Su apellido artístico es un homenaje al pintor italiano Carlo Carrà, líder del movimiento futurista, un adelantado que nació en el siglo XIX y murió pasando la mitad del XX. Raffaella María Roberta Pelloni, la Carrà, también ha atravesado dos siglos, incluso dos milenios, con sus canciones, con su look, con su mensaje de avanzada. Raffaella Carrà cumplió 78 años el 18 de junio y muchos más años de carrera y sigue siendo la italiana más fresca y divertida de todos los tiempos.
Mientras la Segunda Guerra Mundial hacía estragos en toda Europa, nació en Bolonia Raffaella. Hija de padres separados, criada muy cerca de su madre y de su abuela, supo desde pequeña que quería ser libre. Y ser artista era una manera de sacarse el corsé, de hacer lo que le daba más ganas: cantar y bailar. Los estudios de ballet clásico fueron la base de su pasión, pero no siguió avanzando ya que su primera profesora le sugirió que nunca iba a llegar a nada con esos tobillos tan finos que tenía. Y no, no era clásica, la pequeña italiana siempre fue moderna. Alejada del ballet, y apoyada por su madre incursionó en el teatro y tuvo sus primeros papeles. De adolescente, todavía morena -ya llegaría la melena dorada que la hizo famosa- siguió haciendo algunas comedias en teatro hasta que decidió que su destino estaba en América.
Promediando la década del 60, la veinteañera Raffaella quiso seguir los pasos de otras italianas que habían logrado el éxito en los Estados Unidos, como Sofía Loren, por ejemplo, y se marchó a Hollywood para probar suerte en el cine. Instalada en Los Angeles, la italiana consiguió un papel en el filme El coronel Von Ryanal, junto a Frank Sinatra. En más de una ocasión la artista comentó que el astro había intentado seducirla, y que a ella no le disgustaba, pero que sí sentía desagrado por el entorno de él. Al poco tiempo, Sinatra se casó con Mia Farrow (duraron un par de años) y con el tiempo se empezó a hablar de sus contactos con la mafia. Seguramente aquel “entorno” del que sospechó Raffaella.
La Carrà se sentía demasiado latina para gustarle al público norteamericano y apenas comenzaron los años 70 emprendió el regreso a su país. El cine no era su fuerte y después de pasar por la meca lo confirmó. La pantalla chica iba a ser su gran amor y el boleto de entrada a millones de hogares, a la popularidad inmediata, a ser adorada e imitada en su país y en el mundo. Con la vuelta a Europa también llegó el cambio de look: el rubio platinado llegó para quedarse y la convirtió en un icono.
El año pasado, en un artículo publicado en el periódico británico The Guardian, se analizó el fenómeno Raffaella, como un huracán musical que arrasó en Europa como ningún otro. “Técnicamente hablando, Italia tenía cantantes vocalmente más fuertes como Mina, una virtuosa mezzosoprano y Milva, con su melena pelirroja y sus tendencias políticas, Patty Pravo, una contralto andrógina y Giuni Russo que sublimó la técnica operística en pop. Pero Carrà las ha superado a todas”, explicaba la nota y desarrollaba una teoría relacionada directamente con la televisión en las casas de familia, con la llegada al ama de casa que quería divertirse un rato, con los chicos que querían imitarla, con esa bocanada de aire fresco que siempre han sido sus shows.
Físicamente Raffaella causaba revuelo con su pelo, sus movimientos y con su ropa. Fue una locura cuando apareció cantando el tema de apertura de Canzonissima, un programa de variedades musicales para toda la familia que era transmitido por la RAI (desde 1958 a 1974). Causó sensación con su voz y con su ombligo al aire, una transgresión total para la época… ¡Fue un escándalo!, Pero mientras en el Vaticano se horrorizaban, en España se desesperaban por tenerla en pantalla. Después de la dictadura franquista, Carrà desembarcó en Madrid con su programa La Hora de Raffaella que estuvo al aire entre 1975 y 1976.
En 1978 volvió a Italia como presentadora del programa de variedades Ma Che Sera (Oh, qué noche). El programa abría con una canción que hablaba sin prejuicios de sexo: “Ma girando questa terra io mi sono convinta che non c’è odio non c’è guerra quando a letto l’amore c’è”, algo así como “Al viajar por este mundo, me convencí de que no hay guerra ni odio cuando las cosas están calientes en el dormitorio”. Aunque hoy parezca una letra simpática, en ese momento el mensaje era realmente transgresor.
En 1983 llegó su gran hito televisivo, Pronto, Raffaella?, que llamó la atención sobre todo porque iba al mediodía, cuando hasta ese momento la programación de los canales de TV comenzaba recién por la tarde. Concursos telefónicos, sorteos, premios, el programa fue la base de tantos otros que vendrían después. En Argentina, Susana Giménez, otra actriz igual de rubia y de platinada, se inspiraría en el formato de la italiana y lanzaría en 1987 su también clásico Hola Susana. Lejos de negar el parecido, la diva argentina la homenajea siempre que puede.
Raffaella ha dicho que no cree en el matrimonio, pero sí tuvo dos grandes amores. Primero fue Gianni Boncompagni con quien vivió en pareja por varios años y con el que compartió algunos de sus trabajos, ya que él fue autor de algunas de sus canciones y director de Pronto, Raffaella?, además de guionista en algunos otros de sus shows televisivos. Su otro gran amor es Sergio Japino, quien ha sido su coreógrafo. Con ninguno de los dos tuvo descendencia: “Me hubiera gustado tener un hijo, pero cuando lo intenté ya era tarde. El médico me dijo que no podía”, comentó en una entrevista con el diario español El País.
El mensaje de Raffaella nunca tuvo límites: la libertad, la homosexualidad y el amor libre formaron parte de su repertorio alegre y súper bailable. En la misma entrevista con el diario español, la artista no dudó en declarar: “Libertad es la palabra para poder vivir. Por ejemplo, me alegra especialmente que en Italia se haya aprobado la ley civil de las uniones de los homosexuales. Estoy muy involucrada con este tema porque tiene que ver con la libertad de los individuos”. Esa manera de involucrarse la llevó a convertirse en un icono para la comunidad LGBT, y también el contenido de sus letras. Es el caso de “Lucas”, una canción que habla de un amor no correspondido: “Él era un chico de cabellos de oro. Yo le quería casi con locura. Le fui tan fiel como a nadie he sido. Y jamás supe qué le ha sucedido. Porque una tarde desde mi ventana. Le vi abrazado a un desconocido. No sé quién era, tal vez un viejo amigo…”. Transgresora, divertida, eterna, Raffaella no ha tenido todavía nadie que la reemplace, ni siquiera que se le parezca.
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