Carmen Morales nació el 10 de octubre de 1939 y creció en Avellaneda. Bonita, comenzó a trabajar como modelo. Un productor de televisión se fijó en esa jovencita linda, sensible, con una enorme vocación para el baile, sobre todo el flamenco y la convocó para el programa de Pepe Biondi. Al tiempo, otro joven productor además de belleza vio en ella mucho talento y la contrató para participar en Operación Jaja. El productor con el tiempo sería uno de los hombres más creativos de la televisión argentina, y el gran amor de Carmen: Gerardo Sofovich.
Gran comediante, Morales fue parte de las películas Doctor Cándido Pérez, señoras, Los que verán a Dios, Villa Cariño está que arde, Los caballeros de la cama redonda y Me sobra un marido. En televisión formó parte de los ciclos de humor más populares y recordados como Los de al lado, Viendo a Biondi, Domingo ‘68, El botón, El show de Pelele y Barbieri, entre otros.
Pero fue en la década del 80, con La peluquería de Don Mateo y La peluquería del hijo de Don Mateo, que su personaje de la manicura Alelí se metería para siempre en la memoria de los argentinos. Alelí no pronunciaba una sola palabra pero emitía una risa muy especial. Con esto Carmen demostraba su talento: sin hablar, se imponía. El dios rating los bendecía con picos hoy impensados.
En el programa de Biondi, conoció y se enamoró de Juan Carlos García Acha, un director de cámaras muy importante. El 24 de diciembre de 1963 se casaron y partieron de luna de miel a la localidad uruguaya de la Paloma. Todo era alegría, ilusión, felicidad, pero el día después de la boda los recién casados sufrieron un grave siniestro vial. El auto volcó, García Acha murió en el instante y Carmen, aunque se salvó de milagro, sufrió diversas heridas.
Carmen inició una larga convalecencia. Debía sanar su cuerpo pero sobre todo las heridas que le atravesaban el alma. Y en esa recuperación no estuvo sola: Gerardo la acompañaba. Es que quizá al productor, la tragedia de Carmen le recordaba su propia tragedia. La que vivió a los seis años cuando lo atropelló un tranvía y tuvieron que amputarle una pierna.
Seguramente en esos días donde a la joven la recuperación le parecía lejana e imposible, Sofovich la alentaba con su propia experiencia: “Después del accidente fui el mejor nadador de GEBA. Corría competencias y nadaba en velocidad”, para terminar repitiéndole: “Si te pasó, te pasó. ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a entregar?”.
Poco a poco la compañía y la empatía dieron paso a otros sentimientos. Se enamoraron, en 1968 tuvieron a Gustavo, su único hijo. Estuvieron 30 años juntos para recién alejarse en 1995. “Ojalá todas las parejas que se separan tengan la relación que tenemos nosotros. Es un contacto diario, telefónico. Cuando termino el programa, antes de dormir, la llamo para ver cómo está”, explicó alguna vez Gerardo sobre la relación que lo unía con su ex mujer.
Jey Mammon una vez le preguntó cuantas mujeres tuvo en su vida, y el productor contestó: “No hago el cálculo. Hubo muchas”, minimizó. Sin embargo, aclaró, rotundo, que solo Carmen fue uno de sus dos grandes y únicos amores. Por eso el departamento de la actriz quedaba junto a las oficinas del productor. Por eso hablaban todos los días, sin rencores, con amor.
Nunca se casaron legalmente, pero la actriz compartía el 50% de las acciones de las empresas de Gerardo. Los que trabajaron con ella se admiraban que jamás alardeó o mostró actitudes soberbias por ser la esposa de Sofovich. Al contrario, era muy querida porque siempre estaba dispuesta al diálogo y a dar una mano.
A los 71 años Carmen comenzó a evidenciar cambios en la memoria, se la notaba con dificultad para resolver tareas habituales, colocaba objetos fuera de lugar y mostraba algunos problemas en su lenguaje. Se la veía deambular por Recoleta donde vivía en un departamento de 370 metros cuadrados. Comenzaron las consultas médicas y llegó el diagnóstico: mal de Alzheimer. Es imposible imaginar lo que habrá sentido su familia ante semejante golpazo de la vida.
Gerardo y su hijo durante cinco años hicieron todo lo posible para retrasar el avance de la enfermedad, pero se sabe que aunque el amor todo lo puede, a veces no puede todo. Hasta ahora no hay cura para la enfermedad, ni siquiera el consuelo de al menos demorar su marcha.
Fue entonces que Gerardo, el hombre que había compartido con ella 30 años de matrimonio y de la que se había separado en 1995, que mostró que aunque el amor romántico ya no estaba, quedaba un valor poco apreciado: la lealtad. Sofovich no olvidó todo lo vivido con Carmen y, sin alardear, demostró que si los matrimonios se rompen, los compromisos con las personas permanecen.
Cuando la enfermedad se hizo imparable, el mítico productor y su hijo buscaron el mejor instituto especializado. Querían que Carmen viviera en un lugar donde estuviera acompañada por los mejores profesionales, pero también donde “la mimen, la cuiden, se sienta cómoda”, como contó Gerardo una de las poquísimas veces que habló de la situación.
En esa entrevista de la revista Pronto, admitió: “Carmen fue una mujer que amé, que adoro y cuando nos separamos después de 30 años de matrimonio seguimos teniéndonos mucho cariño. Lamentablemente es víctima de esa enfermedad terrible que es el Alzheimer”.
Contó que poco a poco dejó de reconocerlos. No solo a él, también a su hijo y a Esther, su empleada por tres décadas. “No tiene sentido ir a visitarla, porque hasta la presencia de gente que no conoce la perturba y le crea una respuesta de hostilidad. Verla así es muy doloroso más sabiendo lo espléndida que fue: una comediante talentosa, un gran amor de mi vida, la madre de mi hijo. No te olvides que Alelí marcó una época”, decía Gerardo.
Uno relee sus palabras y no puede evitar conmoverse ante ese productor con fama de gruñón que, sin embargo, cuando hablaba de Carmen lo hacía a corazón abierto, vulnerable. Ese hombre acostumbrado a mandar, ante esa realidad no podía hacer nada salvo mantener su lealtad. Y así lo hizo.
Las visitas a Carmen eran frecuentes hasta que dejaron de serlo, no por decisión propia sino de la enfermedad. “La presencia de gente que no reconoce la perturba y le crea una respuesta de hostilidad”, revelaba Sofovich, y profundizaba: “Otra de las características de esta enfermedad tan jodida: como no sufren estrés y en su caso tiene todas las necesidades cubiertas, no tiene urgencias ni motivación, lo normal es que vivan muchos años en esas condiciones. Es una crueldad. Perdió absolutamente todo el conocimiento, no tiene recuerdos”.
Para su hijo, hablar de su mamá también era doloroso. A principio de este año Gustavo, el hombre que peleó mil batallas, contó cómo transitaba el estado de su mamá. “Hace diez años que no habla. Para mí, Carmen no está más entre nosotros. Su cuerpo está, pero su alma, su espíritu, su inocencia, su picardía, su madurez, todo lo que hacía a mi mamá ya no está. Y te dije a mi mamá porque fue una gran mamá. Si bien también le digo Carmen, ahora me salió mamá. Todo lo que mi vieja tenía, ya no está”, explicó. Y no dijo más. No era necesario.
Carmen Morales hoy se despidió de su cuerpo. Como mamá, como esposa, como abuela y como ex, vivió el amor. Esa caricia que es lo único que nos sostiene.
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