Entre 1979 y 1981 una serie logró un vertiginoso ascenso y una rápida caída en las audiencias de televisión. Se trataba de Las aventuras de B.J. (B. J. and the Bear, en el original) y su protagonista era el actor y cantante Greg Evigan. El creador de la serie fue Glen A. Larson, el mismo de Magnum y El auto fantástico, un experto en conseguir programas populares. Aunque sin duda B.J. se transformó en el camionero más conocido de la televisión mundial, la historia se inspiraba en varios éxitos anteriores y formaba parte de una pequeña ola de títulos vinculados con las aventuras en las rutas de Estados Unidos.
Una serie de camioneros llamada Los aventureros del camino (Movin’ On, 1974-1976) había tenido un aceptable suceso y la canción principal había sido número uno en los rankings de música country. Dos pícaros con suerte (Smokey and the Bandit, 1977) con Burt Reynolds y Sally Field, tenía muchas cosas que luego se verían en B.J.. Y por supuesto, El pendenciero rebelde (Every Which Way but Loose, 1978), protagonizada por Clint Eastwood junto a un orangután, también se ve como otro lugar del cual Glen A. Larson tomó ingredientes.
Otras historias de camioneros brillaron en aquella época y las rutas fueron una locación favorita en aquellos años. Recordemos también dos road movies dirigidas por Steven Spielberg en esa década: Reto a muerte (Duel, 1972) y Loca evasión (The Sugarland Express, 1974).
Pero B.J. (Billie Joe McKay era su nombre completo) tenía un encanto diferente. Era una serie con galán joven y un compañero muy gracioso que solían tener problemas con un grupo de sheriffs y policías, torpes o corruptos, que los perseguían todo el tiempo. Su condición de camionero independiente le daba un aire de rebeldía contra los viejos oficiales, lo que se ganó al instante el cariño del público. La canción de la serie la interpretaba el propio Evigan y fue un hit. También su camión -un Kenworth K100 Aerodyine- enamoró al público y se transformó en el merchandise favorito de una generación. Aun hoy, en cualquier lugar donde alguien vea un camión parecido, dirá sin dudarlo: “¡El camión de B.J.!”.
Al joven galán y a los malvados perseguidores se le sumaba un notable conjunto de jóvenes mujeres, todas bonitas, que aparecían estratégicamente en todos los episodios. Cualquier excusa servía para pantalones muy cortos, bikinis y blusas escotadas. Algunas eran el interés romántico del episodio y otras bellas camioneras que trabajaban junto a B.J., esta tendencia fue creciendo con el correr de las temporadas y aunque no se volvieron tan importantes como otros de los elementos mencionados en el imaginario popular. Sí, eran una de las características de la serie.
Bear, cuyo nombre se debía a un famoso entrenador de Alabama, era el alivio cómico de gran parte de una serie que sí bien no era dramática, no todo el tiempo estaba en tono de comedia. Pero uno de los sheriffs invitados consiguió al instante la atención de los espectadores: se trataba del Comisario Lobo, o Sheriff Lobo, interpretado por el legendario actor secundario de Hollywood Claude Akins. El carisma del veterano actor abrió las puertas para un spin-off: Las aventuras del comisario Lobo (The Misadventures of Sheriff Lobo, 1979-1981) también conocida simplemente como Sheriff Lobo u otras variaciones del mismo título.
El corrupto comisario interpretado Akins (quien también había protagonizado Los aventureros del camino) trabajaba en el imaginario condado de Orly y tenía dos asistentes: el torpe ayudante Perkins (Mills Watson) y el novato Birdie Hawkins (Brian Kerwin). Los tres eran una fórmula que también fue un éxito, aunque luego la serie fue cambiando un poco el tono para buscarle un lado más serio y cambiar la idea de un protagonista corrupto. El show tuvo apenas unos pocos capítulos menos que su serie hermana B.J.
Cuando la audiencia de Las aventuras de B.J. se derrumbó, ambas series fueron unidas para ser exhibidas como un combo que les permitiera sumar fuerzas. Así lograron mantenerse un poco más al aire, pero la suerte ya estaba echada para ambas. Aunque la audiencia las dejó de venerar, el cariño por los dos programas sobrevivió ampliamente a su realización y el tiempo jamás diluyó de la memoria de los espectadores a estos personajes.
Los chicos eran los principales espectadores de la serie. Tal vez sea el humor con el chimpancé, tal vez el maravilloso camión rojo y blanco, tal vez los graciosos comisarios que perseguían al simpático camionero. Algo de todo esto nos hizo querer mucho a B.J. McKay y ese recuerdo es un premio que no todas las series logran obtener. Lo mismo pasó con el Sheriff Lobo, cuya comedia simple también logró encantar a las audiencias más jóvenes y producir en los que ahora somos veteranos una sonrisa con tan solo recordar su nombre.
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