Hasta la semana pasada Milagro Azul figuraba ente las 10 películas preferidas de los argentinos en Netflix. Narra la historia, algo emotiva y bastante melosa, de un grupo de huerfanitos mexicanos tan pobres como buenos que necesitan salvar su hogar y un pescador antipático gringo que quiere ganar un concurso de pesca pero a los que esos chamaquitos conmoverán como jamás lo haría un espía ruso y mucho menos un talibán. Niñitos y pescador se unen primero con espanto, luego con convicción y no es necesario spoilear porque de tan obvia ya sabemos cómo terminará la cosa.
Dennis Quaid interpreta al curtido pescador. Al verlo en pantalla, con sus 67 años, nos queda la duda si este señor envejeció bien. Quizá sea por su personaje gruñón pero no se lo ve con el porte de Pierce Brosnan, un año menor, ni siquiera con ese estilo de “viejito piola” con el que Michael Douglas, diez años mayor, nos enamora en El Método Kominsky. Quaid se muestra con un color de pelo dudoso, aunque hay que reconocerle que no los perdió, y un rostro donde las adicciones pasadas dejaron huellas más profundas que el tiempo. Aunque su aspecto no es tan lozano, el actor se mantiene vital y activo. No solo en lo laboral: en junio del año pasado y en plena pandemia se casó por cuarta vez. Lo hizo en una ceremonia íntima y secreta. La elegida fue Laura Savoie, una economista 39 años más joven, de la misma edad que uno de sus hijos. Si Dennis no perdió el pelo, mucho menos las mañas de eterno seductor. Algo que en su vida siempre se perdonó, pero en la de su segunda ex, Meg Ryan, se condenó.
Quaid nació en Texas, a los 20 decidió abandonar la escuela de Arte Dramático de Houston y mudarse a Los Ángeles. No sabía si lo esperaba un gran futuro pero sí un gran hermano: Randy Quaid comenzaba a ser conocido gracias a su participación en El último deber y la exitosísima Luna de papel, con Tatum y Ryan O’ Neal. Dennis, con su sonrisa encantadora, su 1,83 y un estilo entre rebelde y seductor, estaba convencido de que todas las puertas se le abrirían de inmediato. No fue así. Luego de rebotar en varios castings consiguió un papel menor en Crazy Mama, de Jonathan Demme, y Nunca te prometí un jardín de rosas.
Aunque mal no le iba tampoco le iba tan bien, sus expectativas estaban lejos de ser cumplidas. Recién en 1979 le llegó su primer rol importante en El relevo, de Peter Yates. A partir de ese momento su nombre y su cara comenzaron a ser conocidos por público, productores y empleados bancarios que lo veían cada vez más seguido en la fila de depósitos y no la de préstamos. Encabezó el cartel de Tiburón 3 y Elegidos para la gloria, siguió ocupando el rol principal en Querido detective (1986), Gran bola de fuego (1989) y El chip prodigioso (1987). Antes del gran despegue de su carrera y de que su rostro empezara a ser protagonista frecuente de las carteleras, en 1978 Quaid se enamoró y se casó con Pamela Soles. Para Dennis era su primer sí; para Pamela, el segundo. El matrimonio duró hasta 1983.
En paralelo, una rubia no despampanante pero sí muy bonita y de aspecto adorable irrumpía fuerte y se ganaba el mote de “la novia de América”: Meg Ryan. La muchacha interpretó durante dos temporadas a Betsy Stewart en la telenovela As the world turns. El episodio de su casamiento lo vieron 20 millones de personas, que cuando ella dijo “sí” y sin preguntarle la convirtieron en parte de sus vidas. Es que, como la describió Billy Cristal, Meg era como “cualquiera de esas chicas con las que querías salir en el instituto”, o como explicó Rosie O’Donnell, que trabajó con ella en Algo para recordar, “al conocerla sentís que podría ser tu mejor amiga, que podés contarle tus secretos y que nunca te traicionará”.
En 1987, a Meg y Quaid los convocaron para filmar Viaje insólito, pero no hubo flechazo, burbujas de amor y mucho menos atracción fatal. Al año siguiente, coincidieron en la remake de Muerto al llegar, y entonces sí, “la novia de América” se puso de novia. El mundo del espectáculo tendría material de sobra durante la próxima década. Oficializaron su relación cuando llegó la consagración definitiva de Meg como actriz de comedia en esa película que, si estuviéramos en un fogón, sería una “que sabemos todos”: Cuando Harry conoció a Sally.
Ryan y Quaid se convirtieron en la nueva pareja soñada de Hollywood. Él venía del profundo Texas, había triunfado en la meca del cine y su relación con la adorable “chica de al lado” era la versión del sueño americano. La única que no estaba contenta era Susan, la madre de Meg. La señora nunca podría haber ganado el premio “Madre del año” porque abandonó a su hija cuando tenía 15 años y recién “se acordó que tenía casa” cuando Meg llegó a los 30. Pero si en maternidad Susan sacaba cero, en sinceridad aprobaba con honores. Le advirtió a su hija que no se casara con Dennis. Es que en los escasos encuentros familiares Quaid acudía bajo los efectos de las sustancias y todo terminaba mal. Así que la mujer habrá pensado “para semejante candil mejor quedarse a oscuras”. Meg prefirió no escuchar: si todas sus heroínas eran felices, ¿por qué ella no iba a serlo? Es que si bien siempre hay un niño más grande que nos dice que los “Reyes son los padres”, en el amor, la mayoría preferimos seguir dejando los zapatitos. Pero sigamos con la historia.
Pese a la desaprobación de la futura suegra, los novios se casaron el día de San Valentín de 1991. Al año siguiente nació Jack. La felicidad era completa.
La pareja se mostraba feliz y era un imán para fotógrafos, periodistas y cholulos en cuanta alfombra roja hubiera. Todo parecía perfecto, pero no lo era. Mientras los ojos del mundo veían crecer la figura de Meg, no ocurría lo mismo con Dennis. Quizás porque el actor no estaba deconstruido, porque su ego era tamaño Everest o por lo que sea, lo cierto es que a Quaid los triunfos de su esposa no lo alegraban. “Cuando nos conocimos yo estaba en todo lo alto y luego mi carrera se frenó. Y tengo que admitirlo, la verdad es que me sentí como si desapareciera”. Su frustración intentaba disimularla, su adicción a la cocaína era indisimulable. “Se distribuía en los rodajes porque todo el mundo lo hacía. En lugar de tomar un cóctel, te ponías una raya”. En los 80 consumía cocaína a diario. “Pasé muchas, muchas noches gritándole a Dios que por favor apartara eso de mí, que nunca volvería a hacerlo porque solo me quedaba una hora para irme a trabajar”.
Además de sus adicciones y su autoestima por el piso, Quaid tenía serias dificultades en incorporar el concepto de fidelidad a su vida. La fantasía de muchos las ocupaba Meg, pero las realidades de unas cuantas las ocupaba Dennis. Meg intuía y callaba, si sabía no preguntaba, y si se enteraba, miraba a un costado. Ya sabemos que el amor tiene razones que la mente desconoce. Puertas afuera, el matrimonio no protagonizaba escándalos; puertas adentro, como dijo Karina Jelinek, “lo dejo a tu criterio”. Así estaban las cosas cuando el milenio dio vuelta al almanaque y Meg conoció a Russell Crowe. No la versión de aspecto descuidado actual, sino el de comienzos de siglo, la versión gladiador romano que de tan aguerrido y sensual, incendiaba, y no precisamente a Roma.
El affaire entre la novia de América y un neozelandés sacudió los cimientos de la patria hollywoodense. Meg había cometido adulterio, y la prensa del corazón se encargó que pagara, y con intereses. Revistas y programas en continuado pusieron a Quaid del lado de las víctimas y a Meg en el de victimaría. Lo que en Quaid se tomaron como “deslices”, en Meg se convirtieron en acusaciones de “rompe hogares”. Que “la novia de América” simulase un orgasmo era cautivador, pero que le fuera infiel a su marido infiel resultaba intolerable.
Hartos de estar hartos o demostrando que el “vivieron felices para siempre” es para unos pocos, la pareja se divorció en 2001. “Dennis no me fue fiel durante mucho tiempo, y eso fue muy doloroso”, diría Meg. No importó que el actor reconociera que al lado de Meg se sentía invisible, que llevara años acostándose con otras mujeres ni que todos supieran que la pareja ya estaba rota antes de que apareciera el bonito Crowe. El veredicto fue único. Quaid resultó absuelto y Meg, culpable.
Luego del divorcio y sin la presión de ser el victimario, Quaid mantuvo algunos romances. Los más conocidos fueron con Andie MacDowell y con la modelo de Playboy y actriz Shanna Moakler. Fue Kimberley Buffington, una agente inmobiliaria, quien logró que el actor diera el “sí” por tercera vez.
En 2007, Quaid volvió a ser noticia pero esta vez no por romances, divorcios, adicciones o infidelidades. La pareja había tenido a Thomas Boone y Zoe Grace, que nacieron por vientre de alquiler. El actor reconoció el estrés que le generó ser padre por partida doble. “Fue diferente porque tenés a los dos viniendo al mismo tiempo. Lo bueno es que ambos ya tienen un compañero de juego, pero la parte difícil es que hay que hacer el doble de todo”.
Lo peor no resultaron las mamaderas ni los pañales por partida doble. Cuando los bebés tenían apenas dos semanas de vida recibieron una dosis de anticoagulante mil veces mayor de lo que les correspondía. ”(El medicamento) le dio a su sangre la consistencia del agua, no tenía ninguna capacidad de coagulación. Básicamente se estaban desangrando en ese momento”, explicó el actor. Para empeorar las cosas, el hospital no notificó a Quaid y a su esposa de que algo andaba mal hasta el día siguiente.
Los bebés se salvaron, pero Dennis inició una batalla contra los errores médicos. Demandó al hospital, a la farmacéutica y logró un resarcimiento de 25 mil dólares, una cifra menor para los estándares de Hollywood pero que logró concientizar sobre el tema.
En 2012, Quaid y Kimberley presentaron los papeles de divorcio, dos meses después los retiraron. En 2016, luego de 12 años juntos, decidieron romper y ya sin vuelta atrás. “Nosotros siempre seremos grandes amigos y unos maravillosos padres que educarán a sus hijos”, añadieron en un cordial aunque no muy creíble comunicado.
Al tiempo y con 65 años, el actor comenzó a salir con Laura Savoie, de 26. Antes había noviado con lo que en comparación parecía una “señora mayor”, Santa Auzina, de 32.
A Laura, de profesión economista, la conoció en un congreso de negocios. Empezaron a noviar y en apenas unos meses anunciaron su compromiso. “Fue amor a primera vista”, aseguró el actor, que además halagó a su pareja: “Me encanta ella como persona. Su inteligencia, su personalidad y, por supuesto, su belleza”. No fue muy original en su declaración pero al menos pareció enamorado.
La pareja planeaba casarse en Hawai, pero la pandemia cambió sus planes. Se casaron el 2 de junio del año pasado en un ceremonia secreta y mínima, tanto que solo estaban ellos y la persona que los casó. La diferencia de edad se notó en cómo anunciaron la boda. Él, en una revista, y ella, en redes. “Fue hermoso”, reveló Dennis a People, que tuvo la primicia. “El amor solo tiene una forma de sorprenderte. Solo mirándola a los ojos, era la novia más impresionante”, añadió. Conociendo su historial alguna ex debe haber pensado que la única forma de sorprenderse sería si esta vez el marido comprende el significado de la palabra fiel, salvo que haya pactos preexistentes.
Además de dar el sí por cuarta vez, Quaid se animó a desempolvar un sueño de la juventud: la música. Formó la banda The Sharks con la que se presentó en más de 40 lugares y hasta grabó su primer disco. Se ejercita y mantiene activo, no sigue ninguna dieta y planea “vivir hasta los 130 años”. Mientras su ex más famosa, Meg, en los últimos 15 años se dedicó a cuidar a sus hijos, adoptó una niña china y en el tiempo restante se dedicó a viajar, redecorar casas, hacer fotografías y escribir. El mundo ya no la condena por “rompe hogares” pero sí por desfigurar su rostro con extrañas cirugías estéticas. ¿Y Quaid? Seguirá reinventándose, pero sobre todo seguirá pancho por la vida: si la fidelidad es de a dos, a él nunca le fue muy bien con las matemáticas.
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