Punto Límite. Un equipo muy especial. Liberen a Willy. Tank Girl. La filmografía escogida de Lori Petty sirve de pantallazo general para mostrar en qué andaba el séptimo arte en los primeros años de la década del ‘90. Una de acción en clave surfer. Una comedia con las chicas protagonistas. Un dramón para toda la familia. Un cómic futurista. Pudo haber sumado también una de súper acción taquillera, pero desencuentros nunca del todo aclarados hicieron que su lugar en El demoledor fuera tomado por Sandra Bullock. Cinco hitos noventosos con un hilo conductor llamado Lori Petty, que eligió el bajo perfil y la militancia artística antes que ser una de las caras de su generación.
De todos estos personajes, el de Tyler Ann Endicott es el más recordado. La protagonista femenina de Punto Límite, el foco de tensiones entre Keanu Reeves y Patrick Swayze en el thriller de surfistas que se volvió de culto y a treinta años de su estreno, envejeció de buena manera. Por entonces, Lori tenía 28 años y una sola película en su currículum. Es que, claro, ella nunca supo que quería ser actriz. Se encontró con ese mundo de fantasía como resultado de una búsqueda interna, una vía de escape, una vocación que se encontró casi como instinto de supervivencia.
Lori nació en el 14 de octubre de 1963 en Chattanooga, una ciudad de 130 mil habitantes del estado de Tennessee. Creció en un hogar disfuncional de Iowa, con un padre predicador, golpeador y ausente, una madre alcohólica y drogadicta y un padrastro abusador. Una historia que iba a tardar casi veinte años en contar para sanar. Mientras tanto, Lori se metía adentro. No le resultaba fácil encajar en el esquema escolar y pronto tuvo que cargar con la etiqueta de inadaptada que canalizó en el arte.
El diseño gráfico fue su primera opción y así consiguió un empleo en Nebraska, pero sintió que no era suficiente, que sus inquietudes no estaban en ese lugar ni en ese oficio. Las cosas grandes pasaban en otro lado, y allí fue a buscar su destino. La primera parada fue Nueva York, y no fue fácil. Hasta que consiguió empleo como camarera -primera aproximación a Tyler Ann- dormía donde podía, algunas noches el sofá de de amigos, en otras el Central Park. Se unió a una escuela de arte y soñaba con ver su nombre en las marquesinas de Broadway, pero no tuvo suerte. Voló a la costa oeste y en Los Ángeles siguió su lucha, persistente, obstinada, hasta que a mediados de los ‘80 tanto esfuerzo dio sus frutos y consiguió sus primeros papeles.
Cuando en 1991 su rostro se hizo mundialmente conocido en Punto límite, el lugar de Lori en el espectáculo se limitaba casi exclusivamente en la televisión. Había dejado su huella en episodios de series emblemáticas como La dimensión desconocida o División Miami, y había actuado en un spin off de Bates Motel. En cine, solo contaba créditos como la esposa de Robin Williams en la comedia Un mujeriego en apuros.
Cuando la convocaron para Punto límite no dudó en decir que sí. El mar era una aventura desconocida para una chica criada en Iowa y la primera vez que agarró la tabla y vio venir la ola sintió miedo. Mucho miedo. En pocos meses, instructor mediante y gracias a un entrenamiento intensivo, ya se sentía como si hubiera nacido en Hawái. En el filme dirigido por Kathryn Bigelow era una camarera aficionada al surf que entabla relación con el agente Johnny Utah (Reeves) como puente para infiltrarse en una banda delictiva conocida como “Los presidentes”, encabezada por Badhi (Swayze), su ex pareja. La directora y la actriz construyeron el atractivo de su personaje a partir de una belleza rupturista: sugerente, rebelde, casi grunge; lejana del estilo rubio y pulposo del estereotipo californiano. Así también se contaban esos primeros 90′s.
Punto Límite fue una película de culto para una generación y un trampolín para sus protagonistas. Consolidó la carrera de Swayze, proyectó definitivamente la de Reeves y amagó en posicionar a Petty en la vidriera de las actrices taquilleras de la década. Sus pasos siguientes fueron en sintonía, y en Un equipo muy especial (1992), formó junto a Madonna y Geena Davis un equipo de beisbol de mujeres, mientras los hombres combatían en la Segunda Guerra Mundial.
También fue convocada para secundar a Sylvester Stallone en El demoledor, pero posiciones encontradas -diferencias artísticas según la producción, cortocircuitos personales según ella-, la bajaron del proyecto. En cambio, fue la instructora de ballenas en Liberen a Willy (1993) y la heroína punk postapocalíptica de Tank Girl (1995), inspirada en el cómic británico. Y aquí hay que hacer un alto. La película fue un fracaso en taquilla y las críticas no fueron precisamente piadosas. Fue derecho al panteón de lo bizarro, que, se sabe, suele rendir más a futuro que al presente.
Enseguida sufrió otro golpe de la industria. En 1996, junto a Karyn Parsons (El príncipe del rap) escribieron una sitcom para la cadena Fox. Se filmaron siete capítulos, pero debido al bajo rating solo se emitieron tres. Y a Lori nadie le avisó. Un día, llegó al set y vio que estaban levantando toda la escenografía. Un empleado de seguridad le dio la amarga noticia y le pidió que retirara su auto, que esa cochera ya tenía otro dueño.
Desde entonces, se fue alejando de a poco de las grandes producciones. Encontró un refugio en la pintura, aunque siempre se mantuvo activa en la actuación, alternando en cine y televisión y con participaciones ocasionales en éxitos como Prision Break y Dr. House. Pero no fue hasta su papel de Lolly Whitehill en Orange is the New Black que logró resetear su popularidad. Entró en 2014, para un papel invitado, pero su impacto en la trama la hizo quedarse por tres temporadas en el drama de Netflix ambientado en una cárcel de mujeres. Solitaria, paranoica, con su cabellera color ceniza y cortada casi al ras, se la ve más cerca de la heroína border de Tank Girl que de la surfista de Punto Límite, apenas reconocible para los nostálgicos por sus impactantes ojos azules y por su mirada profunda, inquietante. Nada mal como carta de presentación.
Dirige tu propio drama
En 2008, Lori se estrenó como directora con The Poker House, una película de corte autobiográfico con la que, además de sanar heridas, se propuso ser hombro y trampolín para que otras mujeres se animaran a contar sus tormentos.
La trama la ubica en Iowa, a sus catorce, y personificada por Jennifer Lawrence en su primer protagónico. Allí muestra cómo el rol de hermana mayor tuvo que mutar de golpe en el de madre, para cuidar a sus hermanas de 12 y 8. Su mamá está presente, pero no: regentea un tugurio al que van los malandras del pueblo a jugar a las cartas y a satisfacer sus impulsos sexuales. A su lado, un padrastro golpeador, alcohólico y abusador. Lejos, en algún lugar del país, su padre, un ministro de la iglesia pentecostal, de quien su madre huyó luego de la enésima golpiza.
En una entrevista, Lori contó qué fue lo que la llevó a desnudar su propia historia en cámara. “Es importante empoderar a las mujeres para que cuenten sus historias. Tenemos cuatro mujeres aquí y apuesto que la mayoría de nosotras hemos sido abusadas sexualmente antes de cumplir los veinte. No importa lo que un hombre asqueroso te haya hecho, eso no te convierte en una mala persona”, afirmó, anticipándose diez años al movimiento #MeToo, sembrando una semilla que a su tiempo, floreció.
La película se estrenó en el circuito de festivales alternativos y obtuvo repercusiones varadas entre el público y la crítica. Pero ajena a estos galardones, el premio más importante lo recibió en su casilla de correo, en sus redes sociales, en los cientos y cientos de mensajes de mujeres anónimas que veían reflejadas sus historias personales en algunos de los personajes de su película. Que es lo mismo decir con ella misma, con la de sus hermanas, con la de tantas mujeres en común: “Estoy feliz que sigan viniendo, porque no tenían esa voz. Yo solo conté una historia acerca de tres pequeñas que se amaban, y se cuidaban entre ellas y así salieron adelante”.
Entre el recuerdo y el presente
En su cuenta de Instagram, Lori se muestra activa, compartiendo sus trabajos, dejando en claro siempre que puede su militancia por el Partido Demócrata, deslizando algunos de sus gustos musicales, con Prince como faro, nostálgica a pedido con aquellos años que la marcaron a fuego. Responde a los códigos de la red social y se prende al juego del #tbt, es que invita a que cada jueves, los usuarios posteen imágenes de su pasado. En un ranking a ojo, ganan por amplio margen los recuerdos de Tank Girl como el personaje al que más le gusta visitar. También se la ve en blanco y negro con un jovencísimo Robin Williams y a punto de lanzar una bola de beisbol.
¿Y qué pasa con Tyler Ann Endicott? No suele aparecer en su feed, pero no hay arrepentimiento, ni vergüenza, sino lo contrario. Conocedora de lo que significó la película en su tiempo, parece dejar que el mito crezca solo, sin necesidad de alimentarlo. Solo a pedido de sus seguidores, subió una fotografía junto a Keanu Reeves, caminando cada uno tabla en mano. Es un personaje, y una película, que defendió a ultranza. Reivindicó la mirada feminista que le dotó Bigelow, su gran compinche y confidente en esos días de playa. Y cuando los rumores de una secuela, o una remake, empezaron a hacerse cada vez más fuertes, se corrió de inmediato y no quiso tener nada que ver con el tema: “Es la cosa más estúpida que he escuchado”, sentenció. Para qué arruinar una historia que había alcanzado la estatura de leyenda.
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