Gustavo Garzón asegura que su hija, Tamara es “la evolución de la especie”. Al escucharlo, esta cronista tiende a pensar que solo se trata de otro papá orgulloso hablando con orgullo de su descendiente. Sin embargo, al entrevistar a Tamara hay que darle la razón. Su hija no solo es una gran conversadora, dueña de una simpatía innata, también ejerce ese tipo de humor ácido, corrosivo que distingue a los inteligentes y a esos seres que atravesaron huracanes y lejos de ser derribados salieron fortalecidos. Por eso, cuando se autodefine como “La Xuxa de los chicos con síndrome de Down” o asegura pícara que “nací once meses luego de mis hermanos. Qué ganas mi viejos de gar….” para terminar con un “para mí que querían un acompañante terapéutico gratis” frase que remata con una risa contagiosa y sanadora y sí hay que reconocer que es “la evolución de la especie”.
En diálogo con Teleshow, Tamara narra la relación natural y “de hermanos” que tiene con Juan y Mariano, sus hermanos con síndrome de Down. Los mellizos nacieron en 1987, once meses después llegó ella. “Siempre viví su condición con naturalidad, no desde el sufrimiento. Mis padres, toda la familia lo transitaba de la misma manera”. Sin embargo, recuerda que “desde el afuera” no todos lo percibían así. “Tenemos guardada la portada de una revista que tituló su nacimiento como ‘La tragedia de Alicia Zanca y Gustavo Garzón’”.
La familia no dramatizó el momento pero tampoco lo idealizó. En una entrevista para la revista Selecciones, Alicia Zanca admitía: “Al principio no fue fácil. Me preguntaba qué había pasado, no entendía demasiado. Sin embargo, a partir de ese momento de amor que me surgió sentí que todo podía volverse muy creativo y la verdad es que ellos me enseñaron lo que es el amor, creo que antes de ellos no lo sabía muy bien”.
Lejos de paralizarse, los mellis fueron estimulados desde el comienzo para poder desarrollar todo su potencial; jamás fueron ubicados en el lugar del “problema o la lástima”. Tamara recuerda dos anécdotas desopilantes. “Una vez mi vieja tenía que hacer un trámite corto y nos dejó un momento solos en el auto. Éramos chicos y los mellis jugaban bruto. Piña va, piña viene, uno me mete el dedo en la nariz y comienzo a sangrar. Un trapito ve todo, me ayuda a bajar la ventanilla y me pasa su franela para que me limpie. Cuando vuelve mi vieja, preguntó ¿estás bien? Y listo”. En verano los mellis disfrutaban la pileta de la casa. Alicia solía pedir con naturalidad “Fijate si se están ahogando”. Tamara se acercaba, los mellis la tiraban al agua y la terminaban ahogando. Cuando Alicia los llevaba al teatro solían esconderles cosas a los actores antes de que entraran a escena. “Eran terribles”, recuerda entre carcajadas y aclara que no era por su condición sino porque simplemente tenían la típica energía de varones y niños.
Aunque se puede pensar lo contrario, Tamara no vivió episodios de discriminación pero sí de cierta “ingenuidad en la mirada o de solemnidad”. “A veces hay mucha solemnidad o cierta pena por desconocimiento. Pero cuando conocés personas con esta condición comprobás que viven felices, alejados del que dirán, de los prejuicios”. Así fue como Juan y Mariano transitaron la despedida de su mamá de un modo mucho más liviano. “Por pedido de ellos, vamos una vez por mes al cementerio. Además de dejarle una flor, le cantan canciones, le mandan saludos de sus seres queridos y le cuentan todo lo que hicieron desde la última vez que fueron. Van con mucha alegría porque les hace muy bien. A mí eso me deja una enseñanza increíble. Es un contacto diferente con la muerte, sin lágrimas, sin melancolía. Ellos le hablan a Alicia como si estuviera presente”, relató hace un tiempo Garzón. Tamara vuelve a usar su humor para graficar esa situación de “pena” en la que algunas personas ubican a los mellis. “En el velorio de mi mamá todos me preguntaban cómo están los chicos, pero nadie cómo estaba yo. Ellos andaban re tranquis y yo destrozada, pero solo preguntaban por mis hermanos”, recuerda sin facturas pendientes para volver a rematar con humor “venían las visitas a casa y todos ayy qué lindos, los mellis. Claro ellos dos angelitos rubios y yo, la morochita”. Recuerda que de chicos, sus hermanos eran idénticos y sus papás solían confundirlos. “Me preguntaban a mí quién era Juan y quién Mariano porque jamás le erraba”.
Para Tamara no había nada especial en la situación de sus hermanos. “Para mí no era un ayyy van a la escuela especial. Era van al cole, hacen sus actividades, tienen sus amigos”. Sí, admite que como otros hermanos de chicos con discapacidad y en una situación que muestra muy bien la película Wonder protagonizada por Julia Roberts, “era muy responsable, trataba de no generarle problemas a mis viejos, era muy mamá de mis hermanos. Algunas situaciones me podrían haber achicado y no, al contrario. Era líder en la escuela. En el secundario me llevaba materias pero las daba sin problemas”.
En el 2012, la vida tenía preparado un nocaut para Tamara. Su mamá falleció luego de batallar contra un cáncer. Su hija la cuidó incondicionalmente durante dos años. “En ningún momento me dejó el mandato de ‘cuidá o hacete cargo de tus hermanos’. Nunca concibió que no pudiera estar en nuestro futuro”.
Antes de la despedida de su mamá, con apenas 22 años y sin sentirse heroína pero sí le hermana, Tamara le dijo a su papá que tendría a sus hermanos dos veces por semana. “Lo hice por ellos, pero también por mi viejo”. Es que si algo sabe por experiencia es que hay que cuidar a los que cuidan. “Vivimos a unas cuadras. En mi casa tienen su cuarto. Nos gusta cocinar juntos. Son ideales como ayudantes de cocina. Cortan las verduras con minuciosidad y como no los aburre la repetición les encanta hacerlo”, revela divertida, mientras uno se imagina a los tres hermanos como protagonistas de Masterchef. Con humor “manda al frente” a su papá. Es que Garzón aunque está deconstruido no deja de tener características de varón. “En la casa de mi viejo es puro calzoncillo. Cuando vienen me fijo que tengan bien lavado el pelo, las uñas cortas, detalles que a él se le pasan”.
Este trato natural con personas con alguna discapacidad abrió un camino inesperado. “Como actriz andaba con poco trabajo y mi papá me propuso dar clases en su escuela. Él ya ofrecía cursos para personas con capacidades diferentes. Yo no me quería enganchar pero me terminé enamorando. Hay gente que tiene que estudiar y aprender a vincularse, en mi caso no fue así. Se vincula mucho desde lo emocional, y yo soy pura emoción”.
A Tamara las obras de Shakespeare la aburrían y decidió que su propuesta sería de números musicales. Canciones, coreografías, shows. Empezó como algo pequeño pero fue un boom. De unos pocos alumnos pasó a tener más de 70. “Por mis hermanos conozco lo que les gusta. Con mis alumnos tenemos un enganche mutuo. No siento pena, los amo. La paso bien con ellos y ellos conmigo. Hay algo mágico que sucede”.
Así en medio de la pandemia surgió su propuesta de “boliche”. ¿De qué se trata? Un zoom de baile y fiesta. “Quería ayudar a pasar el encierro. Liberar a los padres un rato y sacar a los chicos de un sedentarismo peligroso”. Durante dos horas se arma “bailongo”. Los participantes se visten para la ocasión, bailan, cantan, se mueven al ritmo de las consignas que les da Tamara. La histriónica hija de Garzón logra lo que cualquier docente consideraría un verdadero “milagro”. No hay alumnos con cámaras apagadas. “Las contras del zoom las transformamos en beneficios. Disfrutan de esconderse, de mostrar sus manos. Aprenden coreografías. Bailamos fuerte.” Al principio, algún familiar cauteloso se quedaba mirando, pero Tamara le ordenaba “andá a descansar un rato, paveá, hacé el amor, tu hijo está bien”. Y sí, los hijos estaban bien. “Soy una especie de Xuxa de los chicos con síndrome de Down”, lanza una frase políticamente incorrecta pero maravillosamente cierta. Es que a diferencia de la experiencia de otros docentes y familias, que sienten que es “Zoom, paredón y después” Tamara ofrece alegría compartida.
Además del baile, se animó a explorar otra faceta. “Por mis hermanos me daba cuenta que a veces las únicas propuestas son de rehabilitaciones terapéuticas. Faltaban propuestas artísticas”. Por eso levantó la vara y además respeta subjetividades. Descubrió que una de sus alumnas posee una memoria prodigiosa y Shakespeare dejó de ser aburrido. “Vimos Hamlet y recita monólogos enteros”. Otro de sus alumnos es fanático de los chimentos así que armaron el programa “Chimentos de juventud” y con otros un taller de escritura. A su experiencia familiar, le sumó conocimiento. Además de estudiar Artes combinadas, se recibió de acompañante terapéutica.
Al ver lo que se genera en sus clases pensó ‘esto la gente lo tiene que ver’”, así surgió “Todo joya”, un programa maravilloso que anda buscando que alguien se anime a llevarlo al aire. “Todos los ciclos de discapacidad son de profesionales hablando de discapacidad y de cómo integrarlos. Mi propuesta es un programa hecho por ellos y no para hablar de ellos”, cuenta con un entusiasmo que contagia. “Sería darle a la tele algo que no tiene. Ayudaría a dejar de sentir pena y mostraría cuánto evolucionamos como sociedad. Siempre se los piensa desde el lado de la dificultad y no desde lo que pueden hacer. ¿Por qué hay que dar sentado lo que no sale? Si son lentos, que lo sean”.
Enamoradísima de Gustavo Pardi, también actor, hoy pone toda la energía para que su programa encuentre espacio y consolidar su proyecto de familia.
“Mis hermanos, todas las personas con discapacidad que trato me enseñaron la desfachatez, el andar por la vida sin prejuicios. Ellos no juzgan. Te aceptan como sos. Puedo ser avasallante y a alguna persona común quizá le molesta. Ellos en cambio aceptan a todos. No condenan a nadie. Disfrutan”.
Tamara asegura desde el que sabe y no desde los libros, que con ellos aprendió a no condenar. “Cuando se me cruza alguna persona con actitudes complejas no pienso ‘es malo’, ‘es un jodido’. Lo veo como un ser con una discapacidad, con una carencia”.
Bajo ciertos criterios de “normalidad” más de uno pensaría que Tamara tuvo una vida difícil y sin embargo, cinco minutos de charla con ella ayudan más que la lectura de 45 manuales de autoayuda. “Agradezco a la vida que me puso en situaciones complejas. Hoy transito todo más liviana”, dice. En esta nota no dio la fórmula para lograrlo.
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