Marcó una época del cine argentino y dejó una huella imborrable. Generaciones que lo vieron supieron apreciar su carisma y esa impronta que ponía a disposición de la actuación. A la par, quienes trabajaron con él resaltan su calidez humana. Esa necesidad de preocuparse por las personas que tenía a su lado por sobre lo laboral. Generosidad sumada a cualidades marcadas que lo hicieron único e irrepetible.
Juan Carlos Altavista fue uno de los artistas que se destacó en los 80, si bien tuvo una larga trayectoria. Y supo asentarse en todos los terrenos. Durante ese periodo, películas como Mingo y Aníbal, dos pelotazos en contra, Mingo y Aníbal contra los fantasmas y Mingo y Aníbal en la mansión embrujada quedarán en la memoria colectiva, compartiendo cartel con su ladero, su amigo inseparable, su tocayo: Juan Carlos Calabró. Antes, Operación Ja Ja y Polémica en el bar le abrieron la puerta de la pantalla chica.
Sin embargo, y más allá de un punto de partida, su rica historia nos lleva a filmaciones como Los muchachos de mi barrio, dónde dejó al descubierto su creatividad, así como también en La barra de la esquina y Cuando el cielo pase lista. En total fueron 61 películas con personajes diversos y entrañables. La particularidad: si bien Altavista era un actor dramático y mostró su esencia en el radioteatro, se destacó como humorista.
El teatro también tuvo el privilegio de contarlo sobre las tablas, desde muy corta edad. De la mano del célebre Narciso Ibáñez Menta, quien fue una especie de mentor, de quien más aprendió, Juan Carlos supo destacarse y encontrar un compañero ideal para sobresalir. Juntos trabajaron en Sangre negra. Allí también coincidió con Marcos Zucker, actor que con el correr de los años se transformó en uno de los tantos compañeros de ruta.
Esa era su condición, y vale la reiteración. Alcanza con nombrar el título de una de las tantas piezas de las que fue parte, para encontrar un amigo, una persona que quisiera seguirlo a lo largo del camino. Su facilidad para incorporarse, su sencillez pese a ser una estrella, hicieron que todos quisieran estar a su lado.
Se destacó en todos los medios: también pasó por la radio y la gráfica. En el dial, se lo escuchó en El clan del aire -hasta ganó un premio Argentores por su labor- y en Cada mañana es un mundo. También escribió en la revista La voz del Rioba.
Legado
La figura de Juan Carlos Altavista nos lleva irremediablemente a Minguito Tinguitella, o simplemente Minguito, su personaje más entrañable y recordado. Sin ir más lejos, no son pocos los que asocian su rostro con el personaje antes que no con su verdadero nombre. Un Mingo que heredó de su creador, el guionista Juan Carlos Chiappe, pero al que le puso su impronta para ir enriqueciéndolo. Le agregó una dinámica artística que se vio, sobre todo, en el vestuario. Y es que en el fondo, Altavista tenía mucho más de Minguito que de Juan Carlos. Salvo por un detalle, relacionado con el aspecto: en su vida personal, era muy coqueto
Tenía cualidades bien marcadas que no abandonaba más allá de llevarlos a diferentes plataformas de la actuación: Minguito era hincha de Boca, peronista, descendiente de italianos, trabajador informal (cartonero) y, como se definía, periodista de barrio. Nunca se casó y profesaba un amor incondicional por su madre, “la viejita”, a la que se refería como “una santa”. Tenía una vieja camioneta Chevrolet modelo 28 a la que cuidaba más que a nada y hasta le había puesto nombre: la recordada Santa Milonguita.
En alguna oportunidad Altavista comentó que a través de Minguito buscó llevar adelante una especie de tributo a su papá. No fue lo que intentó en primera instancia, pero al verse caracterizado, se encontró con que se trataba de un verdadero homenaje. “Me puse ropas de mi viejo, su sombrero, su camisa, su saco, su echarpe, un cinto de cuero negro y le agregué zapatillas de paño, más un detalle para mí fundamental: el uso infaltable del escarbadientes”.
Además de las películas mencionadas, se destacó en Polémica en el bar. Gerardo Sofovich lo convocó para que se sume a la mesa con su destacado personaje y rápidamente se ganó el corazón de los televidentes. Allí compartió cartel con actores de su talla, como Jorge Porcel, Javier Portales, Vicente La Russa, Alberto Irízar y Rolo Puente, entre tantos otros. En la mesa era el contrapunto de Portales, que se jactaba su nivel intelectual y conocimientos universales.
Comienzo
Proveniente de una familia humilde, Juan Carlos Altavista nació en Buenos Aires el 4 de enero de 1929. A muy corta edad supo cuál iba a ser su destino y fue tras ese sueño. En el barrio porteño de Floresta, cuando todos los chicos jugaban a la pelota en la calle o terreno baldío, mientras los vecinos sacaban las sillas a la vereda y Carlos Gardel sonaba de fondo, él se proponía otra cosa. En alguna oportunidad contó que con 6 años ya intentaba reproducir gestos de los adultos para luego hacer una especie de interpretación casera para los suyos.
Copiaba lenguajes, modos, movimientos, cada uno de los detalles que parecían comunes, para Juan Carlos significaba empaparse para lo que luego fue su gran amor por el séptimo arte. El barrio fue su primera escuela, en las que hizo sus armas iniciales y consiguió las herramientas para la actuación, principalmente, para el humor. Su sueño siempre fue ese: hacer reír a la gente.
Entre lo que entregó a la sociedad, queda sobrevolando aun en el aire el modo de hablar; palabras del lunfardo, otras con las sílabas al revés y frases famosas que se todavía se repiten. “¡Hay que levantarle un manolito!”, en vez de “¡Hay que levantarle un monolito!”. “¿Qué haces, tri tri?”, para preguntar: “¿Cómo estás?”. “Cé gual”, cuando quería decir que era lo mismo. Decía “La chapil” para “La pilcha”, el amigo era “gomia” y el maestro, “troesma”. Tenía tantas que en un momento propuso el Mingonario, una especie de diccionario con sus propias palabras.
Provenientes de Italia, sus padres llegaron a la Argentina como todo emigrante de esa época: con las valijas cargadas de carencias. Trabajadores, siempre se preocuparon porque en la casa no faltara el plato de comida. Su papá era matricero y su mamá, ama de casa. En cada oportunidad que hacía referencia a esos primeros años de vida, a Juan Carlos se le venía a la cabeza la olla grande de la que comían sin servirse. La primera foto en su memoria era esa: la de encontrarse con un tenedor pinchando papas hervidas, su plato más recurrente pero no menos sabroso para ese chico que era pura ilusión.
Sin embargo, nunca dejó de remarcar su felicidad de aquella época. No había abundancia, pero con lo que le daban sus padres le alcanzaba. Se preocuparon porque tuviera una buena educación. No necesitaba más que el cariño de ellos, el sacrificio y el amor por el trabajo que le dejaron como herencia. Y el acompañamiento que le brindaron cuando se dispuso dedicarse a la actuación.
Esto se dio a los ocho años cuando el cuidador de la plaza a la que iba a jugar lo vio haciendo imitaciones y le recomendó a su madre que lo lleve a la escuela de arte Labardén. El niño Juan Carlos dejó el colegio en tercer grado y se abocó a la actuación. A los 11 fue parte de Melodías de América y desde entonces nunca más paró de trabajar.
A mediado de los 60 se cruzó en los pasillos del viejo Canal 9 con la actriz española Raquel Álvarez, que trabaja con Mirtha Legrand. La relación comenzó en el bar del canal y fue tal lo que sintieron que seis meses después contrajeron matrimonio. Fue la mujer de toda su vida, la persona que lo acompañó en su carrera y lo apuntaló en los momentos complejos que suele tener la carrera de los actores. “Mi mujer es lo más lindo que me pasó”, solía enaltecerla.
Fruto de ese amor, nacieron Ana Clara, Juan Gabriel y Maribel. El cariño con los que se refería a ellos cada vez que se le presentaba la oportunidad habla de lo que significaba la familia para Altavista. Entre la actuación y la música, sus hijos también continuaron con su camino artístico.
Juan Carlos Altavista murió el 20 de julio de 1989, a los 60 años, producto de una enfermedad (Wolff-Parkinson-White) que le producía taquicardias paroxísticas, es decir, la aceleración descontrolada del ritmo cardíaco. Paradójicamente, partió en una fecha y en un sitio especial. Como si el destino hubiese ensamblado el recorrido de su vida, lo que generó a lo largo de ella, en un momento puntual. Un Día del amigo, este gomia del pueblo murió en un set de grabación, mientras filmaba escenas para Polémica en el bar.
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