Si Willy Crook o según su documento Eduardo Guillermo Pantano, quería impresionar a alguna muchacha sobre todo si era estudiante de psicología sabía cómo comenzar. Le aseguraba que había nacido en Villa Gesell. La verdad era que había nacido en Buenos Aires el 28 de agosto de 1965. Sus padres “querían tener un hijo y les salió esto. Imaginate que desesperación”, pero al mes lo llevaron a Gesell así que la mentirita no era tan grande. La ciudad junto al mar y sus padres artesanos marcaron su personalidad. Prefería los lugares agrestes y el invierno al verano. De chico todo le quedaba lejos y todo lo hacía solo, de grande se convirtió en un hombre solitario que suena parecido pero no lo mismo que un hombre solo.
El verano turístico no era lo suyo, el sexo en la arena tampoco porque “acarrea consecuencias altamente corrosivas”, pero fue en esa ciudad de médanos y playa donde se inició en el rock. Pappos Blues y sus huestes llegaron a tocar a uno de los cines locales. Aparecieron en choperas con motores V8 que lo hicieron sentir “como si hubiera nacido en San Francisco, pero con mucha policía”. Esa misma noche debutó en el rock y en un calabozo. Tenía diez años. “Es que la Justicia es ciega. No distingue”.
Los primeros discos que escuchó los escuchó condicionado por la premisa de su madre “‘no uses el tocadiscos porque si lo usás se rompe’ una lógica irrefutable” fueron de jazz y Queen. Para su oreja de once años, el primer trabajo de Les Luthiers resultó “formidable y muy divertido”.
Comenzó la secundaria y se llevó todas las materias. Decía que quería ser marinero y vaya a saber por qué extraña razón sus padres flexibles decidieron darle una formación rígida. Lo inscribieron en el Liceo Naval de Río Santiago. Aprendió a navegar, a estudiar y sobre todo aprendió lo que no sería jamás: militar. A los 15, sus padres inquilinos eternos, hartos de vivir en verano y sobrevivir en invierno abandonaron Gesell para probar suerte en Madrid.
Recién llegado, el hijo se enamoró de una francesita que lo arrastró a París. Sobrevivió tocando música en el subte y viviendo en la calle. Se desenamoró, se fue a Marruecos y de allí a Ibiza donde conoció a una de las chicas que acompañaban a Roman Polanski y terminó viviendo en la casa del cuestionado director.
Anduvo por Europa hasta que, en 1983, su papá consiguió trabajo como regente de un balneario y la familia volvió. En un boliche de Villa Gesell, Crook vio el recital de “una banda muy, muy extraña”. “Pettinato se va a ir de Sumo, ¿por qué no te venís a Buenos Aires a tocar con nosotros”, le propuso el cantante, un tal Luca Prodan que lo había visto tocar el saxo. “Llegué y no tenía casa. No tenía nada. Lo primero que hice, con mis aritos y mis dreadlocks, no de peluquería sino de mazacote, fue dormir en plaza Once. La gente me miraba con una mala onda...”
Willy no sabía que la propuesta de Luca solo era para molestar a Pettinato. Sin nada, se enteró que otro grupo buscaba un saxofonista. Se llamaba Los Redonditos, pensó que era un grupo para chicos. Igual se presentó. “Cuando los conocí tocaba por tocar, no tenía ni idea de la música, aprendí de oído. No tenía noción de que esas cosas que eran discos las hacían seres humanos”.
Con 18 años conoció a Poli y a Skay que lo sumaron a la banda. Estuvo cinco años. Fue parte de Gulp! y Oktubre. Al principio, el Indio tenía poca onda con él. “Decía medio ofuscado: ‘Este mocoso que no sabe ni tocar el arroz con leche…! ¿De dónde salió? ¡Y encima se toma hasta el agua de los floreros!’. Tenía razón. Apenas tocaba el saxofón y me tomaba la vida. Después con el Indio estuvo todo bien”.
Con los años, Crook se encargó de desmitificar aquellos no tan lejanos tiempos y estas hoy mitificadas bandas. “La gente habla ‘ah, entrar a los Redondos’. No era entrar a nada. Era ensayar tres días por semana para tocar. Entrar a Sumo: de Sumo querías salir. Ese pelado sacaba una espada y le cortaba la cabeza a la gente. Era legítimamente una banda haciéndose y pariendo todos los problemas del rock and roll, con los correspondientes enemigos que tenía el rock”.
Tocaba con Los Redondos, pero alternaba con otros grupos como Riff, Los Encargados, con Fontova, con Memphis. Saltaba sin problemas del rock, al tecno y de allí a la salsa “en la variedad está el gusto”, argumentaba. Cuando los Redondos dejaron de llenar pubs para comenzar a llenar estadios y dejaron de ganar unos mangos para ganar unos miles, los abandonó “ya había dado y recibido todo artísticamente. Fue una de las pocas sabias decisiones de mi vida. No hubo ningún conflicto”.
Sin banda y en banda, se lo cruzó a Miguel Abuelo que le preguntó si quería tocar con ellos. “¡Los músicos no querían saber nada con un saxo. Me dijeron que cobraría la mitad. ‘Sí, pero yo no puedo tocar con la mitad de onda’. La cosa es que Miguel me paga lo que corresponde. Hasta que veo que lo hace sacando plata de su bolsillo. Miguel era un fuera de serie, un tipo formidable”, lo definía. “Con él empezabas a hablar de pagar un impuesto y, a los dos minutos, ya estabas a dos metros del suelo. Elevaba todas las conversaciones, siempre las llevaba para un lado artístico, gracioso. Así comprobé que el humor es lo más cerca que podés estacionar de la inteligencia”. Con Los Abuelos se presentaron en Paraguay “Fue la última gira de Miguel, la última en vida, ahora vive de gira”.
Crook decidió volver a España. De ese tiempo son algunas grabaciones con Los Toreros Muertos y con Pachuco Cadáver (banda que lideraba Roberto Pettinato), hasta fue saxofonista suplente de Azúcar Moreno. La música era genial pero no pagaba el supermercado. “Cuando no tenía dinero hacia cosas como camarero, arreglaba casas, pintaba paredes, limpié una morgue y hasta fui ‘engordador’ de tomates. Hasta que trabajé en lo que fue la cima de mi carrera delictiva: disc jockey”.
De regreso a Buenos Aires pasó a integrar la movida porteña. Mientras intentaba esquivar sin éxito sus excesos, se fue metiendo en el soul y el funk. Daniel Melingo lo incentivó a largarse como solista y apareció Bing Bombo Mamma. Llegó a ser telonero de James Brown y David Bowie.
Los mejores lo convocaban. Tocó con Alejandro Medina y con el violinista de jazz Jorge Pinchevsky. Fue músico invitado con Patricio Rey en Obras, Mar del Plata, y en el estadio de Huracán, estuvo con Charly García en Ferro, y grabó el álbum En vivo con Los Fabulosos Cadillacs.
Por fin armó su banda a la que bautizó los Funky Torinos, una referencia directa a su auto preferido y que tuvo durante años. “Mi viejo vino a Buenos Aires y me dice: “mirá, me pagaron una obra de albañilería con un Torino. Yo no le voy a poder cargar nafta y a vos, tu novia te va a dar una patada en el culo”. Una premonición completamente correcta. Antes de que eso pase, viví en mi auto un buen tiempo y ahí quedó”. En los Funky, Crook cantaba, componía y además tocaba la guitarra y el saxo. Plata casi no veía, con su primer disco lo estafaron. Aseguraba que aunque colaboró en una treintena de trabajos solo le pagaron unos diez.
Desacralizaba su virtuosismo tocando el saxo asegurando que lo hacía porque “mi mamá me lo pide”. Se declaraba adicto y amante del bajo. Afirmaba que “el funk es un primo cretino del rock que no va a los entierros ni a las enfermedades: va cuando hay joda nada más. Su pariente principal es el blues, que algunos van sobre todo a tocar, a escuchar no”. En sus presentaciones algún espectador saltaba con un “¡vamos Los Redondos!” y “yo, con mi habitual diplomacia, le contestaba: “Te equivocaste de show, pelotudo”.
En esa época se metió en algunos asuntos que prefería no recordar. “Dije algunas groserías a gente inadecuada, fruto del exceso con el alcohol y las drogas”. Terminó internado ocho días en el Borda. “Golpeé sin querer a un miembro de la Policía Federal, me resistí… En fin, me metieron en el manicomio, pero yo no estaba loco. Era un tarado. Para estar loco hace falta talento. Y yo era, apenas un boludo”. Con el tiempo reconocería que “me hicieron un favor. Me hizo preguntarme qué quería de mi vida y qué quería darle a los que me querían. ¿Una piltrafa maloliente?”.
Después de los Funky Torinos convocó a un seleccionado de músicos que reunió bajo el nombre de Willy Crook & The Royal We algo así como “la re nosotros”. “Todas mis bandas se caracterizan por una onda personal. Lo importante es que si toca mal, no lo haga a mucho volumen”.
Crook fue uno de esos privilegiados o esos valientes que siempre hizo lo que quiso. Construyó un camino sin casilleros ni ataduras, navegó sin naufragar por todos los ritmos. Del rock, al soul al reggae, con estaciones en el funk y el jazz. Rompió estereotipos cantando en inglés. “A veces escribo en castellano pero no me gusta nada. Apelo a la idea de que el arte está para borrar fronteras y no para crearlas”.
En su personal camino solo le fue fiel a la música. “Es la única que quiero que me diga que gusta de mí” y agregaba “entendí que el jazz, y los Citroens y otras flatulencias le gustan solo al dueño. Siempre estuve muy contento con lo que hice. Siempre hice lo que yo escucharía. Nunca hice otra cosa. No es muy difícil hacer un hit. Sobre todo habidas cuentas de que muchos hits se parecen uno al otro. El tema es quién querés ser”.
Y en ese quién quería ser, él fue y fue mucho. Su saxo es parte de la memoria colectiva. Su inolvidable solo en La Bestia Pop, se usa de base sobre la que los fans de los Redondos cantan “Vamo vamo los Redondos, vamo los Redondos, vamo lo Redoooo”. Basado en la banda de sonido de Lawrence de Arabia, el propio Willy reveló que era un tributo a Maurice Jarre, autor de la banda sonora de la película.
Además de músico talentoso, puntal del funk argentino, Crook era dueño de un filoso sentido del humor. En las entrevistas deslizaba frases mezcla de sabiduría barrial e inteligencia privilegiada. Van algunas muestras:
“No reniego de ganar dinero y todo eso; pero no soy un tipo de grandes ambiciones. No tengo más aspiraciones que poder vivir la vida decentemente y hacer lo que quiero con la gente que quiero. Eso sin dinero no pasa, uno es un bulto sospechoso”.
“Siempre sostuve que con respecto a la música, en otros países lo llaman plagio y acá lo llamamos homenaje”.
“Soy una especie de Robin Hood del talento, le saco a los que tienen para darle a los que no tienen, o sea a mí”.
“Tocar música siempre justificó mi existencia. Me transformó de un simple reventado a un reventado que tocaba música”.
“Como dijera Miguel Abuelo: lo que gané con mi éxito no me alcanza para comprar medio fracaso decente”.
“Estuve en Gesell hasta que mi madre, que siempre me reclamaba por no visitarla nunca, me dijo: “Hijo, ¿todavía estás acá?”. Comprobé que la visita es como el pescado: a los dos días se pudre”.
Sin romantizar el pasado tenía una visión crítica del rock actual. En una entrevista en la Rolling Stone afirmó: “El rock nació como una suerte de grito contra el sistema, y ahora no se vende una hamburguesa sin rock. El rock tenía cosas para decir y hubo gente acá que se jugó la vida para hacer rock: Manal, Charly García, Spinetta, toda esa generación. Tenían un conflicto y eran los primeros. Pero ahora todos quieren ser una copia de sus ídolos: cantar como Andrés, como Cerati o como el Indio, y eso es un poco limitante para uno y transforma todo en lo mismo, ¿no? Cuando yo iba al Einstein, las bandas que tocaban se parecían a sí mismas, no a otra. Creo que se perdió un poco de autenticidad. Hoy en el rock te distraés y una banda que no conocías llena un River. Todo está en manos de la gente y la gente elige muy poco, le arman el paquete y le dicen: ‘te tiene que gustar eso’”.
Hace algunos años Crook reflexionó “Andar vivo es algo muy peligroso. Por eso yo trato de hacer las cosas bien y de acordarme de que solo por el hecho de que nací, no existo. Existo porque estoy en los ojos de alguien. Existo para alguien”. Repetía que había gente que no debería morir “sobre todo con tanta gente que sería fenomenal que lo hiciese para que el mundo sea mejor”. Miguel Abuelo debe andar feliz porque Crook volvió a ser su compañero de gira pero, la pucha, para muchos de nosotros Crook es de esa gente que no debería morir.
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