“Desde que soy niña hasta hace poco, yo engordaba entre seis y diez kilos por año. Vivía haciendo dietas, pero luego entendí –con ayuda de médicos– que tenían un efecto rebote. Bajaba diez kilos y engordaba veinte. Más restrictiva era la dieta, más subía”, relata Mar Tarrés en los camarines de los estudios Baires, donde participa de La Academia, la competencia que ShowMatch inauguró este año. “Aprendí a hacer actividad física no para bajar el locro del 25 de Mayo, sino para mantener una vida saludable, porque lo necesita mi mente, mi alma y mi cuerpo”, apunta la activista e influencer que creció entre Córdoba y Salta, donde todavía tiene a buena parte de su familia.
“En mi casa no se compraba azúcar, golosinas… Todas las bebidas eran dietéticas. La leche siempre descremada. Es que yo era una beba obesa. Entonces mi mamá se obsesionó por miedo a que yo fuera como mi papá, que era obeso mórbido. Me prohibió todo. Y pasé mi adolescencia sin comer en público, aunque lo deseaba. Iba al recreo con una fruta y la de al lado tenía un pebete y la otra, un alfajor. Yo me moría por una golosina. Entonces me escondía para comer. Mi vergüenza principal era que no me vean comiendo”, recuerda Mar Tarrés que ya cumplió 34 años y tiene una cuenta de Instagram con más de un millón de seguidores.
“Hoy me mandan canje de hamburguesas y sushi y me saco fotos comiendo feliz. No lo hago todos los días. Pero tengo mi derecho a una vez por semana comerme lo que quiera. De hecho, hoy tomé al desayuno un café con una tostada de pan integral y mi almuerzo fue una milanesa de soja con puré de zapallo, que era el menú que hoy nos ofrecían acá. Es decir, no me quedo con ganas de un permitido. Claro que cuando me saco las ganas, lo hago siendo consciente. Eso es muy importante. Yo he sido gorda de atracones, porque vivía a dieta. Estaba acostumbrada a que no me cuenten para comer, porque nunca comía lo mismo que el resto”, apunta Mar minutos antes de ponerse en la piel de Thalía para salir a escena en la pista de baile televisado más icónica de la Argentina.
—Mirá por todo lo que pasaste y mirá dónde estás ahora…
—Porque cualquier persona puede hacer esto. Hay que animarse y ser caradura. No te tiene que importar la crítica, porque es cruel y muy dura. Por ahí diste lo mejor de vos y al jurado no le gustó o al público no le llegó… Nunca es suficiente. Tenés que estar muy firme e ir que ir por tu sueño.
—¿Cómo lograste aprender a plantarte así?
—No fue de un día para el otro. Son años de trabajar la frustración. De aprender que de la frustración se aprende. No hay que tenerle miedo. ¿Te vas a quedar en el lugar en tu zona de confort y no vas a hacer nada? Es una construcción de años.
—¿Hiciste terapia para lograrla?
—No… En realidad, mi liberación empieza a mis 18 años, cuando muere mi papá, que pesaba 350 kilos. Luchó mucho contra eso. Se murió derrotado por la enfermedad, pero sin bajar los brazos. Hay un error de concepto: que el gordo es gordo porque no se cuida. Y no sabés todo lo que hay detrás de esa persona gorda. Todos los tratamientos que lleva hechos. Es una enfermedad que muchas veces te termina ganando, como a mi papá… Suena inexplicable que alguien llegue a pesar tanto. Por eso tras su muerte yo empecé mi construcción y mi activismo en body positive. Al principio era una locura pensar que podía existir un colectivo de gente gorda.
—Y no es un activismo que tenga que ver con comer todo lo que uno quiera, que total no pasa nada y no cuidarse…
—¡No! La gente que ve al pasar una foto mía en ropa interior o malla, automáticamente sale a decir “esta gorda quiere q la aceptemos así” o “con este mensaje en malla le está diciendo a la gente que está bien ser así de gorda”. Cuando en realidad, yo con mi cuerpo solo estoy mostrando que me acepto. Esto es lo que soy y hoy me voy amar sin importar si mañana puedo cambiar mi realidad o no. No tengo porque esconderme, no soy un monstruo, ni un extraterrestre. Toda mi vida fui al gimnasio y nunca vi gente gorda. Les da vergüenza mostrarse, porque entre otras cosas nos cuesta comprar ropa deportiva en talle grande. Y yo siempre hice deporte. Jugué al tenis muchos años. Me gusta moverme. Soy geminiana: muy lúdica. Necesito competir, aunque pierda.
—¿Tenés más hermanos con la genética de tu papá?
—No. Tengo una hermana más chica por parte de papá que es adoptada, así que no tiene ese problema. Aunque es gorda también. Tengo otra hermana mayor que heredó el metabolismo de mi mamá, que es súper flaca. Por eso llevo años estudiando mi metabolismo. Me pregunté muchas veces porqué si hice tantas dietas en mi vida no soy flaca. He gastado miles de pesos en bajar de peso. Si juntara toda la plata que invertí en nutricionistas, tratamientos estéticos y todo lo que no te cubre el Estado, hoy tendría una mansión en el Tigre. Me llevó años entender porqué tengo esta tendencia a engordar.
—¿Por dónde más pasa el aprendizaje?
—Hace seis años que me mantengo en el mismo peso. Eso para mi es lo más desafiante. Porque la gente critica mi cuerpo, pero yo me cuido muchísimo. ¡No se dan una idea de cuánto me cuido! De lo pendiente que estoy de mi salud, no de mi parte estética. Me gusta como soy: mis rollos y mi celulitis. Pero me cuido muchísimo para no engordar. Unos médicos me hablaron de un nuevo enfoque a nivel mundial que se llama “Salud en todas las tallas”. Te rompe la cabeza. A mi como gorda me la rompió. Dice que el significado de obeso –”persona que come para engordar”– no existe, porque nadie en su sano juicio quiere ser gordo en una sociedad donde ser flaco es un privilegio y un halago.
—¿Cómo te cuidás en lo concreto con la alimentación?
—Aprendí a hacer una alimentación intuitiva. A comer lo que mi cuerpo necesita y no estar en guerra con la comida. Tengo un cuerpo muy saludable. Me hago chequeos cada tres meses porque tuve una enfermedad hematológica muy grande, tromboembolia pulmonar. Y a esta altura, con todo lo que pasé, ya no acepto que me digan que no puedo entrar a la televisión por gorda. ¡Mirá dónde estoy!
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