Una pareja de divorciados se encuentra luego de un divorcio horrible, tanto que él la agendó como “Reina del drama”. Conversan y de pronto ríen, recuerdan lo que los enamoró y olvidan lo que los separó. ¿Por qué no te volviste a casar?, pregunta el ex devenido en compinche y ella responde compungida: Fuiste mi único amor. Él empieza a emocionarse, “Es broma”, le aclara ella y lanza una carcajada. Es en esta mágica escena de El método Kominsky cuando Kathleen Turner se ríe y sus ojos desparraman vida que el espectador firma la rendición incondicional ante esa actriz impresionante, que aún con su cuerpo deformado por los corticoides, enamora y confirma que todo lo que hace sigue siendo una maravilla.
Kathleen Turner nació el 19 de junio de 1954 en una granja de Missouri de una ciudad con nombre de dibujo animado: Springfield. Su padre, Allen Richard, era un diplomático de carrera que en vez de narrarle a su hija las aventuras de Tom Sawyer le contaba las propias. Durante la Segunda Guerra Mundial fue encarcelado en China por los japoneses. La pequeña pronto viviría sus propias aventuras. No había cumplido el año cuando su familia se trasladó a Canadá para luego instalarse en La Habana.
En Cuba aprendió a hablar español, idioma que domina a la perfección. Los Turner vivían tranquilos en su mundo de diplomáticos hasta que Fidel Castro tomó el poder en 1959. “Un día la maestra nos pidió: ‘Cierren los ojos y récenle a Dios para que les traiga un caramelo’. Lo hicimos, abrimos los ojos y no había nada. Entonces nos dijo: ‘Cierren los ojos y pídanselo a Fidel Castro,’ lo hicimos y al abrir los ojos teníamos un caramelo. La maestra nos preguntó: ‘Quién los quiere: ¿Dios o Fidel?’. Fue mi último día en la escuela cubana”. Los estadounidenses, entre ellos los Turner, pasaron de ser amigos a enemigos, la situación en La Habana se volvió insostenible y abandonaron la isla.
El nuevo destino fue el consulado de Caracas. Kathleen pronto demostró que de calladita y modosita, nada. La actriz que inmortalizaría la frase/actitud de vida “si te muerden, abofeteas” se negaba a ponerse vestidos y se agarraba a las piñas con los compañeros del colegio si algo le molestaba o la molestaban. A los trece años su familia se mudó a Londres. En la secundaria su espíritu intrépido no disminuyó. Organizó un movimiento estudiantil para rechazar la imposición de usar uniformes. Su reputación de muchacha que siempre va al frente era grande, sus compañeros predijeron que sería “la primera embajadora en la Luna”. En esa época dos cosas la atraían más que los muchachos que empezaban a rondarla: viajar por Europa y sus clases de teatro. Para mejorar su dicción se colocaba una goma de borrar entre los dientes y así repasaba sus parlamentos.
La vida no presentaba mayores dificultades hasta que metió una zancadilla. Su padre murió de un ataque al corazón. La situación económica precaria decidió la vuelta de la familia a los Estados Unidos. Kathleen se anotó en la universidad estatal de Missouri donde se recibió de licenciada en Bellas Artes.
Con un título bajo el brazo y 100 dólares en el bolsillo se mudó a Nueva York. Mientras trabajaba como moza -oficio que parece ser condición indispensable en la mayoría de la vida de las celebridades- se presentaba a decenas de pruebas, pero no quedaba. Es que pese a su magnetismo sexual, su rostro de diosa y su cuerpo de tentación, su tono áspero y grave -más de fumadora empedernida que de hada de cuento- no convencía.
La gran oportunidad le llegó a los 27 años. El director Lawrence Kasdan pensó que esa diosa de 1,71 era ideal para encarnar a Matty Walker una sexy embaucadora que enamora a William Hurt y lo convence para asesinar a su marido en Cuerpos ardientes. Turner aparece con un vestido blanco, de esos que transforman las curvas en laberintos. En una escena en una bañera insinúa más de lo que muestra; con lo mínimo lleva al espectador a la temperatura máxima del erotismo.
Después del estreno, los periodistas descubrieron que Turner no tenía tapujos con su cuerpo ni con sus palabras. “Amé a Matty Walker desde el principio. No me molestaba la sexualidad explícita del papel porque me había criado en Europa y Sudamérica, y no me habían lavado el cerebro con la actitud hipócrita que tienen en Estados Unidos con el sexo”.
El camino al éxito seguía siendo esquivo. “Terminó el rodaje y retomé mi trabajo de camarera. Sabía que los 30.000 dólares que me habían pagado por la película no darían mucho de sí en una ciudad como Nueva York”.
Turner decidió no quedar encasillada en el papel de bomba sexi pero tampoco pasar al de mujer sufrida. Todos los papeles que aceptaría serían de mujeres fuertes, determinadas y sexualmente emancipadas. Es decir mujeres que eran como ella era. “Tengo una regla: si en el guión prescindes del papel de la mujer y nada cambia esencialmente, entonces es que es accesorio, así que no me interesa”.
Su belleza salvaje y su talento evidente por fin fue valorado por los productores. Aceptó trabajar con Steve Martin en la comedia Un genio con dos cerebros. Obvio que no hizo de rubia tonta sino de una mujer ambiciosa y sin escrúpulos. Bajo la dirección de Ken Russell fue una diseñadora de moda que por las noches, en vez de dormir y soñar con los angelitos trabajaba de prostituta en La pasión de China blue.
En 1984 formó parte de En busca de la esmeralda perdida. Fue su primera pero no última colaboración con Danny De Vito y Michael Douglas en la gran pantalla. Seguiría La joya del Nilo (1985) y la comedia negra La guerra de los Rose (1989), dirigida por el propio De Vito.
Con Douglas la química en pantalla era tan evidente que se les podría aplicar el dicho “juntos son dinamita”. Años más tarde, ella reconoció que estuvo enamorada de él en secreto, pero que la relación no pasó del casillero “amigos”. Lo que también contó es que Douglas, Warren Beatty y Jack Nicholson, impresionante tridente, apostaron quién sería el primero en acostarse con ella. Ninguno lo logró. “No sé si matarla o pedirle matrimonio” afirmaba Nicholson con quien trabajó en la película El honor de los Prizzi para mostrar su admiración por esa rubia debilidad.
Quizá porque más de uno recibió un rotundo “no” cuando pretendía escuchar un sumiso “sí” es que se forjó una fama de mujer complicada. “La historia de ser difícil es pura mierda de género. Si un hombre llega al set y dice “Así es como veo que se haga esto”, la gente dice “Tiene decisión”. Si lo hace una mujer, entonces dice: “Oh, mierda, ahí va ella”. Aquella niña aguerrida que peleaba con los varones ahora peleaba con los productores. Se negaba a usar dobles en las escenas de acción. Así terminó con un nariz rota y cicatrices en su pierna.
Para casarse eligió al magnate inmobiliario neoyorquino Jay Weiss. “Jamás me planteé casarme con un actor. Nunca he visto a un actor pasar por delante de un espejo sin mirarse a sí mismo. ¿Quién necesita dos personas así en una familia?”. Cuando Jay le exigió que no volviera a aceptar un papel de prostituta. “La única que decide los papeles que voy a hacer soy yo”, contestó ella. El matrimonio se mantuvo unido 22 largos años. En 1987, parió a Rachel, su única hija, al día siguiente de terminar de grabar la voz de Jessica Rabbit, la vampiresa animada de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
Siguió trabajando pero en 1994 mientras filmaba Los asesinatos de mamá su cuerpo comenzó a dar indicaciones de que algo andaba mal. Según relató en la revista Vanity Fair. “Un día volví a casa me sentí enferma y de pronto los pies ya no me cabían en los zapatos”. Los médicos no encontraron nada. Su cuerpo se fue paralizando: primero el brazo, luego el cuello… Después de un agónico año en el que nadie supo diagnosticar su mal, su médico llegó a la conclusión de que padecía artritis reumatoide. “Esa misma noche asistí a una reunión de padres en la guardería de mi hija. Había que subir tres escalones para entrar en la escuela y tuve que luchar para poder subirlos uno a uno. El salón solo tenía sillas infantiles, y yo me puse a llorar porque sabía que si lograba sentarme en una de esas sillitas de mierda jamás podría volverme a levantar”.
Le recetaron un tratamiento a base de corticoides que hinchó su cuerpo y la volvió irreconocible. Se movía de forma torpe y sin coordinación. Los chistes sobre su sobrepeso eran cotidianos y crueles. En vez de preguntar qué le pasaba prefirieron inventarlo. Se empezó a rumorear que su transformación se debía a su adicción al alcohol y ella prefirió eso a contar la verdad: ”Los productores saben lo que son las adicciones y están acostumbrados a gestionarlas. Pero si yo decía ‘tengo una enfermedad misteriosa incurable y no sé si seré capaz de caminar mañana’ nadie iba a contratarme. Así que cuando intentaba agarrar una taza y no lo conseguía todo el mundo asumía que estaba ebria”. Aunque parezca increíble la estrategia funcionó y Turner continuó trabajando, se tragaba las lágrimas de dolor cuando subía una escalera y ocultaba que su hija de diez años le acercaba la cuchara a su boca para que comiera.
Paradójicamente, mientras se hacía pasar por alcohólica, descubrió que el vodka calmaba sus dolores. Con la enfermedad algo controlada y 46 años, volvió a ponerse en forma para aparecer completamente desnuda en el montaje de El graduado. Agotó todas las entradas. “Fui capaz de controlar temporalmente la bebida tan pronto como estrenamos la función. Nadie puede beber y hacer ocho funciones a la semana”. Sin embargo, en un momento ya no la pudo controlar y comenzó un tratamiento de rehabilitación.
Los médicos le pronosticaron que no volvería a caminar y que pasaría el resto de su vida en una silla de ruedas, pero olvidaron un detalle. Estaban frente a la Turner. La enfermedad la jaqueaba pero la actitud no la negociaba. Lejos de aceptar el diagnóstico, despidió a su médico y comenzó una serie de cirugías que ahora le permiten seguir actuando. Durante doce años, cada mes de octubre se sometió a una operación. En una de ellas le cortaron los tendones de los pies.
A Turner la enfermedad le cambió su aspecto pero no destruyó su esencia. Cuando se enteró que en el guión de Tonto y retonto 2 aparecía un personaje descripto como “una Kathleen Turner de segunda” llamó a los directores y les informó de que por un módico precio podían tener a la original. Pasó por las series Californication y Friends, de la última no guarda un gran recuerdo. “Los actores de Friends eran una pandilla -no creo que fue algo personal- Pienso que simplemente eran un grupito tan unido que nadie de afuera les importaba”. Siguió en el escenario. En la polémica High interpretó a una monja alcohólica. Hoy con 67 años asegura que se quiere enamorar para “volver a disfrutar del buen sexo”. Mientras nos seduce en El método Kominsky. Al verla no hay dudas, la Turner en vida ya se convirtió en inmortal.
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