El 24 de mayo murió un cantante que vendió millones de discos. Varias décadas atrás su voz se escuchó en cada rincón del planeta. La radio pasaba los temas en los que él cantaba todo el tiempo. John Davis tenía 66 años y fue otra de las millones de víctimas del COVID-19. La noticia no ocupó las tapas de los diarios. Fue apenas un apéndice, una nota de esas que no encabezan los rankings de los portales. Hasta a varios les costó encontrar una foto de él para ilustrar la breve necrológica.
Su hija comunicó la muerte de John por redes sociales. “Él hizo feliz a mucha gente. Con su risa, con su espíritu alegre, con su amor pero muy especialmente con su música. Por favor démosle un último aplauso”, escribió Jasmin Davis.
¿Cómo alguien que puso la voz en un disco que vendió más de 10 millones de copias, que tuvo tres número 1 en los charts y que hasta ganó un Grammy, puede ser un ilustre desconocido para el gran público? Si en la literatura la figura del ghost writer es habitual, haciendo un analogía podemos afirmar que John Davis fue el ghost singer, el cantante fantasma más famoso de la historia, aunque cueste reconocer su cara, aunque no se retenga su nombre. John Davis fue uno de los cantantes en las sombras de Milli Vanilli, el dúo que protagonizó el mayor engaño de la historia de la industria discográfica moderna.
Davis había nacido en South Carolina pero a principios de los años 80 se instaló en Alemania. Allí se ganaba la vida con su voz. Era cantante en fiestas privadas, boliches y hasta realizó algunas grabaciones profesionales como corista. Era un típico cantante soul de voz aterciopelada pero potente.
Luego del escándalo de Milli Vanilli participó de las demás reencarnaciones poco exitosas del grupo. Cuando las olas de la fama y del escándalo pasaron, Davis continuó su vida en Alemania. En los últimos años hizo música para producciones audiovisuales y daba conciertos por toda Europa cantando viejos éxitos de música negra entre los que incluía, por supuesto, algunas canciones del dúo.
La de Milli Vanilli es la historia de una caída, anunciada pero dolorosa; una historia repleta de cinismo, de crueldad e hipocresía. Pasó de gran éxito a convertirse en sinónimo de fraude. Quedó señalado como el mayor engaño de la industria discográfica moderna. Cuando el castillo de naipes se desmoronó, los artistas -los que habían puesto la cara y los que habían puesto la voz, que ya queda claro que eran diferentes- quedaron solos. Los que antes habían glorificado al dúo pop crucificaron a sus integrantes. El resto siguió en el negocio.
Faltaba poco para el verano de 1987 cuando Frank Farian escuchó en una discoteca alemana un tema que le gustó. Era de un desconocido grupo de Baltimore: Numarx. El tema se llamaba “Girl you know it´s true”. Farian conocía el mundo de la música. Había alcanzado el éxito durante los 70 con un grupo que él había diseñado, Boney M. Una conjunción de dos cantantes negras, una hermosa modelo y un cantante principal, seductor e histriónico: Bobby Farrell. El inconveniente era que Farrell no cantaba. Poseía encanto y gran dominio escénico pero una pésima voz. Farian lo resolvió con relativa sencillez. Él grabo la voz principal en el estudio y en las presentaciones Bobby Farrell sólo debía bailar, seducir y mover los labios en sincronía con la cinta grabada. Eran los tiempos de la música disco y todo el mundo buscaba bailar y divertirse. Nadie pretendía autenticidad. Boney M fue un gran éxito, en especial en Europa. Su final llegó cuando Farrell exigió cantar, dejar de ser una especie de mimo con peinado afro. Farian se negó y el grupo se disolvió al tiempo que la músico disco recibía todo el escarnio posible.
Frank Farian buscaba otro éxito internacional. Hacía casi una década que Boney M había quedado atrás. Creyó ver en esa canción una buena oportunidad. Y aplicó la fórmula que conocía y que ya le había resultado. Una buena canción, una producción atractiva, un sonido actual, buenas voces y una imagen escénica fuerte, con algo de exotismo y novedosa. La canción ya la había encontrado, la producción la ponía él. Farian descubrió en Alemania dos grandes cantantes norteamericanos. Uno de ellos era John Davis. Tenían excelentes voces pero rozaban los 40 años y su imagen no enloquecería a ninguna adolescente. Sólo le faltaban los jóvenes bailarines que sedujeran al público que consumía esa música. “No teníamos casi ni para comer y queríamos triunfar. Queríamos ser estrellas. De pronto, vino un tipo y nos dio una oportunidad. La agarramos”, contó Rob Pilatus unos años después, cuando los periodistas los buscaban como curiosidad, cuando ya no aparecían en las tapas de las revistas, cuando se habían convertido en una nota al pie, o en los personajes ideales para llenar las páginas de la sección “¿Qué es de la vida de...?”.
Así fue que Frank Farian les propuso a Rob Pilatus y a Fab Morvan sumarse a su grupo, ser la cara visible. Aprovechar la belleza física y las habilidades en la danza de estos dos chicos negros que se trataban de ganar la vida en la noche de Munich. En este punto las versiones difieren levemente. Algunos dicen que el productor ya tenía grabada la pista de “Girl you know it´s true” cuando los convocó; mientras que otros sostienen que intentó utilizar las voces de Morvan y Pilatus, pero no lo convencieron.
El tema se disparó y llegó al tope del ranking en tres países europeos. La sede central de la discográfica se enteró del suceso y quiso lanzar el álbum en Estados Unidos. Arista, dirigida por Clive Davis, exigió nuevos temas y logré meter varios de su equipo estable de compositores.
En Estados Unidos, Milli Vanilli, esos dos chicos negros con ropas estrambóticas, largas rastas y pasos de baile enérgicos y sensuales, se convirtió en un éxito inmediato. Uno tras otro sus temas, apoyados en videos que se centraban en la imagen de Pilatus y Morvan, llegaron a lo más alto del ranking. La música era una mezcla prefabricada y efectista de soul, rap y tecno. La Rolling Stone eligió a Milli Vanilli como el peor grupo del año. Pero más allá de que alguna otra revista especializada los acompañó en la denostación, se trató de una excepción. El dúo se convirtió en un fenómeno.
En las entrevistas, ambos mostraban que su uso del inglés era muy limitado. Su pronunciación era forzada, metálica y deficiente. Pero nadie pareció darse cuenta que en sus temas rapeaban con una fluidez envidiable. Era imposible que esos chicos a los que les costaba darse a entender en una charla luego rapearan con tanta facilidad en sus canciones, ni siquiera si lo hubieran aprendido por fonética. En vivo sus interpretaciones eran de una enorme precisión; en las partes instrumentales (o maquinales: casi todo eran máquinas de ritmos) metían interjecciones, gritos o breves arengas al público.
En medio del éxito arrollador, una noche de 1989 en Connecticut todo parecía tambalear por una falla técnica. “Girl you know it´s true, you know it´s true, you know it´s true, you know it´s true, you know it´s true...”. Y así se repitió 14 veces más. Con cada repetición, la incomodidad cada vez era mayor. Atrás todo seguía como siempre, como si no estuviera sucediendo lo que todos estaban escuchando y viendo. Los músicos hacían que tocaban, las coristas que cantaban una y otra vez la misma frase. Al fin y al cabo, cada uno de los que estaba sobre el escenario había sido elegido no por sus habilidades musicales, sino por su capacidad para la simulación. Las 18 mil personas del público viraban de la sorpresa a la indignación, de la carcajada a la vergüenza ajena. Uno de los integrantes del dúo, Rob Pilatus, no aguantó más, dio la espalda al público y salió corriendo hacia los camarines. La cinta se había trabado y parecía que su gran secreto sería revelado. Pero nada pasó. Es más: ese recital continuó. Alguien, pasados unos minutos, convenció a Pilatus de regresar a escena. Milli Vanilli siguió actuando (ahora sabemos que esa era la palabra precisa) y el público bailando y gritando.
Milli Vanilli siguió vendiendo millones de discos.
Retrospectivamente, se le da gran importancia a la noche de los Grammy. Como si ese fuera el mojón que develó el engaño, como si a partir de esa noche la trampa hubiera quedado al descubierto. Nada de eso sucedió. El escándalo llegó nueve meses después. Y las entrevistas en un inglés balbuceado, el playback fallido en Connecticut y hasta una denuncia de que Rob y Fab no eran los cantantes sucedieron antes de los Grammy. A la Academia no pareció importarle que todo indicaba que se trataba de un producto de diseño con el único fin de vender. El agravante es que los otros candidatos a artistas revelación ese año eran Soul to Soul, Neneh Cherry y las Indigo Girls.
La noche de la premiación Rob y Fab subieron felices al escenario a recibir sus gramófonos dorados. El agradecimiento fue extraño y se resignifica a la luz de los eventos posteriores: “Hay un montón de artistas en esta sala y hay, también, un montón de artistas afuera que podrían haber obtenido este premio hoy al igual que nosotros”, dijo Morvan desde el estrado.
A fines de 1989, un par de meses antes de los Grammy, y mientras Milli Vanilli era el grupo del momento, Charles Shaw realizó una denuncia: él era la voz que rapeaba en las grabaciones. Shaw veía cómo su voz estaba en un producto que vendía por decenas de millones de dólares y a él no le tocaba ni un centavo y no obtenía ni siquiera reconocimiento artístico. Sólo había cobrado 6 mil dólares por poner su voz en el tema. Urdió un plan. Grabó un disco y salió a hablar en los medios. Supuso que los ecos del escándalo lo harían conocido y le asegurarían la venta de una cantidad digna de unidades y hasta podría conseguir algunos shows. Farian se movió con velocidad. Llegó a un acuerdo y le pagó 150 mil dólares por su silencio. En realidad, el arreglo incluía que Shaw hablara con los medios y dijera que sólo se había tratado de una broma, de una táctica para intentar vender su disco. que a quién se le podría ocurrir que esos dos chicos tan simpáticos y atractivos no cantaran sus canciones.
En noviembre de 1990 todo explotó. La discográfica clamaba por un segundo disco. Mientras Farian buscaba temas, Rob y Fab se plantaron. Exigieron cantar en las grabaciones, que fuera su voz la que apareciera en sus temas. Ninguno de los dos cantaba mal; grabaciones posteriores lo demostraron. Podrían haber tenido su posibilidad. Farian ni siquiera los escuchó. Les dijo que ellos tenían un acuerdo y que lo debían respetar. Los integrantes del dúo siguieron presionando. Farian creyó que dar a conocer la verdad en una conferencia de prensa sería el fin de los problemas para él. Se equivocó. Apeló a los ejemplos anteriores de los Monkees y de Village People (“¿Alguien alguno vez creyó que ellos eran los que cantaban?”). Y creyó que explicitando su fórmula se mantendría a salvo. “No veo el problema. Dos graban las voces mientras que otros dos dan la cara y bailan. Todo el mundo lo hace de alguna manera. ¿O ustedes piensan que Janet Jackson y Madonna con esas complejas coreografías cantan todo el tiempo sobre el escenario?” intentó justificar Frank Farian.
A Farian lo traicionó la soberbia, el éxito lo cegó. Él que era un especialista en entender el mercado, que se había ganado un lugar gracias a su astucia y a la capacidad para reconocer los resquicios por dónde meterse, no comprendió la situación. Creyó -se convenció- de que él había sido el único responsable del suceso mundial, y que develando el (vergonzante) secreto sólo heriría de muerte a sus dos supuestos cantantes. Parte de ese grave error de cálculo se lo podemos atribuir también a que Farian creía que Rob y Fab sólo eran dos monigotes. Y no se dejaría presionar ni extorsionar por ellos.
Él estaba convencido de que las voces originales de Brad Howell y John Davis y sus canciones podrían repetir el boom del primer disco. Creyó que el público reaccionaría como el personaje de Mia Farrow en La Rosa Púrpura del Cairo que decía: “Conocí a un hombre maravilloso. Es un personaje de ficción. Bueno no se puede pretender tener todo en la vida”. Inexplicablemente Farian no supo ver que el tsunami mediático, popular y judicial arrasaría con todo lo que se pusiera en su camino.
Pilatus y Morvan también brindaron su conferencia. Dijeron que habían recibido un adelanto de 20 mil dólares y que cuando exigieron cantar les pidieron que los devuelvan, pero ellos ya no tenían el dinero. Que a partir de ese momento quedaron atrapados, que fueron una especie de rehenes de Farian. Aseguraron que de mostrarían a todo el mundo que ellos eran capaces de cantar. Y se pusieron a cantar y a rapear delante de los cientos de periodistas. Sólo pedían una nueva oportunidad. Una oportunidad que nunca más tuvieron.
La Academia de Música revocó por primera vez en su historia una distinción y exigió que devolvieran su premio Grammy. El problema está en cómo llegaron a premiarlos.
Arista y Clive Davis no se hicieron responsables. Dijeron que a ellos les llegó desde Europa el disco terminado y que nada sabían del engaño y de quiénes eran las voces reales. Una explicación inverosímil. Arista debió enfrentar demandas colectivas de consumidores que habían comprado el disco o que habían concurrido a sus conciertos. El primer arreglo le otorgaba a cada comprador del disco 4 dólares. Pero esos escasos dólares eran un crédito para comprar algún álbum de otro artista de la discográfica. Luego, se decidió que se debía devolver el dinero gastados en los discos y en los recitales.
Pilatus y Morgan intentaron continuar. Crearon el dúo Rob y Fab pero su CD vendió sólo 2 mil copias. Farian también quiso seguir adelante. Formó The Real Milli Vanilli con Davis y Howell, los cantantes originales, con aquellos que habían puesto la voz en el estudio pero nadie estuvo interesado en ese producto. El hechizo se había roto.
Pilatus y Morgan protagonizaron el comercial de chicles Carefree. Se burlaban de ellos mismos. Hacían un playback fallido de una ópera. Ese fue el mayor provecho que lograron sacar después de la caída.
Luego del escarnio y del derrumbe, Rob y Fab en el reparto de bienes sólo se quedaron con lo peor. El descrédito, las adicciones y la nostalgia por la fama y sus comodidades. Era lógico que ellos resultaran los más perjudicados: desde el principio de la historia resultaron los más desguarnecidos. Aquellos que no tenían (demasiado) poder de decisión, que no participaban de las ganancias, los que de más abajo empezaban, las caras visibles.
Rob Pilatus entró en un tobogán que parecía eterno. Todo fue descenso para él. La resaca del éxito suele ser larga y dura. Él nunca se pudo reponer. Varios intentos de suicidio, diez ingresos a rehabilitación. Hasta que en 1998 apareció muerto por causa de una sobredosis en una habitación de hotel. Tenía apenas 32 años.
Un estertor de esta historia se dio unos años atrás cuando, Morgan, el sobreviviente del dúo, se junto con Charles Shaw, el de la voz original y conformaron Face meets voice (la cara se encuentra con la voz). Un nuevo (y previsible) fracaso.
Tantos intentos, tantos fracasos, esa obstinación por perseguir la fama llegan a conmover. Pero lo que tuvieron fue efímero y ya no volvería.
¿Tenía el público motivo para quejarse? No parecía. El disco era el disco. Los temas eran los que la gente había escuchado en la radio y se quería llevar a su casa. En los créditos Rob y Fab figuraban como los cantantes, es cierto. Pero las canciones eran las mismas. En cuanto a los shows vale recordar que Milli Vanilli integraban un elenco de varios números que conformaban un tour auspiciado por MTV -Club MTV- cuya artista principal era Paula Abdul. Milli Vanilli se presentaba antes que ella, era el semifondo. Abdul reconoció en varias oportunidades que en muchas partes de su show recurría al playback por la exigencia física de las coreografías. Algo que casi todos los grandes artistas han hecho de los noventa hacia acá.
Respecto a las grabaciones, el autotune, ese dispositivo que afina a cualquiera aún si canta como un perro, es el instrumento más utilizado en la música moderna.
Black Box, Technotronic y C&C Music Factory fueron otros grupos que debieron claudicar por utilizar el mismo método: quienes daban la cara no eran quienes cantaban, una costumbre de principios de los noventa en la industria.
Rob Pilatus y Fab Morvan no cantaban tan mal como para que la magia del estudio no pudiera hacer de ellos unos cantantes dignos. El resto, evidentemente, lo hacían bien. Bailaban, tenían presencia escénica, manejaban al público, actuaban bien: lograron mantener esta mascarada a base de encanto y playback durante más de un año bajo los focos. Pero no bastó. Su carrera terminó cuando se develó el engaño. La reacción fue aluvional, sobreactuada. Se convirtieron en la escoria de la industria. Ataques de una enorme virulencia cayeron sobre ellos. El único antecedente conocido fue cuando a fines de los setenta Estados Unidos se hartó de la músico Disco y se desató la histeria del Disco sucks (La música disco apesta o algo así).
Cuando le preguntaron a Billy Joel sobre el caso Milli Vanilli, dijo sin alterarse: “Los crucificaron por no cantar en sus conciertos. Pero casi todos conocían su música por los videos y en los videos nadie canta (y en los conciertos muchos tampoco lo hacen). Murieron por nuestros pecados”.
Las reacciones que ocasionó la revelación de que los dos jóvenes no eran los que cantaban fueron desmesuradas. ¿Quién podía buscar autenticidad en Milli Vanilli? ¿Nadie había escuchado esas canciones? Al fin y al cabo, pareció como si nadie hubiera entendido de qué se trataba. No era la vida real. Sólo se trataba de entretenimiento, del mundo del espectáculo.
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