En los camarines de la TV Pública, Catalina de Elía se estaba peinando cuando algo le llamó la atención de la rutina de esa tarde. “Altavoz ganó como mejor programa de televisión en el Festival Internacional de Cine de Nueva York”, leyó de arranque en el papel que informaba el plan de trabajo para el envío que empezaba en unas horas. Entre risas y confusión, llamó a Len Cole productor del ciclo, y le preguntó si le estaba haciendo un chiste o si habían ganado un premio y nadie le había dicho nada. No imaginaba que lo que leía era cierto. Ni que la idea era sorprenderla con la gran noticia unos segundos antes del aire, pero que a alguien del equipo se le había olvidado borrarla de aquel papel.
Licenciada en Ciencias Políticas de la Universidad Torcuato Di Tella, Catalina de Elía tiene 37, dos maestrías –una en Políticas Públicas en FLACSO y otra en Periodismo en la Universidad de San Andrés– y ya está pensando en la tercera, en Filosofía Política. Empezó su carrera como productora en Telenoche (Canal Trece) y en TN. Vivió en Madrid para formar parte de la Televisión Pública Española y también pasó por Telefé, Radio del Plata, Infobae y América TV. Su libro Maten a Duarte, la historia secreta del hermano de Evita, de Planeta, va por su segunda edición. Y en la actualidad, con Juani Velcoff Andino conduce el programa Altavoz, que produce Nativa con la TV Pública, sale todos los días, de 17.30 a 19, y que acaba de honrarla –junto a su equipo– con este premio internacional.
“Mi objetivo nunca fue estar como conductora en los medios. Pero terminé ciencias políticas y me puse a estudiar la maestría en periodismo. Me gusta el uso positivo de los medios, visibilizar. Desde los 19 años que por ahí pasa mi motivación. No trabajaría en política, ni me gustaría formar parte del Estado”, asegura Cata que nació en Capital Federal y vivió en General Rodríguez, Lujan, San Antonio de Areco y ahora está instalada en el barrio de Palermo.
“Competimos contra programas de todo el mundo y ganamos”, celebra la periodista y politóloga sobre el galardón que les fue otorgado en el New York International Film Festival, que fue creado en 2009 para promover nuevos talentos. “Este premio significa que alguien está poniendo el ojo en productos de calidad. Porque lo que hacemos en Altavoz es diferente a todo- Es el único programa con jóvenes de todas partes del país como protagonistas. Es inclusivo con contenidos masivos que a veces no dan rating. Es un orgullo. Lo hacemos con amor y nos gusta que se valore”, apunta Catalina. Y entre risas lamenta que por la pandemia no habrá ceremonia de premiación, ni viaje a Nueva York para el equipo.
—El debate en Altavoz suele tener mucha argumentación y poca chicana, ¿la calidad que buscan tiene que ver con eso?
—Es uno de nuestros objetivos. Además, hay libertad total. Tenemos un equipo de cuarenta columnistas fijos que son jóvenes de menos de 25 años y de todo el país. En el zoom salen seis o siete por programa y van rotando. Así como los que vienen al piso. Los pibes de ahora están acostumbrados a la libertad en redes sociales, pero dicen no encontrarla en la tele, en general. Acá expresan las cosas sin filtro, pero con calidad en la argumentación. Algunos son activistas, pero otros no. Están preocupados por cosas que no sé si a mi me preocupaban en su momento, como el medio ambiente o que las marcas cumplan la ley de talles, como milita Brenda Amato. La calidad de la argumentación se busca, pero en realidad diría que sale sola porque los chicos son unos genios.
—¿Cómo los eligieron?
—Fue un proceso. Altavoz iba a nacer justo antes de la pandémica. Empezamos un casting, pero no pudimos seguirlo. Entonces se fue dando como una especie de casting en vivo, por zoom, con los chicos que iban participando de los diferentes programas. Tenemos chicos de colegios públicos, privados, de la provincia, de la ciudad. No hay distinción de clase social, ni de nada.
—Me decías que en tu juventud no te preguntabas las cosas que se preguntan los chicos de hoy…
—Sí, pero una vez, en una entrevista que hicimos, el actor Oscar Martínez me dejó pensando en ese sentido. No bardeó, pero provocó a los chicos. Les preguntó qué tenían de diferente para ofrecer en comparación con lo que él había ofrecido en su juventud… Entonces, yo creo que ya de por sí ser joven es hacerte preguntas e interpelar lo establecido. Yo me hacía preguntas, aunque no son las mismas. Me preguntaba por la pobreza o por las injusticias en el mundo. Muchos chicos hoy nacen ya con perspectiva de género y listos para cuidar el ambiente. Yo antes no pensaba si estaba diciendo algo machista, ni me ocupaba de separar la basura. Lo lindo es que cada generación en sus juventudes nos va dejando algo.
—¿Por qué el programa se llama Altavoz?
—Porque es un espacio donde todes pueden decir lo que quieren. La idea es amplificar temas que no tienen tanto lugar en la agenda de los medios más importantes. Buscamos amplificar voces excluidas y que representan a minorías.
—¿Por dónde más crees que pasa esta calidad que supieron ver desde el jurado?
—Por el enfoque de los temas, los entrevistados y los columnistas. Por ejemplo, tenemos una sección semanal con una diplomada en sexualidad que es Francesca Gnecchi, que da educación sexual integral de forma divertida. Tenemos una columna del psicólogo y filósofo Luciano Lutereau, dónde se decontruyen las relaciones desde la responsabilidad afectiva.
—¿Cómo funcionás con Juani como conductor?
—Hoy somos como hermanos. Nos conocimos para hacer Altavoz y nos tocó empezar a hacer el programa durante la cuarentena más estricta. Fue duro, como para todos los argentinos. Mucho de este programa tiene que ver con lo que hicimos como dupla. Nos complementamos porque tenemos perfiles y carreras diferentes. Somos los conductores, pero los protagonistas son los pibes. El programa es una construcción colectiva.
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