Si uno mira una foto de Ursula Andress junto a Jean-Paul Belmondo entenderá al instante y sin necesidad de explicaciones la frase “juntos son dinamita”. Es que viéndolos -o mejor definido, contemplándolos- uno al lado del otro, y aunque esa imagen ronde las cinco décadas, todavía la pareja emana una sensualidad y un magnetismo difícil de encasillar en parámetros de “simples mortales”.
Se conocieron en 1965. Como actores que eran no se descubrieron en una cita a ciegas, no los presentó un amigo y mucho menos se tropezaron en un almacén. Nada de eso: se vieron por primera vez mientras filmaban la película Las tribulaciones de un chino en China.
Belmondo no tuvo necesidad de preguntar: “¿Quién es esa chica?”. Es que para esa época casi no existía señor que no supiera, y sobre todo no hubiera soñado, con semejante beldad. Ursula quedó grabada -o más bien, inmortalizada- en la fantasía de gran parte de la humanidad gracias a El satánico Dr. No, la primera película de la saga del mítico James Bond, con Sean Connery de protagonista. Con los años el actor escocés se convertiría en una leyenda del cine; con unos segundos Ursula se convirtió en póster y leyenda.
En una escena hoy distinguida entre las 10 más sensuales del cine, la muchacha emergía del agua luciendo un bikini. No era una mínimo triangulito, ni siquiera el modelo cola less; al contrario para los parámetros actuales, hasta tenía mucha tela. Sin embargo, Ursula -que había cumplido 26años- dejaba a todos sin aliento. Tanto que aunque pasaron los años, las secuelas y las actrices para ese rol, nadie logra sacarle el cetro de la mejor chica Bond de todos los tiempos.
Para Ursula, Belmondo tampoco era un desconocido. Como casi todas las mujeres de la época sabía de ese hombre apodado el más feo del cine francés, pero dueño de una seducción y un carisma únicos.
Dicen que cuando los amigos de Bebel supieron quién sería su compañera, le advirtieron: “Tené cuidado. Es la mujer más hermosa del mundo”. La atracción fue mutua. Belmondo no se mostraba intimidado por su belleza y sin querer -o más bien queriendo- le entregaba un afrodisíaco irresistible para casi toda mujer: la hacía reír. Las carcajadas de Ursula al escuchar sus anécdotas resonaban por todo el lugar. Más de uno y una debe haber pensado: “Listo, no hay manera de escapar al embrujo de alguien que te hace reír”.
El romance comenzó a trascender, pero había una circunstancia. Desde 1959 Belmondo estaba casado con la bailarina Élodie Constantin, con la que además eran padres de Florence y Paul. Ursula, en cambio. acababa de divorciarse de John Derek, el director de cine que la definía como su “más bella creación”. Dicen que con la ruptura la actriz dejó una huella tan profunda en él, que Derek buscó emularla en sus parejas siguientes: Linda Evans y Bo Derek.
Vale aclarar que el director no fue el primero que sucumbió ante semejante encanto. Ursula había tenido una relación con James Dean y enloqueció de pasión a Elvis Presley, que le obsequió 20 canciones inéditas. Lejos de agradecer semejante muestra de pasión, ella dijo que no le gustaba ese tipo de música -o quizá la música de ese tipo-. Así que el Rey del Rock & Roll probó regalándole un auto alemán que la estrella de cine guardó en su garage.
Lo que para Belmondo y Andress era una historia de amor, para la prensa y cierta sociedad de la época, resultó un escándalo. Una relación apasionada pero también ilegítima poque el actor era casado. No importaba si estaban enamorados: había que conservar las formas. Durante un año mantuvieron la relación en secreto hasta que el actor logró el divorcio. Se separó de Élodie sin peleas ni enfrentamientos, quizá porque ella aceptó que una mortal no puede competir con una diosa. Los hijos quedaron bajo la custodia de la madre pero compartían mucho tiempo con su papá y su nueva pareja.
Con el divorcio acordado fueron libres para amarse y para mostrarse. En una entrevista en Paris Match le pidieron al actor que definiría a su compañera, y él no titubeó, la describió “como una tigresa muy hermosa y muy celosa, llena de energía”. Y remató: “Es mi alma gemela”. Ella se mostraba igual de enamorada. “Es único en el mundo. Nos amamos locamente. Estoy con él día y noche, por sus deseos, por sus locuras. Estamos totalmente el uno para el otro. Lo único que no apoyo es su pasión por el boxeo”.
Vivieron su amor entre París e Ibiza, con algunas escalas en Suiza y largas estadías en Mallorca. Cada vez que los fotografiaban se mostraban serenos, sonrientes, enamorados. Puertas adentro, la relación era volcánica y apasionada. Es que podés ser la mujer más deseada del mundo, la fantasía de miles, y sin embargo sentirte insegura. Ursula sabía el poder seductor de su pareja y, aunque intentaba acallarlos, los celos se convertían en sus peores consejeros. Se peleaban a los gritos. Ese estilo irreverente y canalla que primero la enamoró, en pareja la atormentaba. Y a él le ocurría otro tanto porque podía ser el feo más hermoso, el seductor infinito, pero, si estás en pareja con una diosa, eso no evita que te sientas un mortal con un problema mortal: los celos. Cada tanto se difundía el rumor que ella esperaba un hijo de él. Nunca ocurrió.
Una noche compartían un momento de sexo y pasión. Invito al lector a imaginar la escena sin necesidad de aditivos triple X. Retozando entre las sábanas, la mujer más sexy del mundo con uno de los grandes seductores. Él hace el amor con la mujer con la que sueñan todos. Ella con el hombre con el que sueñan todas. Pero en el momento cúlmine, ese en que los sentidos estallan y los cuerpos se funden, el francés se despoja de las sábanas, sonríe y se levanta para ir a ver un combate de boxeo. Vuelvo a pedirle al lector que imagine la escena. Que tu pareja te deje para ver una pelea ya es complicado, pero si además sos Ursula Andres, también es humillante.
Sin percatarse -o quizá debamos escribir sin importarle- lo que sentía Ursula, Belmondo se fue a ver la pelea. Acompañó cada round con unas buenas dosis de alcohol. La bebida no alcanzó a noquearlo pero si le ganó por puntos. Llegó a su casa en un estado más que alegre. Intentó abrir la puerta, no lo consiguió. Volvió a probar la llave sin lograr encajarla en la cerradura. Al tercer intento infructuoso se le ocurrió una idea un tanto extraña pero que le pareció lógica. Si la puerta estaba cerrada con llave no era por seguridad ni por enojo, sino porque Úrsula estaría con un amante. Decidió pescarlos in fraganti. Salió al jardín, buscó una escalera, subió y alcanzó la ventana de la habitación. Sonrió por haber alcanzado su objetivo, pero no.
Del otro lado, lo esperaba Ursula, que no estaba en los brazos de un amante pero sí con la furia contenida. Al ver el estado de su compañero, decidió hacerle honor a su fama de mujer con temperamento volcánico. Se acercó a la escalera y antes que Belmondo pudiera llegar a la ventana, lo empujó. Belmondo cayó de espaldas sobre el pasto. El cuerpo sufrió algunos magullones, su autoestima muchos más.
Esa pelea fue el principio del fin. A Belmondo se lo veía en más eventos solo. Si le preguntaban por su compañera, contestaba que estaba en España ocupándose de una nueva propiedad que acababa de comprar. En 1971, sin anuncios ni declaraciones, se separaron. Cuando todos se preguntaban si una reconciliación era posible, ella declaró: “Todo se acabó con Jean-Paul. No quiero volver a verlo”.
Se siguieron cruzando en fiestas y festivales. Lejos de las broncas y los reproches, se los veía conversar como dos viejos amigos o dos grandes amantes. El tiempo pasó y cada uno siguió su camino. En el cine, Belmondo continuó brillando y consolidándose como una de las mayores figuras de su país. Úrsula, en cambio, priorizó papeles cortos pero muy bien pagados.
En 1980 fue madre de su único hijo, Dimitri, y otra vez rompió moldes. Tenía 44 años y Harry Hamlin, su pareja y padre del niño, había cumplido 28 años, lo que para algunos otra vez era un escándalo -o podemos escribir una muestra de su absoluta libertad-.
Después de Ursula, Belmondo estuvo en pareja 17 años con Laura Antonelli, otra actriz que llevaba la sensualidad en su ADN. Más tarde mantuvo una relación con una brasileña de nombre Carlos Sotto Mayor, cuyo físico impresionó al mismísimo presidente francés, Jacques Chirac. En 2002 contrajo matrimonio en segundas nupcias y a los 69 con Natty Tardivel, de 41. Se divorciaron en 2008. Tras la separación, se enamoró de Bárbara Gandolfi, una belga de 27 años, ex modelo de Playboy, con la que rompió en 2012. Oh, la, la.
Con el nuevo siglo, en el 2001, Ursula se retiró de la actuación y se aquerenció en una finca del siglo XVIII en Italia. Eso sí, fiel a su estilo de trabajar poco y ganar mucho, aceptaba participar en eventos previo pago de unos setenta mil dólares. Solo hizo una excepción. Fue parte de un documental sobre Belmondo producido por Cyril Viguier y Paul Belmondo, durante 2014.
Cuando el 6 de septiembre se conoció la noticia de la muerte de Belmondo, Úrsula escribió: “Jean-Paul, eras una persona extraordinaria, un hombre lleno de pasión y vitalidad, con un enorme sentido de humor. Todos te extrañaremos con tristeza. Adiós, tú, el hombre que amaba. Siempre estarás en mi corazón”.
Lo despidió como una mujer despide a un gran hombre, pero sobre todo a un gran amor.
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