“Esto me agarró en un momento en el que podía. Siempre me lo proponen hacer teatro, pero gana la cantante: o estoy de gira, o estoy grabando”, cuenta Patricia Sosa y cuando dice “esto” se refiere al teatro, a la actuación, el oficio en el que se desenvuelve cuando no está con la música. Será una de las protagonistas de Perdida Mente, que se estrenará el próximo miércoles 22 en el Multiteatro Comafi (Av. Corrientes 1283, Ciudad de Buenos Aires), con la dirección de José María Muscari y guion a cargo de Mariela Asensio y Muscari.
“Me tentó mucho que fuera Muscari quien dirigía. Él y Mariela te sacan del área de confort, no hay nada que sea obvio, siempre hay una sorpresa”, dice Patricia sobre una comedia sobre “nuestros pensamientos” que plantea: ”¿Alguna vez te preguntaste qué hay dentro de tu cabeza?”. Desde ahí se desprenden las emociones a flor de piel de una familia de cinco mujeres, integrada por los personajes interpretados por Leonor Benedetto, Karina K, Julieta Ortega, Ana María Picchio y Sosa.
“Cuando leí el libro me encantó mi personaje, una histérica total y todo lo contrario a lo que soy yo. Juego muchísimo y me divierte hasta las palabras que digo, que las tuve que aprender, porque soy una abogada que habla con sus términos legales, que discrimina y que la corrupción la tiene absolutamente naturalizada”, dice Sosa sobre la defensora legal del “cerebro líder, de la persona más inteligente de nuestro grupo”, interpretada por Benedetto.
“Ella empieza a perder la memoria y quiere juntar a sus chicas queridas, su hija, su hermana, la abogada, su mucama, para ver cómo se acomoda toda esta situación. Y ahí están ellas, cada una con una patología muy marcada. Se van a sentir muy identificados. Muchos van a decir: ‘Esta me hace acordar a mi hermana’. ‘Esta es la vecina de enfrente’. Es genial”, adelanta.
En las últimas semanas, Patricia fue noticia por una operación del corazón. Un día, después de un ensayo para la obra, volviendo por la Panamericana con el tránsito casi detenido, la frenó una “explosión en el pecho”. “Sentí ruido, un fuego muy feo y un mareo muy tremendo”, describe hoy sobre una sensación que le duró diez segundos pero que encendió todas sus alarmas.
“Llegué a casa, llamé al cardiólogo, me vio al otro día, me puso un holter de 24 horas. Y repetí el episodio, entonces ahí pudieron leer lo que pasaba: de tener las pulsaciones normales pasé a tener una barbaridad en segundos. Eso es un desperfecto eléctrico que se llama arritmia auricular. Se hace por cateterismo la operación y, cuando llegan al lugar, se meten adentro del corazón y queman esas terminaciones que se volvieron locas”, dice sobre la intervención. “Será que me dieron tanto amor que mi corazón enloqueció”, se ríe.
“No fue una operación de urgencia. Lo que pasa es que decidí hacerlo inmediatamente. Yo soluciono las cosas enseguida, porque sino tenía que estar viviendo con mucha medicación y la verdad que no tenía calidad de vida así. Entonces preferí tomar el toro por las astas y decir: ‘Ok, lo hacemos ahora’”, contó sobre la decisión de operarse, que coincidió con un viaje a Chile de su marido, el músico y productor Oscar Mediavilla.
“Oscar me decía: ‘Estás loca de operarte ahora que no estoy’. Y le dije: ‘No, aprovecho ahora así cuando volvés ya estoy bien’. Igualmente lo necesité mucho. Por suerte ya volvió”, dice ella con una sonrisa tierna y se abre. “Cuando te dicen que es el corazón lo que falla, te agarra una angustia especial. Yo soy meditadora, puedo bajar, puedo conectarme con otras cosas. Pero en ese momento quería estar con mi mamá, con mi marido, mi hija. No me importaba otra cosa. Me volví más frágil. Después de la operación tuve una semana de angustia. Me convertí en una nena en esa semana. Me dejé cuidar. Es una lección que me dio mi corazón: me tengo que dejar cuidar”, agrega con un brillo en los ojos, que ilumina más que el tragaluz circular que corona el techo del restaurant Elena, en el Four Seasons.
Sentada en una de las mesas, Patricia aprovecha para elogiar a sus compañeras de elenco. “En los ensayos, a veces pasaba Leonor y me decía un detalle al oído: ‘No te enojes tanto, acá hacelo más liviano’. Ana María también, pasaba y me guiñaba un ojo. Y eso a mí me hacía sentir protegida. Ellas me cuidaron, también. Y como estoy en una etapa que me dejo cuidar, me cierra todo. ¡Necesito amor, chicos!”, reclamó.
“No estoy en mi ámbito natural, que es el canto, pero a mí me encanta. Creo que el arte es movimiento y esto es una experiencia muy movilizadora, sobre todo en un momento donde hay que poner la mente en funcionamiento. Justamente habla de eso la obra. Aparte, esta es la primera vez que yo hago teatro de texto”, dice sobre cómo se desenvuelve en la actuación, oficio que lo vincula naturalmente al del canto.
“A mí me gusta mucho actuar. Estudié mucho teatro, tal vez para enriquecer mis interpretaciones como cantante. Entonces, cuando me llamaron dije: ‘Uy, ¿cómo me llaman a mí?’. Y después pensé: ¿Cómo con semejante elenco, con actrices tan grosas?’. Y de repente me di cuenta de que sí, que estaba preparada y que podía hacerlo perfectamente”, explica.
Durante buena parte del confinamiento de 2020, Patricia volvió a convivir con Oscar Mediavilla. Pero fue en un escenario distinto: en la casa que tienen en la montaña, a cuatro kilómetros de Capilla del Monte, en el norte del Valle de Punilla, Córdoba. “Seis meses arriba de una montaña, sola, con Oscar. Compuse mucho y no tenía nada, ni guitarra. Entonces me bajaba loops a mi teléfono o lo hacía con mis músicos por teléfono. Fue de mucha creatividad y ya tengo todo el material para entrar a grabar. Ni bien estrenemos la obra, empiezo a hacer los videoclips de tres temas que ya están listos. Porque viste que ahora todo va tema por tema...”, dispara la cantante de “Aprender a volar”.
—Volvimos al single, aunque ahora tiene que venir acompañado con imagen.
—El primer simple que me compré fue “La balsa”, de Los Gatos. Tenía 12 años. Ahora tenés que sacar el tema con el video. Lo que cambió es que no se trata tanto de arte, sino que se trata de comunicación. Estamos en una época donde todo es efímero; tanto que, ojo con el colchón artístico que estamos creando. No puede pasar de todo y olvidarnos. Algo tiene que quedar. Yo no me puedo meter en la velocidad en la que están los pibes ahora. No tiene sentido, no lo disfruto. Sin embargo, hice un dúo con María Becerra, que estuvo precioso y me encantó que me llamara ella para compartir una canción.
—¿Cómo la pasaste en ese dueto que hicieron para los Premios Gardel?
—Ella es una chica preciosa, canta re lindo. Es muy popular ahora, pero yo no le puedo seguir el tren. Ni siquiera la puedo seguir con el idioma. Aunque cantemos todos en castellano, en un momento tuve que cantar: ‘Pa’ que dejar la lu’ apagada’. Y yo tuve que escribir “lu’”, “ele u”. Para mí, que laburo mucho con lo metafórico, con la poesía, me parecía raro estar cantando así. Pero bueno, es el idioma que se habla ahora.
—¿Generaron un vínculo más allá de haber cantado juntas “Endúlzame los oídos” y “Acaramelao”?
—Sí, hablamos de cosas muy espirituales. Es muy espiritual, tuvimos grandes charlas por teléfono, horas hablando. Ella es vegana y el día de la grabación se pidió una sopita de lenteja. Es muy linda. El día que grabamos el video hacía mucho frío y ella tenía el pupo al aire. Y yo me puse en madre: “Nena abrigate, vení que te abrazo”. Yo me veo más robusta, más power. Y a ella la veo tan chiquitita... Es un encanto de nena, me encantó formar parte de la historia de ella.
—Más allá del lenguaje, ¿qué te pasa con esta generación de artistas?
—Nunca critico porque son movimientos sociales interesantísimos. Lo que dicen y lo que hacen representan a una generación. Entonces, hay que entender. No me pongo a decir: “Esto es una porquería”. Porque sino me parezco a mi tío, cuando me decía: “El tango es lo que vale, no lo que hacen ustedes”. Hay cosas que me gustan, cosas que no. El comienzo del reggaetón, por ejemplo, a mí no me gustaba por la denigración de la mujer. No lo soportaba. Después, las cosas fueron cambiando un poco y está todo un poquito más asentado. Pero sería antinatural que yo me pusiera a hacer trap. Claro, no me da la cadera (risas).
—¿Cómo recordas tus días como cantante de La Torre y el devenir de tu carrera como cantante en un ambiente tan masculino como el del rock?
—Tuve que abrirme camino como si fuera una rompehielos, ¿sabés? Y yo, desde la inconsciencia, no sabía que estaba abriendo un camino. Me metí primero con alegría, después con furia. Me tuve que poner en agreta, en malhumorada, para que no me pasaran por encima, para dejar de ser “la minita de los músicos”. Yo llegaba a un festival y decía: “¿Dónde me puedo cambiar?”. “Uh, no pensé...”, me contestaban. Y eran 150 tipos y yo. Me terminaba cambiando en un baño feo, o los músicos estiraban un toallón y yo me cambiaba atrás. Aprendí a que tenía que ir cambiada a todas partes. El público nuestro era un 90% de tipos y solamente me miraban las piernas. Yo dije: “Ok, ¿me miran las piernas? Me voy a poner el vestido más corto que encuentre, el escote hasta donde dé y bancatela”. Porque no me quería masculinizar. Para el público de La Torre yo fui su chica: compraban mis posters en esa época, me cuidaban, me amaron. Todavía me aman.
—Se generó un run-run con la opinión de Oscar Mediavilla y el rol que Mau y Ricky tenían en La Voz Argentina. Ustedes fueron jurados de un show parecido. Pero, ¿disfrutás de esos programas como televidente?
—A mí el formato de La Voz me encanta. Y desde mis redes criticaba algunas cosas que el jurado hacía, eso me divierte mucho. Pero yo soy amiga de todos ellos: La Sole es mi amiga, con Lali me fui a España, con (Ricardo) Montaner grabé, fui al casamiento de los hijos más grandes… Tenemos un vínculo y no nos vamos a enojar por eso. A Mau y Ricky yo los conocí de más chiquitos, pero me parecen re talentosos. Son unos compositores y unos productores muy buenos que hay que tenerlos en cuenta, no hay que subestimarlos. Las cosas que dijo Oscar son para mover un poco el avispero. Él lo quiere muchísimo a Ricardo, desde siempre. Esos comentarios son nada, sin importancia. Pero a mí me encantó criticarlos cuando no se daban vuelta y después les decían: ‘Cómo me emocionaste, pero no me di vuelta’. Tenía ganas de hacer un meme con esa situación (se ríe).
—Muchos de los que participan en realities esperan que sea ese el comienzo de una carrera artística sostenida. Pero casi no conocemos artistas eternos que hayan surgido de un concurso televisivo.
—Ahora todo es efímero. Pero estamos en la época de la autogestión. Y también la autogestión es mostrarse. Un concurso de canto es una vidriera. Si vos tenés con qué sostenerlo, lo vas a sostener. Si no tenés con qué, listo, te ganaste el premio y ya está. Lo que estaría feo es que pusieran demasiadas expectativas, porque las expectativas arruinan todo. Tenés que poner una ilusión de ganar un premio, pasarla lindo y nada más. Si lo tuyo es vocacional, seguí tocando en las esquinas, en las calles, agarrate una viola y andate a un bar. El camino se hace caminando, no es de la noche a la mañana. No vas a ir a un concurso y salir convertido en una súper estrella. Lo tenés que tener sobre todo, aparte de talento, es confianza y laburar. Y estudiar. Si no estudiás, la voz se te cansa, se te muere, el talento se echa a dormir. Y si uno pone en una balanza talento y esfuerzo, siempre gana el esfuerzo.
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