Acorde al espíritu que plantea al programa, los invitados del último sábado en PH Podemos Hablar fueron tan diversos como las historias que tenían para contar. Durante dos horas, los actores Gabriel Corrado y Malena Narvay, el coreógrafo Aníbal Pachano, la periodista Morena Beltrán y el entrenador Antonio Mohamed se sometieron a pruebas de encuentros, desencuentros y emociones en forma de experiencias de vida. Frente a ellos, el conductor Andy Kusnetzoff para moderar esos recuerdos atravesados por alegrías, tristezas y fundamentalmente el paso del tiempo.
En esta dinámica, Gabriel Corrado contó cómo conoció a su esposa, Constanza Feraud. Y justo él, galán de mil novelas como Perla Negra, Princesa y Hombres de honor, se vio envuelto en una trama de realidad demasiado parecida a la que estudiaba en sus libretos. Todo ocurrió hace casi treinta y cinco años, en una localidad del Gran Buenos Aires, que podría ser Bella Vista. Allí vive una joven mujer, Constanza, y por allí andaba casualmente Gabriel con un amigo, haciendo compras en un supermercado de la zona. De repente pasó lo inevitable: se chocaron, se cayeron algunas cosas, y el tercer hombre, que también conocía a la chica, fue el elemento necesario para la continuidad de la historia.
Tanto los invitados como el conductor no sabían si observar desde la admiración o la incredulidad. Era tan de novela que no podía ser cierto, pero Corrado insistió y se puso en su propio papel para improvisar la escena, con Malena Narvay en el papel de Constanza, la futura novia y Aníbal Pachano como el amigo celestino. “¡Luz, cámara, acción!”: Gabriel va a buscar unas bebidas, pero en un giro brusco se topa con la joven mujer que deambula por el comercio con sus compras en la mano. Los productos caen al piso, se apuran las disculpas protocolares, hasta que llega la mirada que es al mismo tiempo flechazo y comienzo de una hermosa historia de amor.
“Ese momento duró muchísimo, lo recuerdo”, señaló el actor, que tras el ensayo, repitió la escena ahora con música a tono y un diálogo apenas ficcionado hasta que el director dio la orden de pasar al siguiente cuadro. “Eso quedó ahí, hasta que en unos meses, ella consigue mi teléfono fijo y me invita a una fiesta de disfraces de una amiga de ella”, relató el conductor de Mañanas públicas, anunciando el salto temporal.
Seis meses después, una tarde cualquiera, cada uno en su casa. Con sus respectivos dedos pulgar y meñique, los protagonistas simulan el tubo de un teléfono fijo para improvisar el diálogo: recuerdan aquella torpeza inicial, se cuela alguna risa cómplice, suceden las preguntas dominadas por los nervios y llega la invitación a la fiesta.
Él fue disfrazado de mosquetero, ella de Gatúbela, pero no se dijeron nada. Como en un baile de mascaritas, quedaron en reconocerse en la fiesta. Así lo hicieron y desde entonces, no se separaron más. Con los años llegaron Lucas, María Rocío y Clara, para seguir regando un amor a prueba de secretos que comenzó de la mejor manera posible. “Nos complementamos muy bien, nos deconstruimos juntos”, explicó el actor como única receta.
SEGUIR LEYENDO: