“¿Qué es un Vicentico?”, es la pregunta textual que más se repite en lo digital en torno al personaje que viste Gabriel Fernández Capello desde los días con Los Fabulosos Cadillacs, allá por los años 80. Un recorrido que podría trazarse desde el célebre “pozo ciego” al que se cayó una desafortunada novia, a este de ahora: El Pozo Brillante, tal como se titula su sexto disco de estudio como solista, descontando vivos, compilados y un trabajo de reversiones (Último Acto).
“Es una pregunta rara… la entiendo, pero no tengo una respuesta. No es nada Vicentico. Y a la vez, es un personaje que canta canciones”, le dice a Teleshow, acerca de esta duda que tienen miles y miles de usuarios. “Decirle ‘personaje’ es una estupidez, también. Es como un espíritu que tiene un montón de aristas patéticas, idiotas. A la vez, tiene toda la ternura que tiene el patetismo de los artistas. Pero no es nada, está ahí. No es nada, realmente”, insiste Vicentico.
—¿Y alguna vez te disociás de ese personaje? ¿Te pasa de estar trabajando en algo y de repente decir: “Soy Vicentico, tengo que hacerlo de esta manera”?
—No, no me disocio para nada. También tengo claro que los nombres no significan nada, no tienen mucha importancia. Es como un espíritu encerrado en un cuerpito. Y cuando estoy haciendo un disco, trato de que todo esté bajo ese paraguas. Tengo un par de ideas, modos e imágenes en la cabeza que se repiten todo el tiempo. Si vos me preguntás qué soy, yo soy un día medio nublado en el puerto de Buenos Aires, en los años 30. Esa es la imagen que a mí me gustaría vivir. Sueño con eso todo el tiempo, con los barcos, la playa, el mar... Me identifico con eso y voy atrás de eso, en todo sentido. La música tiene que ver con eso, las letras también; aunque no se note, aunque no esté ahí.
—¿Qué sentís que es lo que te hace único? Porque no hay otro cantante como vos…
—Creo que no hay otro Vicentico en ningún lado, pero no porque sea algo a destacar, sino porque no hay en ningún lado ninguno ni como yo, ni como otro. Con el tiempo, lo que descubrí es que tengo algo en la voz que… Claro, yo digo: “Tengo algo en la voz que me hace diferente” y parece que estuviera diciendo algo virtuoso, como: “Uy, que groso”. Tengo una voz que me hace diferente. Y esa voz te puede tocar o puede parecerte un asco, pero es como es. Nunca me escapé de la voz que tengo, al contrario. Nunca quise hacer nada diferente de lo que hago. Si algo tiene lo que yo hago o este disco, por ejemplo, es personalidad: no es parecido a nada, no quiero ser parecido a nadie, es lo que me sale. Y cuando me empieza a salir, voy para ese lado. Exagero. Eso es Vicentico.
En el último contacto entre Vicentico y Teleshow, en pleno confinamiento, el cantante había dicho que, si bien ya tenía listo el disco, prefería esperar para editarlo. Quizás, con la esperanza de que todo vuelva a algún punto parecido al de la “antigua normalidad” y poder presentarlo en escenarios de Buenos Aires, giras por el país, por el continente, festivales, eventos. “Y bueno, cambié de opinión”, dice hoy y se ríe. “Si no lo sacaba, ya me iba a quedar muy viejo. Además, arranqué a grabar cosas nuevas y tenía ganas de vaciar mi disco rígido y poder seguir trabajando”, cuenta.
Lo que se escucha a lo largo de las doce canciones que componen el álbum es un Vicentico de pura cepa, que se vale tanto de piezas de big band como de la experimentación con clics (y beats) modernos. Su voz, omnipresente, a veces está al frente, o puede sorprender con un modo espectral (como en “El plan”, que respira tanto de los aires de la “C.J.” de Los Fabulosos Cadillacs como del dramatismo de Leonardo Favio) y, en ocasiones, va más envuelta y camuflada entre esta orquesta tan analógica como digital.
“Trabajamos mucho en el audio para que tenga profundidad, calidad, que sea un poco diferente a cómo se graban lo discos ahora. Que también me gusta, eh: me gusta lo plástico y lo simple de estar sentado adentro de la compu, grabar una cosa y editar eso”, confía Gabriel y con el plural hace referencia a la dupla que formó con el productor venezolano Héctor Castillo.
“Tengo bastante claro qué es lo que está pasando ahora con la música. Entiendo que hay una cantidad infinita de música dando vueltas y que lo que yo estoy haciendo ahora es un poco clandestino. Y no tengo la pretensión de que la gente escuche el disco entero. Sí que alguna persona que todavía se cope en escuchar discos, se interese y entienda qué es lo que yo imaginé cuando lo hacía. Lo que me interesa es comunicarme con la música, de un modo medio extraño, con algunas personas en el mundo”, dice el autor.
El Pozo Brillante había sido adelantado hacia fines de 2019, con “Freak” como primer adelanto. “Sigo pensando lo mismo que en aquel momento. Es más, un montón de ideas que están en el disco se fueron reafirmando”, dice Gabriel y se sale un poco de la tangente para pensar en voz alta: “Con esto de la pandemia, las ideas de conspiraciones son las que más me atraen y en las que más confío”, asegura.
“Y tengo pruebas, lo que pasa es que si las digo nadie me va a entender”, agrega y se embala. “Para mí es todo tan obvio que no entiendo cómo no nos damos cuenta. No es una cosa que alguien pensó solo, es orgánico. Pero que sea orgánico no quiere decir que no estemos todos alrededor de una idea que está sucediendo y no abonemos todo el tiempo a esto. Está Bill Gates diciendo: ‘Lo que va a pasar es tal cosa, ahora nos vamos a curar todos... pero no, cuidado que viene otra pandemia’. Si el más capo del mundo, el dueño de toda la internet del mundo y el que más facturó en toda la pandemia, está diciendo eso, no entiendo por qué no nos damos cuenta de que es así. No es que lo hace de bueno, es que… bueno, no importa, estoy diciendo cualquiera”, se interrumpe, se ríe. Y se justifica: “Hace un año y medio que estamos encerrados fumando porro, hablando boludeces sin parar. Esa es la verdad”.
—En “Tengo miedo” cantás: “Salgan de la caja que se van a envejecer / tiene 20 años y parece 86″. ¿Alguna vez te sentiste de más edad de la que realmente tenés?
—No. Mi edad mental creo que debe estar entre los 12 y los veintipico, ponele. Me manijeo con lo que me entusiasma de verdad. Si tengo que ir al estudio, por ejemplo. O si voy a jugar al fútbol, el día anterior ya estoy sobreexcitado, subido al chat, preguntando: ‘¿Cuántos somos?’. Esa es mi edad y no me da vergüenza decirlo porque no es infantil. Pero veo a los chicos, los muchachos de veintipico, enroscados en una re de jovatos, muy preocupados con pelotudeces: quién tiene más views, quién menos. Pero más patético me parece en los más grandes: hace poco vi a uno de mi edad diciendo: “Llegué al millón de visitas”. Pelotudeces que me dan un poco de vergüenza porque están enroscados en una que nunca nos importó. Espero que se rescaten y se aviven de que hay que hacer otras cosas.
Una de las particularidades de El Pozo Brillante es que cuenta con dos versiones de una misma canción: “Ahora 1″ y “Ahora 2″, una más dinámica y otra más lenta, con sutiles diferencias en las letras. Según el propio Vicentico, haber editado las dos es “una tontería” aunque concede que “tiene su onda porque cuentan mucho sobre el proceso del disco”.
Así lo explica: “La más rápida es la primera versión que grabamos, con una re banda de rock: toca un batero que se llama Gunnar Olsen, que es un avión; y Chris Bruce en el bajo y la guitarra. Pero después la escuchamos y no nos gustó, casi que la descartamos. Entonces empezamos a grabar otra versión y otra versión... tengo como nueve distintas, podría haber un disco entero solamente de ese tema. Y la más lenta es la última que grabamos. Un día vino otro violero, Jerry Leonard, que es tremendo y trabajó en los últimos discos de Bowie. Armó eso él solo, con la guitarra, y me encantó. Íbamos a poner solo esa y después me acordé de la primera: la volvimos a escuchar y me pareció que estaba muy bien poner las dos”.
—¿Cuánto tiempo te llevó entender, como dice la canción, que “la vida es solo ahora”, si es que lo aprendiste?
—No es que lo aprendí del todo. Porque uno va y viene sobre las cosas que aprendió. Hay veces que las aprendés y las vivís así. Y de repente, te olvidaste un tiempo largo de que sabías eso y te vas por el camino de la estupidez, de la idiotez. Y sos un idiota hasta que te acordás de que lo sabías. La música ayuda mucho, porque es muy del momento: cuando uno está tocando, toca, no está haciendo otra cosa. Enseña mucho en el sentido de entender que las cosas son cuando están pasando. Y después, cada tanto, necesito recordármelo. Por eso escribo canciones que hablen sobre eso. Un poco lo aprendí por la edad que tengo; y otro poco, se me va. Además, no estoy seguro de tenerla re clara con respecto a eso.
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