Nunca fue capaz de enojarse con Sonny Bono. Cuando se divorciaron, en 1975, Sonny & Cher eran el dúo de cantantes y comediantes –y también la pareja– más popular del mundo, pero nadie tenía duda: la dueña del talento era ella. Y sin embargo, a los 29 años, y después de 11 de compartir el escenario con su marido, él la dejó literalmente sin nada.
En el acuerdo de división de bienes, el 95% fue para él, y el 5% restante, para los abogados. “Yo había trabajado muy duro para ganar ese dinero, y jamás se me ocurrió que él podía hacerme eso –contó la diosa del pop en una entrevista con The Guardian en diciembre último–. Pero hasta tuve que darle otros US$2 millones por incumplir con nuestro contrato como dupla: ¡hizo que le pagara por los compromisos que habíamos asumido como Sonny & Cher, después de todos esos años juntos!”
Había conocido al padre de su hijo mayor, Chaz, cuando sólo tenía 16 años y acababa de dejar su casa materna para instalarse con una amiga en Los Ángeles. Hasta entonces su vida y la de su hermana Georganne no habían sido muy distintas de las de Winona Ryder y Christina Ricci en la película Sirenas (1990), un tributo a aquellos tiempos en los que se mudaban de ciudad cada vez que su madre, la actriz y moza Georgia Holt, cambiaba de pareja: se casó seis veces. A su padre –”un camionero encantador, pero con un pasado criminal”– recién se lo presentó a los 11 años.
Sonny tenía 27 y, aunque no era un gran cantante, sabía escribir, tenía contactos, y ya era un hombre. No le costó seducir a esa chica de belleza y potencial extraordinarios, ni convertirse en su nexo con el productor Phil Spector –con quien hizo coros para las Ronettes y los Righteous Brothers y grabó su primer disco– y en su centro de influencia. Incluso en el antídoto para su pánico escénico: se casaron en una ceremonia informal en México en 1964 y ella empezó a pedirle que la acompañara en sus shows. “Me sentía más tranquila si lo miraba al cantar”, confesaría más tarde.
Primero fueron Caesar & Cleo; después, él le produjo el álbum Cherilyn (por su nombre de nacimiento: Cherilyn Sakassian), que fue un éxito. Y, en 1965, comenzaron a llamarse Sonny & Cher, siempre con él adelante, claro. Pronto lograrían sus grandes hits: I’ve got you babe llegó a la cima de los rankings musicales y pasó a la historia como una de las mejores canciones de todos los tiempos.
En esos años de sexo, drogas y rock and roll, Cher se aferró tanto a Sonny y a la monogamia, que bautizó a su hijo –nacido como mujer en 1969– como Chastity, es decir, “Castidad”. Ese fue también el nombre de la segunda película que produjeron juntos, y de la primera que ella protagonizó sola, en su afán por recuperar popularidad entre los jóvenes americanos, que los veían demasiado tradicionales. Al menos en las formas, porque a Sonny, el estrellato, lo había vuelto un mujeriego.
Mientras volvían a encontrar el tono perfecto con su programa semanal The Sonny & Cher Comedy Hour, que los vendía como la familia ideal, cantando y haciéndose bromas ante 30 millones de espectadores, la estrella descubrió que ella también había comprado una ilusión: “Ni siquiera cinco chicas eran suficientes para él. Cuando me enteré de todo, llegué a pensar en saltar del balcón del hotel. Después me dije: ‘No, simplemente le voy a dejar”.
Y entonces fue el turno de la batalla legal. Cher se quedó con la custodia de Chaz, pero el hombre al que le había confiado su talento y su corazón le sacó hasta lo que no tenía. Y así y todo, no podía odiarlo. “Teníamos una relación tan extraña. El día del divorcio, me agarró, me tiró para atrás y me dio un beso. Éramos como dos histéricos. Y por alguna razón, nunca pude enojarme con él. Tenía mucha bronca, pero no podía seguir enojada con Sonny”, dijo a The Guardian sobre su ex, con quien, además de un hijo, comparte una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, y a quien lloró amargamente cuando murió en un accidente de esquí en 1998.
Pudo mantenerse a flote durante los dos años que duró el juicio gracias al apoyo del súper productor David Geffen, que le aseguró un contrato con Warner y le dio un lugar en su mansión para que se instalara con Chaz: “No tenía dinero ni sitio donde vivir. Si no hubiera sido por su ayuda, habría terminado en la calle. Yo fui la primera persona con la que compartió su cama y su vida”, reconocería después la diva sobre aquel romance particular con el magnate cuya homosexualidad se revelaría dos décadas más tarde. Por entonces, Cher, que antes de Sonny había tenido una aventura no muy memorable con Warren Beatty, tuvo un breve romance con Marlon Brando. Del actor de El último tango en París, en cambio, todavía guarda un recuerdo que confirma el mito: “Fue el amante más imaginativo que tuve”.
Y eso que fueron muchos los hombres famosos en su vida. En la lista están el cantante de Kiss Gene Simmons, Val Kilmer, Tommy Lee, Eric Clapton, el guitarrista de Bon Jovi, Richie Sambora, el actor y productor Eric Stoltz, el peluquero y productor Jon Peters (ex de Barbra Streissand y Pamela Anderson), el jugador de hockey Ron Duguay, el representante de actores Josh Donen, y Tom Cruise, del que –en 2013–, consultada por el presentador Andy Cohen sobre quién había sido su mejor amante, dijo: “Tuve a los más grandes amantes de la historia, pero Tom definitivamente está en el Top 5”. Después de suspirar cuando mostraron la foto del protagonista de Misión Imposible, aclaró, con su eterno toque de comedia: “Bueno, no estaba en la Cienciología en ese momento”.
Sin embargo, uno de los amores de su vida fue un desconocido. O al menos lo era hasta que Cher lo tocó con la varita mágica en los años ochenta. Rob Camilelletti tenía 22 años y trabajaba en una panadería cuando conoció a Cher, que entonces tenía 40. Se hizo un lugar en las tapas de las revistas como el Bagel Boy, consiguió una modesta carrera como actor y hoy es piloto de estrellas de Hollywood y mantiene su amistad con la diva.
Su otro gran amor fue el rock star Gregg Allman. Cher se casó con el músico sureño exactamente cuatro días después de divorciarse de Bono. Como si quisiera dejar atrás su antigua imagen de celebridad alejada de las drogas, se había enamorado perdidamente de un adicto al alcohol y a la heroína al que le pidió el divorcio a solo nueve días de casarse con él. A diferencia de Bono, Allman no le había mentido respecto de quién era: se quedó dormido en su primera cita por estar drogado. Pero le prometió rehabilitarse y ella se obsesionó con acompañarlo en su recuperación.
La separación no duró mucho. Al mes estaban juntos de nuevo y, en julio de 1976, tuvieron a su hijo Elijah Blue.
“Robert (Camilletti) y Gregory Allman fueron los amores de mi vida”, dijo hace unos meses con total convicción. Cuando el periodista que la entrevistaba quiso saber si no había sido demasiado difícil estar con el músico, la diva tampoco dudó: “Gregory fue un hombre especial. Un caballero sureño que resultó ser adicto a las drogas. Así de simple. Y que luchaba con todas sus fuerzas para salir. Una de las veces que fuimos a rehabilitación, le dije: ‘Estoy tan harta de hacer esto’, y me contestó: ‘Yo también. Y lo sigo haciendo solo por vos’”.
Esa misma mujer que fue capaz de la entrega más absoluta en nombre del amor, es la que alguna vez declaró que los hombres no son una necesidad, sino un lujo. Durante una entrevista en 1996 con Jane Pauley que se volvería de culto, la presentadora quiso que la ganadora del Oscar por Hechizo de Luna (1987) ahondara sobre aquella frase que ya era icónica. Eran los tiempos en que se hablaba de sus tatuajes –se los sacó todos con láser en el 2000, porque ya “no la hacían sentirse diferente a nadie”–, sus tratamientos antiedad, sus cirugías y sus novios a veces más de una década menores que ella.
–Exacto: un hombre no es de ninguna manera una necesidad, ¡es como comer un postre!– ratificó la diva.
–¿Pretende sonar mala o amargada?– preguntó Pauley.
–¡Para nada! Adoro los postres, y amo a los hombres. Me encantan. Pero realmente no los necesitamos para vivir. Mi madre me dijo, “¿Sabés una cosa, querida? Un día vas a tener que sentar cabeza y casarte con un hombre rico”. Y yo le contesté: “Mamá, yo soy un hombre rico”.
Un cuarto de siglo más tarde, todavía se habla del secreto de su eterna juventud cada vez que se la nombra. Es de familia: esa madre, hoy de 95, asegura tener 75, es decir, la edad de Cher, que recién ahora comienza a verla envejecer, “aunque está llena de vitalidad”. Eso la pone nerviosa, confió a The Guardian, porque es una evidencia de que el tiempo, aún imperceptible debajo del maquillaje y las intervenciones estéticas, pasa también para ella.
“¡Odio envejecer! –admite una de las primeras estrellas en hablar en público sobre la presión de la industria sobre las mujeres–. Pero yo no hice mi carrera solo con cirugías. Trabajé toda mi vida para tener este cuerpo: hay muchas chicas de 20 que no pueden hacer las cosas que yo hago”.
Entre sus últimas parejas estuvieron el excéntrico productor y fanático de las motos Harley-Devidson Tim Medvetz, 24 años menor que ella, y el escritor de comics Ron Zimmerman, a quien le llevaba 12 años. Lo dejó con una razón que bien podría haber dado cualquiera de las veinteañeras incapaces de seguirle el tren: “Vi que la relación no iba a ningún lado, y no podía permitirme perder más tiempo”. Es que, si los hombres son un lujo, cada minuto que se gasta en el (postre) equivocado, también, parece decir Cher.
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