Vedette, prostituta, escandalosa. Cristina Ortiz trascendió como La Veneno, una bomba sexy y desfachatada que irrumpió en la farándula española a mediados de la década del 90. Fue valiente y tramposa, eso le costó su libertad y hasta su belleza, conseguida tras cirugías, maquillaje y peinados divinos. Nació encerrada en el cuerpo de un hombre y murió de un modo triste y extraño, justo un mes después de que se publicara su biografía, el puntapié a la eternidad.
¡Digo! Ni puta ni santa es el libro de 2016 que recoge sus memorias, y que La Veneno firmó junto a la periodista y escritora Valeria Vegas. Allí está todo, o casi, lo que pasó en la vida de esta mujer que pudo ser lo que quiso, pero a un precio carísimo. Esta publicación fue el disparador para la biopic Veneno, creada por Javier Calvo y Javier Ambrossi, que puede verse por HBO Max.
En la serie, el personaje de Cristina está interpretado por Jedet, una mujer trans que por haber nacido 30 años después pudo gozar de ciertos privilegios impensados en otras épocas: es una influencer en redes sociales con casi medio millón de seguidores, se viste con las mejores marcas y la revista Cosmopolitan la convocó para ser la protagonista de su portada. La Veneno la pasó bastante peor.
Cristina Ortiz nació el 19 de marzo de 1964 como Joselito en Adra, un pueblo del Almería, donde sufrió maltratos y discriminación. Lo peor para ella era el desprecio de su madre, que no aceptaba lo que su niño estaba sintiendo por dentro.
La primera vez que apareció en televisión fue vestida como varón, quería ser famosa y tenía estilo: “Yo me llamo José Antonio, vengo de Marbella y soy modelo de pasarela”, anunció. El programa era una especie de reality en el que supuestamente iba a buscar novia. La realidad ya empezaba a mezclarse con la fantasía, y el gusto por las cámaras y los reflectores habían mella en su corazón de artista.
Pronto se mudó a Madrid y empezó a transicionar, a hormonarse, a sentirse Cristina por fin. Dicen que el nombre de Veneno se lo puso una amiga que la vio interactuar con una pareja que tenía: podía ser realmente tóxica. Cristina llegó al madrileño Parque del Oeste tímidamente, era difícil hacerse un espacio en aquel lugar donde cada prostituta cuidaba su quintita y a sus clientes. Pero ella necesitaba trabajar. Hasta que una noche alguien le dio luz verde y a partir de allí se convirtió en una de las chicas que más ganaba. Hoy, una placa la recuerda en ese lugar tan marginal y tan feliz, allí donde nació La Veneno.
“Soy el cuarto de seis hermanos. Lo digo así porque es de cuando era niño y en esa época me sale hablar de mí en masculino; qué le voy a hacer, ya es una costumbre”, describe en su autobiografía, donde no escatima detalles de los maltratos de su madre. “La primera vez que me gritaron Joselito el maricón tenía cuatro años. Entonces no sufría. Más adelante, sí. Sobre todo cuando me di cuenta de que mis padres no me apoyaban. Ella (por su madre) me llamaba maricón y me estuvo pegando hasta los 28 años”, contó sin tapujos. Una mentalidad arcaica, propia de otros tiempos, y la exuberancia de Cristina fueron dos fuerzas opuestas que chocaron hasta el final.
María Jesus y José, los padres de La Veneno, fueron entrevistados en televisión al comienzo de su carrera. Ambos mostraron su descontento por el estilo de vida de quien, para ellos, seguía siendo su “hijo”. Aunque su madre se mostraba más dura, su padre tampoco entendía mucho de todo este proceso. En ese momento reconocieron que hacía más de tres años que no la veían, pero no daban el brazo a torcer acerca del sufrimiento por el que había pasado: para ellos, con que no le hubiera faltado nada en la infancia era razón suficiente para ser feliz.
“Cristina...”, dijo el presentador Pepe Navarro, al frente del programa Esta noche cruzamos el Mississippi (un éxito de rating por aquellos años en la tevé española) y apareció ella, ante la sorpresa de sus progenitores. La Veneno fue directo a los brazos de su padre, que se levantó inmediatamente llorando de emoción, mientras su madre se quedaba sentada con cara de espanto. La persona a la que ellos llamaban Joselito apareció con un vestido dorado espectacular, maquillaje exagerado, el cabello batido, joyas por todos lados. Su madre se dejó abrazar, pero no tuvo empacho en decirle al oído: “La vergüenza que me estás haciendo pasar…”. Ese mismo día también apareció en el estudio Andrea Petruzzelli, su novio de entonces, su mayor perdición después.
A partir de que Navarro la llevó a la televisión, se convirtió en una figura. Aparecía en pantalla todo el tiempo, grabó un par de temas musicales y hasta filmó películas porno. Tan bien le iba que incluso llegó a montar un espectáculo en vivo con el que recorrió España.
También se jactó de su paso por Latinoamérica y de haber estado en la Argentina compartiendo momentos con Susana Giménez en Telefe y estando en la revista Gente. Lo cierto es que no hay registros de su participación, y al haber sido en 1998, como Cristina ha declarado, debería existir algún tipo de archivo que confirme sus dichos. Fran Ortiz, sobrino de Cristina, le dijo a Franco Torchia para su programa radial No se puede vivir del amor (en La Once Diez) que su tía le habló de Susana, que la admiraba y que había comentado: “Está más estirada que un chicle”.
Sí habría pasado por el programa Afectos Especiales, conducido por Oscar Gómez Castañón y Andrea Frigerio, un producto calcado del de Pepe Navarro, pero tampoco hay videos en YouTube ni fotos que lo certifiquen. La historia de La Veneno se arma y se desarma como todo en su vida.
En 2003 su vida dio un giro dramático: fue a la cárcel, condenada por haber quemado su departamento para cobrar un seguro contra incendios. Estuvo tres años tras las rejas en una prisión de hombres, donde sufrió las más horribles vejaciones, inimaginables maltratos. Salió en 2006 con 41 años y más de 120 kilos de peso. Cristina, tan flaca y tan alta, se había convertido en otra persona, pero estaba dispuesta a dar batalla. Algo había calado hondo en su corazón. La compañía de seguros no se había dado cuenta de la supuesta estafa de La Veneno, hasta que alguien hizo la denuncia. Esa persona había sido Andrea Petruzzelli, su ex galán italiano, resentido porque ella no le habría querido compartir su dinero.
Ya en 2016, de la mano de la biografía que publicó junto a Valeria Vegas, Cristina sintió que la vida podía darle revancha. Su historia interesaba, pero también causaba estragos: llegó a decir que había recibido amenazas por contar cosas que nadie quería que se supieran.
Menos de dos meses después de la salida del libro, La Veneno apareció golpeada, lastimada: la habían atacado dentro de su propia casa, pero en el hospital entendieron que el cuadro era producto de una fuerte caída en el baño después de consumir altas dosis de ansiolíticos. Luego de una internación de varios días, el 9 de noviembre de 2016, Cristina Ortiz murió. Su cuerpo fue cremado y la mitad de sus cenizas descansan hoy en el Parque del Oeste, como ella había pedido, y la otra mitad, con su familia en Adra.
Una parte de La Veneno se fue con las putas con las que fue tan feliz. La otra, con el pueblo que nunca la quiso.
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