“¿Qué gusto tiene la sal?”, “Angueto quedate quieto”, “Sumbudrule”, “Ea, ea, ea, pé, pé”, “Un kilos y dos pancitos”, estas y otras frases marcaron la niñez de miles de chicos. Conservan el sello de la infancia y cuentan con un autor conocido: Carlitos Balá. El humorista hoy cumple 96 años.
Ya vacunado contra el coronavirus, seguramente pase este día tan especial con su mujer Martha Venturiello. y con sus hijos Martín y Laura. Además, su nieta, quien también se llama Laura y que está dando sus primeros pasos como conductora infantil, es cocinera por lo cual seguro lo mime preparándole como cada año sus platos preferidos.
Carlos Salin Balaá nació el 13 de agosto de 1925 en el barrio de Chacarita. En la carnicería de su papá, Carlitos solía inventar pequeñas obras de teatro. Las representaban figuras de papel en escenarios armados con cajones de verdura. Para garantizar el público en la vidriera colgaba un cartel que decía: Hoy función. Solía escaparse del colegio para ver a ídolos en el cine: Chaplin y Buster Keaton. Tímido, solía recordar su primer papelón. En un acto escolar debía decir un verso corto sobre la provincia de Mendoza y se lo olvidó. Las funciones quedaron solo para sus íntimos.
Sus amigos amaban sus chistes, pero la timidez lo paralizaba para probarse en el espectáculo. Recién a los 30 años aceptó la invitación de uno de ellos para realizar una prueba para el programa éxito de la época: La revista dislocada. Se presentó como “Carlitos Valdez”. Cuando su voz salió por la radio su padre no lo reconoció. Desilusionado, conservó el Carlitos pero a su apellido le sacó una a. Nacía Carlitos Balá.
Sus inicios fueron en la radio, pero en la televisión encontró el éxito y la explosión de su talento. En el año 1961 apareció en La telekermese musical que salía por Canal 7 y no se detuvo más. Tres años después tuvo su propio ciclo en Canal 13: El soldado Balá. Su programa más recordado fue sin dudas El Show de Carlitos Balá.
Se presentaba con su característico peinado de pelo lacio con flequillo que todavía mantiene. Miles de chicos lo imitaban, para espanto de directivos y maestros que preferían el pelo cortito. El problema mayor de las maestras era el “¡Sumbudrule!”, que consistía en pasarle a un compañero la mano por la cabeza como una araña, cuando estaba distraído. Este gesto desesperaba a los docentes, hartos de escuchar en la fila. “Señorita, fulanito me hace sumbudrule”.
Batía records de audiencia con personajes como el Indeciso, el Mago Mersoni y el Hombre invisible. Además desplegaba maravillosas y pegadizas frases de su invención como “¿Un gestito de idea?”, “¡Mirá cómo tiemblo!” y “Observe y saque fotocopia”.
Otra gran estrella fue el chupetómetro, un recipiente cilíndrico de dos metros de largo donde cientos de chicos depositaban sus chupetes. “Nunca los conté, ojalá lo hubiera hecho, porque hubiera entrado en el Guinness. Dos, tres millones, qué sé yo”.
La creación de dos éxitos
La frase más famosa, en tiempos donde el “boca a boca” era la única manera de “viralizar” era cuando preguntaba ¡¡¿Qué gusto tiene la sal?!! y todos los chicos contestaban gritando: ¡¡¡Salaaaado!!! La idea nació en 1969, en una tarde tranquila en Mar del Plata. Un chico lo miraba atento y Balá haciendo como que no lo veía preguntó varias veces en voz alta: “¡El mar! ¿Qué gusto tendrá el mar?” El nene permanecía silencioso y el siguió: “Ahhh, el mar tiene gusto a sal. Pero, ¿qué gusto tiene la sal?” Y antes de salir corriendo el chico le respondió. “¡Pero, qué gusto va a tener la sal! ¡Salada!” Y así nació un éxito que atravesó cuatro generaciones.
Angueto, el perro invisible surgió en una tienda en Disney. Balá siempre atento encontró una correa rígida y se le ocurrió el chiste del perro. “Un turista que estaba al lado se asustó y me gustó la idea porque pensé que podía ser un buen personaje. Cuando llegué a Buenos Aires, mandé hacer una correa similar y le puse Angueto por mi hija Laura. Cuando era chica, con mi mujer le decíamos “Anguetita”, una palabra inventada”.
Un hombre solidario
Bala era famoso por su profesionalismo. Jamás llegaba tarde y se encargaba de supervisar personalmente que todo estuviera perfecto. A sus shows tanto en la televisión, como en el teatro asistían decenas de chicos. Era muy meticuloso y responsable para controlar que los espacios fueran seguros y sin riesgo. Su buena onda con sus pequeños seguidores era legendaria. No era una actitud impostada para las cámaras ni una estrategia de marketing. Genuinamente se divertía con ellos.
En los tiempos que recorría el país con el Circo de Carlos Balá, su asistente sabía que debía visitar los colegios de la zona. Preguntaba qué chico, qué familia pasaba por dificultades económicas y eran invitados gratis a la función. No recibían las entradas sobrantes ni las peores ubicaciones. Eran los invitados preferidos de Balá.
Una vez tomando un café frente a un hospital miró el edificio y pensó: qué hago acá mientras tantos chicos la pasan mal. Se presentó ante los directivos sin chapear sin pedir canjes ni favores. Explicó que solo deseaba “llevar alegría” y pasó cinco horas visitando enfermos y suministrando el único remedio que si no cura al menos alivia: la risa. La experiencia lo marcó y la repitió a lo largo de los años en diversos hospitales, sin cámaras, sin prensa, solo como un hombre solidario.
En estas visitas “sanadoras” los que primero se ríen son los profesionales de la salud y los padres de los pacientes que lo recuerdan de su infancia, pero apenas comienza a andar entre las camas, hacer el “gestito de idea” o el “sumbudrule”, los chicos de hoy festejan como los chicos de ayer.
Guarda todas las fotos que le regalaron sus seguidores. Las conserva en cien biblioratos donde anota quién se las regaló, cuándo y dónde. En tiempos de mensajitos suele sorprenderlos con llamados para felicitarlos por su cumpleaños.
Para caminar unas cuadras puede tardar hasta dos horas porque se detiene a conversar con cada persona que lo reconoce, le cuenta una anécdota, le pide una selfie o enmudece al verlo. Al reconocerlo, los colectiveros tocan la bocina, los taxistas suelen llevarlo gratis y desconocidos lo invitaban a tomar un café para contarle “gracias a usted dejé el chupete”. Nunca falta el que abre su billetera para mostrarle que conserva una foto en blanco y negro de ese pibe que fue y alguna vez se abrazó con su gran ídolo, Carlitos Balá.
En medio de la pandemia mostró su compromiso con el bien común. Grabó un video haciendo tomar conciencia a los argentinos de la importancia de respetar la cuarentena total dispuesta por el gobierno para evitar la propagación del Covid.
“Hacé como yo, me quedo en casa. ¿Y vos?”, dijo el generador de tantas carcajadas desde su casa de Recoleta, donde cumple el aislamiento. Y compartió el video en su cuenta de Facebook, donde cuenta con más de ochocientas mil personas que, día a día, siguen y comentan sus posteos y le acercan su cariño.
El 16 de marzo pasado, cuando recién comenzaban a conocerse las recomendaciones sobre cómo evitar el contagio del coronavirus en la Argentina, Balá hizo otro posteo en que el decía: “Queridos Balacitos: a lavarse bien seguido las manos, utilizar alcohol en gel, cubrite con el pliegue del codo cuando tosés o estornudás, ante un cuadro de fiebre, tos o dificultad para respirar, consultá al médico. Cuidate vos mismo y cuidá mucho a tu prójimo... Cariños y salud para todos. Nos vemos... Eaeapepeeeeeee”.
Carlitos y Francisco
Hace cinco años el sorprendido fue él. Recibió una llamada de larga distancia y un amable y formal secretario le anunció que querían saludarlo. Cortó y cuando levantó nuevamente el teléfono escuchó al papa Francisco. “Me dijeron que cumple 90 años” y Balá, genio y figura, contestó con el mismo tono que su personaje Petronilo “y no le han mentido”.
El humor y la calidez no terminaron ahí, el Papa lo invitó a visitarlo. En una entrevista con la agencia Télam contó ese momento: “Viajé hasta Roma y me dijo: “Lo veo bien Balá” a lo que yo le contesté “ha cambiado los lentes”.
Es la historia de un amor
Este cumpleaños lo pasará como siempre con su gran amor, Marta Venturiello o Martita como la llama. La descubrió entre los más de quinientos invitados en una fiesta de casamiento. Caballero, cuando las luces se apagaron se ofreció a acompañarla a su casa en… el colectivo 39. En medio del trayecto, para hacerla reír, se puso a vender lapiceras entre los dormidos pasajeros. “Nunca más salgo con este payaso, cabeza fresca”, se prometió ella.
Sin embargo, nunca digas nunca porque el payaso resultó ser “era el hombre más respetuoso del mundo y me conquistó”. Estuvieron siete años de novios y llevan 57 de casados.
En el 2019, el programa de Santiago del Moro, contó: “Estuve toda mi vida con él, desde los 18 años, siete de novio, 56 de casados. Me presenta como su mamá”, dijo la mujer entre risas. Y agregó: “Para mí es un chico caprichoso”. “En una pareja uno se tiene que adaptar, yo me adapté a la modalidad de él por su trabajo, yo dejaba que ensayara tranquilo. Me gusta cuando sonríe, que esté feliz”, sostuvo la mujer que lo acompaña desde sus inicios. Seguramente hoy le cocinará sopa de sémola y empanadas de choclo o pollo, sus platos favoritos Tienen dos hijos, Martín y Laura y dos nietos: Tomás y Laurita (para distinguirla de su mamá).
“Estoy recibiendo todo el amor que di. Llego a esta edad con el cariño de la gente, algo que no tienen los políticos. Soy el hombre más feliz del mundo”, asegura y no se equivoca.
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