Nació en Neuquén y a los 10 años ya estaba haciendo de las suyas como actor en Buenos Aires. Pese a su corta edad, Elías Viñoles no sufrió el desarraigo, sino todo lo contrario: sabía que su destino estaba ahí, interpretando, llevando adelante distintos personajes. Y que los escenarios no conocen de lugares: son un mundo en sí mismo.
En 2003 su precoz talento fue puesto a disposición en Rebelde Way como parte de la factoría Cris Morena. Un año más tarde Pablo Trapero lo convocó para hacer cine y allí también mostró sus credenciales, siendo parte del elenco principal de Familia rodante.
Lo que vino fueron propuestas cada vez más complejas, hasta que dio el salto a la popularidad y Elías se convirtió en el galán del momento con Sos mi vida, la ficción que El Trece puso al aire en 2006. La reconfirmación se dio un año después, cuando protagonizó Romeo y Julieta junto a Brenda Gandini.
Todo se dio a la velocidad de la luz hasta que de un día para el otro Viñoles desapareció del mercado local. En 2014 estuvo en Señores Papis, en 2015 en Conflictos modernos, y se esfumó. ¿Qué fue de su vida? Habiendo encontrado un techo, tal vez sin más nada para entregar en este mercado, buscó nuevos rumbos. Armó las valijas y se fue a Estados Unidos.
—¿Cómo tomaste la determinación de irte?
—Me vine en el 2017. Si me voy para atrás y me pongo a analizar cuál fue el motor de todo esto, creo que fue una curiosidad personal. Una voz interior sumada a una motivación que fue absorbida desde el seno familiar. Mi padre, a sus 70 años de vida, vivió en cinco países, y la verdad es que todo eso lo absorbí. Nunca sentí eso de que uno se tiene que quedar de por vida en una tierra, sino todo lo contrario. Sentí libertad desde chico y eso fue un poco lo que me hizo viajar, no solo hace cuatro años, sino toda mi vida. He postergado trabajos porque tenía viajes programados y eso era lo más importante. La realización personal va de acuerdo a las necesidades de cada uno, pero lo que uno gana moviéndose de las zonas conocidas por uno, no las reconoce hasta que no se viven.
—¿Te fuiste solo?
—Me vine con un proyecto con amigos, pero obviamente la vida te va separando los caminos. Hoy nos encontramos todos en ciudades distintas, pero a todos nos fue bien y nos queremos quedar acá. Vine con el foco puesto en viajar y experimentar, pero a la vez llevar mi carrera, la actuación. En este sentido, tener la visa de trabajo, legalizarme en un país como Estados Unidos, significaba la posibilidad de trabajar para una agencia, que es lo que he estado haciendo hasta ahora, tanto en Nueva York como ahora en Los Ángeles.
—Eso te dio tranquilidad.
—Estar en oficinas y audiciones importantes como Broadway, Moulin Rouge, con un director que ganó un Oscar, gente que mínimamente te va a demandar tener un estatus acá, independientemente del resultado, sentir que no les estaba haciendo perder el tiempo, que te digan que les gustas... Así fue en el inicio acá, en Miami. Cuando me llegó la documentación volé a Nueva York, donde pase la pandemia, hasta hace cinco meses que me vine a Los Ángeles.
—¿Cómo pasaste la pandemia solo?
—En cuanto a lo laboral, había una gran demanda de audiciones, hasta que se cortó todo por lo que sucedió. Fue raro estar solo con todo esto, que no se sabe cuándo va a terminar. Me agarró ahí… Encima en una isla muy pequeña, todo concentrado con casi 10 millones de habitantes, más los turistas: no fue el lugar ideal para vivir la pandemia. Pero dentro de esa parte de estado de pánico, me recosté en mi seguridad, que es lo que todos necesitamos para salir. Jamás dejé de tomar precauciones… Nunca más me subí a un subte, cuando antes lo hacía todos los días. Sí aprovecho los lugares abiertos.
—¿Laboralmente, ya volvió todo a la normalidad?
—No, la verdad que no. Las ruedas giran, pero no a la velocidad de antes y me parece prudente. Hubo un momento en el que te podías sacar la mascara para entrenar, tomar un café, en lugares cerrados, ¿no?, pero yo por suerte fui uno de los que no lo hizo… Digo por suerte porque ahora volvió lo de usar las máscaras en todos lados, y no viví ese desarraigo de la máscara.
—¿Qué dicen tu familia y tus amigos que dejaste en Argentina?
—No te voy a negar que hace cuatro años que no veo a mi padre, desde que me fui de la Argentina. Y hace tres años que no veo a mi madre: la vi en Miami antes de viajar a Nueva York. Pero sé que ellos no podrían estar más tranquilos, pese al momento global, de que yo estoy yendo por el camino que creo que tengo que ir.
—Eso te deja tranquilo.
—Esto es algo en lo que uno se tiene que dejar llevar y no tanto mental. Porque cuando uno le pone mucha cabeza a las cosas termina no realizándolas. Así que aprendí a viajar liviano de todo, en todo sentido. Me saque varias creencias de encima para poder viajar liviano de equipaje, de cosas materiales a las que antes le daba importancia; digo, no es que hablo en el sentido metafórico. Esto se dio de una manera tan natural que no sé si fue una decisión mía o algo que estaba establecido en el orden divino.
—¿Cómo ves a la Argentina desde allá?
—Se siguen viendo cosas bizarras, eso de ser tan nosotros... Pero yo llevo mi cultura argentina a donde vaya, eh. No reniego. No puedo no ser argentino, está en mis venas, pero eso no quiere decir que uno no pueda crecer, volar, sentir curiosidad por otras culturas y otras formas de trabajar.
—¿Es distinta la manera de trabajar en Estados Unidos?
—Sí, totalmente. Yo trabajé 15 años como actor en la Argentina, tanto en cine, como en tele, ficciones, novelas diarias, teatro, nominaciones, ganador de premios, y de repente la vida me dijo: “Hasta ahí llegaste con esa experiencia y quizás no te va a seguir aportando eso que sentís y mereces”. Esa es la mejor liberación. Yo estoy experimentado la experiencia, valga la redundancia, de los distintos pedidos en los procesos de audición. Ese es un oficio totalmente distinto con el de actuar, pese a que se lo relaciona con eso, sobre todo en Argentina. A una audición vas completamente desnudo, para llevar a la mesa lo que va a proponer, que no suene off para el director del casting y para los ejecutivos. Ahí vas mitad actor y mitad ser humano y racional. Por otro lado, acá son demasiado técnicos, y nosotros somos un poco más intuitivos y menos mecánicos. Acá se mueve todo a través de un rulemán que está siempre aceitado y es muy efectivo. Podés estar de acuerdo o en desacuerdo, pero el contenido que sale de esta industria habla un poco por sí solo. Repito: no hablo de gusto, sino de cómo funciona y de la calidad. Viniendo de un mercado más de lo intuitivo, de ir a pelear el personaje, para mí fue un cambio rotundo. En Argentina los proyectos tienen otro proceso de cocción.
—¿Cómo es el trabajo del actor cuando se apaga la cámara?
—Es el principal trabajo, el que hacés cuando se apaga la cámara y te vas a tu casa en el subte. Porque también hay una trabajo administrativo: el de buscar, estar en la lucha constante, porque esta industria también te permite tener un agente o buscar trabajo por tu cuenta. Trabajando con agentes sabés que vas a entrar en audiciones de directores grosos, pero tenés otro nicho, que es muy valioso, por la sensación de movimiento, que tiene que ver con la autogestión. Hay un rango de directores nuevos que terminaron de estudiar hace poco, que tal vez no tienen mucha plata para pagarte, pero que todo sirve, porque es una generación que será parte del cambio que se da por naturaleza. Todo eso no se ve, porque la gente te mira en el escenario o a través de una cámara.
—Imagino que estás orgulloso de pertenecer a ese mundo.
—Es una linda palabra. Sobre todo, sentirla. Pero bueno, creo que voy surfeando la ola en el lugar en el que creo que tengo que estar.
—¿Pegarías la vuelta, ya sea de manera definitiva o para vivir?
—Claro, me encantaría. Yo tengo los recuerdos más gratos de mi trabajo en Argentina. Además, tengo a mi gente allá, a mis amigos. Yo soy del Interior, no soy de Capital. Ya tuve este desarraigo de pasar de una ciudad pequeña, de Neuquén, y sentir lo que era el impacto de la gran ciudad a temprana edad, empezar a estudiar y audicionar en Argentina, porque yo siempre fui partidario de eso, porque es parte del proceso. Muchas veces vemos actores que hacen agua, interpretando personajes que vos decís: “¡Por favor, rescátenlo!”, pero no tiene nada que ver con los pobres actores, tiene que ver con el que le da de comer, el que lo pone ahí. El que lo pone por todos los motivos, menos por el que lo tendría que poner, que es el fisic du rol para que el actor dé con las características. En Argentina se da que muchos lo subestiman y otros que, con un ego mal colocado, quizás, no lo consideran porque ya son actores y te dicen: “Mirame en tal película si me querés audicionar”, pero están equivocados. En eso, los gringos están más adelantados. Yo en Argentina audicioné, no demasiado, porque tuve como una entrada más aceitada y una vez que entré, pasé de un proyecto a otro, y eso es lo que pasa con todos allá: si te colocás bien, ya después seguís trabajando. Pero claro que volvería si me ofrecen algo específico. Si sé que volvería por trabajo, no para volver a vivir, al menos por ahora. Mi familia tiene salud y con eso estoy tranquilo.
—¿Cómo viene tu parte musical?
—La música fue con lo que empecé, lo primero que hice en algo que tenga que ver con este medio artístico. Antes que actuar arranqué cantando y tocando la percusión. En 2015 me cruce con dos amigos, Pedro y Laura Jozami, de una familia artística muy conocida en Argentina: son los nietos de Lolita Torres, sobrinos de Diego Torres. Con Laurita trabajé mi primer single en Media falta, yo tenía 15 años. Ella tiene una voz hermosa, una armónica… Y siempre tuvimos una química especial. Siempre dijimos de hacer algo, ella creció mucho como autora de canciones. Pedro es guitarrista de Diego (Torres) y tiene su banda, Coronados de Gloria, con Gloria Carrá. Y me acercaron un proyecto que se gesta de manera muy natural: nos juntamos a hacer música, juntar las fuerzas creativas. Sacamos dos singles, “Dejar de pensar” y “Tanto tiempo”, que son con los que nos dimos a conocer como grupo de trabajo en 2016. Hace muy poquito retomamos la idea de volver a trabajar, y lo estamos haciendo a la distancia. Hoy estamos más aceitados, por la edad, por el enfoque. Pronto verá la luz este trabajo al que le pongo la voz.
—¿La exposición de haber debutado de muy chico, te marco para bien o para mal?
—Si tengo que dar un consejo, pero que no se tome como tal, diría que si querés hacer esto, no esperes a tener cierta edad para tirarte a la pileta. Ir y decirle a tus padres: “Quiero ser esto, no voy a hacer ni abogado, ni arquitecto, ni te voy a dar un título universitario”. Si te sucede a los 10 años, como a mí, que a los 13 ya estaba en el rodaje de Familia rodante, que fue un antes y un después en mi vida, bienvenido sea. Es verdad que para una criatura de 14, 15 años, tener mucha exposición a esa edad puede transformarse en algo mercenario, sobre todo si no está contenido. Muchas veces un adolescente tiene que bajar mensajes que no son acordes a su experiencia de vida.
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