“Cada familia es un mundo”. Seguramente escuchaste esa frase muchísimas veces. ¿Pero cómo hacer para que ese mundo sea saludable para todos los integrantes? Es clave darnos el tiempo necesario para el vínculo y el disfrute compartido con nuestros hijos, entender los peligros, las alertas y lograr poner límites saludables. En este nuevo encuentro de PamLive, Pamela David charló con Alejandro Schujman, psicólogo especialista en familias y orientación a padres, además de ser autor de libros como Herramientas para padres y El arte de soltar a los hijos, donde nos brinda herramientas para una relación de bienestar y aprendizaje con ellos. Un viaje por la ardua y amorosa tarea de cuidar, educar y criar a nuestros hijos.
—¿Cuáles son esos problemas más comunes que están teniendo hoy los chicos por la pandemia?
—La vuelta a la normalidad, el salir al mundo. “Normalidad” entre comillas, porque todavía estamos lejos de eso. Algo importante Pame: yo no quisiera, ni como psicólogo ni como padre, que volvamos al 2019. Esta es una generación de padres y madres a los que les cuesta mucho la puesta de límites. Es una generación de padres y madres amorosamente tibios. Venimos de generaciones de padres mucho más autoritarios que lo que hubiéramos necesitado.
—¿A veces nos vamos para el otro lado como padres?
—Absolutamente. Vos como mamá, ¿qué querés para tus hijos? Que sean felices. Como queremos que sean felices no les enseñamos a sufrir, y como no les enseñamos a sufrir, no les enseñamos a crecer. Le damos la vida en bandeja. Gran parte de la dificultad de los chicos tiene que ver con lo difícil que es para los padres poner límites, y el límite es amor y es cuidado. Yo estoy sentado en un sillón que tiene apoyabrazos, un respaldo, el cual son límites. Si no lo tuviera sería una banqueta y yo no trabajaría en una banqueta. El límite es esto: ordena. Pero a los padres les cuesta un montón. La falta de límites que venía antes de la pandemia complicó muchísimo todo el proceso pandémico y de aislamiento, la relación con la tecnología y más.
—¿Cómo hacemos para poner límites con el celular, si nosotros estamos todo el día con él?
—Lo primero que tenemos que saber es que los chicos no nos escuchan todo el tiempo porque damos unos discursos largos, aburridos, predecibles. Se ponen música cuando les hablamos para no escucharnos pero no dejan de mirarnos. Nosotros educamos con el ejemplo. Entonces yo no puedo con el celular en la mano, hiperconectado, decirle a mi hijo que se aleje de la pantalla porque pierdo todo tipo de autoridad. Le damos las pantallas cuando tienen un año, dos, para que se entretengan y nosotros poder hacer nuestras cosas tranquilos y después, a los 15, no sabemos cómo sacárselos. Caemos en la trampa de “todos van”, “todos tienen”. Un chiquito de 9 años con un celular de alta gama es un disparate. Y los padres se preguntan: “Y bueno, ¿pero es el único del curso que no lo va a tener? Si yo puedo comprárselo”. Cuando se lo compran, el chiquito está manejando algo mucho más grande de lo que puede manejar. No solamente es el problema de la hiperconectividad sino también que los chicos no están preparados para el uso de redes sociales y el control parental no es sencillo.
—¿Cuáles son los peligros de la pantalla en los chicos?
—Tenemos que estar cerca de nuestros hijos para cuidarlos y lejos para asfixiarlos. A un chiquito que le damos un dispositivo tenemos que tener la confianza suficiente, y ellos en nosotros, para poner un control parental absoluto si son chiquitos. Para los más grandes, ojo con OnlyFans: es una aplicación que los alienta a subir fotos y videos eróticos para ganar dinero. Cualquier contenido que los chicos naveguen tiene que ser controlado por los padres. Sabemos que existe la pedofilia y la perversión, que son un delito, y es muy difícil para un chiquito de 11 años poder filtrar y darse cuenta que hay un perfil falso del otro lado. Los padres tenemos que estar muy cerca de los chicos cuando entran al mundo de las redes sociales y además estimular el uso del juego y de la imaginación.
—¿Cómo le explicás al niño que él no puede tener acceso a eso y otros sí?
—Armando redes con los otros padres y explicarles: “Mirá, yo voy a cuidar a mi hijo, ¿te prendes y cuidas al tuyo?”. Los padres entran en la trampa del “todos van” desde la tecnología cuando son chiquitos hasta el alcohol cuando son más grandes. Hablando de límites, en mi último libro, No huyo, solo vuelo; el arte de soltar a los hijos, escribí lo siguiente: “Justamente porque te amo es no; puedo acompañarte en lo que querés o mejor dicho, te acompaño pero diciéndote que no, mucho más que sentir que tenés el mejor papá del mundo, hoy es no. Podés llorar, patalear, escribir en tu diario íntimo que tuviste mala suerte, que la vida es injusta. Tal vez tengas razón, la vida no es justa, pero yo como papá trataré de hacer lo mejor que pueda y esta vez es ‘no’. Aunque te duela, aunque te enojes, para cuidarte, para que entiendas que a veces las cosas en la vida no se consiguen a los gritos, ni pataleando ni amenazando. Porque te quiero, porque te cuido, porque es mi trabajo, esta vez, amado hijo, es ‘no’”. Esto aplica al uso de la tecnología, a que no voy a negociar que estés al borde del coma alcohólico cuando tengas 15 años, a que no voy a negociar con que fumes marihuana porque todos tus amigos fuman, porque la marihuana es una droga complicada. No voy a negociar porque te quiero. Y si te enojas, tenés dos trabajos: enojarte y desenojarte después. Ahí entenderás que es porque te quiero. Por eso hay una generación amorosamente tibia de padres, porque hemos dejado esto de lado.
—¿A partir de qué edad debemos preocuparnos por el alcohol?
—Los chicos empiezan cada vez más temprano a consumir alcohol. En el 87 la edad de inicio era a los 16, 17 años. Hoy los chicos empiezan a los 13 y en el secundario hay muchísimo consumo de alcohol. Hay enorme desinformación. El riesgo no es solo un coma alcohólico sino un montón de accidentes y de situaciones que pueden darse por el consumo de alcohol. El cuerpo de los chicos, hasta los 18 años, no está preparado para consumir. Antes de la pandemia me había llamado una agencia de publicidad muy importante porque una empresa de cerveza iba a hacer una campaña para explicarles a los chicos que se equivocaron, que les pedían perdón, porque no les habían dicho que antes de los 18 años el alcohol les hacía mal porque el cuerpo no estaba preparado para el consumo de alcohol. Después vino la pandemia, la campaña quedó ahí, una pena, porque hubiera sido una gran campaña. Hay muy poca información y mucha naturalización del consumo de alcohol y de la marihuana en los chicos. Hay mucha cultura a favor del cannabis.
—¿Por qué la marihuana es dañina para los chicos?
—El único humo que nos hace bien es el del nebulizador. La marihuana mata neuronas, puede producir una psicosis tóxica. En el 2019 interné cinco pacientes por psicosis tóxica por consumo de cannabis. La psicosis tóxica es una alucinación que no se va, como pasa en la serie Merlí, donde dos chiquitos adolescentes fuman marihuana durante toda la temporada y yo me enojaba porque decía: “¿En qué momento avisan que la marihuana hace mal?”. Anuncian en la tercera temporada, cuando uno de los chicos tiene una psicosis tóxica. En una plaza, siente que lo persiguen, se desnuda, entra en un cuadro delirante y termina con medicación durante un tiempo por consumo de marihuana. No es broma. Además, en los chicos incrementa la apatía, el desgano, que es parte de la adolescencia. En una nota hablo de la generación “me da paja”: la “paja” es la pereza, es la flojera. Un chico que fuma marihuana tiene serios problemas en el rendimiento escolar y ninguna sustancia modifica el estado de conciencia es saludable. Por favor, a los padres: abramos los ojos, más allá de que algún padre pueda fumarla, yo no la aconsejo. Aconsejo que hagan relajación, meditación y pueden lograr un montón de efectos súper placenteros sin necesidad de fumar ninguna sustancia. Con los chicos no. Hace falta mucha cultura cannabica para derribar todos estos mitos a favor que hay en este momento. Puede provocar esterilidad en hombres y en mujeres, genera efectos a nivel del sistema respiratorio. Los chicos saben mucho más de cannabis que los grandes porque lo estudian y buscan argumentos para decir que no pasa nada. Una cosa es que una abuela tome gotitas de aceite de cannabis porque tiene dolores articulares, o en pacientes oncológicos terminales que les damos morfina inyectada necesario para un paciente que tiene cáncer. El uso medicinal es una cosa y el uso recreativo es otra.
—¿Cuáles son las consecuencias nocivas del alcohol en los chicos?
—Yo le pregunto a los chicos: “¿Para qué toman?”. Y la respuesta es muy clara: “Para lograr rápidamente el efecto que el alcohol produce”. Desinhibirse, perder la vergüenza, ser parte del grupo. Los chicos entran en la trampa de “la presión grupal”. Un paciente mío que no tomaba alcohol, en las fiestas agarraba una lata vacía y estaba toda la noche con la lata en la mano para que nadie le pregunte o le diga que era un salame porque no tomaba.
—Si los amigos toman y para evitar ese miedo a no pertenecer, ¿cómo le hablamos a nuestros hijos para que entiendan el daño que produce?
—Es lo mismo que con la tecnología cuando son chiquitos: es importantísimo armar redes entre los padres. Yo viajo mucho a las provincias y trato de armar redes en las comunidades chiquitas. En Macachín, La Pampa, trabajamos para armar una red que se llama Macachín previene, que es una red de chicos, de grandes, de padres, de docentes, de funcionarios y profesionales para entre todos generar conciencia de que en Macachín ningún chico se tiene que morir producto del consumo de alcohol y drogas. Logramos un decreto donde realmente se prohíbe la venta de alcohol a menores. Como les leí antes sobre mi libro, “porque te quiero, es no”: los padres no le pondrán la casa para la previa a los chicos, porque van a tomar alcohol y tienen 15 años. Intentar hacer alianzas saludables con otros padres para que no ocurra esto. “Pueden ir, salvo que me garantices que en esa previa no van a tomar alcohol”. Hace tres años escribí una nota que se titulaba: “Los chicos coquetean con la muerte, con autorización firmada de los padres”, donde hablaba de las fiestas de egresados. Se armó un revuelo bárbaro con esa nota. Hay mucha permisividad.
—Hay que enseñar con el valor de la palabra…
—Con el valor de la palabra y armando un vínculo de confianza. Hay tres patas de un triángulo esencial del vínculo con los chicos: el dialogo, la confianza y el disfrute compartido. Hay que educar desde que son chiquitos e insisto con las redes de padres, tres, cuatro o cinco. Galeano decía: “Hombres pequeños, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo”. Hay una cultura a favor del alcohol muy grande. Tengo un montón de historias horribles de chicos que se han muerto por el consumo de alcohol, comas alcohólicos, chicos inconscientes, donde pueden recuperarse o morirse. Y los médicos pueden hacer muy poco, más que darle suero y esperar. Una paciente mía se despertó a la mañana al lado de un hombre que no conocía después de haber tenido una intoxicación. Fue muy traumático para ella, estuvo dos años con antidepresivos. Generar un vínculo como para decirles “esto no es de malo, te estoy cuidando”.
—Hablemos del “arte de soltar a nuestros hijos”.
—El arte de soltar a los hijos desde la cuna hasta que vuelan solos. Les recomiendo la película francesa La familia Bélier, donde Paula es hija de un matrimonio de sordos y ella habla. Paula se quiere ir a cantar pero ella es la voz y los oídos de los padres. El gran dilema es poder irse y dejar a los padres. Hay una discusión entre los padres donde Paula participa y les dice: “Se piensan que yo me voy porque son los peores padres que tuve pero no, yo me voy porque son los mejores padres que pude haber tenido”. Y Paula les canta al final: “No huyo, solo vuelo”. Los padres le dieron las herramientas para entrar en el mundo adulto. En la canción les dice: “Queridos padres, me voy, los amo pero me voy, esta noche ya no tendrán un hijo, no huyo, solo vuelo”. El trabajo de ser padres es acompañar a nuestros hijos en el camino del crecer, y darles herramientas para que entren al mundo adulto de la mejor manera posible.
—¿Cuáles son esas herramientas que no pueden faltar?
—El sentido de la responsabilidad, umbral de frustración, capacidad de decisión y todo el amor. En mi libro, cuando mi hijo se fue a vivir solo, escribí: “Los padres preparamos varias mochilas a lo largo del camino de la crianza. La que nuestros hijos deben llevar al jardín de infantes, la de la escuela primaria, la de la colonia de vacaciones, la que llevan a la casa de sus amiguitos, la de ir a la casa de los abuelos. Mochilas para vivir, para crecer, para salir al mundo del afuera. Pero llega el momento donde ya son grandes y debemos seleccionar amorosamente qué poner en la última mochila que les armaremos. Tomemos lápiz y papel y acomodemos en ella umbral de frustración, cantidad suficiente. Sentido de la responsabilidad, el que precisen. Capacidad de decisión, toda la que podamos darle. Sueños, ilusiones y ansias en lo porvenir y todo nuestro amor”. Si podemos ponerle eso en la mochila, los hijos ya están listos para salir al mundo y crecer.
—¿Hasta dónde prohibir o de qué manera prohibir sin ser prohibido?
—Lo prohibido genera el deseo. Tenemos que ver y decidir qué batalla libramos con nuestros hijos. Cuando tiene que ver con la salud, no negociemos. Hablamos de un uso peligroso de la tecnología, del consumo de drogas y alcohol, hablamos de una sexualidad muy temprana en los chicos al ritmo de las hormonas, pero no de las emociones. Con todo eso no negociemos porque no podemos negociar con la salud de nuestros hijos. Ahora bien, si se lleva una materia, después tendrá consecuencias. Pero yo no voy a estar todas las noches del año discutiendo porque mi hijo no quiere estudiar. No voy a estar discutiendo todas las noches porque mi hijo no ordena la pieza. Van a tener consecuencias, no castigos ni penitencias que tienen que ver con el medioevo.
—¿Cuáles serían las consecuencias sin llegar a que sean castigos?
—Si no estudian porque están todo el día pegados a las consolas, no le voy a quitar la consola como castigo. Él solo se lo va a quitar como consecuencia de que no estudió. Si siendo adulto como mucho el fin de semana, después me va a doler la panza, o sea que mi cuerpo asimila las consecuencias de lo que hice mal. Pasa lo mismo con los hijos. Si vos te llevas ocho materias, yo no me voy a quedar sin vacaciones. Yo me voy a ir de vacaciones y adonde sea que nos vayamos vos te vas a tener que traer la mochila y, mientras estoy jugando en la playa, vos estas estudiando matemáticas. Yo no estoy enojado con vos, porque la vida es así, lo que hacemos tiene consecuencias. Sin gritarle. Los padres gritamos por impotencia, cuando no sabemos qué hacer. Una chiquita me decía: “Mi mamá me grita todo el tiempo y no le entiendo”. El límite puede ser en este tono suave. El límite es el equilibrio entre la firmeza y el amor.
—¿Y cuando los padres nos enojamos?
—No somos ni bomberos ni obstetras, ni cirujanos: somos padres y madres. Son muy poquitas cosas las que son urgentes. Entonces, respiramos. Mi papá en su oficina tenía un cartel que decía: “Sea tan amable de poner neuronas en funcionamiento antes que la lengua en movimiento”. Cuando nos enojamos hacemos cosas con las que después nos arrepentimos.
—¿Cómo se hace con padres separados que dan diferentes voces u opiniones?
—Siempre digo una frase: “En la fisura o grieta de los adultos, de los padres, se construye el sufrimiento de los hijos”. Padres juntos o separados, eso no importa tanto. Los hijos lo que necesitan es que se pongan de acuerdo. Les pido a los padres y a las madres que respiren hondo, que dejen las broncas de lado, pero cuando se trata de los hijos, son elementos sensibles a cuidar y necesitan dos directores técnicos que digan lo mismo. Que no discutan delante de los hijos: les tritura el aparato psíquico. Un chiquito que atendí una vez me decía llorando: “Ale, por favor, hablá con mi papá y con mi mamá, que se pongan de acuerdo, yo así no aguanto más”. Cité a los padres, los reté. Los chicos sufren muchísimo la grieta de los padres por más de que parezca que sacan ventaja.
—¿Qué se hace cuando el otro padre no lo acepta?
—Tratar de hacer reducción del daño. Entre lo ideal, que es lo que acabo de decir, y lo posible, hay una brecha grande. Los y las psicópatas, los narcisistas, no cambian. En mi diván nunca tuve sentado a un psicópata que me dijera: “Ale, ayúdame”. No existe. El psicópata no pide ayuda y el narcisista tampoco. Este padre o madre que no puede mirar más allá de su propio ombligo tiene que intentar no dañar tanto al hijo.
—¿Hay un tema que no pueda faltar antes de cerrar?
—Te voy a contar mi cuento favorito que es el resumen de todo lo que tiene que ver con la crianza. Dos chiquitos son discípulos de un sabio en el Lejano Oriente. Le quieren jugar una trampa porque están hartos de que el sabio siempre tenga respuesta para todo. Entonces uno de los nenes dice: “Voy a agarrar una mariposa azul, la voy a poner entre mis manos y le preguntaré al sabio si esta mariposa que tengo en mis manos está viva o está muerta. Si me dice que está viva aprieto suavecito y la mato, si me dice que está muerta abro las manos y la dejo volar. No tiene chance el sabio de dar con la respuesta correcta”. El nene va contento a desafiar al maestro. “Dígame si la mariposa que tengo entre mis manos está viva o está muerta”. El sabio, que por algo tenía la barba blanca y larga, le sonríe con ternura, le acaricia la cabeza y le dice: “Depende de vos, está en tus manos”. La crianza de nuestros hijos cuando son chiquitos, cuando son adolescentes también, es mariposa azul: está en nuestras manos. No podemos echarle la culpa a nadie. Somos responsables, lo cual es un montón y es fantástico porque podemos hacer un montón de cosas. Balzac cita: “La resignación es un suicidio de lo cotidiano”. Padres y madres, no se resignen con la crianza de los hijos porque los dejan en estado de desamparo. Sean creativos, pidan ayuda profesional, pero no bajen los brazos porque hay mucho por hacer. A disfrutar del vínculo con los hijos, porque en el medio de la vorágine se nos pierde el disfrute y es una pena enorme. No podemos darnos ese lujo. Disfrutemos de nuestros hijos que después crecen y los extrañamos. Lo digo porque lo estoy viviendo.
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