Hace 35 años se estrenaba una pequeña película, hecha por fuera del sistema de los estudios, protagonizada por cuatro chicos casi sin experiencia y dirigida por un director más conocido por actuar en una comedia televisiva que por su tarea detrás de cámara. Ningún estudio quería producirla y todos los distribuidores la rechazaron casi sin verla. Sin embargo, Cuenta Conmigo después de un estreno limitado se convirtió, de a poco, semana a semana, en un éxito. Y hoy ya no es una película de culto, sino un clásico.
“Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar. Son cosas de las que uno se avergüenza, porque las palabras las degradan. Al formular de manera verbal algo que mentalmente nos parecía ilimitado, lo reducimos a tamaño natural. Claro que eso no es todo, ¿verdad? Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que los enemigos ansiaran robarnos”, así empieza El Cuerpo, la nouvelle de Stephen King.
Raynold Gideon y Bruce Evans leyeron el libro apenas salió en 1983 y quisieron llevar la historia al cine. Stephen King pidió 100.000 dólares y el 10% de las ganancias. Los productores creyeron que lo del porcentaje era excesivo y continuaron negociando. Llegaron a un acuerdo. Gideon y Evans escribieron una primera versión y salieron en busca de director. Adrian Lyne aceptó; hacía mucho que intentaba filmar alguno de los libros de King.
La historia de cómo cada película llega a convertirse en un éxito demuestra que en una actividad colectiva como el cine, con tanto dinero en juego y que años de trabajo se ponen en riesgo en un solo fin de semana, muchas veces, el azar juega un papel fundamental. Cuenta Conmigo estuvo a punto de no filmarse. Y una vez rodada le costó encontrar distribuidor. En cada etapa del proceso estuvo a punto de sucumbir.
El guión fue rechazado por cada estudio grande. No les interesaba la historia de cuatro amigos pre adolescentes caminando por las vías del tren buscando un cadáver. No había primeros amores, ni besos, ni demasiadas aventuras. Y además estaba el tema de la muerte rondando, la intromisión del tema por primera vez en la vida de esos chicos: algo que, a priori, no atraía multitudes a las salas. Finalmente la que se interesó fue Embassy. Raynold Gideon, uno de los guionistas e impulsor del proyecto, dijo: “Después de Embassy no había nada. Era el estudio que nadie elegía”.
El director original iba a ser Adrian Lynne. Pero su salario subió sideralmente luego de Nueve Semanas y Media y además pidió un tiempo de descanso. Rob Reiner fue el siguiente candidato. Uno de los dueños de Embassy había sido productor de All in The Family, la sitcom que fue un suceso en la que Reiner actuaba. Rob, además de su linaje (es el hijo de Carl Reiner), tenía como director un gran antecedente: This is Spinal Tap.
Embassy, en medio de la preproducción de Cuenta Conmigo, fue vendida a Columbia. Sus proyectos quedaron perdidos en medio del gigante. Parecía que no se filmaría. Norman Lear, antiguo dueño de Embassy y quien había dado el visto bueno, confiaba tanto en la película que consiguió la financiación de 8 millones de dólares, poniendo él gran parte del dinero necesario. Pero nada es fácil en el mundo del cine. Después de terminada había que distribuirla. Fueron varios los que la rechazaron, no había grandes nombres que aseguraran una buena taquilla. Al último lugar que acudieron fue a Columbia ya que el estudio había rechazado explícitamente el proyecto. Pero insistieron porque ya no le quedaban opciones.
Otra vez, el azar. Guy McElwaine, director de producción de Columbia se enfermó el día de la pasada de Cuenta Conmigo. Nada grave, una gripe con fiebre alta. Así que vio la película en su casa. Invitó a algunos de los ejecutivos del estudio y su propia familia. El entusiasmo de sus dos hijas al terminar de verla lo convenció. Es probable que a esas chicas se deba el éxito de la película.
A Reiner el guión original le había parecido prometedor pero desenfocado. Era demasiado fiel a la nouvelle de King. Durante cuatro días caminó por Nueva York pensando de qué manera darle un giro a la historia para que fuera eficaz como obra cinematográfica. Hasta que de pronto encontró la solución. Reiner centró la historia en Gordie (Will Wheaton), ese chico que no encuentra su lugar en el mundo, que no se siente amado y reconocido por su padre y al que el episodio del cadáver, y en especial, la amistad con ese grupo de chicos, consiguen que sepa quién es y qué quiere.
Hubo otra decisión, tomada sobre el final del proceso, con el film casi terminado que también contribuyó a la difusión: el cambio de título. Al principio se llamaba The Body (El Cuerpo) igual que el texto de Stephen King. Pero ese título acompañado del nombre del escritor daba a entender que el género era el terror. O si se lo tomara más literalmente podía tratarse de una película erótica. Stand By Me fue el título elegido, como la canción de Ben. E King.
En 1959, Rob Reiner tenía 12 años. Así que para musicalizar el film sólo salió en busca de sus canciones, de las que él escuchaba en esa época. La del título, Yakety Yak, Come Go With Me, Lollipop, Great Balls of Fire. Oldies but Goldies invencibles. Tras el estreno, se editó un disco con estas canciones que fue un éxito de ventas. Reiner en algún momento pensó en que Stand By Me fuera versionada por alguna de las estrellas del pop de los ochenta. Hasta hablaron con Michael Jackson que se había mostrado dispuesto a hacer la versión ya que Corey Feldman integraba el elenco. A pesar de esa posibilidad, Reiner supo que lo que su película necesitaba era la versión de Ben E. King, la original
Lo que terminó de hacer que todas las piezas encajaran (un gran director con un timing natural, un texto original excelente, el guión trabajado con el cambio de punto de vista necesario, la banda sonora) fue el casting. La elección de los cuatro chicos es perfecta, se parece a un milagro.
De trescientos chicos que había al principio quedaron setenta. Rob Reiner vio a cada uno de ellos. Conversó, les preguntó por sus gustos, por sus historias familiares, por cómo les iba en el colegio. Después eligió a los cuatro que más se parecían a sus personajes. Will Wheaton, River Phoenix, Jerry O’Connell y Corey Feldman. El tímido, el líder, el gracioso, el furioso.
Antes de iniciar el rodaje reunió a los cuatro protagonistas durante quince días. Las hacía ensayar de manera encubierta, casi sin que ellos supieran. Hacía juegos y ejercicios teatrales del sistema de Viola Spolin, maestra de actores. Pero lo que más le interesaba a él era que se conocieran, que se hicieran amigos, que entre ellos surgieran códigos y complicidades, que apareciera la química. Confiaba en que eso se trasladara a la pantalla. Así sucedió.
En el proceso de reescritura el papel de River Phoenix había perdido centralidad. Sin embargo era el líder del grupo. Pero les costaba mucho encontrar al enojado, a Teddy. Pensaron en que River Phoenix hiciera ese papel y buscar otro Chris: River era tan dúctil que podía cubrir cualquiera de los roles. Pero apenas estuvo frente a él, el director supo que Corey Feldman haría a Teddy, un chico lastimado por su padre, un excombatiente alcohólico. “Fue una decisión sencilla: ningún otro chico tenía tanto dolor y bronca en su mirada como Corey”, explicó Reiner. Corey Feldman solía hacerle bullying a Will Wheaton, de un carácter apocado, en el set. River Phoenix y el equipo lo protegían.
Will Wheaton casi pierde el papel porque cuando le preguntaron en el casting si creía que podía llorar en cámara, fue terminante en su negativa. Will era tímido, sensible y lloraba bastante en su vida cotidiana, pero en una de las clases de actuación que había tomado unos años antes, había preguntado qué pasaba si llegado el momento no podía llorar; el docente le dijo que eso no era ningún problema, que le ponían jugo de limón en los ojos para la toma y la situación se solucionaba. De ahí derivaba la negativa y el pánico de Will.
En una historia oral del film que publicó hace unos años la revista Vanity Fair, Rob Reiner contó que en una escena no conseguía que River transmitiera el sentimiento necesario y que lo llevó aparte y le dijo: “Alguna vez un adulto que es importante para vos te desilusionó, no hizo lo que vos esperabas, lo que necesitabas. No me digas quién fue ni en qué momento pero recordó esa situación”. Después de la charla, Reiner gritó “Acción”. Esa fue la toma que finalmente quedó en la película.
El quinto chico era el villano. El papel fue para Kiefer Sutherland, hijo de una estrella de Hollywood, Donald Sutherland. Kiefer contó que fue la única vez en su carrera que le confirmaron que obtenía el rol en medio del casting. Reiner se paró eufórico, a los gritos después de que Kiefer hiciera su parte y pidió que no le dejaran ir sin firmar contrato.
Las actuaciones juveniles de Cuenta Conmigo se convirtieron en el paradigma del rubro. Ese nivel de verdad y de fragilidad pocas veces fue alcanzado (y con tanta consistencia en todo el elenco). Un ejemplo de su influencia y pervivencia: durante el casting de Stranger Things a los jóvenes actores se les pedía que hicieran escenas de Cuenta Conmigo.
Rob Reiner llamó a Stephen King y lo invitó a una exhibición privada antes del estreno. Reiner se sentó detrás del escritor y lo observó durante todo el metraje. Escrutaba cada mínima reacción. Al principio no se movía pero mientras pasaban los minutos, King respiraba cada vez más fuerte y cada tanto sufría de pequeños espasmos como si temblara. Cuando se prendieron las luces nadie habló. Salieron de la sala. King estaba serio y seguía callado. Reiner temía su juicio y prefería esperar. Hasta que Stephen King se acercó, lo miró a los ojos y le dijo: “Es, sin duda, la mejor adaptación que hicieron de una obra mía”.
Cuenta Conmigo cumple 35 años. El paso del tiempo no la deterioró. Al contrario. Es una historia atemporal que habla de amistad, de la búsqueda de un camino, de la pérdida de la inocencia, del dolor, de la muerte.
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