Una tarde cualquiera de diciembre de 2019 sonó el teléfono de Sergio Lapegüe de parte de Editorial Planeta. Allí había publicado su primer libro, Prende el optimismo, y le ofrecían repetir la experiencia. La propuesta era tentadora pero el periodista no estaba muy convencido y ensayó unas disculpas: “Estoy enloquecido, trabajo en el noticiero a la mañana, al mediodía, a la tarde en la radio, son casi diez horas de aire por día más Instagram, más las charlas motivacionales, más mi propia empresa, no puedo más. Aparte, no sé de qué escribir”, remató el periodista a modo de excusa. La editora, que había escuchado atentamente supo que ahí había una historia. “Escribí de eso. De querer parar y no saber cómo”.
Lape cortó y supo que acababa de surgir una tarea más para sumar a su fiebre por multitasking. “Tenía ganas de dedicar mi cabeza a otra cosa, leer un libro en lugar del diario, descansar. Pero lo malo, es que no podía dejar de hacer lo que estaba haciendo”, recuerda el periodista en diálogo Teleshow. ¿Cuál era la solución y cómo afrontar el problema? Los órdenes de los factores alteraron el producto. Empezó a escribir el libro durante sus vacaciones familiares y lo continuó al regreso, aprovechando cada segundo libre que, vale decir, no eran muchos. Entre la conducción de Tempraneros -6 a 10 por TN-; del NotiTrece -13 a 14.30 por El Trece- y de Atardecer de un día agitado -17 a 20, La Cien-. Y entre los ensayos de su grupo Lapeband, su empresa personal, las charlas motivacionales, las redes sociales...
“La idea siempre fue contarle a la gente los problemas que tiene una persona tocada por el multitasking, o la dependencia del teléfono, o como le quieras llamar a hacer muchas cosas a la vez”, dice Lape, y explica cómo funciona el sistema. “Te atrapa, entrás en la tela de araña y no podés salir”, confiesa. Apuró la escritura durante el período más estricto de la cuarentena, aprovechando esos ratitos que se ahorraba trabajando desde su casa. Y para septiembre ya había tecleado la palabra fin. Una tarea menos. Un alivio.
Pasó un poco más de un año de aquel llamado de la editorial y Sergio fue diagnosticado con coronavirus. Pasó 21 días internado en la Clínica Juncal de Temperley, encerrado, hablando con la muerte. “Escribí un libro que lo utilizo como catarsis, explicando los problemas que comparto con un montón de gente, que quiere parar la pelota y no puede. Hasta que el virus me dio una trompada en la cabeza y ahí ya no era decisión mía parar: me paró el virus”. Ahí llegó una nueva propuesta de la editorial: escribir el epílogo. “Fue un designio del destino”, asegura sobre “Parar. Tocar fondo, resetear y volver a empezar”, su segundo libro que acaba de publicar y del que Teleshow adelantó unos fragmentos.
—¿Cómo interpretaste esa premonición?
—Yo empiezo el libro hablando de que perdí el WhatsApp en el teléfono y sentía que me faltaba el oxígeno para poder respirar. Y después me faltaba el oxígeno para poder respirar de verdad, al punto que lo necesitaba de parte del hospital. Ahora paré, trabajo la misma cantidad de horas, pero con la decisión de producir un cambio en mi vida que se va a dar este año de manera gradual. No se puede dejar de un momento para otro.
—¿Cómo te preparás para dejar eso que te apasiona?
—La idea no es dejar de trabajar, la idea es trabajar lo justo: trabajar menos tiempo para tener más tiempo para disfrutar con tus amigos y tu familia. Ya los chicos han crecido mucho, me perdí parte de su crecimiento y quiero aprovechar ahora a estar más tiempo con ellos. Sé que todavía estoy a tiempo de recuperar algo de ese tiempo perdido.
—¿Cuesta bajarse de esa adrenalina?
—Es difícil, lo estoy tratando mucho con psicólogos, estoy meditando, haciendo reflexología, me estoy llenando de paz para poder lograr el equilibrio que me está haciendo falta para no dejar del todo pero sí elegir mejor las cosas. La idea es soltar algunos bolsos que hacen que camine encorvado, o, de última, levantar bolsos más livianos.
—¿Siempre fuiste así? ¿O el oficio de periodista fue moldeando esta personalidad multitareas?
—Siempre fui así, de chico. Cuando conocí a mi mujer hacía de todo a la vez: estudiaba ciencias económicas, era militante político, laburaba con Bernardo Neustadt, tenía mi banda de música, siempre fui así y mi hija es igual, súper ansiosos. Empecé con Neustadt, me iba a trabajar con María Laura Santillán como productor en la radio, después con Nicolás Repetto en Fax, no paraba y también por eso me ha ido bien, por el esfuerzo y la perseverancia. Nunca la oportunidad golpeó la puerta de mi casa, yo la fui a buscar, soy un tipo que no ha parado de pelear su propio crecimiento. Pero ahora ya está.
—En la introducción del libro hablás del oficio del periodista y la necesidad de estar siempre informado. ¿Qué pasará con ese olfato?
—Eso no lo quiero perder, es mi pasión. Yo soy del papel me gusta tocar el papel, yo leo el diario todavía, y en el canal me miran como si estuviera loco. Yo me voy a morir periodista, quizás frente a un micrófono, pero “parar” no quiere decir dejar de trabajar. Yo no podría y mi mujer no lo permitiría. La pasión por información la voy a mantener siempre y aún estando de vacaciones, eso es inherente a mi vida y no la voy a dejar nunca.
A partir de este lunes, Lape retomará el ritmo que tenía antes del coronavirus y que fue recuperando por etapas: las cuatro horas al frente de Tempraneros, las casi dos del NotiTrece y las tres de Atardecer de un día agitado. Serán los últimos días en modo full time, una despedida gradual que todavía no sabe cómo se hará efectiva. Ese día, la señal de cable estrenará un video sobre sus días en terapia intensiva, una mezcla de documental periodístico e instinto de supervivencia: “Sé que son los últimos esfuerzos para bajar el ritmo laboral y convertirme en un ser humano común y corriente”, adelanta.
—¿Cómo surge la idea de realizar el documental?
—Es un informe para que todos tomemos conciencia que nos podemos contagiar en cualquier lado. El virus vino a buscarme a mi casa, yo no me contagié en un bar o en el trabajo. La otra es que te destruye a pesar que estés bien físicamente y que el desenlace puede ser positivo, si uno tiene fe. Mi mensaje como comunicador es que te cuides, que te protejas y, si te llega a agarrar, que tengas fe que se puede salir. Grabé muchos de los momentos que viví en una especie de diálogo conmigo mismo, porque al estar tanto tiempo solo no entendía nada. Y también, como no me podía levantar de la cama, fue para demostrarme a mí mismo que lo iba a poder superar. Era mucho de cabeza, y también un diálogo conmigo mismo y con la muerte, que la tenía al lado. El virus te mata, estuve a punto del entubamiento y esto me sirve como aprendizaje para entender lo corto que es todo, lo pequeños que somos, y la importancia de darle valor a las cosas que realmente lo merecen y que las prioridades pasan por otro lado. El libro habla de eso, pero cuando lo escribí no me lo creía. Y ahora me lo estoy creyendo.
—¿Te sorprendió la repercusión mediática de la internación?
—No me doy cuenta quién soy. Sabía que era una persona conocida y querida, por lo que veo en las redes sociales, porque la gente me quiere, y eso lo veía en los comentarios. Pero nunca me la creí, vivo en el mismo barrio de toda la vida; mis amigos son los amigos de toda la vida, con los que jugaba a la pelota ahora salgo a correr, es algo normal. Hasta que empezó a tomar trascendencia, mucho no me di cuenta. Estuve mucho tiempo en mal estado, pero después leí todo y la verdad que me sorprendió haber sido noticia por algo tan tremendamente dramático.
—Por las vueltas de la vida, el WhatsApp del que renegás en el libro terminó siendo el único vínculo con tu familia y un motor para la supervivencia
—Es cierto. Me comunicaba con la familia por videollamadas y verle las caras eran pulmotores para mí. Oxígeno. Y estar encerrado en una habitación, en terapia fue mucho más dramático, porque entraba mucha gente que no conocía, porque entraban todos cubiertos, parecían robots. Por eso las videollamadas eran tan importantes como el oxígeno. Muchas veces no podía hablar, y muchas veces mi imagen era tan dramática que no querría haber estado en el lugar de mis hijos y mi mujer, que eran quienes la veían. Para mí era normal, pero hoy veo los videos en los que les digo ‘quédense tranquilos, estoy bien, voy a mejorando de a poco’, y no sé cómo se lo creyeron.
—¿Cada cuánto volvés a esa habitación de la Clínica Juncal de Temperley?
—Ya no se me aparece en sueños como los primeros días en los que me despertaba sin saber donde estaba. Estoy tratando de volver a esa habitación para curar mi alma, y lo hago con trabajo de meditación, con reiki. Cuando regreso es con un llanto, porque no puedo creer haber estado ahí, vivir esa pesadilla de 21 días. El virus te destroza el cuerpo, envejecés diez años en un mes y te preguntás cuándo va a terminar. Porque entré penando que eran tres días y la fiebre no bajaba y al octavo día estaba en terapia intensiva. A muchos les pasa rápido y muchos no la pueden contar. Me estoy cuidando físicamente pero me tengo que curar con el alma, el corazón y la cabeza. Siempre fui un tipo optimista, divertido, buena onda, pero la tristeza la mantengo, tengo una nube mental que me cuesta concentrarme. Pero esto va a pasar.
—¡Qué desafío! “A ver vos, que sos tan optimista, a ver cómo salís de esta”.
—Sí, absolutamente. Salí gracias a la actitud positiva de mi familia. A la enfermera Delia, que entraba abriendo las ventanas para que entre la luz, y con ese gesto me llenó de esperanza. Y los médicos: mi neumonólogo Casas, mi kinesiólogo Pablo, que cuando me pusieron el helmet me dijeron que estaba ante la gran oportunidad: “Respirá, pensá que así entra la salud en tu vida”, me repetían y para mí fue muy importante hacerlo. No todos lo pueden aguantar al casco porque te agarra una cosa claustrofóbica, pero lo tuve seis días y es lo que me ayudó a vivir.
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