Si se repasa la carrera de Meryl Streep más de una actriz se debe preguntar: “guau, cómo lo hizo”. Alcanza con recordar sus 20 nominaciones a los premios Oscar (16 como protagonista, 4 como actriz de reparto) y tres estatuillas, sumar las 30 nominaciones a los Globos de Oro y agregar que filmó 75 películas. Con 72 años y a la edad en que los buenos papeles comienzan a escasear, ella mantiene su vigencia, tanto que en los últimos tiempos se popularizó un dicho en Hollywood que asegura “Ninguna actriz nacida antes de 1960 puede conseguir un papel a menos que Meryl lo haya rechazado antes”.
Si como actriz, Meryl muestra logros increíbles y sanamente envidiables, como mujer consiguió algo de lo que no todos los mortales gozan: amar y ser amada. En tiempos donde abundan los amores tóxicos, líquidos, desencontrados, fugaces, inadecuados, sufridos, ignorados, unilaterales y una interminable lista de amores desastre, Meryl vivió dos amores reales. Uno le rompió el corazón, no por una traicionero sino por trágico. El otro, no solo la sanó sino que desde hace 40 años la sostiene y convierte en algo más valioso que una actriz exitosa: una persona amada.
Su primer amor fue John Cazale. No lo distinguía la pinta de un Robert Redford o un Brad Pitt. Al contrario según los estereotipos de belleza era poco agraciado, con ojos saltones, calvicie incipiente y una contextura delgada en el límite con lo debilucho y sin embargo, magnético y atractivo. Un tipo que pasaba desapercibido por su apariencia pero que arrasaba por personalidad y sobre todo por un talento actoral único como lo demostró su Fredo en El Padrino.
John y Meryl se vieron por primera vez en un escenario cuando protagonizaron la adaptación de una obra de Shakespeare. Era el verano de 1976 y el flechazo fue mutuo e intenso pese a los quince años de diferencia. “Podía transformar algo sin sentido en otra cosa de mayor significado. Tenía humanidad y curiosidad por aprender más de la gente. Era muy compasivo”, lo describiría la actriz.
Enamorado, Cazale dejó de ser el gran juerguista, bebedor y mujeriego que conocían todos para transformarse en alguien monógamo pero mucho más alegre. Meryl se animó y por primera vez apostó a la convivencia, se mudaron a un departamento en Manhattan.
El talento de Cazale y Streep ya era conocido y en 1977, el director Michel Cimino los convocó para ser parte de El francotirador. La película, un drama bélico que con el tiempo se consideraría una de las 100 mejores películas estadounidenses, la protagonizaba Robert De Niro, pero Cazale y Streep tendrían roles importantes.
Semanas antes de empezar a filmar, Cazale notó que su cuerpo no respondía bien. Preocupados, con Meryl decidieron realizar una consulta médica. Estudios, más estudios y un diagnóstico demoledor: cáncer y una esperanza de vida de tres meses. Compartieron con muy pocos el diagnóstico, si la muerte quería derrotarlos al menos le darían pelea.
Muchos años después Streep contó que, cuando los productores de la película se enteraron de la enfermedad de Cazale no querían contratarlo, entonces Robert De Niro pagó el seguro médico de su bolsillo y con Meryl los convencieron para que un ya débil Cazale filmara primero sus escenas. Meryl jamás olvidó la ayuda de De Niro y desde entonces son entrañables amigos.
La enfermedad no se detuvo ni ante proyectos ni amigos. Para afrontar los gastos de tratamiento, Streep aceptó un papel en la serie Holocausto. Algunas escenas se rodaban en Europa y debió viajar, pero dejó dos cuidadores de lujo: De Niro que ya era conocido por Taxi driver se encargaba de “chapear” con su cara para agilizar trámites y Al Pacino lo acompañaba en la quimioterapia.
Pese a todo el amor, los esfuerzos y los tratamientos, la enfermedad ganó. Cazale murió el 12 de marzo de 1978. No estaba solo, Meryl se encontraba a su lado. En un momento el actor cerró los ojos y el médico dijo “se fue”. Meryl no podía aceptarlo, abrazada a su pareja le golpeó el pecho llorando. Por un momento breve y a su vez eterno, John abrió los ojos. ‘Está bien, Meryl’, le susurró, ‘Está todo bien…’. Y murió.
Meryl nunca contó en público cómo vivió semejante duelo. Quizá se refugió en la ficción para huir de a realidad. Quizá se autoconvenció que “si pasas por un infierno solo queda seguir para adelante”. Quizá lloró la alegría de haberlo amado y la tristeza de no disfrutarlo nunca más.
En medio de su tragedia a Meryl le llegó la orden de desocupar el departamento en el que convivía con Cazale. Imagine el lector la situación. Apenas te quedan fuerzas para levantarte cada mañana cuando además tenés que sumar una mudanza y buscar otra casa. Fue entonces que apareció “ese arco iris en la nube gris de alguien”: Don Gummer.
Para evitar que Meryl reviviera el dolor de lo compartido con Cazale, su hermano Harry se ofreció a realizar la mudanza del departamento y Don, su amigo se sumó. Cuando supo que la muchacha no tenía dónde vivir le ofreció alojarla en su loft. Meryl sabía que además funcionaba como estudio ya que Don era escultor. Sin pensarlo aceptó el ofrecimiento. Prefería vivir rodeada de estatuas que de recuerdos.
El 30 de septiembre, y apenas seis meses después de la partida de Cazale, Meryl se casó con Don en una sencilla ceremonia en el jardín de su casa paterna. “No superé la muerte de John, pero tengo que seguir viviendo y Don me enseñó cómo hacerlo”, le respondió a su madre y a todos de los que desconfiaban de un amor tan veloz.
En noviembre del siguiente año nació Henry, el primogénito, en 1983 llegó Mamie, tres años después, Grace y la familia se completó en 1991 con Louise.
Meryl logró algo que parece imposible en el planeta Hollywood y en el planeta Tierra también, un matrimonio feliz y que perdura en el tiempo. Aunque se sabe casi todo de su carrera, poco y nada trasciende de su vida familiar. Algunos piensan que es porque ella cuenta con cierto blindaje de la prensa, pero otros aseguran que simplemente es porque tiene una vida tranquila y sin escándalos. Se sabe que en su casa se encarga de cocinar y suele planchar su ropa.
Para mantener a su familia alejada del foco mediático, la protagonista de Kramer vs. Kramer siguió un consejo de otro “monstruo” del cine: “Cuando mis hijos eran bebés Robert Redford me enseñó que ‘No son tus accesorios’. Realmente admiré la forma en que protegió a su familia. Es algo que emulé conscientemente”.
Al contrario de muchos maridos que no soportan el éxito de su mujer -ahí están los divorcios post-Oscar de Kate Winslet, Halle Berry, Sandra Bullock, entre otras- Don siempre acompañó a Meryl. No hay alfombra roja donde no aparezca junto a su esposa y eso que la actriz cuenta más de 400 nominaciones y 149 premios ganados. Tanto que los hijos medio en broma y medio en serio le entregaron un Oscar familiar como “mejor acompañante”.
Si ella debía permanecer varias semanas lejos de casa por alguna película, Don se quedaba con los chicos sin problemas y sobre todo, sin reproches, lo que provocaba que Meryl no se sintiera “tan culpable” por estas necesarias ausencias. Se podrá argumentar que Don es un hombre seguro de sí mismo y sin “masculinidad frágil”, para otros -esta cronista incluida- simplemente es un compañero de vida.
Don es muy bueno en lo suyo, la escultura, y jamás se sintió opacado por su mujer ni usó su fama o contactos para brillar. Antes de casarse con Meryl ya era un artista reconocido formado en la School of the Museum of Fine Arts in Boston y la Yale School of Arts, las mejores escuelas de arte estadounidenses. En 1973 tuvo su primera gran exposición y hoy su obra es parte de colecciones importantes como la del Louisiana Museum o la del Chase Manhattan Bank.
Una de las pocas veces que le preguntaron a Meryl el secreto para un matrimonio feliz aseguro que “es la buena voluntad y la voluntad de ceder, y de callarse de vez en cuando’”. Aunque quizá también sea simplemente que “Encontré un gran marido hace muchos años; tengo suerte en ese sentido”.
En 2012, mientras recibía el Oscar y los ojos del mundo del espectáculo se posaban una vez más sobre ella, Meryl dejó bien claro qué era lo importante en su vida. “Primero le voy a agradecer a Don, porque cuando le agradeces a tu esposo al final del discurso, lo tapan con la música”, empezó risueña, pero luego definió a su esposo como el hombre que la ayudó a “vivir de nuevo”. Y cerró hablándole solo a él “quiero que sepas que todo lo que más valoro en nuestras vidas me lo diste”. Porque podés ser la actriz más premiada del mundo, pero cuando después de cuarenta años los brazos de ese hombre que te mira enamorado desde la platea siguen siendo ese lugar seguro donde te sentís amada y comprendida, bueno entonces eso y solo eso es el verdadero éxito y no esa estatuilla que tenés en tus manos por más dorada y glamorosa que sea.
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