Nació en el barrio de Florida, en Buenos Aires, el 23 de mayo de 1994. Sin embargo, cuando tenía apenas un año de edad, Wolfgang Schroeder se fue a vivir a Alemania, el país de origen de sus padres: Manfredo y Mónica. Y recién regresó a la Argentina en la adolescencia, con la idea de aprender el idioma castellano y disfrutar de una nueva experiencia. No le resultó fácil afrontar el cambio. No obstante, con el tiempo se terminó encariñando con la cultura local. Y, tras una intensa carrera como modelo, se convirtió en una de las figuras que hoy se lucen junto a Guido Kaczka en Bienvenidos a Bordo, por ElTrece.
—¿Es verdad que tu nombre es en honor a Mozart?
—Así es: mi papá era fanático de su música. Él es un abogado internacionalista que maneja derecho argentino y alemán. Y por eso viajaba de un país al otro.
—¿Cómo fue tu infancia en Alemania?
—Vivía en una pequeña ciudad, cerca de Frankfurt, con mis padres y mis cuatro hermanos: Sonnhild, Günther, Stephan y Theo Walter. En mi casa hablaban en español de vez en cuando, pero yo no lo entendía porque no me interesaba tanto viviendo allá. Yo hablaba sólo alemán. Y la infancia fue bastante linda. La vida, comparada con la de acá, es muy diferente. Pero a mí me gustaba porque en el invierno tenía navidades con nieve, con mercados llenos de luces y árboles gigantes. Parecían sacadas de una película. Eran una maravilla.
—Decís que es muy distinta la vida allá, ¿cómo es la cultura alemana?
—El alemán es más frío, comparado con el argentino que es muy familiero. La vida cotidiana es como la de acá: la gente trabaja, estudia y todo eso. Pero la gran diferencia tiene que ver con el hecho de que allá son más estrictos con todo. ¿Cómo decirlo? Con las leyes, con la limpieza...Si dicen que algo es así, tiene que ser así.
—¿Son disciplinados?
—Exactamente.
—¿Y no tienen esa costumbre argentina de las juntadas?
—No, no es tan normal. Tenés que conocer a una persona muy bien para invitarla a tu casa. Pero no se dan las juntadas típicas de los argentinos, que se conocen en la calle y se van a tomar una cerveza. Allá no es tan así.
—¿Vos tenías tu grupo de amigos del colegio?
—Sí, claro. Tenía muchos compañeros con los que, hasta el día de hoy, trato de mantener el contacto. De hecho, sigo teniendo a mi mamá y a mis hermanos allá, así que sigo ligado a Alemania.
—¿Por qué volviste a la Argentina?
—Mi papá tenía que venir por trabajo y me ofreció que lo acompañara para aprender a hablar español. Y yo decidí aprovechar la oportunidad, así que a los trece años me vine con él. Después, mis padres se separaron y mi papá siguió viviendo acá.
—O sea que tu plan inicial era venir a aprender un idioma pero no radicarte en este país...
—Tal cual. Después me terminó gustando el lugar y me terminé quedando. Pero al principio me costó bastante adaptarme porque fue un gran cambio.
—¿Cómo fue ese shock?
—¡Muy chocante! Cuando bajé del avión y empecé a ver todas las calles grafiteadas y sucias, no lo podía creer. En Alemania está todo limpio e impecable. Todo es como tiene que ser. Y, cuando vi como eran las cosas acá, me sorprendió. Imaginate que allá, los colegios públicos están abiertos: uno si quiere se va. Pero, obviamente, ningún chico se va porque todos saben que tiene que estudiar. En cambio, acá, cierran las puertas con llave para que nadie pueda salir...Y todo eso fue muy raro para mí.
—¿A qué colegio fuiste?
—A uno de barrio, en la zona dónde vivo actualmente que es Villa Ballester.
—¿No pensaste en ir a un colegio alemán, dónde te pudiera resultar más fácil la transición?
—Sí, pero si hacía eso iba a terminar con mucho más acento alemán que el que tengo ahora. Así que por eso, con mi papá decidimos que iba a ser mejor que fuera a un colegio argentino y público.
—¿Y cómo hiciste para adaptarte? Porque encima llegaste en una edad difícil que es la entrada a la adolescencia...
—Al principio no entendía nada. Me sentía como en una isla solitaria. Yo venía de tener muchos amigos y, de repente, me hablaban y no sabía ni qué me estaban diciendo. Lo único que yo podía decir era “hola” y “chau”. Pero, a medida que fui aprendiendo el idioma, me fui soltando y pude integrarme a los chicos del colegio.
—Marcaste que la gente acá es mucho más demostrativa. ¿Cómo fue para vos cuando empezaron los besos y los abrazos?
—¡Fue muy extraño! Acá venían a saludarme con un beso y yo decía: “¿Me vas a tocar?”. Era raro. En Alemania te saludan de lejos o, quizá, te dan la mano. Pero que te vengan a dar un beso para saludarte es impensado. Y me costó acostumbrarme a eso también.
—¿Cuánto tiempo te llevó este proceso de adaptación?
—¡Uf! Bastante...Creo que fueron casi dos años.
—¿En algún momento pensaste en volverte a Alemania?
—Sí, el primer año fue muy duro. Y varias veces dije: “Hasta acá llegué, quiero volver”. Mi familia siempre me apoyó en cualquier decisión. Pero, finalmente, decidí quedarme.
—Seguramente debe haber habido algún amor juvenil que te incentivó a seguirlo intentado...
—Obvio, eso fue lo que pasó (se ríe).
—¿Qué sucedió cuando terminaste el colegio?
—Yo desde chico siempre quise viajar, que es lo que me encanta. Cuando terminé el secundario me puse a estudiar arquitectura. Pero, al año, un fotógrafo me ofreció hacer una producción, porque decía que mi perfil daba para presentarla en una agencia. Y así arranqué con el modelaje.
—¿Se dio de casualidad?
—Sí. A mí me parecía raro. Nunca me había visto como modelo. Y al principio me costó, como con todo, porque yo no sabía ni posar ni desfilar. Pero después me fue gustando, sobre todo, porque eso me permitió hacer muchos viajes.
—¿Qué lugares recorriste?
—Fui a Nueva York y París, estuve viviendo en Chile y Perú, pasé por Colombia, Brasil y Paraguay...Y unos cuantos países más.
—Y, a pesar de haber recorrido tantos sitios, ¿volviste a elegir la Argentina?
—Y sí, porque no hay nada más lindo que este país. Acá hay de todo: lindos paisajes, gente amable...Yo de chico me fui de mochilero por toda Europa. Y te puedo asegurar que en ningún lugar encontrás una cultura como la argentina. No hay un país dónde la gente sea tan alegre y tan amable. Es sólo comparable a la cultura brasilera.
—Vos formaste tu propia familia acá, ¿verdad?
—Sí: estoy en pareja con Sofía Serfas, que es artista y tatuadora. Llevamos como siete u ocho años juntos, con alguna pelea en el medio. Y tenemos un hijo de un año y nueve meses que se llama Alexander Liam.
—Sos un papá relativamente joven. ¿Cómo es tu relación con el niño?
—A mí me encanta ejercer el rol de padre. Ver a esa criatura tan chiquita que va empezando a caminar, después a hablar. y a la que vos tenés que mostrarle el mundo y enseñarle a vivir, es algo fantástico. Así que yo trato de colaborar mucho en su crianza y de darle todo lo que necesita.
—¿Cómo le cayó a tu pareja tu repentina popularidad?
—No le gustó para nada...(se ríe). Sobre todo, por los mensajes que me empezaron a llegar al Instagram. Pero, poco a poco, se fue adaptando a la situación. Habiendo confianza, todo se puede resolver. Y la verdad es que nosotros estamos muy bien juntos.
—¿De qué forma se dio tu llegada a Bienvenidos a Bordo?
—¡Surgió de la nada! Un día yo estaba entrenando en el gimnasio y me llamó Bautista Araneo. Nosotros habíamos trabajado juntos en el modelaje pero hacía un montón que no hablábamos. Me dice: “¿Me hacés la segunda para bailar en el programa de Guido?”. Y le respondí: “Bueno, dale. Yo no sé bailar, pero me animo”. Entonces me pidió que fuera ya para el estudio. Yo me pegué una ducha y salí para allá. Bailamos algo improvisado que gustó. Y, como le caí bien a la producción, me ofrecieron quedarme a trabajar con ellos.
—Tu rol es muy variado: un día tenés que sostener una bandeja, al otro hacés dominadas, después asistís al conductor o participás de un juego....
—Sí, es todo muy imprevisible y uno nunca sabe lo que puede pasar. Pero es muy divertido. A mí no me gustaba mucho la televisión. Sobre todo, porque no estaba acostumbrado a tener un horario fijo. Pero después le fui tomando cariño.
—¿Qué pasa con el tema de la exposición?
—Fue chocante, porque yo nunca me hubiera esperado que la gente me reconociera tan pronto en la calle. Pero enseguida empecé a disfrutarlo. Y la verdad que estoy agradecido de todo el público que me apoya.
—Después de este boom, ¿cuáles serían tus próximos desafíos laborales?
—Me gustaría seguir trabajando en televisión. Y el día de mañana, quizá, llegar a conducir algún programa.
—¿El heredero de Kaczka?
—Podría ser (se ríe). Y me gustaría seguir viajando, que es lo que más me gusta...
—Entonces el modelo es Marley: así podés combinar las dos cosas.
—¡Eso sería lo mejor!
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