El 21 de junio de 1991 Charlize Theron tenía quince años, llegó a su casa y como siempre se puso a charlar con su mamá, Gerda. No se veían mucho porque desde hacía dos años, la adolescente era alumna pupila en un colegio de Johannesburgo. La habían inscripto no por su excelencia académica sino para preservarla de quien debería cuidarla, su propio padre.
Al rato apareció Charles Theron, alcoholizado como casi siempre y, como siempre comenzó a maltratarlas. Gritos, insultos, amenazas, cada vez que esto ocurría madre e hija intentaban aguantar el momento. Esta vez fue distinto. El hombre tomó una escopeta y les apuntó. Aterrorizadas se metieron en uno de los cuartos, empujaban la puerta que él intentaba abrir. Enfurecido retrocedió unos pasos. Uno, dos, tres disparos contra la puerta. Los ángeles o el destino no estaban distraídos y las protegieron. Gerda, que sabía que la furia del hombre no cesaría, también tenía un arma, la tomó, lo pensó o quizás no y disparó. Acabó con la amenaza y la vida de Charles. La Justicia hizo Justicia, no fue asesinato sino legítima defensa.
Atravesadas por la violencia doméstica, Gerda decidió que ni siquiera el internado podía preservar a su hija de la muerte que rodeaba la Sudáfrica de los 90. En ese momento el país ostentaba el triste récord de encabezar la lista de naciones con más homicidios, muertos por sida y accidentes de tránsito del mundo. Charlize, con su 1,77 y sus rasgos únicos mostraba una belleza notable, ese sería su pasaporte. Se anotó en un concurso de belleza y ganó un contrato en Milán. Allá partió con su madre. El presente incierto empezaba a dejar lugar a un futuro menos oscuro.
Quizá en el vuelo madre e hija recordaron cómo esa niña con pinta de patito feo se había convertido en esta mujer hermosa. Una enfermedad le había provocado la caída prematura de todos sus dientes de leche por lo que no tuvo su dentadura completa hasta los 11 años. Usaba lentes de gran aumento, era tímida y por temor a su padre jamás invitaba amigos a la granja donde vivía. Pero en la adolescencia, su belleza floreció.
Milán fue una escala pero no el destino definitivo. Madre e hija acordaron que sus ganancias como modelo servirían para pagar sus estudios como bailarina en Nueva York. Así lo hizo, los 18 la encontraron en la Gran Manzana se anotó en la escuela Joffrey Ballet School. Su madre volvió a Sudáfrica. Charlize vivía en un departamento sin ventanas, pero no le importaba. Tenía su propia luz, pero esa luz se apagó el día que se lesionó una rodilla que acabó con sus sueños de bailarina clásica. Su madre volvió a cruzar el océano esta vez para entregarle un cheque de 500 dólares, un pasaje de ida a Los Ángeles y una advertencia: “Si lo que querés es lloriquear, te volvés a Sudáfrica”.
Charlize se alojó en hotelucho donde faltaba comodidad y sobraba mugre. No le importó: se puso a limpiar de arriba abajo y dejó la habitación fabulosa. Al rato fue hasta el banco a cobrar su cheque pero el empleado se lo rechazó. Enfurecida gritó, increpó, no se achicó. Clientes y empleados la observaban con curiosidad y cierto temor, pero John Crosby, un cazatalentos la miró con interés profesional. Impactado por su belleza, pero mucho más con su actitud, le entregó su tarjeta y se ofreció a buscarle trabajo.
Comenzó a ser conocida en el circuito de la publicidad hasta que protagonizó un aviso de Martini de esos que duran menos de un minuto pero se recuerdan para siempre. Pasaba el pulgar por sus labios y su vestido se enganchaba y se iba deshilachando para mostrar sus increíbles piernas.
La rubia quería ser mucho más que una modelo, ella deseaba ser actriz, pero había un gran pero. Si bien hablaba inglés fluido, mantenía el acento sudafricano en su pronunciación. Tuvo que pasar por un arduo trabajo para quitárselo. Lo logró.
Tras un par de años representándola, Charlize decidió despedir a Crosby. Le agradecía haber creído en ella pero le molestaba que la encasillara en papeles de rubia caliente como en Showgirls o Species (Especie mortal). La gran oportunidad parecía no llegar. Pensó que sería en The Wonders, el debut como director de Tom Hanks, pero solo tuvo un papel secundario.
Si una palabra no estaba en su vocabulario era “rendición” siguió intentándolo hasta que le llegó su primer papel importante en El abogado del diablo. Se podría decir que fue su primera “triple corona”. Actuó con dos figuras consolidadas como Al Pacino y Keanu Reeves, la película fue un éxito y la crítica aplaudió su trabajo. Siguió una película para Disney, Mi gran amigo Joe y su gran salto cuando Woody Allen la convocó para actuar de top model en Celebrity. Después vino El engendro con Johnny Deep y Las reglas de la vida con Michael Caine.
Las propuestas se sucedían y fue entonces que decidió que no le gustaba el rumbo que tomaba su carrera. Nadie negaba su belleza pero pocos valoraban su talento. “Cuando en un despacho se habla de un personaje complejo, las chicas como yo son las primeras en ser descartadas”, argumentaba no sin razón. Decidió buscar un personaje jugado donde nadie se detuviera en su físico sino en su trabajo.
Cuando anunció que protagonizaría Monster más de uno debe haber pensado que asesinaba su carrera. Es que ponerse en la piel de Aileen Wuornos, una asesina en serie distaba mucho de ser glamorosa. Años después reconoció que “La única razón por la que conseguimos financiación fue porque Aileen era lesbiana y a los ejecutivos les pareció una idea sexy”.
Para componer su personaje engordó 15 kilos. En pantalla debía mostrar que su peso era de alguien que se alimentaba con comida no saludable. Desayunaba donuts, café con crema y chocolate y almorzaba pizza con papas fritas y gaseosa, su merienda era en una casa de comidas rápidas.
Mientras muchas actrices se niegan a cambios que afectan drásticamente su imagen, ella fue por más. Además de engordar, se colocó unas prótesis para sus dientes aparecieran desiguales y amarillos. Dejó que su precioso pelo rubio apareciera dañado, reseco en las puntas, grasiento en la raíz y con aspecto de mal lavado. Se puso lentes de contacto marrones para ocultar sus increíbles ojos azules. Lo único que no aprendió fue a insultar porque ya lo hacía y muy bien. Algunos de los «fucking» y «fuck you» de la película son improvisaciones suyas.
Los cinéfilos recordarán cómo termina esa historia. La visceralidad y sensibilidad con la que se entregó al personaje fue premiada con un Oscar y productores, colegas, en suma el mundo entero la consideró por fin una actriz valiente y arriesgada. Luego de ganar el Oscar, Nelson Mandela le agradeció haber puesto al Sudáfrica en el mapa y Charlize se puso a llorar, incapaz de responder.
Mientras tanto su vida amorosa transcurría sin escándalos. En 1997 comenzó a noviar con Stephan Jenkins, vocalista de la banda Third Eye Blind. Se conocieron en uno de los conciertos de la banda -de la que ella era fan-, la relación duró tres años. Al romper Jenkins le dedicó dos canciones, Persephone y Forget Myself. Jenkins sabía que podía olvidar alguna letra pero jamás a esa mujer.
Luego vivió una relación de nueve años con el actor irlandés Stuart Towsend. Rompieron en 2010. Tuvo una discretísima historia de amor con Keanu Reeves que duró poco más de un año. De todos sus amores, el que parecía su gran amor fue Sean Penn. Anunciaron su noviazgo en 2013, con quince años y diez centímetros de diferencia parecían inseparables, incluso llegaron a comprometerse pero en 2015 rompieron. Los rumores decían que ella había hecho “ghosting” es decir irse de su vida sin dar explicaciones. “Estábamos en una relación y no funcionó. Y ambos decidimos separarnos. Eso es todo”, aclaró la rubia.
Nunca se casó, algo que no le preocupa en lo más mínimo. “Hace muchos años que no estoy en pareja y nunca me quise casar. No es algo que me resulte duro porque ese deseo nunca estuvo en mí. Esa es mi verdad. A veces noto que la gente queda perpleja cuando digo eso, pero es un peso que está colocado más sobre la mujer”. Asegura que nunca soñó con el vestido blanco y que cuando ve a una pareja casarse piensa “qué hermoso… para ellos”.
Tener marido y boda nunca fue su sueño, pero si ser mamá. Desde pequeña soñó con adoptar un hijo. “Siempre fui consciente de que hay muchos niños en el mundo que no tienen familias”, explicó la artista, y agregó, “Nunca vi la diferencia entre criar un hijo adoptado y un hijo biológico. No siento que me estoy perdiendo de nada. Siempre fue mi primera opción, incluso cuando estaba en una relación”.
Decidida a ser mamá empezó el proceso de adopción. “Cuando lo inicié por primera vez fue uno de los momentos más duros y supuso un gran daño emocional. Hay muchas ocasiones en las que las cosas no funcionan, pero tú has depositado todas tus esperanzas en ellas y después te llevas un golpe enorme”, reveló a la revista Elle.
En 2012, Jackson llegó a su vida, tres años después se sumó August. Al tiempo, una imagen de Jackson disfrazado como la princesa Elsa provocó que la acusaran de mala madre, aparecieron otras fotos donde se lo veía con trenzas, tules y faldas. Charlize Theron confirmó que su hijo adoptado se identifica como mujer, y que ella como madre lo apoya en su decisión. “Sí, también pensé que ella era un niño. Hasta que me miró cuando tenía tres años y dijo: ‘¡No soy un niño!’”.
“Tengo dos hijas hermosas. Mi trabajo es celebrarlas y amarlas, y asegurar que tengan todo lo que necesitan para ser quienes ellas deseen ser. Y haré todo lo que esté en mi mano para que mis hijas tengan ese derecho”, puntualizó.
Entre la crianza de sus hijas, algunos malos proyectos de cine y noviazgos truncos, la sudafricana se hizo tiempo para promover causas como el matrimonio homosexual, los derechos de los animales, la libre elección del aborto o la prevención del VIH en África. Por su compromiso, Naciones Unidas la nombró mensajera de la paz.
Con la misma garra que peleó ante la cajera por su cheque, en 2011 en Blancanieves y la leyenda del cazador exigió el mismo sueldo que su compañero Chris Hemsworth, menos famoso y sin ningún Oscar como sí tenía ella. Por tres escenas en La leyenda del cazador y la reina de hielo le pagaron 10 millones de dólares. Es que los productores saben que no le pagan por su tiempo sino por lo que hace y por cómo lo hace.
En Mil maneras de morder el polvo se animó a la comedia y su explicación fue brillante. “La hice porque mis amigos siempre rechazan ver mis películas. Son tan deprimentes que en los estrenos ni siquiera se celebran fiestas, sino que reparten ansiolíticos entre el público y dicen ‘siento que haya sido tan duro’”.
Su presente no puede ser mejor. Como publicó la revista Vanity Fair. “No niega lo afortunada que es, ni disimula su condición de icono de Hollywood, pero tampoco alardea de ello ni se toma la vida demasiado en serio. “Sólo tengo dos premios en mi despacho, el de Victoria’s Secret de 2012 y el de 2013. Así es, lo gané dos años seguidos gracias a estas piernas. Por eso tenemos mesas de cristal en mi oficina, para que se me vean las piernas”. Sus amigas apodaron Narnia a su ropero ya que les regala su ropa y accesorios. Es que sabe que es de las que “cualquier cosa les queda bien” y que con una remera básica o un vestido de alta costura siempre ocupa el centro de las miradas. Las pocas veces que la criticaron por un atuendo contestó “mi aspecto le importa a los periodistas más que a mí”. Sin embargo, agradece la genética que heredó de su madre porque a ella le gusta todo lo que esté frito: “podría freír un zapato y comérmelo”.
Hoy Charlize Theron cumple 45 años. Al verla caminar por la alfombra roja si uno la mira de lejos ve una mujer bien plantada, segura y bella, pero si se mira con atención lo que nos atrae es esa mujer que nos refleja la vida, la resistencia y sobre todo, la victoria.
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