Las noches eran placenteras para Meneka desde que se había mudado a la Riviera Maya mexicana seis años atrás, acompañada por su hija. Ahora ya podía dormir tranquila, con la brisa cálida del mar que se colaba por su ventana como la luz que llegaba del departamento vecino, abrigándola. Porque las dos habían decidido compartir el edificio en Playa del Carmen y que sus departamentos estuvieran enfrentados. Querían verse, sentirse cerca; saberse allí, a pocos metros.
La salud de Meneka -conservaba en la cotidianidad el nombre artístico de su añorada época de bailarina en Sevilla, con la prestigiosa familia Pericet- se había hecho endeble en el último tiempo, y el clima del Caribe podría ayudarla. Por eso la mudanza en sintonía de estas dos almas gitanas, que ya habían vivido en España, Argentina y los Estados Unidos. En México buscaban la pronta recuperación de una y, a su vez, la continuidad laboral de la otra en el anonimato de la industria turística, bien lejos de los estudios televisivos de Buenos Aires. Y así, conectadas por dos ventanas, viéndose y sintiéndose cerca, sabiéndose cuidadas, madre e hija eran felices.
Cierta noche de mayo de 2020 esta mujer de 80 años notó que lo que era una clásica señal de alivio, de que todo transitaba con la parsimonia de siempre, con el correr de los minutos, de las horas, iba mutando en preocupación: la luz de la habitación de su hija, la cantante Natacha Durán, permanecía encendida más tiempo de lo habitual. No tenía por qué ser así. Algo no marchaba bien.
La llamó; no obtuvo respuesta. Ahora la señal era de alarma. Meneka insistió; al otro lado, el silencio. Y la oscuridad iluminada en ese departamento, al que decidió ingresar luego de tantos intentos en vano por comunicarse con Natacha. Tras abrir la puerta, no debió hacer demasiados pasos: encontró a su hija sin vida en el piso del baño.
Unas horas antes Natacha se había comunicado por última vez con sus amigos de la Argentina. Muy creyentes, tenían una costumbre que los mantenía conectados a través de la fe: solían rezar juntos, a la distancia, cada uno desde su casa. Por aquel entonces la pandemia del coronavirus era todavía una noticia reciente: en esos días de mayo Durán debía encontrarse de visita en Capital Federal, pero el cierre de las fronteras había frustado su viaje. Y debió permanecer en Playa del Carmen. Quedó varada en la ciudad que había elegido como su nuevo refugio.
Natacha era española y artista, como su mamá. También nómade, al igual que ella: antes que pertenecer a un lugar, pertenecía a los personas que amaba, y que la amaban. Era una “busca”, como la definían sus amigos, que no perseguía sueños de fama ni popularidad: su paso por la televisión y el teatro porteños no era más que otra salida laboral.
Cantante y actriz, a fines de los 90 y principios del 2000 brilló sobre los escenarios de la mano de grandes referentes del espectáculo como Gerardo Sofovich y Enrique Pinti. Hizo temporadas teatrales en Villa Carlos Paz con Mariana de Melo y Marixa Balli. Tuvo un paso por La Peluquería de Don Mateo, en la versión protagonizada por Miguel Ángel Rodríguez,. Y por Rompeportones, el recordado ciclo de Emilio Disi y Miguel Del Sel cuya realización -en este logrado presente de reivindicaciones feministas- ahora resultaría imposible.
Más tarde se probó como conductora, destacándose en la extinta señal El Garage TV. Y fue una de las secretarias de Leo Montero en 100% Lucha, adonde se toparía con el amor: estuvo de novia de la gran estrella, Vicente Viloni. También hacía espectáculos privados: no podía dejar de interpretar “Aprende a volar”, de Patricia Sosa, una de sus canciones favoritas. El transcurso de los años la fue alejando del medio. Y decidió probar suerte en Miami.
Al desembarcar en Playa del Carmen se desempeñó como mesera. Pronto empezó a cantar en shows privados y distintos eventos organizados por el Instituto Municipal de la Cultura y las Artes de Solidaridad de la ciudad. “Un artista nunca se muere de hambre en ninguna parte del mundo”, les explicaba a sus amigos. Llevaba una vida apacible que de golpe se encontró de frente con la incertidumbre del coronavirus. Una leve arritmia, que trataba con medicamentos, trazó una hipótesis enseguida descartada: los medios locales especularon con que había fallecido por una complicación en un presunto cuadro de COVID-19. Nada de eso.
Natacha Durán tenía una costumbre: agobiada por el calor del Caribe (en la Riviera Maya la temperatura promedio a lo largo de todo el año se ubica entre los 25 y los 30 grados), se daba un baño antes de irse a dormir. Y allí, tendida en el piso, fue donde la encontró su madre. Resbaló al ingresar a la bañera, y un golpe en la cabeza provocó su muerte, tan absurda como dolorosa. Era la madrugada del 18 de mayo del 2020. En tiempos de información instantánea, la noticia recién llegaría a la Argentina un día después, el martes 20.
Ese día, Shiva -un actor drag queen que era muy cercano a Durán- hablaba con Teleshow, todavía sin poder superar la conmoción; dejar atrás la tristeza, demoraría mucho más. “Cuando pude comunicarme con Meneka me contó que Natacha siempre le decía que iba a morir joven... No le explicaba nada más. Solo le decía que tenía esa intuición”.
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