Todo éxito tiene un creador. Una cabeza que pergeña para luego desmenuzar esa idea y llevarla adelante a través de la práctica. Y si hablamos de una genialidad, Los Tres Chiflados fue una de ellas, televisivamente hablando. Si bien hoy es un humor que quedó en desuso, que resulta hasta inoportuno para los tiempos que corren, logró perpetuarse en el tiempo como uno de los grandes íconos de la comedia.
El creador, el padre de la criatura fue el recordado Moe Howard. Y pensar que todo se inició por un trauma que sufrió cuando estaba ingresando a la adolescencia. Cuando tenía 13 años era víctima de maltratos por parte de sus compañeros -lo que muchas décadas después se conocería como bullying- simplemente por su corte de pelo.
Su madre, Jennie Goldsmitch, sin ningún tipo de miramiento le impuso una manera de peinarse que en aquellos años -principios del siglo XX- era mirado de reojo. La señora, según contó mucho más adelante Moe en su biografía, publicada luego de su fallecimiento, le hacía bucles para aprovechar su abultada cabellera. Cuando le recordaban el tema en alguna entrevista, el actor siempre comentaba que eran 20 bucles y que le llegaban hasta los hombros. Los tenía contados. Ni uno más, ni uno menos. Fue tal el complejo que nunca más lo olvidó.
Un día, ya cansado de ser el centro de atención, se metió al baño del establecimiento en el que estudiaba con una tijera en su mano y cortó bucle a bucle. Quedó con el célebre corte taza que lo acompañaría durante toda su vida. Ese instante, sin saberlo, Moe sellaba el destino de su vida. Paradójicamente, lo que le causó tanto pesar en primera instancia, se transformaría en la llave que abriría la puerta del éxito: al pensar en Los Tres Chiflados, lo primero que suele aparecer en la memoria es el corte de pelo de su principal protagonista.
Poco después de truncar su melena, Moe hizo lo mismo con los estudios: abandonó la escuela. Era un joven aplicado, pero lo que padecía con sus compañeros hizo que se alejara de ese mundo hostil para cederle el camino a su pasión por la actuación.
Su primer papel lo consiguió en 1912, en un circo al que llegó luego de conocer al comediante Ted Healy, con quien forjó una gran amistad. Sin embargo, ese primer paso duró poco y rápidamente cambió de rubro. Con la necesidad de ganar dinero, empezó a presentarse en distintos bares con Shemp Howard, su hermano mayor, como cantantes.
Moe nació el 19 de junio de 1897 en Bensonhurst, en una comunidad judía en las afueras de Brooklyn. En su cabeza siempre estuvo la idea de ser artista y ganarse la vida como tal. Los inicios no fueron sencillos, pero siempre persiguió su sueño. Luego de la experiencia como cantantes, con Shemp le dieron vida a su primera obra teatral, a la que llamaron Howard & Howard. Con esa pieza -de un humor desopilante- recorrieron gran parte de los Estados Unidos. El éxito fue inmediato.
Más tarde, a los hermanos Moe y Shemp se les unió su amigo Healy, con quien había trabajado por primera vez en la actuación, y Larry Fine. Juntos, en 1930 rodaron la película Sopa de nueces; ese fue el inicio de Moe en la pantalla grande. En 1934, el grupo se disolvió. Shemp, el mayor de los hermanos Howard, decidió hacer una carrera como solista y Healy hizo lo propio para cuidar de su mujer, que sufría de una grave enfermedad. Quedaron Moe y Larry. Y a ellos se les sumó Curly, el menor de los hermanos Howard. Firmaron contrato con Columbia Pictures. Así nacieron Los Tres Chiflados, comedia que creó Moe, y que a los productores les fascinó.
El público los adoptó de inmediato. Lograron un gran protagonismo y rápidamente se transformaron en los líderes del humor estadounidense. “A la clase trabajadora le gusta pensar que somos parte de ella. La clase media disfruta de nuestro trabajo porque piensa que es mejor que nosotros. Las pocas personas de la clase alta que se acercan, lo hacen para ver lo que sucede en el otro lado del mostrador. Por eso somos tan populares”, sostuvo Moe cuando le preguntaron por las claves del suceso.
En los años 60 la popularidad fue mundial. En varios países se podía ver la serie, sobre todo los primeros cortos que habían realizado, los que había escrito Moe (con la popularidad en aumento, dejó de escribir los guiones). Fue el momento de mayor exposición, pero también el más traumático. Al ver lo que estaban logrando, el actor intentó comprar los derechos de esos episodios, los que era de su puño y letra, pero Columbia nunca quiso negociar. Los réditos fueron impresionantes, pero gran parte de la ganancia fue a parar a la productora; él apenas vio un pequeño porcentaje, pese a haber sido el creador.
Detrás de los escenarios
En 1925 Moe conoció a Helen Schonberger, prima del famoso mago Harry Houdini. Fue amor a primera vista, y estuvieron juntos hasta su último día. Los medios locales, en aquel entonces, hacían hincapié en la historia de amor. Fruto de esa relación tuvieron dos hijos. En 1927 nació su primera hija, Joan, y en 1935 su hijo Paul. Joan fue la encargada de terminar el libro autobiográfico que había comenzado Moe y que no pudo finalizar debido a que su muerte llegó antes de lo que esperaba. Publicado post mortem, el ejemplar se llamó Moe Howard y Los Tres Chiflados.
En todo momento hablaba de la familia, de lo que significaba para él, pero su labor como actor le generaba un compromiso tan apasionado que muchas veces tenía diferencias con su esposa. En alguna oportunidad, Helen le pidió que no trabajara tanto, que pasara más tiempo en su hogar, compartiendo viajes y vacaciones, y él le hizo caso. Dejó la actuación, y con los ahorros se puso una inmobiliaria. Pero nada marcho como lo deseaba. Y a los tres años regresó a los escenarios.
Ya en la década del 70, una vez que Los Tres Chiflados se despidieron del aire -ya se empezaba a cuestionar el humor y, además, el elenco original estaba mermado-, Moe se retiró. Se instaló en su casa de California, Estados Unidos, y armó una especie de museo de los chiflados para que los fanáticos lo visitaran.
Murió a los 77 años, el 4 de mayo de 1975, cuatro meses después de la partida de Larry. Le habían encontrado un cáncer de pulmón –fumaba mucho- que rápidamente terminó con su vida. Sus admiradores lo lloraron y lo acompañaron hasta el cementerio Hillside Memorial Park, sitio en el que descansan sus restos.
Ocho años después de su fallecimiento le harían un gran reconocimiento. Todo lo que hizo para la actuación, sobre todo para el género humorístico, valió que colocaran una estrella en su honor en el Paseo de la Fama de Hollywood.
SEGUIR LEYENDO: