diferentes. Pronto ya no estarán ahí sino en la carpa vestidor montada al pie del escenario para asistir al cantante en los cambios de look durante el show.
Tenemos una breve charla en la que le transmitimos preguntas que la audiencia de Infobae le hizo al artista a través de las redes sociales. 1. ¿Tenés algún miedo? Dirá que durante mucho tiempo temió a las serpientes, pero ya no. “Será algo de su carácter indómito, no lo sé”. 2. ¿Tiene algún hobbie? Dirá que todo lo que empieza como hobbie pronto se convierte en una afición seria para él, pero que podría decir que el golf es todavía un hobbie. 3. ¿Su canción favorita? “Mon Amour”, de Nilda Fernández, la cual escuchó por primera vez en la voz de Mercedes Sosa.
No parece, pero en pocos minutos tiene que salir al escenario así que lo dejamos cambiarse. Parece tranquilo, y se nota en su modo de hablar que está moderando la voz para mantenerla a flote durante 12 noches. Nunca antes alguien hizo este número de presentaciones en el Arena. Pasarán por ahí 30 mil personas, a razón de 2500 por show, dado que el aforo se mantuvo según las restricciones vigentes a la hora de sacar a la venta las entradas. Luego se pudo ampliar pero prefirieron no hacerlo porque algunas personas que compraran más tarde iban a poder conseguir mejores ubicaciones que quienes había comprado primero y no les parecía justo.
De todas formas, ya sobre las 21 horas se lo ve repleto, con las sillas vacías según el protocolo pero se respira la ansiedad del público. En el escenario está Magdalena Cullen, a quien Abel invitó como telonera luego de conocerla y escucharla cantar “Muchacha Ojos de Papel” en La Voz Argentina. Cuando ella baje, bajarán también las luces y será la hora señalada.
Abel sale de su camarín vestido de traje violeta. Camina rumbo al escenario. Antes, se detiene un momento junto a su esposa, Mora Calabrese, y le da un beso a ella y a Agustín, el hijo de ambos que está en brazos de Mora. Y entonces sí, avanza hacia la oscuridad y se detiene detrás de su pata de entrada, al centro del escenario. No lo vemos salir porque estamos con él detrás de escena pero escuchamos un griterío del otro lado del salón. Comienza a sonar “El amor en mi vida”.
Durante dos horas se sucederán 29 canciones: las 15 del disco nuevo y otras 14 de su repertorio de siempre. Lo primero que harán todos será cantar, a eso se encuentran, el público con él, el público solo, él solo, el público con él otra vez. Es un misterio eso de ir a escuchar a alguien y cantar encima de ese alguien, pero los misterios no se discuten.
Siguió el repertorio con “Quiero Cantar”, “Espejo”, y “De Mí Contigo”. Recién al octavo tema aparecerá uno de los viejos -no tan viejos- conocidos: “Cien Años”. Y luego “El Adivino”, y algunos más de sus hits, antes de volver a las canciones nuevas que, de igual forma que las más antiguas, serán cantadas por todo el público.
“Esta noche empiezan los conciertos de una gira que no sabemos adónde nos va a llevar, una especie de salto al vacío que nos llena de vida, ilusión y expectativa. Pero además lo hacemos con canciones que son muy nuevas y que en este momento cobran vida y que nosotros estamos descubriendo igual que ustedes con la mística de las cosas que se hacen cara cara”, dijo en uno de los varios momentos en que se dedicó a conversar con la gente.
Ya sobre el final, llegando a las dos horas y media de show, fue el momento de “Piedra Libre”, la canción que escribió para Agustín, que duerme en algún lugar del estadio, y que fue un hit inmediato en el 2020.
“Yo lo escucho desde que era joven, desde que tenía rulitos y cantaba folclore. Pero fue cambiando y lo seguimos escuchando. Nos gusta mucho, sobre todo su personalidad”, dice una señora mientras sale del Arena. “Nos encanta la energía que tiene, lo que transmite”, dicen dos hermanas que vinieron desde Luján. “Amamos sus temas porque nos transmiten un montón”, dice una mujer que tiene un tatuaje en el brazo que dice “Cambiaste con tu amor mi vida entera”, uno de los versos de “No Me Olvides”.
Y otra vez: todo sucede en simultáneo: mientras el público sale, mientras el público baja, Abel está en una sala junto al camarín haciendo ejercicios de vocalización para cuidar la voz, para bajar él mismo de esa montaña rusa que es dar un show. Pero pocos minutos después podremos entrar para tener una última charla de intimidad luego del debut. Se lo ve cansado, indefenso y satisfecho, todo al mismo tiempo.
—Uno cree que la mayor intimidad es antes del show pero da la impresión, viéndote, de que es este.
—Es que después de un concierto, amén del cansancio lógico, sucede una cosa de adrenalina emocional que uno queda muy a flor de piel. En órdenes generales en la vida cuando estás en un momento de mucha emoción es difícil poder hablar o por ahí uno no quiere demasiado interactuar con los demás, pero no es por no querer sino por sentir que no podés. Por eso pedí unos minutos e hice mi vocalización de después de concierto, que me ayuda también a armonizarme de algún modo.
—Listo pero, como dijiste, a flor de piel. Se te ve muy conmovido.
—Sí, es muy emocionante. Se juntan muchas cosas: el regreso, la incertidumbre después de tanto tiempo… Y sucedió que vendimos las entradas de estos 12 conciertos en muy poquito tiempo porque el público es así de generoso, y cuando terminamos de venderlas se amplió el aforo, y nos propusieron agregar entradas porque se había ampliado al doble: ya no eran 2500 por función sino 5000, pero decidimos respetar el hecho de que mucha gente había comprado en filas más atrás porque no había más y era injusto de pronto para con ellos abrir nuevas entradas más adelante. Así que decidimos mantener esa decisión. Y cuando subí al escenario y miré el Movistar Arena que estaba divino, que estaba con las localidades que vendimos agotadas, pero al mismo tiempo se notaba que entraba el doble de gente. Y lo que yo sentía era un orgullo muy grande porque sentía que habíamos contratado un salón enorme para hacer una especie de fiesta privada para el propio público.
—Estaban todos en primera clase.
—¡Estaban todos en primera! Y todo eso hace que los conciertos sean emocionantes porque el público entiende esas cosas y nos da algo a nosotros de regreso.
—Yo tengo la sensación de que con la pandemia pasó como en esas películas apocalípticas que al final, cuando termina la catástrofe, los que sobrevivieron a la gran ola o lo que sea salen de nuevo al mundo, a ver lo que quedó del mundo. Y con los artistas siento que están en ese momento, ¿no? De salir a descubrir qué quedó.
—Eso es otro factor emocionante: en una situación como la que estamos viviendo lo más lógico es salir a hacer un concierto con lo que el público hace dos años que no escucha en vivo, pero nosotros salimos a hacer un concierto con esas canciones pero con la mitad del concierto con canciones nuevas que el público no conoce. Y nosotros tampoco. Pero si puedo tomarme esas licencias es porque sé que cuento con la confianza del público, que es muy efusivo pero muy atento también, que escucha, que me permite proponerles cosas.
—Igual conocían las canciones, porque las cantaron.
—Bueno, sí, porque el disco salió en mayo y ya lo han escuchado, pero las canciones se resignifican también, y de repente hay canciones en vivo que tienen un cuerpo que en el estudio uno no imaginaba que iban a tener. Y me siento muy feliz porque creo que en 25 años de carrera nunca tuve un mejor primer concierto que este. Siempre los primeros son extraños porque suelen ser en los que uno se hace su listita de las cosas que tiene que ajustar para los próximos. Y me voy esta noche a dormir sintiendo que no hay nada que ajustar.
—Conocí a una chica que vino con la madre desde Río Negro para verte. Hicieron 16 horas de colectivo y se vuelven mañana. Y la hija te vio por primera vez hace casi 20 años en Viña del Mar, Chile, en un concierto difícil para vos. Y hoy siguen acá. Es extraño eso.
—Es extraño, pero es dulcemente extraño. Porque además pasaron muchos años, y con estas cosas uno se da cuenta del paso del tiempo. Pero además yo cambié mucho, mi música cambió mucho… Hoy durante el recital me di cuenta de que otra vez hice un disco distinto a lo que yo venía haciendo. Otra vez le propongo al público nuevos personajes y nuevos estadíos y nuevas formas de decir las cosas. Y si bien me lo había planteado así durante la producción del disco, hoy me di cuenta cuánto lo hicimos. Porque me sentía otro cantante por momentos. Y lo digo con mucha alegría. Y el público se encuentra con un cantante distinto cada vez pero sigue viniendo, y eso es dulcemente extraño.
—Tomaste la decisión de dejar de lado canciones emblemáticas como La Llave y no dejar ninguna afuera del disco nuevo. ¿Es una decisión difícil la del repertorio?
—A mí me gusta tocar todas las canciones de un disco nuevo porque cuando yo era chico e iba a ver las presentaciones de los discos de mis artistas favoritos, yo me había escuchado todo el disco y de repente llegaba y cantaban cuatro canciones de las nuevas y después las de siempre, que me gustaban mucho pero yo quería escuchar el disco nuevo. Entonces de ahí viene mi tara de tocar todas las canciones del disco nuevo y después lo demás. Pero bueno, se van sumando cada vez más discos y no entran todas en los shows así que las selecciones son cada vez más difíciles.
—Así es como Spinetta al final de su carrera hacía conciertos de cinco horas…
—¡Ahí tenés! Creo que voy camino a eso.
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