Cantina de medianoche es una serie japonesa que cuenta la historia de una pequeña cantina en el barrio de Shinjuku en Tokio. Su dueño, cuyo nombre no sabemos, pero se lo conoce como el Maestro, abre este diminuto establecimiento con pocos lugares alrededor su la barra, entre la medianoche y las siete de la mañana. Un pequeño cartel en la puerta indica que es una casa de comidas.
Solo tiene un plato en la carta. Pero si alguien viene a pedir una comida en particular y el dueño tiene los ingredientes, le cocina ese plato. Y si el cliente trae los ingredientes también se los puede cocinar. Son todas recetas simples, aun cuando algunas sean exquisitas. Cada episodio gira en torno a una comida y por eso lleva su nombre. Pero esos platos son la excusa para contar una historia, el punto de partida.
La serie tiene 50 episodios. Los primeros 30, hechos exclusivamente para Japón, y los siguientes 20 realizados para Netflix. Por eso se la puede encontrar con dos nombres diferentes. Los primeros 30, los más simples, están bajo el título de Cantina de medianoche y los últimos 20 como Midnight Diner: Tokyo Stories. Es la misma serie, pero producida en dos momentos diferentes. Se nota una avance de calidad entre ambos períodos.
Cada uno de estos bellos episodios dura menos de 25 minutos incluyendo la melancólica secuencia de títulos y el cierre. Nada, ni esa presentación ni el cierre tienen desperdicio. A medida que uno se encariña con la serie no hay un solo segundo que uno quiera perderse. Su corta duración la convierte en un agradable momento diario que puede ser administrado en cincuenta cuotas inolvidables.
Los personajes que habitan esta cantina son noctámbulos, muchos de ellos solitarios, que van a la cantina buscando un sabor perdido, olvidado, que los lleve a un recuerdo del pasado, a un viejo amor o a los momentos felices de su infancia. La comida es la excusa, pero los platos están muy presentes. Algunos son sofisticados en su gusto, pero sencillos para hacer. Otro son los platos más simples del mundo. Como la misma serie, la comida nos dice que las cosas más sencillas a veces son las más importantes.
Hay historias cómicas, otras trágicas. Hay mucha melancolía y también una mirada comprensiva acerca de las personas. Finales felices y otros tristes. Capítulos de humor completamente absurdo y otros con dramas más oscuros. No se sabe que pasará hasta que un nuevo personaje entre a la cantina. Ese es uno de los encantos de la serie.
El cocinero y dueño, El maestro, es de pocas palabras. Una cicatriz que atraviesa su rostro desde la frente a la mejilla pasando encima de uno de sus ojos, lo que le agrega misterio e interés a su personaje. A veces opina, a veces solo observa. Es implacable si alguien no tiene un comportamiento adecuado. Su mundo es de reglas muy básicas, pero en silencio es capaz de romper esas reglas cuando la situación lo amerita.
Al protagonista lo acompaña un puñado de personajes secundarios habitués del lugar. Esto ofician como coro de la historia principal y suelen aportar también gran parte de la comedia. La serie posee un costumbrismo sencillo sin subrayados. Para quien no conozca la cultura japonesa la serie es casi una visita a Shinjuku, Tokio. Se aprende mucho sobre ese barrio en la serie, así como también de comida del país.
Cada plato es mostrado de manera tal que abre el apetito. Es casi imposible no desear comida japonesa al final de cada episodio. Algún consejo acerca de la receta es dicho al final del episodio, más algún comentario durante la trama. Se rompe la cuarta pared en el cierre de cada capítulo, donde los personajes miran a cámara, dicen algo sobre la receta y saludan. Es el cierre perfecto para una serie con la que es muy fácil sentirse familiar.
En esos espacios nocturnos y seres solitarios es fácil reconocer la tradición cultural de Japón y la serie no esconde una deuda con el mejor director japonés de la historia: Yasujiro Ozu, quien a lo largo de su incomparable filmografía supo retratar estas cantinas donde los japoneses van a liberar sus penas y entregarse a un pequeño momento de placer. De él también aparece la idea de que menos, es más, y que el minimalismo es una forma de pureza artística.
La presentación son imágenes de Shinjuku, Tokio. La bella y melancólica canción que se escucha, llamada Omoide, genera el clima para esa nocturnidad que vemos hasta que los títulos nos llevan hasta la puerta de la cantina. Escuchamos la voz del Maestro contando que cuando termina la jornada no todos vuelven a sus casas. Explica también como funciona su menú, lo que significa explicar como es la serie. Cualquier episodio en cualquier orden da lo mismo. Todos son únicos y cuentan una historia que abre y cierra en esos veinte minutos.
Cultura japonesa, comida, historias bellas y una mirada profundamente humana. Al durar menos de media la recomendación es ver un capítulo de esta serie al finalizar cada día. Como bien nos explica la voz en off con sus personajes. En lugar de ir directo a dormir estresados y angustiados por la vida cotidiana, pasar por esta serie es la mejor receta para terminar el día con otro clima. Cantina de medianoche / Midnight Diner: Tokyo Stories es una de las mejores series que van a encontrar en la actualidad.
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