La nota de Teleshow recorrió todos los rincones del mundo. Es que, por primera vez, se sacó a la luz la relación sentimental que había unido a Diego Maradona con Mavys Álvarez, la joven con la que estuvo en pareja durante los años en los que vivió en Cuba para tratar su problema de adicción a las drogas. Y dejó en evidencia no sólo los excesos del futbolista, sino también las licencias que tenía el régimen de Fidel Castro para con los ricos y famosos.
“Quiero que le hagan agujeros para que pueda respirar”, les dijo Maradona a los empleados que lo asistían en La Pradera, señalando el rack que utilizaba para trasladar sus botines, pelotas y demás elementos de fútbol en los viajes. Se trataba de un estuche metálico grande, de los que habitualmente se usan para llevar instrumentos musicales, en el que el astro ya había comprobado que Mavys cabía perfectamente. Y estaba seguro de que, escondida allí, su novia cubana podría volar a la Argentina sin ningún problema para asistir al partido homenaje que se le hizo 10 de noviembre de 2001 en la cancha de Boca. Pero, por suerte, no fue necesario someter a la joven a semejante locura.
Diego había llegado a Cuba en enero del 2000 en compañía de Claudia Villafañe, de quien ya estaba separado de hecho desde hacía un par de años. Así que, una vez instalado en el centro de rehabilitación de La Habana dónde debía comenzar su tratamiento y cuando la madre de Dalma y Gianinna ya se había vuelto a su casa, mandó a buscar a Laura Cibilla, su gran amor de entonces. Sin embargo, los celos del astro para con la ex mesera de La Diosa hacían que las peleas entre ellos fueran constantes. Y, cuando tras una de ellas la joven decidió regresar a Buenos Aires en el 2001, quedó el camino libre para que Maradona conociera a alguien más.
Obsesionado con la idea de que Cibilla había tenido un affaire con el animador del Hotel Meliá de Varadero, Diego le pidió a Carlos Ferro Viera que lo acompañara hasta el lugar para investigar. Y el empresario platense logró hacerse amigo del hombre señalado, para terminar confirmando que entre él y Laura nunca había pasado nada. Sin embargo, para tratar de cambiarle el humor al astro, creyó que lo mejor era presentarle a una joven que estaba por la zona.
Mavys, por entonces, tenía apenas 16 años. Y era una muchacha muy tímida. Además, a los cubanos no se les permitía hablar con los extranjeros y hasta podían ser sancionados por “asedio de turista” si lo hacían. Pero no pudo resistirse al escuchar el apellido del jugador más famoso del planeta. Y así fue cómo ella y Diego se encontraron por primera vez. Sin embargo, sin que nada llegara a pasar entre ellos, la joven regresó a su humilde hogar de Matanzas, donde vivía con su familia. Y Maradona, que había quedado subyugado por su belleza, se puso como meta volver a verla.
Con la misión de traer a la joven de cualquier manera, Ferro Viera fue a buscar a Mavys a su casa. Y solo pudo convencerla de que volviera al hotel para reunirse con Maradona llevando también a su mamá, a su abuela ¡y hasta a su novio! Lo cierto es que, al cabo de diez días, Diego regresó a La Habana. Y, al poco tiempo, la muchacha dejó a su enamorado de entonces para comenzar una relación con él. De hecho, el astro recorrió en varias oportunidades los 105 kilómetros que separaban el centro de rehabilitación donde vivía de la casa de ella. Y fue en uno de estos tantos viajes por carretera que terminó chocando con una guagua -como se le llama en la isla a los colectivos-, desconcentrado tras una pelea que había tenido con Cibilla a la distancia...
Ya siendo su pareja formal, Mavys se instaló en La Pradera junto a Maradona. Y ambos pasaban largas jornadas encerrados sin que nadie los viera asomarse de la habitación. Pero esto, dicen, también tenía que ver con los celos del astro, que no quería que ningún hombre osara siguiera mirar a su chica. En una oportunidad, Diego había ido con ella a la disco Macumba Habana, donde terminó a las trompadas con alguien que le había dicho un piropo a la joven. Y fue a partir de ese momento que decidió hacer viajar a su seguridad a Cuba, como para no resultar lastimado cuando trataba de ahuyentar a los admiradores de su novia.
Meses más tarde, se organizaría el partido en el que Maradona terminaría diciendo la célebre frase: “La pelota no se mancha”. Y el astro se empecinó en que Mavys tenía que viajar con él. Pero la realidad es que ningún cubano podía dejar el país sin una misión oficial o un motivo convincente. Y así fue que pensó en llevarla en una valija a la que le había mandando a hacer orificios necesarios como para que la joven pudiera respirar.
Al enterarse de esta situación, Omar Suárez decidió ir a hablar con Guillermo Coppola para que le pidiera a Diego que entrara en razón. Y el por entonces mánager del astro solicitó una reunión con el mismísimo Castro, seguro de que entre todos iban a poder encontrar una mejor solución. Finalmente, después de escuchar las súplicas de Maradona, el comandante accedió a firmar un permiso para que Mavys viajara a la Argentina, con la condición de que regresara a la isla al término de no más de 20 días.
La joven cubana, de cuya existencia nadie sabía y de quien no debía aparecer ninguna foto, se alojó en el Hotel Hilton junto al astro. En otro piso, cuentan, estaba Cibilla. Y en otro, Claudia y sus hijas. Pero la realidad es que en esas fechas la agenda de Maradona estaba demasiado apretada como para poder dedicarse a cualquiera de ellas. Así que mandó a hacer unos paraguas con los colores xeneizes y la leyenda “Mavys te amo”, a modo de guiño. Y dejó que sus amigos más íntimos se encargaran de cuidarla.
Siempre esquivando los flashes, la muchacha llegó a una conferencia de prensa en compañía de un allegado a Diego. Pero debió salir del recinto rápidamente, cuando le avisaron que una cámara de televisión la había ponchado de casualidad. De manera que se tuvo que mantener alejada de la movida maradoneana. Y aprovechó su estadía en el país para realizarse una cirugía estética de busto, luego de lo cual volvió a la isla caribeña.
Cuando Mavys cumplió los 18 años, Diego le organizó una súper fiesta en el Havana Club, un lugar reservado exclusivamente para militares y personalidades de la alta sociedad al que el astro pudo acceder gracias a su amistad con Castro. Y hasta allí fueron todos los parientes y amigos de la joven de Matanzas, que no podían dar crédito de lo que estaban viviendo. Algo que, obviamente, estaba vedado para los ciudadanos comunes y corrientes de Cuba. De hecho, aunque por aquellos años Maradona no estaba en su mejor momento, en más de una oportunidad le hizo llegar ayuda económica a la familia de su novia.
Cuentan que, en determinado momento, Maradona se había puesto en la cabeza que quería agasajar a Mavys regalándole un gato. Y allí fue sus asistente personal Gabriel Buono a tratar con conseguirlo. Sin embargo, la persona a la que le habían encargado el felino en cuestión les trajo por error un cachorro de león. Y Diego se encariñó tanto con él que quería quedárselo. Por razones obvias, a las pocas semanas lo tuvo que devolver.
La relación siguió hasta el año 2004 y fue paralela a la que el astro mantenía, a pesar de algunas intermitencias, con Cibilla. Es verdad que, por entonces, Diego también recibía a otras mujeres en La Pradera. Y Mavys lo sabía. Sin embargo, cuando apareció Adonay Frutos, la cubana que terminó haciendo público su romance con Maradona, la joven decidió ponerle fin a su historia de amor con él.
Hubo discusiones, pero no peleas de fondo. Así que entre ambos el cariño siempre se mantuvo intacto. De hecho, cuando en el año 2004 Maradona volvió a Cuba para hacer un tratamiento en el Cesam, Mavys lo fue a visitar. Y en los jardines de ese centro de salud mental en el que, finalmente, el astro pudo superar su problema con las drogas, los dos mantuvieron una charla que se extendió durante varias horas y en la que solo ellos saben qué fue lo que se dijeron.
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